NELSON MANDELA, DUEÑO DE SU DESTINO
Publicado en
mayo 24, 2020
UNA SEÑAL DE LA CERCANÍA que los sudafricanos sienten con Nelson Mandela es que muchos lo llaman afectuosamente Madiba, el nombre de su clan. Y es que en Sudáfrica aún lo ven como el patriarca sabio y protector de una nación transformada, y como un líder político excepcional.
Mandela nació en 1918. Era hijo de un jefe de la tribu tembu, y asistió a escuelas que seguían el sistema británico. En una ocasión dijo que lo educaron para ser "un inglés negro"; sin embargo, por ser de raza negra, sus libertades estaban estrictamente restringidas. Siendo un joven abogado se unió al Congreso Nacional Africano (CNA), organización dedicada a acabar por medios pacíficos con el apartheid, el sistema de segregación racial. Pero ante la incesante y brutal represión del régimen blanco, a Mandela le encomendaron formar un brazo armado del CNA. Luego de varios meses de vivir y trabajar en la clandestinidad, lo arrestaron en 1962. Dos años después lo enjuiciaron por traición y lo condenaron a cadena perpetua sin posibilidad de ser puesto en libertad bajo palabra.
Recluido al principio en la prisión de máxima seguridad de la isla Robben, frente a Ciudad del Cabo, bien pudo haber sucumbido a la desesperación, pero se negó a permitir que le quebrantaran el espíritu. "Liberen a Mandela" se convirtió en un reclamo en todo el mundo, y en 1990, tras pasar 27 años en la cárcel, salió libre.
Pronto se ocupó de representar al CNA en las negociaciones con el gobierno que condujeron a los primeros comicios abiertos en Sudáfrica y a la elección de Mandela como presidente, en 1994. La capacidad que tuvo para superar la amargura de la división racial en su país ayudó a la incipiente democracia a sanar de las heridas del apartheid. Hoy día los sudafricanos de todos los colores se enorgullecen de la transición pacífica de su país del dominio de la minoría blanca a la democracia multirracial, y Mandela es reconocido como el principal promotor de este cambio.
En 1999 concluyó su mandato, y hoy, a sus 86 años, mantiene un exigente ritmo de vida que agotaría a cualquier hombre de la mitad de su edad. Además, comparte tanto sus alegrías como sus penas. Por ejemplo, en enero pasado reveló que su hijo Makgatho, del que pocos sabían que estaba enfermo, había muerto de sida.
Reader's Digest entrevistó a Madiba en la oficina de la Fundación Mandela/Rhodes, en Ciudad del Cabo.
Mandela con unos niños de guardería en las afueras de Ciudad del Cabo.
SRD: Cuando, luego de tantos años de persecución y cárcel, recobró la libertad, la gente habría comprendido que se volviera usted un líder vengativo. Pero eligió el camino de la reconciliación. ¿Le sorprende lo poderosa que ha resultado esta fuerza?
Mandela: Si uno trata a las personas con violencia, reaccionarán con violencia, pero si les decimos que queremos la paz y la estabilidad, entonces podemos hacer muchas cosas para contribuir al progreso de la sociedad.
SRD: Cuando era presidente, en varias ocasiones se refirió a personajes de relatos de Reader's Digest, en especial a algunos que, como usted, han triunfado sobre la adversidad. ¿Leía la revista en la isla Robben?
Mandela: Sí. ¡Cuenta historias muy interesantes! Recuerdo una acerca de un joven canadiense que tenía cáncer en una pierna y tuvieron que amputársela. Pero él no se sentó en un rincón a llorar. Vivía en la costa atlántica y decidió caminar hasta el Pacífico con la pierna que le quedó.
Esos relatos alientan a la gente. Aunque uno padezca un mal incurable, no gana nada con echarse a llorar. Hay que disfrutar la vida y desafiar la enfermedad. Y ejemplos como el de ese joven animan a muchas personas que afrontan problemas similares.
SRD: ¿Ha desempeñado la religión un papel importante en su vida?
Mandela: Es fundamental respetar las creencias religiosas de la gente, sean cristianas, hindúes o musulmanas. El respeto es esencial porque, crea uno o no en la existencia de un ser superior, gran parte de la humanidad sí cree. Si uno cuestiona la fe, termina aislado por completo y la gente no lo considera capaz de guiar a la sociedad. La relación entre un hombre o una mujer y su dios es un asunto personal; no se puede cuestionar la fe de la gente en un ser superior.
SRD: ¿Considera que la religión ha desempeñado un papel positivo en la historia del mundo?
Mandela: En general, así ha sido. Lo que yo desalentaría es la rivalidad que hoy existe entre los diversos grupos religiosos. Pero la creencia de que existe un ser superior que vigila nuestros actos es buena para la humanidad.
SRD: Usted se ha referido a la epidemia de sida como la peor crisis de salud pública de la historia y ha iniciado una cruzada personal en favor de los enfermos porque piensa que hace falta hacer más por ellos. ¿No es así?
Mandela: En efecto. Entre otras cosas, tenemos que acabar con el estigma que pesa sobre estas personas, dejar de evitar a toda costa el contacto con ellas. Debemos recordar que la princesa Diana visitó hospitales para enfermos de sida, se sentó a su lado, les estrechó la mano y acabó con el mito de que es un peligro estar en el mismo cuarto con un enfermo de sida.
En 2000 asistí a la inauguración de una escuela rural en la provincia de Limpopo (en el norte de Sudáfrica). La gente del lugar me contó que en una casa cercana había muerto una pareja y había dejado niños, de los cuales el mayor tenía ocho años. Les pregunté si podía ir a verlos, y me acompañaron gustosos entonando cánticos. Entré solo a la casa y estuve allí unos 25 minutos. Cuando salí, esa misma multitud echó a correr. Al principio no entendí por qué huían. Aceleré el paso y ellos hicieron lo mismo para alejarse de mí. Cuando me di cuenta de lo que pasaba, me limité a regresar a mi auto.
En una visita a su celda de prisión en la isla Robben.
SRD: Entonces es tarea de los líderes como usted ayudar a acabar con la ignorancia que origina ese estigma.
Mandela: Por supuesto. En la región de Ciskei (en la provincia del Cabo Oriental) había una mujer seropositiva. Era valiente: se presentó en una reunión a la que asistí y admitió que tenía sida. La abracé y les dije a los concurrentes: "No aíslen a las personas que padecen enfermedades incurables porque el aislamiento mata aun más que la enfermedad". Cuando alguien se da cuenta de que ya no lo consideran ser humano, pierde la voluntad de luchar, mientras que si recibe apoyo, en especial de sus amigos y de las personas en quienes confía, lucha por seguir viviendo.
Conozco a algunos enfermos de sida. Si los visitamos y les hablamos, se arman de valor. Les decimos: "No te aísles, no tienes por qué ocultar que tienes sida". Y les hablo de cuando yo enfermé de tuberculosis en la cárcel. Me lo dijeron en el hospital y fui a contárselo a mi amigo Walter Sisulu (otro líder del CNA y preso político en la isla Robben). Walter me aconsejó que no hablara de eso, que era algo personal. Le respondí: "¿Cómo que es personal? ¡Todo el hospital lo sabe!" Años después, cuando contraje cáncer de próstata, convoqué a una conferencia de prensa y bromeé sobre el asunto. A la gente le gusta que uno sea así, que discuta estos temas sin demasiada seriedad.
SRD: Además del sida, ¿cuál es el problema más apremiante que afronta el mundo hoy día?
Mandela: La pobreza y la falta de educación. Es muy importante asegurarnos de que la educación llegue a todos los estratos sociales.
SRD: A través de los años usted ha dedicado mucho tiempo a los niños. En su opinión, ¿cuáles son las lecciones más importantes que los padres de familia deben recordar mientras crían a sus hijos?
Mandela: Sin educación, los niños jamás podrán encarar los retos que se les presenten en la vida. Por eso es indispensable educarlos y explicarles que deben hacer algo por su país. Yo lo hago con mis hijos y mis nietos, pero me doy cuenta de que ahora mis nietos saben más que yo.
SRD: ¿Qué ha aprendido de los niños?
Mandela: En vez de hacernos volar, los niños nos ayudan a poner los pies en la tierra; ésa es una ventaja de convivir con ellos. Además, suelen ser muy francos: nos recuerdan los errores que cometimos en el pasado y nos obligan a corregir algunos de ellos.
Encuentro solidario con el Dalai Lama en agosto de 1996.
SRD: Usted criticó a los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña por intervenir en Irak sin la aprobación de las Naciones Unidas. En los últimos meses, gente de todo el mundo ha exigido a la ONU que tome medidas enérgicas en contra del exterminio étnico en la provincia sudanesa de Dafur, pero la organización no ha querido o no ha podido hacerlo. ¿No es esto una muestra de debilidad?
Mandeia: No hay en el mundo ninguna institución sin debilidades. Lo que debemos hacer es tratar de asegurar que esas instituciones alcancen los objetivos para los que fueron creadas. Tenemos que luchar dentro de ellas. Cuando existe una organización que representa a todo el mundo, no es correcto abandonarla y actuar de manera unilateral.
SRD: Usted dice que las acciones unilaterales que infringen los mandatos de la ONU en países como Irak son indebidas, pero ahora que la intervención de fuerzas extranjeras es común, ¿cuál es el mejor camino para resolver los conflictos?
Mandela: Mi condena de las acciones de ciertos países en Irak obedece a mi profundo compromiso con el multilateralismo, en este caso con la ONU. No dije que me opusiera a las acciones en contra de Saddam Hussein per se, sino que me preocupa mucho lo que ocurrió en Irak a raíz de la intervención estadounidense. He perdido la cuenta de la cantidad de personas que han muerto desde el final de la guerra. Pienso que el mejor camino para remediar los conflictos debe ser, ante todo, reforzar el principio del multilateralismo y la función de la ONU.
SRD: Entonces, ¿le gustaría ver una ONU más fuerte?
Mandela: No estoy seguro de si tiene o no la fuerza suficiente, pero hay casos en los que uno esperaría que actuara y no lo hace.
SRD: Usted se encargó de organizar el brazo armado del CNA cuando se hizo evidente que la resistencia pacífica no bastaría para acabar con la opresión en Sudáfrica. ¿Hoy día hay lugares en el mundo donde se justifique la lucha armada?
Mandela: Tuvimos que crear esa ala militar debido a la obstinación del gobierno del apartheid, que no estaba preparado para discutir nada con nosotros ni para comprender nuestros sentimientos. De modo que decidimos adoptar métodos para obligarlos a hacerlo, y tuvimos éxito. Es claro que las decisiones que uno toma dependen de las circunstancias reales a las que se enfrenta.
El joven Mandela practicando el boxeo en Johanesburgo. Foto: Mayibuye Archive.
La admiración y simpatía del líder por la princesa Díana se hicieron evidentes en una recepción oficia en Ciudad del Cabo.
SRD: Para usted, ¿cuál es la línea que separa el terrorismo de la lucha legítima por la libertad?
Mandela: Creo firmemente en que siempre debemos buscar soluciones racionales para los conflictos, y confío en la capacidad de los seres humanos para concretar esa búsqueda.
SRD: Usted ejerció el cargo de presidente sólo durante un periodo, y en una ocasión dijo que "algunos gobernantes no saben cuándo retirarse". Robert Mugabe ha gobernado Zimbabue durante 25 años, en los cuales ha aumentado la represión y disminuido la libertad de su pueblo. ¿Llegó el momento de que se jubile?
Mandela: No es bueno para ninguna democracia que un gobernante permanezca tanto tiempo en el poder. Sin embargo, éste es un asunto que los ciudadanos del país en cuestión deben decidir.
SRD: ¿Hay algún personaje de renombre internacional al que no conozca y desee conocer?
Mandela: Existen muchos hombres y mujeres que, sin ocupar un puesto importante, han contribuido enormemente al progreso de la sociedad. Algunos de ellos son desconocidos hasta en sus propios países, pero cuando uno llega a conocerlos se queda impresionado. Ellos son los héroes y las heroínas que no debernos olvidar. Por sus servicios a la sociedad, uno no puede evitar admirarlos.
SRD: ¿Así que son las acciones, y no la fama de quien las realiza, lo que verdaderamente cuenta?
Mandela: Sí. Lo valioso de una persona, sea cual sea su origen o su condición, es cómo contribuye al progreso de la sociedad.
Con el arzobispo sudafricano Desmond Tutu, su compañero de lucha, en 1999.
SRD: Durante todos esos años en que estuvo preso en la isla Robben y en otros sitios, ¿hubo algo que recordara o tuviera siempre en mente, un mensaje o un fragmento de un libro, una canción, algo que le ayudara a resistir y a conservar la moral?
Mandela: Sí, un poema llamado "Invicto", de William Henley, un autor inglés. La última estrofa dice: No importa si es estrecha la entrada, / ni que haya castigos al final del camino; / yo soy el capitán de mi alma, / soy el dueño de mi propio destino.
SRD: ¿Cuál es su mayor fortaleza y cuál su mayor debilidad?
Mandela: A decir verdad, tengo muchas debilidades, y no me reconozco ninguna fortaleza.
SRD: Algunos observadores piensan que usted habría sido un buen boxeador profesional si no hubiera tenido que enfrascarse en la lucha por la libertad. ¿A qué otra actividad le habría gustado dedicarse?
Mandela: Me hubiera gustado ser un jornalero ordinario y abrir zanjas. Disfrutaba mucho el boxeo, pero tal vez habría resultado difícil (como profesión). Un pugilista a quien admiré mucho fue Mohamed Alí. Recibía el castigo sin responder; sólo aguantaba y aguantaba. En su pelea con George Foreman (en Zaire en 1974), luego de varios asaltos, dijo: "¡Tanto pleito y ni siquiera he empezado a tirar golpes!" Como ve, uno no puede limitarse a aguantar. Todos tenemos un límite; después, hay que pelear.
SRD: ¿Cómo le gustaría que la gente lo recordara?
Mandela: No quiero que me consideren un personaje mítico. Me gustaría que me recordaran como un ser humano común y corriente, con virtudes y defectos.
Vestido con una camisa estampada con su viejo número de prisionero, Mandela ayudó a organizar un concierto en 2003 para fomentar la conciencia sobre la pandemia de sida. Foto: Shelly Christians/Oryx Media Archive.
Fotografías de Benny Gool