CHICA PIN-UP (Robert Bloch)
Publicado en
enero 24, 2020
La primera vez que el príncipe vio a Lani fue en el "Ciro".Ella estaba pasando la gran noche; baile, cena, bebidas, todo el programa. La acompañaba Gibson y la fiesta formaba parte de sus actividades. Él incluso le había facilitado un traje de noche que le caía a las mil maravillas. Todos la miraban y los fotógrafos sacaban una instantánea tras otra. Aquello era vivir.
El maître dejó una tarjeta sobre su mesa. Había el nombre grabado en la parte superior, Príncipe Ahmed, y una sola línea escrita a mano que decía: ¿Puedo tener el placer de su compañía?
Se la enseñó a Gibson.
—¿Quién es ese tipo? — preguntó.
Gibson la miró con ojos muy abiertos.
—¡No me digas! — exclamó-. Querida, no es posible que hables en serio. ¿Es que nunca lees la revista Time? Dicen que ese hombre no sabe qué hacer con el dinero; se habla de unos ingresos de medio millón a la semana, o algo por el estilo. Petróleo, ya puedes figurártelo. ¡Algo fabuloso! Ha venido en misión diplomática...
—¿Qué aspecto tiene? — quiso saber Lani-.¿Puedes señalármelo?
Gibson miró hacia un lugar situado a su derecha.
—Allí, la tercera mesa. El que se halla frente a nosotros.
Lani miró y vio un grupo de cuatro hombres. Tres de ellos eran altos y barbudos; el cuarto era menos corpulento, iba completamente afeitado y su tez era menos oscura que la de sus compañeros.
—El príncipe es el que no lleva barba -explicó Gibson-. Desde luego, no es un Ali Khan, pero...
Lani sonrió.
—No te preocupes -murmuró-. No me interesa. Nos ganamos bien la vida, sin tener que recurrir a individuos grasientos. No los necesitamos.
Apoyó la mano en la muñeca de Gibson. De ordinario, a éste le desagradaba que alguien le tocase, pero esta vez no la apartó.
—¿Estamos saliendo adelante, verdad? — preguntó ella-. Veo que este trabajo que me has buscado no es ninguna tontería.
Gibson se pasó la lengua por los labios y echó una vistazo al escote de ella.
—La primera vez que hablé contigo te dije, querida, que sé cómo hay que manejar una mercancía. Y lo que tú posees yo sé venderlo. ¿Acaso no he estado tomando fotos tuyas durante dos meses? ¿Acaso no he gastado una fortuna en negativos, en ropas y en aquel equipo que contraté sólo para que tu nombre corriese por todas partes? La cosa va a empezar a dar sus frutos, preciosa, puedes creerme. Ni se tratará de calendarios o fotos artísticas, ni tampoco de concursos de belleza trucados. Hasta hoy he publicado fotografías tuyas en veintitrés revistas, y dentro de unas semanas aparecerás en otras cincuenta. Cubiertas, interiores, páginas a todo color, no me he privado de nada.
El camarero tosió discretamente y depositó un pequeño sobre largo en la mano de Lani.
Ella lo abrió.
—Otra tarjeta -anunció-. Ésta sólo dice: Por favor.
—Un momento, querida. — Gibson se apoderó del sobre-. Hay algo dentro. ¡Mira!
—¡Caray! — exclamó Lani.
Los dos contemplaron el rubí. Era del tamaño de una pequeña canica.
—¡Caray! — repitió Lani.
De pronto, ella cogió el rubí y se levantó.
Gibson se volvió hacia un lado y examinó la pared.
—Por favor, guapo -murmuró Lani-. Es cosa de un minuto. Al fin y al cabo, tengo que devolverlo.
Gibson guardó silencio.
—Bien, no vamos a ponernos a discutir por esto -dijo Lani-. Quiero decir que...
Gibson se encogió de hombros, pero siguió sin mirarla.
—Mañana tenemos que hacer fotografías en la playa, ¿te acuerdas? — murmuró-. Te esperaré hasta el mediodía. Procura venir antes, querida. ¿Me harás este favor?
Lani vaciló. Podía notar cómo el rubí le quemaba en la mano. De pronto, dio media vuelta y se dirigió hacia la mesa del príncipe. El rubí abrasaba y sabía que también sus ojos despedían fuego y sus mejillas ardían cuando sonrió y dijo:
—Perdone, pero ¿es usted el caballero que...?
Lani se despertó a la mañana siguiente cuando ya eran más de las doce. Desde luego, había olvidado por completo la cita con el fotógrafo, y de momento, a causa de su jaqueca, no supo siquiera dónde estaba. Después reconoció lo que la rodeaba; el gran dormitorio en la gran suite del gran hotel. Y reconoció al hombrecillo que estaba de pie junto a la cama. Cuando vio que él la estaba mirando, se acordó de sonreír. Con toda intención, dejó que la sábana se deslizara al bostezar ella, y después se desperezó. La sábana resbaló del todo. Lani esperó la reacción.
Quedó sorprendida al ver que él fruncía el ceño.
—Por favor, querida -dijo-. Cúbrete.
Lani se atusó los cabellos.
—¿Qué te ocurre, pequeño? — susurró.
—Es que en mi país las mujeres no...
—¿Qué importa tu país? — Lani le tendió los brazos-. Ahora estás aquí.
El príncipe movió la cabeza negativamente.
—Son más de las doce -observó.
—¿Y qué tiene que ver?
—Pensé que tal vez tendrías apetito.
Lani se sentó en la cama.
—¿Vas a llevarme a almorzar?
—El almuerzo será servido aquí -dijo el príncipe-. Ya lo he encargado y están a punto de traerlo.
—Entonces será mejor que me apresure a vestirme.
Pero el príncipe no pareció oírla. Salía ya de la habitación.
Lani se encogió de hombros. El príncipe era un hombre bastante raro, desde luego. Se lo contaría a Gibson cuando le viese. En realidad, debería llamarle en seguida y explicarle el motivo de su tardanza.
Halló el teléfono en una mesa que había al lado de la cama, pero antes de coger el auricular encontró un sobre en el que alguien había escrito su nombre. Dentro había una tarjeta, también con el nombre grabado, pero sin nada escrito en ella. Debajo de la tarjeta había una gema verde. Lani la cogió y la examinó. Una esmeralda, de tamaño doble que el rubí, y después contempló el teléfono. Por último, movió la cabeza en ademán negativo. Gibson tendría que esperar. Pensaba contárselo todo, desde luego, pero antes tendría que esperar...
Gibson esperó durante más de una semana antes de que Lani volviera a dejarse ver. Finalmente, se encontraron en el estudio de él. El apartamento particular de Gibson ocupaba la parte posterior de su tienda, y fue allí donde Lani lo halló.
—Sólo puedo quedarme un minuto, querido -dijo Lani.
—No me vengas con premuras de tiempo -lamentóse él-. Y también puedes dejar de llamarme "querido". ¿Qué diablos te ha ocurrido?
—¡Algo sencillamente fantástico! — suspiró Lani-. ¿Recuerdas aquel rubí? Pues bien, a la mañana siguiente fue una esmeralda, y después un diamante, y al tercer día una sarta de perlas. Más tarde llegó un brazalete de jade; y ayer fue un broche de turquesas, y te juro que no sé cómo se las ha arreglado, pues en toda la semana ni siquiera ha salido de la suite. Siempre ha hecho subir las comidas y ningún miembro de su servidumbre me ha visto nunca. Es algo parecido a lo de las Mil y Una Noches...
Gibson la miró con ojos desorbitados.
—¿Y ese traje también es de las Mil y Una Noches? ¿De dónde has sacado ese modelo tan abominable? Pero si te llega casi hasta la barbilla...
—Él me lo encargó. Tengo todo un guardarropa similar. Dice que en su país las mujeres son recatadas, y que una esposa jamás se desnuda ante su marido...
—Ya comprendo -dijo Gibson.
Lani se llevó la mano a la boca.
—No tenía intención de contártelo así -dijo-. De verdad, no pensaba hacerlo. Pero mañana se marcha y siempre me ha estado suplicando. Y como tú dijiste, nada en dinero. Ha de ser uno de los hombres más ricos del mundo; yo tendré una fortuna...
—La sempiterna canción de amor -murmuró Gibson.
—Ya lo sé. Pero yo no le amo. ¡Al fin y al cabo, tú no puedes tenerlo todo!
Gibson la miró con ojos semicerrados.
—Tampoco tú puedes tenerlo todo -replicó-. Por lo menos, no todo lo que tú quieras.
—Te aseguro que me importa un bledo el aspecto amoroso. Los hombres no significan nada para mí. Como tampoco te interesan a ti las mujeres. Pero el dinero...
—Tampoco te interesa el dinero -murmuró Gibson-. En realidad, tanto te da. — Se dirigió hacia su escritorio y regresó con un fajo de papeles-. Eso es lo que tú quieres -dijo-. Anda, echa una ojeada.
—¡Pero si es mi retrato! ¡En cubierta! ¡Y esto ha de ser la postal de que me hablaste! ¡Oh, querido, son sencillamente estupendas!
—Basta de exclamaciones -interrumpióla Gibson sonriendo-. Ya te dije que la cosa empezaba a dar sus frutos, ¿recuerdas? ¿Acaso no te prometí que no tardaría en llegar el gran momento de tu triunfo? Y esto sólo es el comienzo, puedes creerme. La gente te perseguirá con las estilográficas a punto de firmar; tendrás los contratos que te dé la gana, cine, televisión, todo lo que tú quieras... ¿Sabes lo que ocurrió con la Monroe, la Mansfield y la Ekberg, verdad? Pues bien, lo tuyo puede rebasarlo.
Lani se mordió los labios.
—¿Estás seguro de que no piensas sólo en tu participación en ese negocio?
Gibson denegó con la cabeza.
—No lo creas. Yo me ganaba la vida antes de conocerte y pienso seguir ganándomela, gracias. A mí tampoco me interesa el dinero; es lo mismo que te ocurre a ti. Tú no quieres llegar a estrella a causa del dinero. Tú quieres ser una estrella para que todos puedan verte en la pantalla.
Gibson se había acercado tanto a ella que Lani pudo notar su aliento en la cara.
—Pero si sus sueños fuesen reales de nada les serviría, ¿verdad, querida? Tú lo sabes bien, y yo lo adiviné apenas te vi por primera vez. Porque tú nunca te enamorarás de nadie, como no sea de ti misma. Tu cuerpo, eso es lo que tú amas. Tu cuerpo, y saber lo que ocurre dentro de los cuerpos de los demás. Yo supe comprenderlo y me di cuenta de lo que yo era capaz de hacer. Tú nunca serás una actriz, pero yo puedo convertirte en estrella. Nunca serás una esposa para nadie, pero yo te puedo transformar en amante de todo el mundo. De modo que será mejor que olvides la parte monetaria. No tiene importancia. No se trata de ti.
Lani retrocedió.
—No lo sé -dijo.
—¿Qué quieres decir? ¡Claro que lo sabes!
—Está bien. No se trata de dinero. Has dicho la verdad, supongo. Es lo que yo siento. Quiero que me miren. Todos los hombres. Lo he sentido desde que era una niña. Lo extraño es que no lo siento cuando me tocan o cuando tratan de hacerme algo, sino cuando me miran o cuando sé que me están mirando e imagino lo que están pensando...
—Lo sé -susurró Gibson-. Lo sé, querida. Es la misma emoción que siento yo cuando tomo mis fotografías. Es la sensación de tomarles el pelo. De burlarnos de todo ese mundo sucio y podrido. ¿Y por qué no? Les daremos lo que desean, y nosotros obtendremos lo que queremos.
—No es tan fácil -dijo Lani-. Es lo que quería contarte antes. El príncipe es muy celoso. Te aseguro que me he visto obligada a escabullirme para poder verte hoy. Si él sospechase dónde estoy...
—¡No seas ridícula! — exclamó Gibson-. ¡Piensa que nos hallamos en Estados Unidos, en nuestro país! Nadie puede venirnos con escenas orientales...
—¡Dios mío!
La exclamación de Lani sobresaltó a Gibson, pero su reacción fue tardía. Tuvo el tiempo justo para dar media vuelta y ver cómo el príncipe aparecía detrás de uno de los biombos del estudio, y apenas tuvo tiempo para levantar las manos cuando se fijó en la pistola que empuñaba el príncipe.
Pero el príncipe no disparó. Se limitó a avanzar, sonriendo y sin ninguna expresión en los ojos, y cuando estuvo lo bastante cerca su brazo se alzó y la pistola se abatió sobre la cabeza de Gibson.
Cuando Gibson recobró el conocimiento hallóse sentado en el diván que había en un ángulo del estudio. El príncipe estaba arrellanado en un sillñon, fumando un cigarrillo. Lani había desaparecido.
—Me inquietaba la posibilidad de que hubiese sufrido usted una contusión grave -le dijo el príncipe-. Por esto pensé que sería mejor esperar hasta poder asegurarme de su restablecimiento.
—¡Muy amable por su parte! — murmuró Gibson, frotándose las sienes doloridas-. Creo que estoy perfectamente. Y ahora, será mejor que se marche antes de que llame a la policía.
El príncipe sonrió.
—Será mejor que no lo haga -dijo-. Hay lo de la inmunidad diplomática y todas estas cosas. Pero pienso marcharme dentro de un momento. Para satisfacción suya, añadiré que esta noche salgo en avión antes de lo previsto en mi programa.
—Pero no se marchará con Lani.
El príncipe inclinó la cabeza.
—Tiene razón, la joven no viene conmigo. Oí toda la conversación entre ustedes dos. Fue oportuno, pues me libró de cometer un error imperdonable.
El príncipe se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—Mientras ustedes dos hablaban, recordé una de sus leyendas. La historia de Circe, la bellísima hechicera, en cuya presencia los hombres se convertían en cerdos. Lani tiene este poder, el poder de convertir a los hombres en bestias. Su misma imagen basta para transformarlos en perros jadeantes y suplicantes. Usted la describe como una pin-up, pero a mí me consta que es una bruja. El poder de ustedes dos unido para conspirar es una fuerza maligna y me considero muy afortunado por haberme zafado de su influencia.
Mientras Gibson se levantaba, abrió la puerta.
—Espere un momento -dijo Gibson-. ¿Dónde está Lani?
El príncipe se encogió de hombros.
—Cuando yo le golpeé, ella se desmayó, y me tomé la libertad de trasladarla a su apartamento. Supongo que la encontrará esperándole en su dormitorio. Un lugar muy adecuado para una chica pin-up.
El príncipe se marchó y Gibson avanzó vacilante a través del vestíbulo que conducía a su apartamento. Había luz en su dormitorio y parpadeó al hallarse en el umbral y tratar de sonreír. Era para echarse a reír. El príncipe se había marchado para siempre y nada grave había ocurrido. Él y Lani seguirían juntos y vencerían todos los obstáculos, tal como habían planeado. Valía la pena dedicarle una amplia sonrisa, una mueca de complicidad.
Allí estaba Lani, esperándole. El príncipe debía de haberla trasladado mientras ella estaba inconsciente, pues Lani no llevaba casi ropa y estaba apoyada en la pared del dormitorio con los brazos abiertos y una sonrisa seductora en el rostro. Muy adecuado, desde luego.
Después Gibson miró más atentamente y vio que la sonrisa no era más que una mueca y que los brazos y piernas de Lani no estaban separados, sino totalmente extendidos.
Antes de volver a desmayarse, las palabras de despedida del príncipe volvieron a resonar en los oídos de Gibson.
—Un lugar muy adecuado para una chica pin-up.
Nadie podía discutirlo. Había clavado a Lani en la pared del dormitorio.
Fin