Publicado en
mayo 13, 2020
Conozca a un perro aprendiz de constructor, una vaca compasiva y unos gatos centinelas.
GATOS GUARDIANES
SIMÓN Y BRUNO eran dos gatos mezcla de siameses, grandes y de color negro. Provenían de la misma camada y fueron criados por su madre, por eso eran inseparables.
Vivían con nosotros desde hacía unos 15 años, de manera que nos conocían a la perfección. Sin embargo, había cosas de ellos que nosotros no conocíamos.
Como mi esposo y yo trabajamos, los gatos pasaban todo el día en el jardín, que para ellos era un paraíso. Había estanques con peces y zonas sin podar, árboles y arbustos donde podían explorar u ocultarse, además de montones de sitios para trepar. Pero en cuanto llegábamos tomaban el control de la casa. Sin duda amaban su hogar.
Un día decidimos cambiar las lámparas y los ventiladores del estudio y el dormitorio, por lo que le dimos al electricista un juego de llaves para que hiciera la instalación al día siguiente. Nunca había ido a la casa y no lo habíamos presentado a los gatos, como hacemos con nuestros huéspedes.
A la mañana siguiente nos llamó bastante enfadado para decirnos que si queríamos que hiciera el trabajo, debíamos sacar a los gatos de la casa. Resulta que se plantaron frente a la puerta con el pelo erizado, y no paraban de bufar y amenazarlo con las garras extendidas. No había manera de que lo dejaran pasar.
Ese día descubrimos que teníamos dos formidables gatos guardianes.
PATRICIA CLARKE
BUTCH EL CONSTRUCTOR
ERA UN DÍA caluroso en Moora, pueblo ubicado en la región de trigo de Australia occidental. Yo había llenado la caja de mi camioneta con rocas, cada una del tamaño de un melón, para formar con ellas cercos alrededor de los árboles de mi patio delantero. Abrí la puerta de la caja y tomé dos piedras, las arrojé cerca de un árbol, y llevando una más en cada mano me acerqué para hacer el primer cerco.
Con las primeras cuatro piedras empecé a formar un círculo de una yarda de diámetro. Cuando me volví hacia la camioneta para ir por más piedras casi tropiezo con una que estaba en el suelo. La levanté, la puse en el cerco, me giré y volví a tropezar con otra.
¿Acaso las rocas se multiplicaban a mis pies? Al alzar la vista vi que Butch, mi perro, saltaba a la caja de la camioneta. El salto mismo ya era una hazaña. Aunque tiene el color y la cabeza de un viejo pastor inglés, su cuerpo alargado y sus patas cortas parecen más los de un salchicha.
Entonces vi que Butch empujó una piedra con la punta de la nariz hasta sacarla de la camioneta, luego brincó al suelo y como pudo la tomó entre los dientes, la levantó con mucho esfuerzo y la llevó hasta el cerco que yo estaba formando. Mientras lo observaba detrás del árbol, dejó la piedra en su lugar y repitió la operación.
Esa tarde, entre ambos construimos tres cercos de rocas. Al terminar, tomé una cerveza helada y abrí el aspersor para que Butch se refrescara. Se había ganado una ducha. Él ha sido el mejor aprendiz que yo haya tenido jamás.
DAVE BOWEN
SOLIDARIDAD VACUNA
HACE VARIOS años, un domingo por la mañana mi padre y yo fuimos a nuestra granja para arrear algunos animales. Parte del trabajo consistía en sacar a las vacas de un potrero empantanado.
Enviamos a los perros a que guiaran a las vacas hacia la puerta, y todas obedecieron, excepto una vaca negra que se quedó inmóvil mirándonos desde el otro lado del pantano. No dejaba de mugir, y se negaba a dar un paso a pesar de los ladridos de los perros. Al fin mi padre se impacientó. Rodeando el pantano, llegamos hasta donde estaba la vaca. En cuanto nos vio mugió de nuevo y, para nuestra sorpresa, dirigió la cabeza hacia un objeto en el pantano. Allí, hundida hasta el cuello, había una oveja. Después de muchos esfuerzos, mi padre y yo logramos sacarla del fango.
En ese momento la vaca dejó de mugir y bordeó tranquilamente el pantano para salir por la puerta. La oveja se incorporó, todavía un poco aturdida, y después se alejó del sitio donde estuvo a punto de morir.
Cada vez que paso por el potrero, vuelvo a recordar ese día y pienso en el coraje, la valentía y la inteligencia que mostró la vaca en su esfuerzo por ayudar a una compañera de la granja.
LYD1A CAVE
UNA CABRA SERVICIAL
EL CAMINO QUE lleva a nuestra casa también lleva a la de nuestros vecinos. Un día trajeron una cabra, a la que bautizaron Steve, para que mantuviera corto el césped del camino.
Steve es un animal adorable y muy considerado. Cuando ve venir un auto, se hace a un lado para dejarlo pasar. Tiene una casa y un balde de agua que llevamos con él a cada zona que necesita podarse.
Una mañana en que Frank, mi esposo, salía en su camioneta rumbo al trabajo, vio a Steve echado junto a su balde a mitad del camino. Frank pensó que tendría que apearse para retirarlo, pero Steve también sopesaba la situación: miraba alternativamente la camioneta, luego su balde de comida y otra vez la camioneta. Debió de llegar a la misma conclusión que Frank porque, para su asombro, tomó el balde con el hocico y lo puso a un lado del camino.
Frank no pudo contener la risa cuando pasó a su lado, pero soltó una carcajada cuando miró por el espejo retrovisor. Steve tomó otra vez su balde y con toda calma regresó al centro del camino, donde lo colocó justo en el mismo lugar donde estaba antes.
JULIE AERTS
© 2004, AVOCADO PRESS LIMITED, VICTORIA, AUSTRALIA.
Ilustración de Ned Culic