ES LA ÉPOCA DE SER GELATINA (Richard Matheson)
Publicado en
agosto 26, 2019
A papá, la nariz se le cayó durante el desayuno.
Cayó exactamente en el café de mamá, y lo tiró. El silbido de Prunella apagó la lámpara.
—¡Zambomba, papá! — exclamó mamá, en la penumbra-. Si sabías que estaba a punto de caer, ¿por qué no te la quitaste tú mismo?
—¡No lo sabía! — contestó papá.
—Eso es lo que dijiste la última vez, papá -dijo Luke, ahogándose con la corteza de pan.
El tío Roca chasqueó los dedos a un lado de la lámpara. El silbido de Prunella apagó la llama.
—Deja de reírte, muchacha -la reprendió mamá.
Prunella aminoró sus sacudidas, deteniéndose atropelladamente al tiempo que derramaba el potaje de hígado.
—¡Que cargue el diablo con él! — dijo el tío Ojos.
—Bueno, encended la mecha, encended la mecha -rogó el abuelo que estaba leyendo.
Prunella jadeó, agitándose en el polvo. El tío Roca volvió a echar chispas y encendió la lámpara.
—¿Dónde estaba? — preguntó el abuelo
—Vuélvete a subir -dijo mamá.
Prunella trepó otra vez a su roca, mientras que de sus ojos resbalaban lágrimas de risa.
—Niña aturdida -dijo mamá, y sirvió otra cucharada de potaje sobre la mesa de Prunella-. ¡Anda! — ordenó.
Sacó la nariz de papá de su café y se la lanzó
—Mamá, he decidido pedírselo ahora -dijo Luke.
—¿De veras, hijo? — preguntó mamá- ¡Qué bueno!
—¡No tiene ningún objeto! — exclamó el abuelo- ¡La maldita fuerza de la vida está consumida!
—Escucha, papá -dijo el padre-. Ten cuidado de no molestar a los chicos.
—¡Lo dice aquí mismo! — dijo el abuelo, golpeando el periódico con la muñeca-. ¡Hemos dejado entrar las longitudes de onda de la antivida! ¡Eso es lo que hemos hecho!
—Basura -replicó el tío Ojos-. ¿No estamos viviendo?
—¡Estoy hablando de las generaciones futuras, maldito tonto! — dijo el abuelo, y se volvió hacia Luke-. ¡No tiene ningún objeto, muchacho! ¡Es imposible que tengáis hijos!
—Eso mismo nos dijeron también a papá y a mí -lo tranquilizó mamá-, y tenemos dos hermosos hijos. No hagas caso al abuelo, hijo mío.
—¡Estamos dividiéndonos! — reveló el abuelo-. Nuestras células están creciendo. El hombre lo dice aquí mismo. ¡Somos gelatina! Como gelatina que se deshace.
—Yo no -dijo el tío Roca.
—¿Cuándo piensas preguntarle? — inquirió mamá.
—¡Hemos destruido el toldo protector! — gritó el abuelo.
—¿El qué? — preguntó tío Ojos.
—Esta mañana -dijo Luke.
—¡Hemos impregnado las nubes! — dijo el abuelo.
—Se sentiría muy contenta -dijo mamá, y le dic a Prunella unos golpecitos en la cabeza con un mazo-. Come con la boca, niña — ordenó.
—Nos uniremos en mayo próximo -dijo Luke.
—¡Hemos bajado la presión del sistema climático! — dijo el abuelo.
—Prepararemos tu rincón -dijo mamá.
El tío Roca, mientras sus mejillas se le descascaraban, continuó comiendo su potaje.
—¡Hemos echado a perder el maldito plan maestro! — afirmó el abuelo.
—¡Oh! ¡Cierra ya el pico! — dijo tío Ojos.
—¡Cierra el tuyo! — contestó el abuelo.
—Tengamos un poco de armonía y silencio -pidió papá, rascándose la nariz. Escupió y derribó una araña voladora. Prunella ganó la carrera.
—Maldita pierna -dijo Luke al regresar cojeando a la mesa.
Volvió a colocar en su sitio el hueso de la cadera. Prunella comió, jadeando.
—¿Se te está aflojando la pierna nuevamente, hijo? — preguntó mamá.
—Supongo que aguantará -contestó Luke.
—¡Lo dice aquí mismo! — dijo el abuelo-. ¡Estamos cayendo bajo una sombrilla mortífera! ¡Un paraguas de muerte!
—Pamplinas! — dijo tío Ojos. Elevó el brazo de en medio y le guiñó a mamá el ojo azul.
—Anda, vete -dijo mamá, ahogando una risa.
La pared del este cayó.
—Ahí va -observó papá.
Prunella descendió de su roca y salió, rodando y jadeando, por la abertura.
—Es una chica entusiasta -dijo mamá, barriendo los fragmentos de mejilla de la mesa.
—¿Qué me dices de mi rincón? — preguntó Luke.
—¡Lo que dice aquí mismo!-insistió el abuelo-. ¡Las cargas eléctricas son difuminadas! Las estructuras atómicas destruidas!
—Volveremos a levantarnos -dijo mamá-. Nada temas, Luke.
—Tendremos una fiesta -dijo tío Ojos-, con cerveza de yute y todo.
—¡No tiene ningún objeto! — aseguró el abuelo-. ¡Hemos hecho añicos todo el asunto!
—Escucha, papá -le dijo mamá-. No tiene ningún objeto tampoco el predicar la ruina. ¿No han estado predicándola desde mi infancia? No existe ninguna razón en el mundo para que Luke no se una a Annie Lou. ¿No tienen acaso dos fuertes brazos y cuatro potentes piernas? ¿No tiene sentido iniciar la danza de la vida?
—No tenemos nada que temer -observó papá-, excepto el temor mismo.
El tío Roca asintió y raspó un fósforo de azufre a lo ancho de su quijada, para encender su yesca.
—Es necesario tener fe -dijo mamá-. No tiene objeto entristecerse impíamente, como lo hacen esos hombres científicos.
—¡Que los envíen al ejército! — exclamó tío Ojos-. ¡Pónganles una bomba Z en los pantalones y mándenlos cantando alegremente hacia el enemigo!
—¡Rocíenlos con ácidos de fuego! — dijo papá.
—¡Que los metan en un jarro de substancias de gérmenes! — dijo el tío Ojos-. Con una niebla de virus al vacío en los hocicos. ¡Denles hasta hartar!
—Eso les enseñará -ordenó papá.
Caminamos juntos
bajo la lluvia amarilla.
Nuestro amor era más grande
que el dolor más grande
El cielo estaba pantanoso
y tu piel era nueva.
Mis corazones latían...
Annie, te amo.
Luke atravesó veloz los terraplenes, como si fuera un fantasma, a la luz morada de sus tripas. Su voz se agitaba en la sopa al cantar el poema que había compuesto un día en el pozo. Dio vuelta a la izquierda en la Cumbre de Partículas Radiactivas, siguió por la Sonda Proyectil hasta el Declive Onda de Choques, se dirigió hacia el Atajo Radiación, y galopó hasta llegar al Valle de los Hongos. Deseó que hubiera caballos. Tuvo que detenerse tres veces para volver a colocarse la pierna.
Los padres de Annie Lou se disponían a comer, cuando llegó él. El tío Lento seguía tomando el desayuno.
—Hola, señor Monstruo -dijo Luke al padre de Annie Lou.
—Hola, Hoss -le dijo el señor Monstruo.
—Pase -invitó el tío Lento.
—Acerque un terrón -dijo el señor Monstruo-. Hay suficiente comida para todos.
—Acabo de comer -dijo Luke-. ¿Dónde está Annie Lou?
—Afuera, en el pozo; fue a traer agua -dijo el señor Monstruo, vaciando algarrobas amargas sobre su mano plana.
—Exactamente -dijo el tío Lento.
—Entonces, voy a ayudarla a cargar el cubo -dijo Luke.
—¿Qué tal están tus padres? preguntó la señora Monstruo, mientras ponía sal a unos cuantos granos de leguminosas.
—Muy bien -contestó Luke-, en excelente estado.
—Potaje -dijo tío Lento.
—Me alegra oírlo, Hoss -dijo el señor Monstruo.
—Dales nuestros saludos -pidió la señora Monstruo.
—Con mucho gusto -contestó Luke.
—¡Maldita sea! — exclamó el tío Lento.
Luke salió al exterior por el orificio, y se dirigió hacia el pozo, haciendo a un lado, a puntapiés, a tres pequeños y uno grande, que silbó con irritación.
—¿Cómo están tus padres? — preguntó el mediano de los pequeños.
—No es nada que te importe -contestó Luke.
Annie Lou estaba sacando un cubo de agua y se apoyaba contra la pared del pozo.
Sostenía un manojo de flores silvestres.
—¡Hola! — saludó Luke.
—¡Hola, Hoss! — jadeó ella, mostrándole su diente en una sonrisa amorosa.
—¿Qué le pasó a tu otra oreja? — preguntó Luke.
—¡Ah, Hoss! — rió ella, mientras su cabellera de abril caía al pozo.
—¡Ah, pssst! — dijo Annie Lou.
—Te diré -le comunicó Luke-, he pensado en algo. Lo supe por el abuelo -le dijo con un tono de orgullo-; eso quiere decir que soy inteligente.
—¿De veras? — preguntó Annie Lou, lanzándole flores silvestres al rostro para ocultar su rubor.
—Así es -dijo Luke, sonriendo con un gesto de timidez.
Se golpeó el hueso de la cadera y dijo:
—¡Maldita pierna!
—¿Te está volviendo a molestar, Hoss? — preguntó Annie Lou.
—No tiene importancia -contestó Luke.
Recogió una araña nadadora del cubo y tiró de sus patas.
—Me quiere -dijo, sonrojándose-, no me quiere. ¡Ah!
La araña se alejó de un salto, haciendo rechinar sus dientes con furia.
Luke contempló a Annie Lou, mirándole de ojo a ojo.
—Bien -dijo-. ¿Lo harás?
—¡Oh, Hoss! — lo abrazó por los hombros y por la cintura-. ¡Creí que nunca me lo pedirías!
—¿Lo harás?
—¡Por supuesto!
—¡Cielos! — exclamó Luke-. ¡Soy el Hoss más feliz que ha existido!
Entonces la besó con fuerza en el labio, y se alejó veloz a través de las llanuras, con la crin rizada volando detrás de él, gritando y jadeando.
—¡Viva! ¡Soy muy feliz! ¡Feliz, feliz, feliz!
La pierna se le cayó, y la dejó atrás, bailando.
Fin