EL CASO DEL RENOIR FALSIFICADO
Publicado en
octubre 13, 2019
Sigamos, paso a paso, a un superdetective, especialista en resolver casos de robos de obras de arte.
Por Preston Lerner.
EN LAS ELEGANTES GALERÍAS de arte de Los Ángeles, California, corría el rumor de que un Renoir estaba en venta. La excelente diapositiva que se proyectó para promover su venta mostraba el cuadro Muchacha con margaritas, óleo de gran luminosidad realizado a fines del siglo XIX. Se pedía por él algo más de 3 millones de dólares, cantidad razonable considerando que se trataba de una verdadera obra maestra. Pero había un problema: se suponía que ese Renoir debía estar colgado en el Museo Metropolitano de Arte, de la Ciudad de Nueva York:
Uno de los corredores sospechó que algo andaba mal y telefoneó a Bill Martin, detective adscrito a la Sección de Robos de Casas y Autos del Departamento de Policía de Los Ángeles (DPLA). Martin, tipo musculoso de 46 años de edad que bien podría encarnar en el cine al prototipo de los policías de antaño, es conocido como el especialista del DPLA en delitos relacionados con obras de arte. Es uno de los pocos agentes norteamericanos que trabajan de tiempo completo en este tipo de hurtos.
Se trata de un campo muy fértil. En 1990 se informó del robo de unas 5000 obras de arte a la Fundación Internacional de Investigaciones Artísticas, agencia que tiene su sede en la Ciudad de Nueva York y en la que se concentra la información relativa a esta clase de delitos. Gran parte de los expertos en la materia opinan que, por este concepto, se pierden cada año más de 2000 millones de dólares. "En el mundo, el robo de obras de arte es la actividad delictiva más importante después del tráfico de drogas", afirma Robert Volpe, consultor especializado en la protección de estos bienes.
En 1978, cuando Bill Martin comenzó a trabajar en la mencionada dependencia del DPLA, no sabía casi nada de arte; pero le dolió enterarse de que iba en aumento el número de casos sin resolver en este tipo de delitos. "Nadie se ocupaba de ellos", comenta Martin. "Como yo acababa de ingresar en la sección, les pregunté a varios compañeros que llevaban alrededor de 20 años allí: ¿A dónde van a parar estas cosas? ¿ Quién las compra? Nadie sabía nada".
Martin siguió algunos cursos de historia del arte en la Universidad de California en Los Ángeles; visitó numerosas galerías de la ciudad y charló con los corredores. En una libreta de argollas comenzó a reunir lo que a la larga se convirtió en un banco de datos computarizados sobre robos y referencias cruzadas de gente sospechosa. "No tardé en lograr resultados", recuerda. "En 1979, la división no recuperó ni una sola de las piezas robadas; y en 1980, el valor de las que recobramos rebasó el millón de dólares". En los últimos diez años, Martin ha investigado más de un millar de casos, en los que se buscaba lo mismo una pieza de alfarería precolombina que un Picasso falsificado o unas espadas de samurai. Gracias en buena parte a sus sonados triunfos, el DPLA creó en 1983 un grupo especializado en esta clase de ilícitos.
"Creo que nadie en el país ha investigado tantos robos de obras de arte como yo", comenta Bill Martin con un entusiasmo juvenil poco común en una persona que lleva 23 años de policía. "Cuando alguien roba joyas, es posible que desprenda las piedras preciosas o que funda el oro. Pero, si se modifica una pintura, se destruye lo que hacía de ella una obra de arte. Puesto que las pinturas casi siempre conservan su forma ori-ginal, siempre tenemos probabilidades de recuperarlas".
El corredor que puso sobre aviso a Martin acerca del Renoir en el otoño de 1989 refirió que quien intentaba venderlo decía a los posibles compradores que el Museo Metropolita-no estaba a punto de subastarlo. Martin se puso en contacto con el curador del museo, quien le aseguró que no había la menor intención de deshacerse del cuadro.
"El vendedor estaba ofreciendo en venta, o una falsificación, o una diapositiva", recuerda Martin. "En este último caso, el vendedor muestra a sus clientes una diapositiva y les dice que necesita un anticipo de entre 25,000 y 50,000 dólares a fin de poder mostrarle la obra original. Naturalmente, se esfuma en cuanto recibe el dinero". En cualquiera de los dos casos se estaba cometiendo un delito, y Martin debía identificar y localizar al culpable.
El detective del DPLA les pidió a varias personas bien relacionadas con los círculos artísticos de la localidad que, en cuanto se enteraran de que alguien andaba vendiendo un Rehoir, le avisaran. A pesar de que la comunidad artística es muy exclusivista y no mira con buenos ojos a los extraños, no echaron en saco roto la solicitud de Martin, quien goza de muy buena fama gracias a los más de diez años que lleva dedicado a su especialidad. Por desgracia, ninguna de sus fuentes pudo ayudarlo esta vez.
Así transcurrieron varias semanas, hasta que inesperadamente le telefoneó la FBI. El propietario de una galería, a quien los agentes federales habían detenido en cierta ocasión por un delito relacionado con estu-pefacientes, declaró que le había llegado la noticia de que el DPLA andaba buscando al individuo que ofrecía en venta un Renoir, y que él estaba dispuesto a proporcionar datos sobre un socio suyo, poseedor de un Renoir falsificado.
El soplón dijo que su socio se llamaba Frank Orval. Martin no reconoció el nombre; pero en cuanto le describieron con detalle al sospechoso, supo sin lugar a dudas de quién se trataba. El tal Orval era un tipo alto y bien parecido; hablaba con acento francés, vivía en un elegante ático, y tenía un Rolls-Royce. Bill Martin lo conocía como Frank De Marigny.
En más de una ocasión, De Marigny, corredor de obras artísticas, se había hecho pasar por aristócrata francés —"Príncipe Frank", rezaban sus tarjetas de visita—, por un graduado de la Sorbona de París, por un doctor en artes y en derecho, y por un profesor de pintura, primero de una institución ginebrina y después de la Universidad de California en Los Ángeles. Varios años antes había sido uno de los principales sospechosos del robo de otro Renoir, pero Martin no había logrado probar su culpabilidad a pesar de que al supuesto cómplice de De Marigny sí se le declaró culpable. Esta vez Martin decidió atraparlo con las manos en la masa.
El detective consiguió que tres policías de ascendencia japonesa participaran en una hábil operación. Pidió al soplón que le dijera a De Marigny que había conocido a un negociante japonés que tenía mucho dinero y era ferviente admirador del impresionismo francés. Se concertó una cita en un hotel de Los Ángeles.
El miércoles siguiente, poco después de las 5 de la tarde, De Marigny y el soplón entraron en la habitación 2107 del Hotel New Otani. Llevaban dos falsificaciones: la del Renoir y la de una acuarela de Raoul Dufy. Los recibieron tres policías, quienes se hicieron pasar por el señor Tomi-zawa —el comprador—, su intérprete y su secretario. Martin estaba en una habitación contigua escuchando la conversación transmitida a través de los micrófonos que llevaban ocultos los policías. Martin estaba nervioso porque, dice, "muchas veces las cosas salen mal".
En esta ocasión todo salió bien. Al cabo de hora y media de regateos, De Marigny acabó rebajando el precio del Renoir y regalándole a "Tomizawa" la acuarela de Dufy. Cuando salió al pasillo, llevando en el bolsillo el recibo por una orden de pago de 3 millones de dólares, lo detuvieron dos detectives del DPLA. Al principio se declaró ajeno a toda actividad ilícita, mas en cuanto supo que el señor Tomizawa era en realidad policía, no le quedó otro remedio que confesar.
"La confesión fue el broche de oro del caso", comenta Martin mientras pasa las hojas del expediente. "Todo salió a pedir de boca".
De Marigny fue sentenciado a tres años de prisión. El Renoir falsificado resultó ser una reproducción fotográfica de excelente calidad, pegada a una tela envejecida artificialmente y recubierta con barniz claro. "Tan bien hecha estaba la falsificación, que los especialistas del Museo Metropolitano tuvieron que valerse de un microscopio para salir de la duda", concluye Martin.
Bill Martin cierra la carpeta del expediente de De Marigny. En estos días trabaja en otros casos no menos intrigantes: un Matisse desaparecido, varias falsificaciones de obras de Dalí, un corredor que huyó con cientos de pinturas que le confiaron los propietarios. La lista es interminable; lo cual, a decir verdad, le fascina a Martin.
CONDENSADO DE "AMERICAN WAY" (15-X-1991), © 1991 POR AA MAGAZINE PUBLICATIONS, DE DFW AIRPORT, TEXAS.