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agosto 17, 2020
CUANDO la nuera del presidente Franklin Roosevelt estaba estudiando en el Colegio Universitario Bennington, necesitó un puesto en la industria de comunicaciones para obtener ciertos pases académicos. Su padre, Paul Felix Warburg, le concertó una entrevista con el general David Sarnoff, que era amigo suyo y que entonces presidía la junta directiva de la RCA.
"El general me preguntó qué clase de trabajo deseaba", cuenta la señora Roosevelt. "Le contesté que aceptaría cualquier cosa. Pero el buen señor —Dios lo bendiga— me dijo que ellos no tenían en la empresa ninguna categoría de empleo llamada cualquier cosa".
"Mirándome fijamente a los ojos, me recordó que el camino del triunfo está empedrado con metas definidas".
—M.C.
LA MAYORÍA de los eruditos ingleses y norteamericanos convienen hoy en que no es ni cierto ni justo el tópico, común entre ellos, que pinta al rey Jorge III como el más inepto personaje real. Las virtudes del soberano eran en su mayor parte vulgares, pero las tenía. Y no le faltaba el sentido del humor. Como patrono de las ciencias, mandó construir un telescopio de 12 metros para el astrónomo Guillermo Herschel y, al estar terminado, llevó al arzobispo de Canterbury a admirar el maravilloso instrumento. "Venga, lord Obispo", le dijo: "Por esta vez le enseñaré yo a usted el camino del cielo".
—T.M.
AL RETIRARSE del magisterio, después de 42 años, el economista norteamericano John Kenneth Galbraith dijo a los alumnos de la promoción de 1975 en la Universidad de Harvard que daría un premio anual en efectivo al profesor de economía que obtuviese el más alto grado otorgado por los estudiantes graduados. Galbraith explicó: "Todo economista es partidario de la competencia y de los incentivos pecuniarios".
—L.I.N.