Publicado en
julio 30, 2019
Jason Point y Candi Thomas
¿Podía una madre exponer la vida de su hija para salvar la de otro niño?
Por Donna Boetig.
PENNY THOMAS echó un vistazo al reloj de la cocina. Se pre-guntó por qué Candi, de seis años, la menor de sus cuatro hijos, aún no se habría levantado. A Candi le encantaba ir a la escuela. Le gustaba elegir la ropa que se pondría, y que su madre le formara largos rizos en la dorada cabellera.
Penny encontró a su hija aún dormida, rodeada de sus animales de felpa predilectos. Las mejillas de Candi estaban casi tan encarnadas como las hojas de otoño que caían de los árboles aquella fresca mañana del 25 de octubre de 1988. Penny se alarmó. En una niña como Candi, la fiebre podía ser síntoma de grave infección.
POCO DESPUÉS del nacimiento de Candi, en marzo de 1982, Penny y su esposo, Stewart, supieron que la niña padecía de atresia biliar, mortal enfermedad del hígado. El conducto biliar extrahepático, que comunica al hígado con la vesícula biliar y el intestino delgado, estaba obstruido. La bilis, fluido digestivo, no drenaba correctamente y le estaba envenenando la sangre. Un médico del Hospital Infantil de Washington, D.C., informó a los Thomas que no se conocía ningún remedio para aquella enfermedad; la única opción era tratar de ganar tiempo.
En esa época, la cirugía de trasplantes aún estaba en etapa experi-mental, y Candi, por ser tan pequeña, no era una candidata idónea para este tipo de intervención. Al cumplir un año, la niña había enflaquecido terriblemente. El blanco de sus hermosos ojos azules se le había puesto amarillento. A los 15 meses de edad, pesaba menos de seis kilos. Le venía como anillo al dedo el apodo cariñoso de "E.T." (Extraterrestre) que le había puesto la familia.
Cuando empeoró el estado de Candi, el trasplante pasó a ser su única esperanza; sin embargo, eran mínimas las probabilidades de conseguir un órgano tan pequeñito. Stewart trabajaba de electricista en la Casa Blanca, y un ayudante del presidente Reagan informó a este de la enfermedad de la niña. Reagan solicitó por cadena radiofónica nacional un hígado para la criatura, que en ese entonces tenía 16 meses de edad.
Poco después, el hígado de Candi dejó de funcionar por completo. "Le quedan horas; tal vez un día de vida", declararon los médicos del Hospital Infantil de Pittsburgh, adonde habían llevado a Candi.
En eso, una niña de un año, que vivía en Colorado, salió gateando de su corralito, se metió en una piscina poco profunda y se ahogó. Un equipo del Hospital Infantil voló al oeste para recoger el hígado de la pequeña. Después de una intervención quirúrgica de 12 horas, Candi, por fin, recibió el trasplante.
De vuelta en su casa, Candi llevó una vida muy semejante a la de cualquier otra niñita, hasta aquella mañana de otoño de 1988. Penny decidió llamar al médico familiar.
ESE MISMO DÍA, en Deale, Maryland, a 45 minutos del hogar de Candi, Jason Point, su mejor amigo, también estaba enfermo. La noche anterior, el pequeño de cinco años de edad se había quejado de dolor de estómago.
Al principio, su madre, Nancy, no pensó que pudiera ser nada grave. Tan sólo dos días antes le habían hecho un reconocimiento médico y lo habían encontrado en perfecto estado de salud.
También Jason había nacido con una gravísima enfermedad del hígado, llamada hipoplasia biliar intrahepática. Los médicos habían advertido a Nancy y a su esposo, Steve, que Jason no sobreviviría más allá de su tercer cumpleaños sin un hígado nuevo. A sus dos años y medio, cuando su funcionamiento hepático había disminuido a sólo un dos por ciento de lo normal, a Jason le habían practicado con éxito un trasplante en el Hospital Infantil de Pittsburgh. A él y a Candi los había operado el mismo cirujano: el doctor Thomas Starzl, quien había llevado a cabo en 1963, por primera vez en el mundo, un trasplante de hígado con buenos resultados.
Nancy Point, que era enfermera del Hospital Infantil de Washington, D.C., había seguido de cerca el caso de Candi. Cuando Jason enfermó, llamó a los Thomas para pedirles consejo. Los dos niños y sus padres se conocieron en ocasión de una fiesta navideña, y los pequeños no tardaron en volverse inseparables. Penny y Nancy conversaban a menudo acerca de los padecimientos de sus hijos mientras los veían jugar juntos.
Ahora el dolor de Jason se intensificaba, por lo que Nancy lo llevó a toda prisa al Hospital de la Universidad de Georgetown, en Washing-ton, D.C. Cuando su estado empeoró, pocos días después, lo enviaron en avión al Hospital Infantil de Pittsburgh. Luego de una serie de análisis, los médicos le practicaron una operación exploratoria.
Candi también estaba internada en el hospital de Pittsburgh. Los médicos de su localidad, intrigados por aquella fiebre que no cedía con nada, la habían enviado allí para que le hicieran unos análisis clínicos. Estos revelaron que sus conductos hepáticos estaban obstruidos por tejido cicatricial, y que los jugos digestivos se estaban vertiendo de nuevo en el torrente sanguíneo. Era preciso hacerle otro trasplante. Rodeada de un equipo de especialistas y mantenida con vida sólo mediante una maraña de tubos intravenosos, Candi yacía, anestesiada, en la mesa de operaciones, en espera de que el doctor Starzl realizara la operación.
ENTRETANTO, había concluido la cirugía exploratoria de Jason, y este se encontraba recuperándose en la unidad de terapia intensiva. Sus médicos analizaban los resultados.
Cuando Nancy se alejó por un momento del lecho de su hijo, se encontró con Penny en el pasillo. Debido a sus respectivas crisis, no habían podido comunicarse, y ninguna estaba al tanto del último pro-blema de la otra. Sintieron gran consuelo al volverse a ver. Pero su alegría se esfumó cuando vieron la expresión del doctor Starzl, quien se apresuraba a ir a su encuentro.
—Esta es la situación —dijo con calma—: hemos encontrado un hí-gado. Candi necesita un hígado nuevo, pero, por lo pronto, podemos mantenerla estable. El hígado de Jason está gangrenado; morirá esta misma noche, a menos que se le trasplante uno nuevo.
Además de todo lo que tenían en común, los dos niños eran más o menos de la misma talla y tenían los mismos tipos de sangre y de tejido, por lo cual el órgano disponible resultaba adecuado para cualquiera de ellos. Al principio, el equipo médico de Pittsburgh pensó que el estado de Candi era más crítico que el de Jason y que ella debía ser la receptora del hígado. Pero después de revisar la situación de Jason, concluyeron que su caso era aún más desesperado. El doctor Starzl consideró que lo correcto sería dejar que tomaran la decisión quienes fueran a resultar más afectados por ella, aunque esto significara enfrentar a la madre de Candi con la elección más difícil de su vida. El médico miró a Penny y le preguntó:
—¿Qué debemos hacer?
Penny miró a Nancy, que tenía los ojos arrasados de lágrimas, y se preguntó cómo podría elegir entre la vida de su propia hija y la del hijo de otra mujer. ¿Cómo podría arriesgarse a esperar a que se encontrara otro hígado antes de que fuera demasiado tarde?
El médico aguardaba su decisión. Stewart había bajado a la cafetería, por lo que ella sola tendría que tomarla. Lo justo, pensó ella, era que se atendiera primero al niño que estaba en mayor peligro. Lo único que le quedaba era tener fe en que Candi también recibiría un hígado. Con un profundo suspiro, respondió:
—Déle el hígado a Jason.
Apenas acababa de decir esto Penny, cuando el doctor Starzl se alejó a toda prisa por el pasillo. Nancy abrazó a Penny.
—¡Gracias! —le dijo, llorando.
En ese momento, Penny vio a su esposo, que venía hacia ellas con dos tazas de café.
—¡Stewart! —gritó, y corrió hacia él—, Jason se está muriendo. ¡Necesita un hígado!
—Calma, calma —le respondió él cariñosamente.
—Les dije que podían dar a Jason el hígado que Candi iba a recibir. ¿Hice lo debido?
—¡Por supuesto que sí, Penny! —repuso Stewart mientras la estrechaba en sus brazos. Aunque ambos estaban convencidos de haber tomado la decisión debida, también estaban conscientes del terrible riesgo que habían aceptado correr.
Minutos después, los dos niños, profundamente sedados, pasaron a pocos centímetros el uno del otro cuando sacaron a Candi del quirófano a fin de que Jason pudiera ocupar su lugar.
EL TRASPLANTE de Jason se llevó a cabo sin contratiempos, y el equipo de médicos seguía vigilando el estado de Candi. Todos los días, Jason preguntaba:
—¿Cómo está Candi?
Para tranquilizar al niño, aún débil, Nancy le respondía:
—Candi se encuentra muy bien.
Pero ella sabía que no era así. Después de dos semanas, la búsqueda de otro hígado se había vuelto desesperada.
Cada mañana, Penny despertaba preguntándose: ¿Será hoy el día? Bajó casi 14 kilos en menos de tres semanas. Deseaba con toda su alma creer que todo saldría bien; pero cuando el niño de la habitación contigua a la de Candi falleció por falta de un hígado, casi perdió la esperanza.
Hacia la mitad de la tercera semana, Candi ardía en fiebre. El matri-monio Point acompañó a los Thomas en su vigilia a la cabecera de la niña. Nadie se atrevía a exteriorizar sus peores temores. Nancy oraba fervorosamente porque el órgano llegara a tiempo.
Ambas familias se hospedaban en casas proporcionadas por el hospital; la mañana del 21 de noviembre de 1988, despertó a Penny el ruido de guijarros que alguien arrojaba a su ventana. Desde abajo, Stewart, quien había pasado toda.la noche al lado de su hija y había olvidado allí las llaves, le dio a gritos la noticia más grata que ella hubiera oído en toda su vida:
—¡Ya tenemos el hígado!
Al mediodía, Candi estaba en el quirófano. Pero entonces, por otro capricho del destino, los médicos descubrieron que podían salvarle el hígado. En vez de hacerle un trasplante, le insertaron unos artefactos tubulares que le abrieron los conductos biliares obstruidos.
—Dios te está recompensando por salvar la vida de Jason —le dijo Nancy a Penny, quien sonreía de felicidad. A las tres semanas Candi pudo irse a su casa.
Entonces, el 27 de diciembre de 1988, día en que Jason debía salir del hospital, los Point sufrieron un revés: de buenas a primeras se formó un coágulo en la arteria más importante que irrigaba el hígado del niño, y se le desencadenó una infección. Se le hizo otro trasplante de hígado —el tercero—, una semana después. A las 12 horas de haberse iniciado la intervención, un cirujano que ayu-daba al doctor Starzl salió del quirófano e informó a los Point que su hijo probablemente no se salvaría. La arteria hepática de Jason se había roto, lo que había causado una profusa hemorragia y un peligroso descenso de la presión sanguínea. Pero los médicos trabajaron con tanto ahínco para reparar el vaso roto, que el chiquillo salió con bien de aquel trance.
Hoy, nada distingue a Jason de los demás niños de nueve años cuando participa en las actividades de su patrulla de Lobatos. Con todo, está más expuesto que ellos a sufrir infecciones, debido a los fármacos inmunosupresores que necesita tomar para que no haya rechazo del órgano trasplantado. Pero a los ojos de su madre es "un milagro viviente".
Candi practica ballet y tap, y juega al baloncesto. Salvo que toma dos medicamentos para contrarrestar posibles reacciones de rechazo y se somete a frecuentes análisis hematológicos, lleva la misma vida que cualquier otra niña próxima a cumplir diez años.
"Candi y Jason han pasado por muchas pruebas, y muy duras", afirma Penny. "Pero cuando me asomo por la ventana de la cocina y veo a mi hija retozando con los perros, sé que todo ha valido la pena. Cedí el hígado de Candi a Jason, convencida de que Dios la socorrería. Cada día le vuelvo a dar las gracias por haber escuchado mis oraciones".
© 1990 POR DONNA BOETIG. CONDENSADO DE "FAMILY CIRCLE" (18-XII-1990), DE NUEVA YORK NUEVA YORK.
FOTO: © BRUCE WELLER