PELLE EL COCINERO (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
abril 16, 2020
Cuento Sueco seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una vez un marinero que se llamaba Pelle y llevaba muchos años navegando con el mismo patrón, pero siempre como cocinero, a pesar de que era muy despierto, muy trabajador y muy estimado por toda la tripulación. El patrón llegó a tener tanta confianza en él que le dejaba administrar las provisiones del barco y aceptaba todo lo que Pelle considerara oportuno.
Navegando en cierta ocasión por los mares de España, sucedió que un marinero con el que a Pelle le unía una estrecha amistad se cayó por la borda y desapareció en las profundidades del mar. No se volvió a oír nada de él; Pelle el Cocinero se sintió apenadísimo durante mucho tiempo.
Algunos años después, cuando navegaban de nuevo por los mares de España, aproximadamente en el mismo sitio donde el barco había perdido aquella vez al marinero, Pelle el Cocinero bajó al camarote del capitán y le pidió que le saldara su cuenta, que era muy elevada ya que nunca la había pedido en todos aquellos años. Y le rogó que le permitiera abandonar el barco.
El capitán se sorprendió y le preguntó a Pelle el Cocinero para qué quería su paga pendiente precisamente entonces y cómo iba a abandonar con ella el barco en mitad del mar. Pero Pelle le rogó al capitán que le pagara lo que le debía y le diera además la lancha para poder izar las velas y alejarse del barco. Finalmente le dieron lo que pedía: su paga en piastras, que llenaban una bolsa entera, y la lancha, con la que se hizo a la mar.
Estando Pelle el Cocinero en la lancha, todavía a la vista del barco, un hombre salió del mar, fue hacia él y se sentó a su lado sin decir nada. ¡Era su amigo muerto! ¡El marinero! Le saludó, le dio las gracias por su vieja amistad y a continuación le dijo que quería recompensarle por ello y traerle toda la suerte del mundo. Cuando aún estaban allí sentados, llegó una ballena enorme que enganchó su gran aleta dorsal en los tomadores1. Seguidamente, arrastró sobre las olas la lancha con los dos amigos a toda velocidad. Después de un largo recorrido, llegaron a una isla deshabitada. Cuando Pelle el Cocinero quiso desembarcar, su amigo el marino estaba realmente muerto, así que Pelle el Cocinero lo enterró como es debido en la playa. Luego se fue tierra adentro a buscar fortuna.
Poco después vio una pequeña galería que se introducía en la tierra y se metió valientemente en ella. Pronto estuvo a mucha profundidad del suelo, atravesó algunas salas magníficas y se encontró con una bella princesa. En cuanto ésta le vio, exclamó:
—¡Infeliz! ¿Por qué has venido aquí? Aquí tienen su morada doce san—guinarios piratas que me tienen secuestrada; pronto volverán a casa. Soy una princesa. Será mejor que te hagas pasar por pirata; de lo contrario, te asesinarán.
Efectivamente, los doce piratas llegaron a casa y le preguntaron quién era.
—Un pirata como vosotros —replicó Pelle.
—¿Y además de eso cuál es tu oficio? —le volvieron a preguntar.
—Soy cocinero —dijo Pelle.
Entonces decidieron que Pelle el Cocinero se quedara en su casa, cocinara para ellos y ayudara a la muchacha que habían recogido a cuidar de la casa. Además, Pelle les dio voluntariamente su pesada bolsa de piastras.
Al día siguiente, los piratas salieron a robar a los viajeros que pasaran por la isla. A Pelle, sin embargo, la bella princesa le daba mucha pena. Pronto se tomaron cariño y se prometieron en secreto. La princesa regaló a Pelle el Cocinero la mitad de un anillo en el que estaban grabados su nombre y el de su padre, el rey. Le regaló también un pañuelo que antes había partido por la mitad, de tal manera que ella se quedó con la mitad en la que aparecía su nombre y un trozo del nombre del rey y Pelle con la otra mitad.
A continuación, Pelle el Cocinero puso al fuego un gran caldero, echó en él una parte de almíbar, una parte de ron y un poco de alquitrán y lo coció todo junto. Luego puso en la mesa un anker1 de ron y dos pilones de azúcar. Cuando los piratas volvieron por la noche a casa, les contó que había salido a robar y que se había llevado todo aquello; además, invitó a los piratas a ponche.
—¿Qué es eso? —preguntaron los piratas queriendo probarlo.
Entonces, Pelle hizo con el ron y el azúcar un ponche bueno y fuerte; los piratas bebieron y pidieron más. Pelle el Cocinero les fue llevando una fuente tras otra hasta que estaban todos tan borrachos que no podían mantenerse en pie.
Pelle el Cocinero les llevó finalmente el gran barril con sopa de almíbar, ron y alquitrán, que estaba hirviendo, y se dispuso a servírsela en los platos. Pero entonces fingió que tropezaba, se giró con el barril y derramó sobre la cara de los doce piratas aquel pringue ardiendo. Hecho esto, mató a palos a todos y cada uno de los doce, fue a buscar a la princesa y le contó lo que había pasado. Ella exclamó alegremente:
—¡Ahora somos libres!
Durante un tiempo, Pelle el Cocinero vivió feliz con la princesa en la isla, en la rica casa de los ladrones,
Pero no querían seguir viviendo en aquel lugar. La princesa anhelaba regresar al reino de su padre y casarse allí como es debido con Pelle el Cocinero, al que ahora amaba muchísimo. Un día llegó a la isla un bote vacío a la deriva. Entonces Pelle el Cocinero cogió todas sus pertenencias, toda la plata y todo el oro de la cueva de los piratas y lo cargó en el bote. Cuando todo estuvo cargado, zarparon y navegaron directamente rumbo al reino del rey que era el padre de la princesa. Entraron en una posada y cargaron sus tesoros en cuatro coches, pero cometieron la tontería de contar sus aventuras; aún estaban a algunas millas de la capital del reino.
Dos bribones habían oído su historia. Mientras la princesa y Pelle el Cocinero se dirigían a la capital, les asaltaron, pegaron tal paliza a Pelle el Cocinero que se quedó tirado en la carretera, raptaron a la princesa y, amenazándola con que la matarían si no lo hacía, la obligaron a que contara al rey que ellos la habían salvado. Acto seguido, se dirigieron con todos los tesoros a la corte del rey, donde los recibieron in—descriptiblemente bien tanto a ellos como a la princesa.
Al poco rato, pasó un hombre por la carretera y llevó al desfallecido Pelle el Cocinero a un médico. Éste recuperó la salud y entonces se enteró de todo lo que había ocurrido y de que en algún momento la princesa tendría que elegir por esposo a uno de los dos bribones. Pero eso no ocurriría mientras el rey, que estaba muy enfermo, no estuviera de nuevo sano.
Resultó que el médico de Pelle el Cocinero era su amigo, el marinero muerto. Le aconsejó que consiguiera empleo en la cocina del rey y esperara a que se le presentara la ocasión de dar vueltas a la sopa del rey con una cuchara que le dio. Eso curaría al rey, y todo saldría como querían Pelle el Cocinero y la princesa.
—No puedo hacer más por ti —dijo el marinero—. ¡Gracias por nuestra vieja amistad y adiós!
Dicho aquello, desapareció para siempre.
El rey se sentía cada vez peor y la princesa tenía muchísimo miedo, pues los dos bribones disfrutaban en la corte de los máximos honores. Pero entonces contrataron a Pelle el Cocinero de pinche en el palacio; la princesa se puso contentísima cuando le reconoció. De vez en cuando, tenían ocasión de hablarse. Pelle le rogó a la princesa que convenciera al rey de que al día siguiente debía pedir a su cocinero mayor una sopa que le curara de su enfermedad. El cocinero mayor recibió aquella orden del propio rey bajo amenaza de muerte, así que pensó que ya no saldría vivo de aquella historia.
El pobre cocinero mayor no sabía qué hacer. Se sentía tan mal que contó su pena al pinche Pelle. Pelle el Cocinero le consoló, le dijo que no se preocupara de la sopa para Su Majestad, que se encargaría del asunto él solo. Llegó el día, y el cocinero mayor dudaba mucho que Pelle el Cocinero pudiera salvarle la vida. Sin embargo, le dejó hacer, y entonces Pelle puso un gran caldero al fuego.
¡Cuánto tuvo que asombrarse el cocinero mayor al ver que Pelle no echaba en el caldero más que agua pura! Cuando el reloj dio las doce y hubo que llevarle al rey la sopa con el resto de la comida, al cocinero mayor le entró un miedo terrible. Pelle pidió que le dejaran completamente solo en la cocina. Entonces sacó la cuchara que le había dado su amigo el marinero muerto, dio vueltas a la sopa una, dos y tres veces, y dijo:
—¡Ojalá traiga salud y cure a Su Majestad!
El marinero le había dicho que pronunciara esa frase.
Cuando el cocinero mayor probó la sopa se sintió como si acabara de nacer, y entonces le subió feliz la sopa al rey. El rey, sólo con oler la sopa, ya se sintió animado. Tomó una cucharada y se encontró mejor. Tomó la segunda cucharada y se sentó en la cama. Apenas se había tomado la tercera cucharada cuando ya quiso levantarse, y así lo hizo.
Nada más terminarse de tomar la sopa estaba totalmente sano, se puso a pasear de un lado a otro de la habitación y le preguntó al cocinero mayor si había hecho él aquella maravillosa sopa.
—No, Su Majestad —contestó—. El que ha preparado esta obra maestra es uno de los pinches de cocina de Su Majestad.
El rey llamó a Pelle el Cocinero y le nombró encargado de poner la mesa, además de entregarle una elevada recompensa. De esta manera, tenía más ocasiones de encontrarse con la princesa. Pero como el rey ya había recuperado la salud, la princesa tenía que elegir por esposo a uno de los dos bribones. Entretanto, el rey tenía cada vez en mayor consideración a Pelle el Cocinero. Le nombró copero real, aquel que está detrás de la silla del rey y sirve vino en la copa de Su Majestad. Poco antes de que la princesa tuviera que elegir novio, se celebró un gran banquete en el palacio. Cuando Pelle el Cocinero tuvo que servirle vino al rey, echó su medio anillo en la copa de oro sin que nadie se diera cuenta. Al beberse el vino de la copa el rey oyó un ruido metálico en el fondo, cogió el anillo y vio que estaban grabados en él la mitad de su nombre y el nombre de su hija, así que le preguntó a la princesa qué había hecho con la otra mitad.
Entonces la princesa ya no pudo aguantarse más. Le contó todo su infortunio y sus aventuras; que Pelle el Cocinero, el copero del rey, había sido el que la había salvado y que los dos bribones que estaban sentados a la mesa del rey y tenían la cara colorada como un tomate la habían obligado a contar otra cosa, amenazándola de muerte.
Entonces el rey se levantó de la mesa de un salto y mandó que encerraran en la torre y castigaran a los dos bribones. La princesa enseñó también su mitad del pañuelo y, a continuación, Pelle el Cocinero sacó la otra mitad. El rey se puso tan contento que abrazó a su hija y le dio por esposa al honrado Pelle el Cocinero. Cuando el rey murió, Pelle heredó todo el reino y lo que a él pertenecía, y vivió feliz y con todos los honores una larga vida.
Fin