MENSAJE DE LA SUPERFICIE DE MARTE
Publicado en
agosto 09, 2020
Por K. E. Kristofferson
EL 4 de julio de 1976, al culminar las fiestas del bicentenario norteamericano, una nave con aspecto de araña que lleva la bandera de Estados Unidos deberá posarse suavemente en un antiguo lecho fluvial del planeta Marte. Dos meses más tarde otra nave idéntica bajará en una ventosa cuenca próxima al casquete polar del norte del planeta. Estos dos autómatas intrusos (navíos espaciales Vikingo) explorarán visual y físicamente aquel medio primigenio, mientras las naves nodrizas, en órbita, retransmitirán sus conclusiones a los científicos que esperan en la Tierra, a unos 400 millones de kilómetros de distancia.
La incursión de los Vikingos al planeta Marte es la más ambiciosa proeza espacial jamás emprendida sin tripulantes. Aunque la inversión es enorme (mil millones de dólares), el resultado puede tener un gran valor filosófico. Si se encontraran en otro planeta de nuestro sistema solar organismos vivos en cualquiera de sus formas, presentes o pasados, se demostraría que la vida es una estadística cósmica y no un milagro terrestre. También sería un argumento convincente de que la especie humana no está sola en el universo.
Activemos la imaginación y unámonos al viaje del Vikingo.
EL VIAJE a otro planeta empieza el 20 de agosto de 1975, a las 5:22 de la tarde (hora del este de los Estados Unidos). Los motores del cohete Titán-Centauro, de 49 metros de altura, acaban de encenderse impulsándolo hacia arriba con una potencia igual a 60 millones de h.p. En pocos. minutos la velocidad llega a casi 44.000 k.p.h. Semejante a una piedra despedida por una honda, el Vikingo se libera de la gravedad de la Tierra.
Marte, que todavía no es sino un brillante punto rojo en el cielo, gira alrededor del Sol a 87.000 k.p.h. Para encontrar al planeta hay que trazar una vastísima curva de más de 800 millones de kilómetros a través del sistema solar. El viaje requerirá once meses.
Mientras se avanza por el brocado de plata del firmamento hay tiempo para familiarizarse con la nave espacial. El Vikingo, de casi cinco metros de altura y cuatro toneladas, se compone en realidad de dos vehículos unidos por los extremos. El más grande, llamado Orbiter ("orbitador"), es la nave de mando, es decir, una plataforma espacial de 2300 kilos activada por la energía solar y equipada con un cohete de freno, cámaras, instrumentos y aparatos de comunicaciones. En uno de sus extremos lleva una cápsula sellada, compuesta por dos piezas y semejante a dos platillos pegados entre sí por los bordes. Dentro, como en un nido y protegido por el "aerocaparazón" cónico o escudo antitérmico, va el segundo vehículo: el Lander ("aterrizador"), dotado de un laboratorio biológico con energía nuclear y esterilizado.
Ocho meses después del despegue se empieza a advertir un cambio evidente en la simetría del sistema solar. El relumbrante disco del Sol se sha reducido a la mitad de su tamaño normal. La Tierra, que ha quedado a una distancia de 204 millones de kilómetros, sólo es una estrella azul y brillante. Marte, a unos 15 millones de kilómetros frente a la nave, semeja una toronja rosada. En las siguientes semanas irá creciendo hasta convertirse en una colosal esfera de color de herrumbre coronada en cada polo por un halo de gélida blancura.
El 19 de,junio (día del encuentro) el Vikingo se precipita hacia la región ecuatorial del planeta a la peligrosa velocidad de 13.000 k.p.h. De pronto se encienden unos chorros de control y arde el cohete de freno. La velocidad del Orbiter se estabiliza y, minutos más tarde, la nave cruza diagonalmente el hemisferio boreal del planeta, al parecer de vuelta hacia el espacio. Pero Marte ya es dominante. La gravedad curva la trayectoria hasta convertirla en una órbita aplastada: de 1500 a más de 30.000 km sobre el planeta.
Durante las dos semanas siguientes la nave espacial reconocerá la superficie sobre la cual vuela, transmitiendo fotos en color de posibles lugares de descenso a dos equipos de hombres de ciencia que observan desde la Tierra. Bajo la nave podrá verse un extraño lugar de hermosura y aspereza indescriptibles: un mundo de centelleantes casquetes polares y monstruosos volcanes celados por nubes; cañones inmensos y mesetas heladas; vastas cuencas de "océanos", yermas y barridas por el viento, y, lo más sorprendente de todo, una red ecuatorial de ciclópeas barrancas y canales abiertos en terrazas, que hasta los más escépticos geólogos atribuyen a la antigua obra del agua corriente.
Pero si en Marte aún hay agua, no la podemos ver. Acaso se encuentre aprisionada bajo la superficie, en capas permanentemente congeladas que se licuan a intervalos periódicos según la actividad geológica. O quizá exista en forma de extensos océanos de hielo bajo los casquetes polares, de donde los ciclos del clima la liberarían en forma líquida cada período de 50.000 años.
Como quiera que sea, la existencia de los canales marcianos plantea interesantes preguntas. ¿Es Marte un planeta viejo, inmovilizado en una zona crepuscular de la evolución cósmica? ¿O es, por lo contrario, un planeta en sus balbuceos, rico en posibilidades de vida?
Esto último parece lo más probable, porque todo conduce a suponer que la fase evolutiva de los planetas está dictada por su tamaño relativo y su cercanía al Sol. Por ejemplo, Venus es poco más o menos del mismo tamaño que la Tierra y está más cerca del Sol. El calor solar y los materiales radiactivos han elevado su temperatura hasta el punto en que ha desaparecido el agua, se han descompuesto los carbonatos necesarios para la vida y se ha formado una densa atmósfera de gases venenosos, todo lo cual hace a Venus inhabitable para los seres vivos que conocemos. (Muchos hombres de ciencia creen que la Tierra sigue ese mismo camino.)
En cambio Marte es más pequeño que la Tierra y que Venus, y está más lejos del Sol. Por consiguiente, su atmósfera tardaría más en calentarse. Sus innumerables volcanes, sus cañones y valles, sus lisas mesetas de lava sin cráteres, hacen pensar que está a punto de entrar en una fase de actividad geológica y quizá en una etapa de formación de atmósfera. Si Marte agoniza, sus canales acaso sean depósitos fosilizados de un pasado remoto y más floreciente. Si aún está pasando por los dolores de la creación, muy bien podrían ser criaderos orgánicos de vida presente o futura.
La parte final y más emocionante del viaje deberá empezar el 4 de julio. Ya se ha seleccionado el lugar para el descenso: un valle tallado por el agua al norte de los Valles Marineris, asombrosa depresión de 5000 kilómetros de longitud que abre como un tajo el ecuador del planeta. A una orden de la Tierra, se sueltan por explosión unos pernos y las dos naves espaciales se separan. Saltan los potentes muelles y el Lander, aún dentro de su escudo antitérmico, se aparta de la nave madre. Rugen unos cohetes pequeños de freno, el vehículo pierde velocidad y empieza a descender hacia la superficie en una trayectoria curva de 26.000 kilómetros.
Cinco horas después de la separación se entra en la tenue atmósfera marciana a una velocidad de 13.500 k.p.h. Los acontecimientos se aceleran. Cuando la velocidad ha descendido al doble de la del sonido, se despliega un paracaídas de 15 metros de diámetro. La mitad inferior del escudo se libera y se aleja. Las patas del Lander, ahora al descubierto, se extienden y se fijan.
El paisaje marciano ya está muy próximo. Se pasa a baja altura sobre la masa de la Nix Olympica, volcán de 500 kilómetros de anchura cuya cima alcanza la increíble altura de 25 kilómetros. Los picos centinelas del Tarsis, de 21.000 metros, se alzan a la derecha, y más allá se ven las sombrías honduras de los Valles Marineris, de seis kilómetros y medio de profundidad.
A los 1200 metros se encienden las tres máquinas de descenso del Lander. Se sueltan el escudo antitérmico y el paracaídas. La velocidad disminuye rápidamente. El suelo se acerca. De repente una pata se hunde en la superficie, y en seguida otra. Las máquinas se apagan y el Lander se posa con, un crujido.
Un asombroso panorama circunda a la nave ya silenciosa. Los rayos del Sol de la tarde, engastado en su cuenca de ébano, bañan los ondulados farallones del valle con una semiluz fantasmagórica. Aparte del estruendo de un alud distante, el silencio reina sobre aquel extravagante panorama.
La nave espacial no tarda en entrar en acción. Los generadores nucleares dan energía a diminutos motores que se ponen a zumbar. Sale del cuerpo de la nave un brazo mecánico de tres metros de longitud con una tenaza. Una cámara se inclina para enfocar el extraño apéndice. En lo alto de la superficie triangular del aparato se despliega el plato de una antena de 75 centímetros que empieza a explorar el firmamento estrellado en busca de señales de la Tierra. Cuando las encuentra, queda trancada en esa posición. Se proyecta un brazo meteorológico y empieza a explorar el extraño ambiente. Los sismógrafos del Lander tratan de captar algún movimiento del suelo.
Allá, en lo alto, el Orbiter pasa con regularidad sobre el punto del descenso. El Lander transmite pulsaciones codificadas. El Orbiter las recoge y retransmite con la velocidad de la luz a la sala de control del programa Vikingo, en el Laboratorio para la Propulsión de Chorro de la NASA, en California. Se encienden los tableros de las computadoras. Las pantallas de televisión parpadean y retienen la imagen. El mundo pronto sabrá lo que ustedes ya sabían: que la humanidad ha empezado a buscar compañeros entre las estrellas.
Durante la segunda semana de la jornada en Marte se intensifica la investigación. La tenaza mecánica recoge un puñado de suelo marciano y lo deposita en una abertura semejante a un cedazo en lo alto del Lander. La tierra cae en una caja de 30 decímetros cúbicos que contiene tres laboratorios de ensayo biológico totalmente automatizados. Esos 30 decímetros cúbicos contienen casi 15 kilómetros de alambre y 300.000 transistores. Para uno de los experimentos se humedece esa tierra con compuestos orgánicos sencillos, mezclados con carbono radiactivo 14, y después se incuba durante 11 días. Si hay en Marte organismos semejantes a las bacterias que funcionen por metabolismo como los seres terrestres, descompondrán el material orgánico en gases con carbono, entre ellos el revelador carbono 14.
Un segundo experimento sirve para detectar plantas diminutas. Se expone una muestra del suelo al anhídrido carbónico radiactivo, elemento "rastreador", y en seguida se le cuece bajo una lámpara de sol marciano. Si existen organismos semejantes, a plantas, absorberán un poco de los gases rastreadores durante la fotosíntesis y delatarán su presencia al pasar a través de un detector radiactivo.
En la tercera prueba, la tierra, en una atmósfera cerrada, se riega con lo que podría llamarse un caldo, que contiene nutrientes prácticamente universales. Cualquier criatura viva que lo ingiera excretará en la atmósfera, gases orgánicos que después identificará un analizador.
Mientras se realizan estas pruebas, aparece un visitante en el firmamento. Ha llegado el Vikingo 2. A principios de septiembre cruza la atmósfera y se posa a centenares de kilómetros hacia el nordeste, cerca del perímetro de avance invernal máximo del casquete polar. Si los polos contienen agua, al retroceder durante el verano el casquete. habrá dejado algunos charcos. Es de presumir que, si hay vida en esa zona, se concentrará en torno al precioso elemento, donde espera el Lander 2.
Durante el mes y medio siguiente, la nave espacial y su vecino del norte tomarán minuciosamente el pulso de Marte, mirando, escuchando, sintiendo, probando, olfateando. Los datos y fotografías que reúnan se reducirán electrónicamente a códigos matemáticos almacenados en cintas magnéticas. Dos veces al día, cuando la Tierra esté en posición visible y los Orbiter pasen por el cenit, la inapreciable información será transmitida a los científicos de nuestro planeta.
¿Cuáles serán los resultados? Nadie lo sabe con certeza. Posiblemente el descenso se haya verificado en el lugar menos apropiado. Quizá los organismos de Marte yacen aletargados en lo profundo del suelo en espera de una era más cálida y favorable. O tal vez la superficie de Marte, con su tenue atmósfera y su infernal temperatura media de 110° C. bajo cero, sea tan estéril como nuestra Luna.
Y sin embargo; también es posible que, entre la masa de datos transmitidos a la Tierra por la increíble nave espacial, haya un signo diminuto que signifique vida. Y todo lo que esto entraña.