LO QUE LOS HIJOS REALMENTE NECESITAN DE UN PADRE
Publicado en
julio 27, 2019
Por Ralph Kinney Bennett.
ERA LA IMAGEN misma de la melancolía. Suspiraba cons-tantemente, deambulaba por toda la casa con aspecto de cachorrito lastimado, y a veces lloraba a lágrima viva. Cuando sus padres, preocupados, le preguntaban qué le ocurría, decía:
—No es nada.
¿Cómo podía ella explicarles que, por primera vez, estaba perdidamente enamorada, y que el objeto de su adoración ni siquiera sabía de su existencia? Por fin, su padre se sentó junto a ella, le tomó la mano y la interrogó con dulzura, hasta que descubrió la causa de su tristeza. Con amabilidad y sencillez, le habló de la vida y del amor. La consoló. Ella tenía seis años.
"Jamás olvidé ese momento", asegura Kathleen Kilpatrick, asesora especial del secretario del Interior de Estados Unidos. "¡Cuántas veces he pensado en ello, preguntándome por qué no se rió de mí! Por el contrario: me trató con respeto y se mostró interesado en la profundidad de mis sentimientos".
Robert Kilpatrick, ex presidente, ya jubilado, del consejo directivo de Cigna Corporation, nunca siguió un curso de paternidad. Simplemente le demostró a su hija que la amaba, al dedicarle tiempo y tratar de ver el mundo a través de los ojos de ella. Sería difícil encontrar una fórmula mejor para el arte de ser padre.
"El padre aporta una presencia insustituible; una fuerza muy especial en la educación de los hijos", afirma Ray Guarendi, psicólogo clínico cuyo libro Back to the Fainily ("De vuelta a la familia") examina la experiencia a largo plazo de 100 familias felices. El libro de Guarendi demuestra que los valores tradicionales, enraizados en la confianza mutua, la verdad y el amor incondicional, siguen siendo la clave del éxito en la crianza de los hijos. Y, en este marco, el padre hace aportaciones muy especiales.
A veces, el instinto paternal se manifiesta con facilidad; otras, es preciso cultivarlo. Pero siempre surte poderosos efectos duraderos y positivos en el desarrollo de la personalidad de los hijos. He aquí, entresacados de la experiencia de la vida real, algunos ejemplos de lo que los hijos necesitan más de un padre:
Que les demuestre su amor. El pastor Kenneth Meade afirma que uno de los anhelos que más a menudo expresan los niños en su consultorio de orientación familiar es: "¡Desearía que papá me dijera o me demostrara que realmente me quiere!" Clérigos, orientadores y psicólogos escuchan, una y otra vez, variaciones sobre el mismo tema: los hijos, con frecuencia incluso hombres hechos y derechos, anhelan muestras más patentes de cariño por parte del padre. "Nunca puse en duda el amor que me tenía mi padre", apunta el escritor Walt Harrington; "pero, hasta la fecha, no puedo recordar una sola ocasión en que me abrazara, me besara o me dijera que me quería".
Esta clase de manifestaciones efusivas a los niños les da la seguridad y el estímulo que tanto necesitan. El experto en psicología de la motivación Zig Ziglar confirmó esto, pero a la inversa, un día en que intentaba armar un triciclo que le acababa de comprar a Tom, su hijo de cuatro años. La desesperación de Ziglar iba en aumento porque el consabido tornillo A no embonaba en la tuerca B. Estaba a punto de darse por vencido, cuando Tom, que lo observaba, le dijo de pronto:
—;Cuánto te quiero, papito!
Huelga decir que Ziglar terminó de armar ese triciclo.
Guarendi descubrió que, "en las familias muy unidas, él padre, a quien se .le dificultaba expresar su afecto, hacía esfuerzos especiales por lograrlo". Los que no podían exteriorizarlo con palabras, lo escribían en una carta, tarjeta o nota al reverso de uno de los dibujos de sus hijos. Un padre afecto a componer música les escribe a sus hijos canciones en que les expresa su amor.
Los padres también podrían considerar una técnica que empleaba una madre de familia. Como sabía que a sus hijos les incomodaban las efusiones en público, ideó una clave secreta que sólo sus hijos conocían. Cuando uno de los muchachos se disponía a participar en un deporte o en alguna otra actividad escolar, le presionaba ligeramente el hombro con la mano, gesto que significaba: "Te amo".
Una manera "vicaria" en que un padre puede expresar afecto a su hijo es demostrándoselo a la madre. El estudio de Guarendi reveló, una y otra vez, que las muestras patentes de cariño entre los esposos era uno de los elementos que más seguridad y estabilidad daban a los hijos.
Que les dedique tiempo. A veces, las dos cosas más importantes que un padre puede dar a sus hijos —amor y tiempo— son precisamente aquellas que menos les prodiga. Hay momentos en que los niños sólo necesitan a papá, y nada ni nadie puede sustituirlo. "Lo que los niños más evocan de su padre es su mera presencia", señala Guarendi. "Algunos de los recuerdos más importantes que los niños atesoran en relación con su padre giran en torno de momentos rutinarios en la vida familiar".
La escritora Susan Jacoby recuerda "aquellas horas veraniegas, antes del ocaso, cuando seguía a mi padre al jardín y conversaba con él hasta que mi madre nos llamaba a cenar. Nunca le oí decirme: Déjame en paz".
Rick Erdmann, el entrenador en jefe de atletismo en la Universidad del Este de Kentucky, tiene una agenda de trabajo muy apretada que a menudo lo obliga a viajar, lejos de su esposa y de su hijo, Cory. "Lo que más recuerdo de papá, cuando vivíamos en Pensilvania, son las ocasiones en que me llevaba consigo de cacería. El no era muy deportista, pero esta era una manera en que podíamos estar juntos. No conversábamos mucho. Sin embargo, fueron buenos aquellos momentos que pasamos juntos en el bosque". Erdmann dedica a su hijo las horas en que está en casa, ya sea jugando al baloncesto en el patio trasero, o saliendo a recorrer en bicicleta el estado de Colorado, como lo hicieron el verano pasado.
Que sepa ver el mundo a través de los ojos de un niño. Esta es una de las reglas que muchos padres pasan por alto. Recuerde su propia infancia, y empezará a entender entonces por qué tantas cosas le resultan misteriosas, atemorizantes o incluso divertidas a un niño.
El padre que olvida el punto de vista del niño se queda estupefacto, por ejemplo, cuando le compra a su hija un costoso juguete tan sólo para verla pasarse horas divirtiéndose con la caja en la que venía el juguete; pero en este caso no se trata de una simple caja, sino de un castillo. El padre haría bien en recordar cuando su carretilla era a sus ojos infantiles una diligencia, o cuando su cama se convertía en una nave espacial.
Es frecuente que a los niños se les queden muy grabadas las impresiones que reciben, por la visión que tienen del mundo. Esto es algo que los padres deben tomar en cuenta. La escritora Annie Dillard relata en su libro An American Childhood ("El niño norteamericano") que cuando ella tenía cinco años encontró una moneda de diez centavos de 1919 mientras cavaba con un palito de helado en el callejón de la parte trasera de su casa. Su padre le explicó que "el paso del tiempo había ente-rrado la moneda; la tierra tiende a acumularse en torno de las cosas". ¿La reacción de la niña? "Decidí dedicar mi vida a desenterrar tesoros. Después de que hubiera desente-rrado todas las capas de riqueza hasta donde pudiera llegar con un palito de helado, lo cambiaría por una pala y cavaría hasta dar con lo mejor: las brillantes capas de antiguas monedas de oro españolas".
El profesor Andrew Merton recuerda la ocasión en que fue al esta-dio Fenway Park, de Boston, con Gabriel, su hijo de cuatro años, cre-yendo que sería una magnífica oportunidad de convivir con él. Ese día jugaban los Medias Rojas de Boston. Sin embargo, apenas había terminado la práctica de bateo cuando Gabriel anunció:
—Ya me aburrió el beisbol. Quiero irme a casa.
No se le había ocurrido a Merton que un niño de cuatro años pudiera sentir indiferencia por el pasatiempo favorito de los estadunidenses. De un humor negro, sacó a su hijo del estadio. De camino a su casa, divisó el Museo de Ciencias de Boston y recordó lo mucho que su hijo había disfrutado una visita anterior a aquel lugar. Gabriel ardía en deseos de volver. El niño recorrió sala tras sala y, "con cada nuevo descubrimiento", recuerda Merton, "me llamaba para que compartiera su emoción". Des-pués de todo, aquel fue un día memorable para el profesor Merton porque, al contemplar el mundo desde la perspectiva de su hijo, llegó a la conclusión de que era preferible "olvidarme de mi idea de cómo deberían ser las cosas".
Que ponga límites. El padre renuente a disciplinar a sus hijos ha olvidado la intuición que tienen los niños de la disciplina y de la libertad. El actor británico John Cleese recuer-da haber aprendido de su hija que "los niños realmente desprecian a los maestros que no son capaces de mantener en orden un salón de clases". Al reflexionar sobre cómo perciben los niños los límites a su conducta, imagina a "un niño sentado en una silla en medio de una habitación oscura y extraña". Sólo cuando ese niño averigua dónde se encuentran las paredes, o sea, los límites del espacio, es capaz de explorar la habitación, lleno de curiosidad y sin temor".
La disciplina es una forma dura y riesgosa de amar, porque el niño a menudo rechaza a quien se la impone. Sin embargo, la retroalimentación del estudio de Guarendi demostró que cuando la disciplina se ejercía de manera justa y con sentimientos de amor, los niños se beneficiaban de ella y lo reconocían.
Según el experto en crianza de niños James Dobson, el padre que "no se atreve a disciplinar a sus hijos" acabará por castigarlos. Castigar, explica Dobson, es algo que usted le hace a un niño; disciplinarlo, es algo que hace por él. La medida discipli-naria puede ser un castigo, sí, pero con el propósito lúcido y amoroso de corregir la conducta del niño. Todo padre debería recordar, apunta Ray Guarendi, que "la disciplina es uno de los regalos más entrañables y duraderos que se pueda hacer a un hijo". Ya se trate de no permitirle salir en una semana o de darle una buena nalgada, la disciplina amorosa tiene como finalidad enseñar al chico una lección.
El comediante Bill Cosby cuenta cómo enseñó una de estas lecciones a su hijo de 12 años, "quien había encontrado un nuevo pasatiempo —mentir—, y lo hacía tan bien que lo estaba convirtiendo en un arte". Llegó un momento en que Cosby le informó por teléfono:
—Cuando llegue yo a casa, el jueves, te voy a dar una patada en el trasero.
Y en efecto, una vez en su casa, Cosby y el muchacho tuvieron "una pequeña plática" que culminó con la aplicación del correctivo prometido, seguido de las abundantes lágrimas del chico.
—¿Ahora entiendes que nunca deberás volver a mentir? —le pre-guntó Cosby.
El muchacho contestó que sí, entre lágrimas.
—Muy bien. Ahora puedes retirarte —le ordenó el padre.
Pero en el preciso momento en que el muchacho le dio la espalda para retirarse, Cosby le propinó otra patada. El jovencito se volvió hacia su padre, con la mirada de quien ha sido traicionado.
Cosby le dijo entonces:
—Lo siento; te mentí. ¿Quieres que te vuelva a mentir?
—No, papá—contestó el muchacho, convencido.
Cosby asegura que, hasta la fecha, su hijo jamás ha vuelto a mentir, ni a él, ni a su esposa. Reflexionando acerca del incidente, Cosby escribió: "Sé que muchos distinguidos psicólogos opinan que el castigo físico es un retroceso a la Edad de la Piedra. Pero es posible que los niños fueran Más obedientes en la Edad de la Piedra".
Los niños a quienes se ha disciplinado, en vez de habérseles sometido a castigos arbitrarios o a malos tratos, rara vez recuerdan con rencor aquellos tiempos en que recibieron castigos físicos de parte de un padre amoroso. Alrededor del 70 por ciento de las familias felices a las que entrevistó Guarendi incluían alguna forma de castigo físico en su repertorio disciplinario. Y los hijos de aque-llas familias siempre fueron considerados por sus profesores como "moralmente maduros y sensibles".
¿QUÉ TIENE de especial el padre? Esto no puede cuantificarse fácilmente, pero los chicos saben reconocerlo. Nancy Carothers, enfermera que trabaja en un pabellón hospitalario de niños gravemente enfermos, observa: "Muchas veces, cuando tie-nen fuertes dolores o se encuentran al borde de la muerte, reclaman la presencia del padre. Hace poco, un niño moribundo le dijo claramente a su madre que deseaba ver a su padre. Aunque amaba a su madre, quería tener junto a él al padre.
"Pese a todo lo que da la madre, los niños se sienten seguros y amparados en presencia del padre. Interprételo como quiera. Nada ni nadie puede hacer las veces de papá".