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abril 10, 2020
Hay una tendencia creciente a reunir a reos sentenciados con las víctimas o sus familiares para alcanzar la paz.
Por Juan Goodwin.
JAN BROWN llegó a su casa a las 8 de la noche. Exhausta por la larga jornada de trabajo, al principio no hizo caso del teléfono, pero entonces oyó a su ex esposo decir por la máquina contestadora que Kandy, hija de ambos, estaba extraviada. "A la policía le dio muy mala espina", cuenta Jan.
Kandy, de nueve años, vivía con su padre y la segunda esposa de éste en Bryan, Texas, a unas 100 millas de donde vivía Jan, cerca de Houston. "Pensé en subir a mi auto e ir allá a toda prisa, convencida en mi angustia de que, en cuanto llegara, Kandy aparecería. Pero Joe dijo que debía quedarme en casa por si la niña llamaba. Nunca llamó. Me quedé sentada junto al teléfono, sola".
La inteligente y vivaz pequeña, que cantaba en el coro de la iglesia y a quien todos querían, fue hallada dos semanas después en un terreno baldío, con las manos atadas a la espalda y un disparo a quemarropa en la cabeza. "Cuando la policía me avisó, me fui a mi cuarto y me puse a gritar", dice Jan. "No podía controlarme. Es imposible describir el dolor que sentí al saber que mi hija había sido brutalmente asesinada".
Ese mismo día la policía arrestó al sospechoso del crimen, James Otto Earhart, un comerciante de chatarra de 44 años que vivía con su madre. "Nunca supimos si abusó sexualmente de mi hija", refiere Jan. "El calor de Texas aceleró la descomposición del cuerpo. Eso me libró de saberlo".
Jan no podía quitarse de la mente la imagen del cadáver de Kandy, y dos meses después, totalmente devastada, ingresó en un hospital. "No sabía cómo desahogar mi dolor", explica. "Sólo pensaba en suicidarme".
Earhart reconoció haber subido a Kandy a su auto para llevarla a dar una vuelta, pero negó haberla asesinado, aunque en el coche se hallaron rastros de sangre de la niña. Fue condenado a la pena de muerte y pasó los siguientes 11 años esperando a que se cumpliera la sentencia.
"Yo también estuve presa todo ese tiempo", dice Jan. "Me pasaba largos días metida en la cama". Acosada por visiones de cómo fueron los últimos minutos de vida de Kandy, le escribió a Earhart para entrevistarse con él, mas fue en vano. "No me dejaban hablar con el hombre que asesinó a mi hija; sin embargo, existía un lazo entre él y yo. Lo que lo destroza a uno no es lo que sabe, sino lo que no sabe, porque tiene que imaginárselo".
EN ESTADOS UNIDOS, ese mismo dolor y frustración agobia a millones de personas que se han visto afectadas por el asesinato de algún familiar o amigo cercano. Pero ahora, un movimiento cada vez más popular llamado justicia restauradora (JR) ofrece a las víctimas de diversos delitos (tanto violentos como no violentos) o a sus familiares la oportunidad de hablar con el culpable para obtener información que les permita empezar a sanar las heridas y seguir adelante. El programa, que recibe fondos del gobierno y de grupos privados sin afán de lucro, se inició hace unos 30 años y actualmente opera en casi todo el país.
Para asegurar resultados positivos, las reuniones entre los reos y sus víctimas —que suelen durar horas y a veces varios días— son vigiladas por mediadores capacitados y exigen una preparación que puede llevar hasta un año. Durante este lapso, el mediador le pide a cada uno que describa lo ocurrido, explique por qué pasó y qué espera del encuentro. Luego transmite las respuestas al otro.
A los delincuentes se les exige que acepten su culpabilidad, ya se trate de un fraude o de una violación. "Si no lo hacen o restan importancia a su delito, existe el riesgo de que la víctima se sienta agraviada otra vez", explica Ann Warner Roberts, directora de servicios sociales del Centro de Justicia Restauradora y Conciliación de la Universidad de Minnesota. También se advierte a los reos que su participación no les dará más posibilidades de obtener la libertad condicional.
Los estudios indican que, después de participar en el programa, las víctimas suelen sentirse mejor preparadas para dejar de satanizar a los delincuentes y recuperar el control sobre su vida. Los criminales también se benefician. Según Betty Vos, coautora de un libro sobre la justicia restauradora, entre 90 y 95 por ciento de ellos obtienen resultados positivos.
Es más, existen pruebas de que la justicia restauradora ayuda a los ex convictos a no volver a delinquir. Un programa de JR puesto en marcha por el Departamento del Alguacil de San Francisco, California, mostró que los reos liberados que participaron en él tuvieron una tasa de reincidencia y reaprehensión por delitos violentos entre 72 y 81 por ciento menor, lo que significó un ahorro para el erario estatal de cuatro dólares por cada dólar invertido en el programa.
La abogada Sunny Schwartz, directora del programa, señala: "Nuestros hallazgos indican que la violencia se aprende, pero en muchos casos se puede desaprender. Antes de encarar a su víctima, ningún delincuente admite su culpabilidad. Muchos alegan que las víctimas son ellos porque están en la cárcel o porque fueron golpeados de niños, pero cuando les decimos que la persona a la que dañaron no tenía culpa de eso, o cuando la víctima o un familiar les describe todo el sufrimiento que causaron, a menudo su respuesta es muy diferente. Una y otra vez se lamentan: "Dios mío, ¿cómo pude hacer eso?"
EN AGOSTO DE 2001, un adolescente de 15 años oriundo de Minnesota, quien pidió usar el seudónimo de "Misha", atropelló deliberadamente a un muchacho con una camioneta que conducía de manera ilegal. La víctima, Devin Blundy, también de 15 años, sufrió fracturas de pelvis, quemaduras de tercer grado en la espalda al ser arrastrado por el vehículo y daño cerebral permanente. Estuvo en coma varias semanas. Hoy Devin se fatiga con facilidad, padece dolores frecuentes y tiene serios problemas de memoria. Su hermano gemelo, Dan, es un recordatorio constante para su familia de cómo pudo ser su vida.
Destrozada, la madre de la víctima, Cindy, quiso conocer al atacante para entender por qué hizo lo que hizo y por qué eligió a su hijo. "Lo único que sabíamos es que cuando Devin puso las manos frente al vehículo, Misha aceleró y le pasó por encima", cuenta. Misha, inmigrante ruso que había abandonado sus estudios y cometido ya otros delitos, fue sentenciado a 18 meses de prisión. Se encuentra en libertad condicional hasta que cumpla 21 años. Si infringe la ley antes de ese plazo, tendrá que pasar siete años en una cárcel para adultos.
Durante una reunión de los Blundy con Misha en la primavera de 2002, Cindy le mostró fotos de su hijo en terapia intensiva y le comentó del enorme desembolso que había hecho la familia en gastos médicos: más de $300,000 hasta la fecha.
Misha les dijo que en ese tiempo se juntaba con un grupo de pandilleros y que consumía drogas y alcohol en exceso. "Enfrentarme a los Blundy es lo más aterrador que he hecho nunca", dice Misha, quien ya tiene 18 años. "Pero quería que supieran que durante meses recé por que Devin sobreviviera. Quería encararlos y decirles que no soy un desalmado, admitir que cometí un error. Lo mejor que pude haber hecho fue acudir a la reunión. Me permitió saber que la vida de otra persona no es cosa de juego".
Misha volvió a la escuela. Hoy trabaja por las noches en un hogar para ancianos, y les ha pagado a los Blundy la indemnización que exigieron: $2,000 por gastos no cubiertos por el seguro médico. (Un estudio realizado por la Universidad de Minnesota de 167 delincuentes juveniles no violentos mostró que sólo 58 por ciento pagaban las indemnizaciones impuestas por los tribunales, mientras que 81 por ciento cumplían las obligaciones exigidas por el programa de JR. En otro estudio de 160 jóvenes, la reincidencia disminuyó en 33 por ciento en comparación con los delincuentes que no participaron en el programa.)
"Conocer su versión de lo que pasó esa noche nos ayudó mucho", dice Cindy. "Además, Misha realmente quería cambiar. El agente de libertad condicional nos dijo que va bien".
JAN BROWN nunca pudo enfrentarse al asesino de su hija, quien fue ejecutado en agosto de 1999. Sin embargo, en junio de 2001, 14 años después de la muerte de Kandy, le ofrecieron la oportunidad de tener una sesión de JR con otro reo.
En un cuarto de una penitenciaría de Huntsville, Texas, pasó ocho horas conversando con Lenox Watson, de 27 años, quien purga una condena de cadena perpetua por robo de auto y asesinato de una adolescente. Cometió estos delitos cuando tenía 17 años, pero no fue hasta poco antes de la sesión de JR cuando meditó al respecto. "Jamás pensé en lo que hice", señala, "en que estoy en la cárcel por haber matado a alguien".
Jan le contó que se había sentido tan destrozada por la muerte de Kandy, que nadie a su alrededor era capaz de soportar su dolor.
—Me quedé casi sin amigos —le dijo—. No busco tu compasión. Sólo quiero que comprendas las consecuencias de lo que hiciste.
Watson se estremeció y se echó a llorar. Hundiendo el rostro entre las manos, respondió:
—Asesiné a una persona, y eso ya no lo puedo remediar.
Entonces Jan hizo un comentario que lo tomó por sorpresa:
—Un día de tu vida cometiste un crimen, pero eso no es la esencia de tu persona. Aún puedes hacer algo para redimirte, aunque estés aquí.
Poco después del desgarrador encuentro que tuvo con Jan, Watson le dijo al mediador:
—Siento como si me hubieran quitado un peso de encima. Cuando me dirigía a mi celda reparé en los pájaros y las flores que hay del otro lado de la reja. Mientras hacía fila en el comedor, oí las palabras de alguien detrás de mí; incluso lo oí respirar. No suelo percatarme de esas cosas.
Que Watson haya cobrado conciencia del mundo que lo rodea quizá no parezca algo digno de mención, pero es que, como tantos otros reos que purgan largas condenas, había tenido que reprimir sus emociones para poder soportar las penurias de la prisión. Ese día descubrió que era capaz de volver a sentir. "No dejo de mirarme las manos para recordar que con ellas maté a alguien", señala, "pero este crimen no tiene por qué ser lo único que defina mi vida".
AUNQUE LA SESIÓN la dejó exhausta, Jan dice que para ella fue una catarsis. Por primera vez desde la muerte de su hija, por fin pudo sentir algo parecido a la paz. En 2002 se hizo mediadora voluntaria de la División de Servicios para Víctimas de Delitos del Departamento de Justicia de Texas, la misma dependencia que se ocupó de concretar su entrevista con Watson. "He aprendido mucho gracias a mi experiencia con la justicia restauradora", afirma. "Ahora quiero transmitírsela a otras personas".
© 2004 Por Jan Goodwin. Condensado de O, The Oprah Magazine (abril de 2004), de Nueva York.
Ilustraciones: Guy Billout