SOBRECOGEDOR MONUMENTO DE LA CHINA IMPERIAL
Publicado en
agosto 26, 2020
Museo del Palacio Imperial, también llamado Sala de la Suprema Armonía.
En el corazón del Pekín comunista se eleva un oasis maravilloso de palacios antiguos que fueron antaño el eje de todo un mundo.
Por Anthony Lawrence.
PARA LOS chinos, aquel era el centro del mundo. Allí estaba el Trono del Dragón, con cuyas leyes y edictos debían cumplir, temblando, los seres humanos. Allí vivieron 24 emperadores de las dos últimas dinastías imperiales, la Ming y la Ching, que ejercieron el poder absoluto durante casi cinco siglos, hasta el año 1912.
Hoy la Ciudad Prohibida de Pekín es uno de los museos más grandes y maravillosos del mundo, y todavía ahora, al pasear por él entre las muchedumbres domingueras, se siente el enorme poder que irradiaba del lugar. En el recinto rectangular, que ocupa 730.000 metros cuadrados, defendido por elevadas murallas, se alzan los mayores palacios que quedan de la antigua China, con cientos de maravillosos salones de ceremonias, salas del trono, templos, pabellones, bibliotecas, despachos y residencias imperiales, comunicados o separados por incontables patios, jardines y grandes puertas ceremoniales.
El común de la gente no pudo contemplar sus palacios y altares hasta que, en enero de 1912, se fundó la República China. Estaba terminantemente prohibido acercarse incluso a las grandes puertas de la Ciudad Prohibida, y tampoco se podía construir ningún edificio que sobrepasara la altura de sus murallas. Durante siglos las casas de Pekín no tuvieron más que un piso, para que nadie pudiese perturbar la tranquilidad de los Grandes de Adentro.
La entrada oficial a la Ciudad Prohibida es la mayor de todas ellas, la Puerta del Mediodía, que da al sur, provista de enormes portones de madera y flanqueada por torres impresionantes. Su arcada central estaba reservada al emperador, que desde ella recibía a sus ejércitos triunfantes y a los embajadores de los Estados vasallos.
Hacia el norte se extiende un enorme patio, cruzado por el Arroyo Dorado, sobre el cual se alzan cinco puentes paralelos hechos de mármol. Más allá se abre la Puerta de la Suprema Armonía, tras la cual hay otro gran patio que conduce a la Sala de la Suprema Armonía (la gran sala del trono), a la Sala de la Armonía Total (donde los emperadores hacían los ensayos para las grandes ceremonias), y a la Sala de la Armonía Conservadora (en que los eruditos pasaban antaño los exámenes imperiales). La Sala de la Suprema Armonía, de 2377 metros cuadrados y 27 metros de altura, es el mayor de los edificios de China construidos totalmente de madera. Sus tejados están recubiertos de tejas vidriadas de color amarillo brillante (el amarillo es el color reservado exclusivamente para los emperadores), que se curvan graciosamente hacia abajo y se elevan en el borde ornamentadas con figuras de animales.
En el centro de la gran sala, sobre una alta plataforma, está el trono flanqueado por seis columnas en las que se enroscan dragones dorados. En el techo hay intrincados dibujos que representan dorados dragones jugando con perlas. (El dragón era para los chinos un ser benéfico que simbolizaba el poder imperial.) Cuando el emperador se sentaba en el trono, resonaban en el balcón superior gongs y juegos de campanitas de jade, y de la galería abierta salía un espeso humo de incienso que se elevaba de preciosas grullas y tortugas de bronce, símbolos de larga vida, y de grandes cuencos del mismo metal.
Los tres edificios principales se alzan sobre tres terrazas sobrepuestas de mármol blanco, de siete metros de altura. Cada nivel de las terrazas está rodeado de balaustradas de mármol labrado, en cuya base hay millares de desaguaderos que representan cabezas de dragón. Cuando caen las grandes lluvias, las terrazas ofrecen un espectáculo magnífico, pues todas las bocas de las innumerables cabezas de dragón arrojan chorros de agua.
La Ciudad Prohibida fue construida durante los primeros años del reinado de Yung Lo (1403-1425), emperador de la dinastía Ming. Pekín había sido arrasado por su padre el emperador Hung Wu, y su hijo Yung Lo, fuerte e implacable, reconstruyó la ciudad reclutando 100.000 artesanos y un millón de obreros para edificar la Ciudad Prohibida. La madera llegó de los lejanos bosques del sudoeste, mientras que la piedra se trajo de las canteras abiertas en las montañas próximas. En el camino que llevaba de las canteras a la obra se excavaron pozos, y en invierno echaban su agua al camino para que se congelase y poder deslizar por la pendiente una especie de botes de fondo plano que llevaban, grandes bloques de piedra. Uno de estos bloques, esculpido con dibujos que imitan nubes y dragones, forma parte de la escalera del fondo de la Sala de la Armonía Conservadora y pesa 200 toneladas.
La capital del imperio, la antigua Pekín, estaba encerrada entre tres grandes murallas cuadrangulares, una dentro de la otra, alineadas según los cuatro puntos cardinales. El recinto interior es la Ciudad Prohibida, rodeada por la Ciudad Imperial, cuya entrada principal, de 34 metros de altura, se llama Tien An Men o Puerta de la Paz Celestial. Sobre ella se colocan hoy los dirigentes comunistas para presenciar los grandes desfiles. La Ciudad Imperial, a su vez, tiene en torno a la Ciudad Interior, que es el Pekín tradicional propiamente dicho. Con él limita hacia el sur la Ciudad Exterior de Pekín.
En el eje de la Ciudad Prohibida se extiende la Calzada Imperial, de un kilómetro de longitud, a lo largo de la cual se desplegaban en multitud insignias, banderas y banderolas durante las grandes ceremonias. Nadie que marchase por la calzada hacia la Sala de la Suprema Armonía podía dudar del poderío y de la majestad del emperador reinante. Allí se encontraba el centro de todas las cosas, allí era donde "se reúnen la tierra y el cielo, se funden las cuatro estaciones, se recogen la lluvia y el viento y están en armonía el yin y el yang". Allí era donde el emperador "se halla en el corazón de la tierra y mantiene la estabilidad de los pueblos en el marco de los cuatro mares".
Los Leones de Fu. Leones mitológico que custodian el Museo del Palacio Imperial. Annan Photo Features.
Al ir construyéndose más palacios, se exigieron a las provincias enormes sumas para sufragar los trabajos. En 1514, noveno año del reinado del emperador Chung Te, se emplearon 10.000 soldados y paisanos para reconstruir dos de las residencias reales, y se obligó a los funcionarios de los distritos a aportar la madera, los azulejos y los ladrillos. En 1557, trigesimosexto año del reinado del emperador Jia Ching, se renovaron las torres y las entradas de los edificios de la corte con un costo de 900.000 taels de plata. En esa forma aumentó el esplendor de la Ciudad Prohibida.
En el misterioso Palacio Interior (en el que se encuentran el Palacio de la Pureza Celestial, la Sala de la Conjunción Celestial y Terrenal, el Palacio de la Tranquilidad Terrenal y otros muchos palacios, residencias reales, pabellones y jardines) llevaban los emperadores una vida magnífica y libertina, rodeados de emperatrices, concubinas, favoritas de la corte y eunucos.*
En la época de Yung Lo la Corte de las Diversiones Imperiales empleaba 6300 cocineros que diariamente preparaban comidas hasta para 15.000 personas, y se enviaron a las provincias eunucos recaudadores de contribuciones para cobrar múltiples impuestos de urgencia.
El emperador raramente se aventuraba fuera de la Ciudad Prohibida, aunque había de hacerlo, por ejemplo, en el solsticio de inviernó, cuando se dirigía al Templo del Cielo en el desempeño de su papel tradicional de mediador entre el cielo y la tierra, para ofrecer sacrificios y oraciones que propiciaran años de abundancia. En aquellas ocasiones todos los transeúntes tenían que desalojar las calles y no se permitía hacer el menor ruido.
Al crecer el descontento entre unos súbditos cada vez más explotados, el dinamismo de la dinastía Ming comenzó a disminuir. Los eunucos se fueron apoderando de la administración de la corte y de los palacios. En la época del emperador Chung-Chen, último de los 14 monarcas de la dinastía Ming que reinaron en la Ciudad Prohibida, la situación económica del país era desastrosa y el tesoro estaba agotado por las continuas luchas contra las agresiones de los manchúes en la frontera del nordeste.
En 1644 un eunuco traidor abrió una de las puertas de la Ciudad Exterior a los ejércitos del rebelde Li Tse-cheng, bandolero campesino, y el emperador Chung-Chen ordenó matar a toda su familia, excepto al joven príncipe heredero, al que hizo huir, y después se ahorcó colgándose de un algarrobo de la cercana Colina del Carbón, al norte de la Ciudad Prohibida.
Poco después se extendieron por el país los ejércitos invasores Ching, procedentes del nordeste; tomaron a Pekín y la proclamaron capital de su dinastía. Los Ching descubrieron enormes tesoros e innumerables obras de arte: tallas y esculturas, jades, lacas, tabicados de esmaltes, bronces, alfombras y bordados, además de documentos antiguos. Entre aquellas riquezas estaban los famosos vasos de bronce que ya se utilizaban para los sacrificios mil años antes de nuestra era, y muchos libros raros que fueron impresos con bloques de madera grabados siglos antes de que la imprenta fuese conocida en Europa.
Durante el período del emperador Chien Lung, a fines del siglo XVIII, la colección de porcelanas de la Ciudad Prohibida no tenía rival en el mundo. Los hornos de cerámica imperiales producían enormes cantidades, y los funcionarios y los ministros buscaban por todas partes ejemplares antiguos de gran hermosura y rareza para ofrecérselos al trono. En aquella época se encontraba también allí la mejor colección de pinturas chinas.
Pero, aunque los grandes emperadores Ching dieron nuevo impulso a la administración de la Ciudad Prohibida, los siguieron en el trono hombres de menor envergadura y su imperio empezó a declinar paulatinamente. El último emperador de China fue Pu Yi, niño que gobernó bajo una regencia durante tres años mediocres después del fallecimiento de la emperatriz Tsu Hsi en 1908. Cuando se implantó la República, en 1912, permitieron que Pu Yi continuase viviendo en una parte de la Ciudad Prohibida y lo dotaron con la suma de cuatro millones de taels al año. Pronto comenzó el joven a vender los tesoros de sus antepasados a manos llenas, y los eunucos y los funcionarios de la corte aprovecharon la ocasión para apoderarse de innumerables riquezas, que vendían en un gran número de nuevas tiendas de antigüedades abiertas en Pekín con este propósito. La Ciudad Prohibida entró en un período de rápida decadencia: muchos edificios fueron presa de los ladrones y otros resultaron destruidos por incendios. Cuando los japoneses ocuparon a Pekín en el curso de la segunda guerra mundial, se incautaron de otros muchos tesoros, aunque los chinos salvaron una buena cantidad de grandes cajas llenas de riquezas ocultándolas a miles de kilómetros.
Cuando estaba a punto de terminar la guerra civil entre nacionalistas y comunistas y pareció inevitable la victoria de Mao, los nacionalistas se llevaron cientos de miles de valiosísimas obras de arte a Formosa, donde aún se encuentran en el Museo del Palacio Nacional de Taipeh. A pesar de todo, quedan todavía muchos tesoros en la Ciudad Prohibida, y las autoridades se afanan en enriquecer las colecciones, a las que están añadiendo objetos de bronce procedentes de las nuevas excavaciones hechas en famosos centros arqueológicos.
Pero lo que hace más impresionante e inimitable a la Ciudad Prohibida y obliga al visitante a detenerse y contemplarla con asombro es su belleza arquitectónica; sus maravillosas proporciones y su mismo ambiente: los antiguos palacios de tejados de azulejos, que se alzan en los grandes patios empedrados, entre murallas coronadas de graciosas torres de múltiples aleros; el perfecto equilibrio de la altura con el volumen y la distancia; los colores de las columnas, de los tejados y de los muros de ladrillo rojizo; la serenidad magnífica del conjunto después de siglos turbulentos de lucha, de ira y de estruendo.
Nada en el mundo es comparable con este oasis de palacios maravillosos enclavado en el corazón mismo del Pekín comunista.
*Ciertos delitos se castigaban con la castración y el servicio perpetuo en la Ciudad Prohibida. Más tarde, cuando los eunucos obtuvieron gran influencia y poder, su cargo se hizo muy apetecible, hasta el punto de que algunos padres castraban a sus hijos muy pequeños e incluso había adultos que se sometían a la operación con la esperanza de obtener influencia y riquezas.