GRAN OPERACIÓN EN ALTAIR TRES (Josephine Saxton)
Publicado en
enero 22, 2020
Estoy buscando trabajo para iniciar una nueva profesión, pero a mi edad no es cosa fácil. Gozo de perfecta salud y me siento tan llena de energía como siempre, por supuesto, pero como las mujeres de Altair empezamos finalmente a comprender, ni esta época ni este lugar resultan fáciles para nosotras; los mejores empleos se los llevan los hombres. Allá en la Tierra hace siglos que impera una absoluta igualdad de oportunidades y yo di por sentado que en Altair la situación era similar. Me llevó cierto tiempo comprender la realidad, pero cuando hablé de ello con mi amiga, que se dedica a la historia social, me explicó el porqué, aclarándome bastante las razones.
—Lo que está ocurriendo aquí en el siglo XXVI es lo que sucedió en la Tierra durante la Revolución Industrial. Una situación de conflicto de la que no hay salida. Abunda la mano de obra femenina barata, pero el único papel que se nos autoriza a jugar lleva el sello de la maternidad. Es lo que se llama el síndrome del patriarcado. Más niños para trabajar en las minas y demás... ya sabes.
Imagino que sí, que tenía que saberlo por la escuela, pero la historia no era mi punto fuerte y todo eso era, bueno, nada más que historia. Yo me dedico a la publicidad; mi especialidad son los anuncios tridimensionales a base de técnicas holográficas. Parte de mi trabajo consiste en encontrar a las "estrellas" adecuadas y persuadirlas para que realicen las proezas de los anuncios; yo fui quien descubrí al tipo que hacía el anuncio de los tranquilizantes, aquél en que aparece rodeado de lagartos venenosos y se limita a contemplarlos desdeñoso, ronroneando con una sonrisa. (Conserve la calma en las situaciones más apuradas; uno de los lagartos a punto estuvo de darle un mordisco, pero él ni se inmutó; todo lo que hizo fue echarse a reír. Debo señalar que corría peligro de muerte, pero, en realidad, eso es lo que hace que los anuncios tridimensionales vendan tanto; a la gente le emociona saber que en lo que ven no hay truco alguno, que todo es real; con las técnicas holográficas no se pueden hacer trampas.) Yo me encargo de organizar la cuestión de los seguros, las reservas del hospital, y todo lo relativo al guión. Soy una especie de secretaria de dirección, en un trabajo interesante, pero desde hace un tiempo he empezado a sentir escrúpulos morales. Cosa que no puedo permitirme.
Procedo de una familia de colonizadores, y los colonizadores, por definición, carecen de escrúpulos morales, porque, como todo el mundo sabe, la moral no entra para nada en eso de instalarse en un lugar desconocido, saquear todas sus riquezas y luego trasladarse a otro sitio. A cualquiera que empiece a poner en duda el sistema se le interna junto a esos chiflados que se creen los amos del universo y que se empeñan en proclamar que existe una raza de pérfidos inmortales que ejercen una enorme influencia sobre la humanidad y que dirigen el cotarro en beneficio propio. Mi amiga, la experta en historia social, dice que siempre han existido cabezas de turco que cargan con todas las culpas para desfogar las inquietudes profundas del pueblo; antes eran los gnomos de Zurich, banqueros internacionales, masones (sean lo que sean esos señores). No, yo no me creo esas historias, pero empiezo a pensar que quizá Altair no sea ya el lugar más adecuado para mí. De todos modos, ¿a qué otro sitio podría ir? En todas partes ocurre lo mismo; todo lo bueno se lo llevan los hombres y las mujeres jóvenes. La verdad es que todo parece una demencia general; se nos educa para que nos mantengamos fuertes y saludables, para que vivamos más años, y luego qué pasa: "Apártate, abuela; ya no haces falta".
Creo que la causa de que toda esta incertidumbre se apoderase de mí fue el anuncio de Alison Kesla para el coche Airborn que realizamos el año pasado. No es que yo participase especialmente en su confección, pero se encargó de hacerlo nuestra agencia y, claro, algo tuve que ver. He trabajado en anuncios de productos que sabía que eran auténticas basuras, de las que estaba convencida que no servían para nada y cuyo precio era desorbitado para la calidad que prometían, pero éste... bueno, tal vez lo que ocurre es que tenga que dedicarme a otra cosa.
Francamente, mi trabajo me gusta mucho, lo hago bien y en Altair hay mucho que vender; queda todavía un largo trecho para agotar sus recursos, y con los millones de planetas intactos que tenemos a nuestro alcance, ¿a quién le importa una explosión y un poquito de humo? Por lo visto en la Tierra se hizo necesaria la ecología antes de que se produjera la diáspora hacia las estrellas, pero aquí disponemos de toda la energía que deseamos; el desarrollo y la prosperidad son infinitos. Me inquieta un poco consignar por escrito estos leves escrúpulos morales; no me harían ningún bien si en la empresa llegasen a enterarse; ya se sabe que los escrúpulos morales y la economía son incompatibles. De todos modos, ¿qué razón podría yo tener para desear regresar al caos de la democracia? Todo funciona divinamente, dirigido por un poderoso gobierno central, a nadie le falta nada... ¿son realmente así las cosas?
Todo el mundo conoce a Alison Kesla, por supuesto. Es la chica que hacía el anuncio de los helados, una mujer guapísima, pecosa, de cabello rojizo dorado, ojos verdes y escultural cuerpo de marfil. Pero las morenas se pusieron de moda, a la gente empezaba a aburrirle el tipo de Alison y ella empezaba a mostrarse intranquila, como yo ahora. Quizá comenzase a tener dudas, a preguntarse: "¿Y luego qué?"
La cuestión es que nos encargaron realizar el anuncio del coche. A pesar de su nombre, el Airborn no es un vehículo aerodeslizante; aquí, con la cantidad de polvo que hay, este tipo de transporte resulta totalmente inadecuado; es un modelo deportivo, velocísimo, de gran estabilidad y excelente suspensión, parecido al modelo familiar pero con la parte trasera más amplia, para poder realizar cómodas excursiones de exploración durante los fines de semana. Como que aquí, entre los terremotos, ligeros pero constantes, los cambios de temperatura, el polvo y el problema de los cactus que alcanzan su desarrollo en dos horas —problema para el que todavía no se ha hallado solución— es imposible construir carreteras o mantenerlas en buen estado, bueno, la estabilidad de un coche es uno de los puntos fuertes para su venta. El vehículo que garantice que no vuelca y que avanza con suavidad sobre iodo terreno es el que quiere la gente, y en esto el Airborn presenta los últimos adelantos.
Imagino que habrá usted adquirido uno. Ahora los tiene todo el mundo. Fue un anuncio tridimensional de gran éxito que hizo que se vendieran a millares. A mi juicio se trata de un coche bien pensado, con su sistema de aspirador exterior incorporado al de aire acondicionado, que succiona el polvo y o comprime convirtiéndolo en bolitas que son expulsadas por la parte posterior. La primera vez que vi uno, no pude contenerme y me puse a reír a carcajadas, porque parecía una especie de armadillo blindado que hubiese comido demasiados garbanzos, acompañado de efectos sonoros. Dicho sistema puede eliminarse para circular por la ciudad, ya que no hay por qué bombardear a los transeúntes con proyectiles autofabricados, pero a campo traviesa es insuperable; ningún otro vehículo es capaz de proporcionar tan buena visión a elevada velocidad. Y la razón de que la suspensión sea tan perfecta es que los amortiguadores están construidos imitando exactamente el sistema de las vértebras humanas, es decir a base de unas bolsas fibrosas de sustancia coloidal, capaces de expandirse y comprimirse, y los discos no se rompen bajo ningún tipo de presión, porque, al igual que los discos humanos, en el momento de producirse el rebote, ocupa su lugar un segundo disco perfectamente comprimido que absorbe el choque mientras el volumen se iguala. Resultado: ni el más leve temblor en el compartimiento interno, que es independiente y se halla suspendido por separado en el interior de la carrocería. La sustancia coloidal que contienen dichos discos responde a una fórmula secreta. Hubo quien dijo que se trataba de sustancias procedentes de vértebras humanas, pero, por supuesto, no era más que una broma morbosa, de pésimo gusto. La sensación es la misma que hallarse cómodamente sentado en un salón, pero viajando a ochocientos kilómetros por hora sin notar el más ligero temblor. Caro, carísimo. Destinatarios iniciales de tal maravilla, las clases profesionales y un potencial mercado femenino, con dinero, desde luego. ¿Habría algún enfoque publicitario capaz de unir ambos mercados? No podía tratarse de un enfoque sexual, porque ello molestaría a los maridos. La parte trasera, claro está, se halla equipada con un asiento convertible en cama, para una posible aventura con algún pasajero recogido en auto-stop. Hasta en pleno desierto altariano perduran las fantasías de este tipo. Así pues, la directriz era no emplear imágenes sexuales, pero tenían que aparecer mujeres. Los cuerpos femeninos son capaces de vender cualquier cosa a todo el mundo, pero necesitábamos dar con algo un poco diferente, original, para captar a científicos, artistas, médicos, etc. Fue la mención de los médicos lo que hizo surgir la idea, pero antes de ello alguien propuso la sobada imagen de una copa de vino tinto colocada en el asiento delantero; el conductor, en medio de un terremoto, frena bruscamente a cinco metros del borde de un precipicio y no se derrama ni una sola gota. El bobo que propuso esta idea recibió algunas miradas despectivas porque la penalización máxima por conducir en estado de embriaguez ¡es una lobotomía! Además, la tapicería del coche era de gamuza blanca, piel de no que bicho parecido a una cabra traído de los más remotos confines de la galaxia, y al preparar la escena, bastaba con derramar una gota para que el coche quedase estropeado. Risas.
Supongo que fue la visión de unas manchas rojas sobre la tapicería blanca, junto con la mención de los médicos, lo que originó la idea final en el subconsciente de alguno de los presentes, y uno de ellos dijo:
Podríamos realizar una operación quirúrgica en el asiento trasero; algo delicado que requiera extrema precisión.
—¡Sí, una lobotomía, y a ti! — le espetó el jefe. No obstante, un segundo después, su expresión había cambiado. Se veía que había dado con algo interesante.
Como sin duda sabrán ustedes, la histerectomía es la última moda en lo que a anticonceptivos se refiere; toda mujer que haya sido sometida a dicha intervención ve aumentar considerablemente sus posibilidades de conseguir empleo, pues esos pocos días mensuales más de máximo rendimiento impresionan favorablemente a todo patrón, sobre todo si es varón. Muy lucrativo para los cirujanos. Entusiasmados con la originalidad del proyecto, nos pusimos en contacto con varias clínicas y la búsqueda del cirujano y la modelo comenzó. Contratamos a Marlin Drafe, famoso tanto en el campo de la cirugía estética como en el de la ginecología; era uno de los que proclamaban: "¡Si la diferencia es biológica, señoras, no se preocupen; eso tiene arreglo!"
Al principio albergué ciertas dudas con respecto a Alison Kesla, pero en el departamento artístico me convencieron indicando que nada mejor que su piel marfileña sobre la tapicería blanca y otras cosas por el estilo que suelen decir los de ese departamento; por otra parte supuse que a Alison debía alegrarle la valiosa oportunidad que este anuncio significaba para su carrera. La nueva chica de los helados era una negra fabulosa que dejaba que las bolas del cucurucho se derritieran un poco goteándole por el cuerpo. Al parecer, las ventas han aumentado enormemente.
El anuncio es precioso y los del departamento artístico hicieron un buen trabajo. El maquillaje de Alison poseía un suave tono dorado, su melena rojiza era perfecta, su expresión, al ingerir los sedantes previos a la operación, soñadora, sus ojos verdes, serenos y lejanos, y el plano de sus largas y torneadas piernas al entrar en el coche y recostarse sobre las sábanas de satén blanco, ajustadas sobre tina funda de plástico, — se pusieron muy serios con lo de la tapicería—, y luego la manera como se dejaba vencer por el sueño mientras el conductor aceleraba, pasando de O a 800 en una distancia doce mayor que la longitud del coche, resultaron realmente magníficos. Llevábamos casi una semana ensayando varias veces al día el movimiento de la cámara para que las tornas resultasen perfectas a esa velocidad; los rayos tenían que dar plenamente en el blanco y permanecer inmóviles durante toda la secuencia; no podía producirse la menor interrupción, o de lo contrario el público hubiese dicho que utilizábamos planos rodados en el estudio. Pero nuestros técnicos son extraordinarios, verdaderamente extraordinarios.
Drafe, al principio, protestó por tener que operar arrodillado, pero el dinero resuelve estos problemas y, considerando lo relativamente reducido del espacio, con el oxígeno y la bandeja del instrumental (lo colocaron en una bandeja imantada para apaciguar los temores del cirujano, que no tenía fe alguna en la estabilidad del coche y temía no acertar e¡ instrumento necesario con la interferencia de los que rodaban), realizó un trabajo perfecto, sin asistencia de ninguna clase. En el anuncio se aprecia todo: el maravilloso resplandor violeta de las montañas entrevisto por las ventanillas de! coche, las manchas rojas, la primera incisión, que fue a propósito extremadamente lenta (a sugerencia, nuevamente, del departamento artístico), y cuando la operación ha terminado, el cirujano con gesto lento se quita los guantes y da una suave palmada al cuerpo de Alison. Y luego ella se despierta con una dulce sonrisa y murmura: "¿Cuándo empezamos?" Creo que solamente ese detalle persuade a muchas mujeres a someterse a la intervención y a comprar el coche; en algunos casos, estoy segura de que se deciden a ambas cosas.
Jamás llegaré a saber cómo logró Alison esbozar aquella soñolienta sonrisa. Después del anuncio, cuando se restablecía en el hospital, se derrumbó por completo. Lo que no se veía en el anuncio era que estaba embarazada. Deseaba intensamente aquel hijo. El padre era uno de los directivos de la empresa. Si rechazaba aquel trabajo, no volvería a trabajar nunca más, le dijeron.
Alison trabaja mucho; el anuncio volvió a colocarla en la cumbre. Parece contenta, tiene buen aspecto. Pero quería un hijo y yo también lo quiero. Este tiempo que dedico a pensar no va a hacer ningún bien a mi carrera. De todos modos, me gustaría alejarme del mundo de la publicidad; en el fondo y en secreto, opino que las cosas se llevan demasiado lejos. Pero ¿de qué otro modo puedo ganarme la vida aquí, en Altair Tres o en cualquier otro sitio? Necesito pensar. Necesito pensar mucho.
Fin
Josephine Saxton nació en Alitas en 1935. A los quince años abandonó sus estudios escolares e ingresó en la Escuela de Bellas Artes. Ha estado casada dos veces y tiene cuatro hijos y dos nietos. "Desde pequeñita quería ser una famosa escritora, pintora o bailarina, y sigo trabajando para conseguirlo. Felizmente divorciada, estoy estudiando acupuntura china tradicional para licenciarme en esa materia, y además escribo novelas, cuentos y artículos frívolos. "Entre sus obras destacan The Hieros Gamos of Sam and An Smith, Vector for Seven, Group Feast, The Travails of Jane Saint y numerosos cuentos. Su última novela, Queen of the States, va a aparecer próximamente editada por The Women’s Press.
De Gran operación en Altair Tres dice: "La idea de este relato nació de un anuncio americano de un coche que hacía referencia a una circuncisión practicada en su asiento trasero. Eso me recordó las esculturas de tamaño natural (he olvidado el nombre del famoso artista que las realizó) que representaban escenas sexuales en el asiento trasero de un Ford de los años cincuenta, y de ahí tomé la idea".