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diciembre 01, 2017
El ataque de un enjambre de avispas furiosas no es para tomarlo con calma.
Por Richard Hall.
UNA TARDE de agosto, poco después de las 3, Richard Hall recogió a unas personas en cierto centro comercial de Hadley, Massachusetts, y se dirigió con ellas a las afueras de la población. Iba al volante de una camioneta de diez plazas, la cual se usaba para transportar ancianos. Se desvió de la carretera principal y empezó a subir el empinado y tortuoso camino de ocho kilómetros que conduce por la montaña al cercano poblado de Shutesbury.
Alrededor de las 4 de la tarde llegó a la casa de la última pasajera, Gertrude Carey. Tomó las dos bolsas de comestibles que llevaba la mujer, la siguió a través del patio y se detuvo ante el porche, mientras ella abría la puerta. Al mirar hacia arriba, Richard descubrió sobre el alero del porche un avispero muy grande. No parecía haber motivo de alarma, salvo que recordó que hacia finales del verano aumenta la agresividad de las avispas, y su veneno se vuelve más potente. Se lo comentó a la señora Carey, que ya había abierto la puerta.
—A mí no me molestan —le contestó ella, despreocupadamente—; entro y salgo a todas horas.
Richard dirigió otra mirada recelosa al avispero, y vio que el enjambre se dirigía hacia él.
—¡Entre a la casa! —le gritó a la señora Carey—. ¡Aprisa!
La mujer lo obedeció y cerró la puerta de mosquitero. Hall corrió hacia la camioneta, pero ya era tarde: las avispas lo alcanzaron. Dejó caer las bolsas de comestibles y agitó los brazos. Cuando llegó al vehículo, los insectos suspendieron el acoso y regresaron a su nido. Richard iba con los antebrazos descubiertos, y vio que en uno de ellos tenía media docena de ronchas; además, sintió piquetes, como diminutos tizones, en espalda y hombros.
—No se preocupe por las bolsas —le gritó la señora Carey—. Corra a atenderse.
El muchacho había recorrido algo más de un kilómetro cuando empezó a sentir en la nuca una picazón y un calorcillo, que en poco rato se le extendieron a la cara. El corazón comenzó a palpitarle desacompasadamente, y fue presa de la ansiedad.
Hall sabía que esas picaduras pueden causarle reacciones mortales a personas alérgicas. Pero recordó que el verano anterior lo habían picado unas avispas de pintas amarillas, y el efecto había durado muy poco. Eso lo tranquilizó, pues ignoraba que la persona propensa a las alergias se sensibiliza con una primera picadura, y que el ataque anterior había hecho de su cuerpo una bomba a punto de estallar.
Minutos después, cuando todavía se encontraba en despoblado y muy lejos de Amherst, el lugar más cercano en el que podía hallar asistencia médica, sintió los labios adormecidos, la lengua gruesa y pesada, los latidos del corazón irregulares y potentes, y un fuerte zumbido en los oídos. Pero lo que más lo asustó fue que la tráquea se le estaba cerrando poco a poco.
Comprendió que iba conduciendo a velocidad excesiva, incluso para un camino rural solitario, y recordó que poco más adelante llegaría al camino descendente, con sus curvas cerradas y consecutivas. Tomó el radioteléfono del vehículo y trató de comunicarse con Maureen Vanhoutte, la despachadora de la camioneta, pero no pudo más que farfullar incomprensiblemente. Además, como estaba tan lejos, la comunicación radiofónica no era buena. Decidió volver a intentarlo más adelante.
Cuando pasó cerca de una casa, pensó en llamar allí por teléfono para pedir ayuda, pero le pareció que sería una pérdida de tiempo; los rescatistas tendrían que llegar por ese mismo camino. Richard sabía que en la estación norte del Departamento de Bomberos de Amherst había un excelente equipo de salvamento, el cual montaba guardia las 24 horas del día, de manera que lo mejor era ir sin demora.
Llegó al camino descendente. Entonces notó que tenía el antebrazo hinchado, y la erupción rojiza y con ampollas se le extendía tan rápidamente que podía apreciarlo. Respiraba cada vez con mayor dificultad, y empezó a resollar con un sonido sibilante.
Hizo memoria de las explicaciones que le habían dado en un curso de primeros auxilios sobre las reacciones alérgicas a las picaduras de las abejas. Al difundirse el veneno del insecto, el organismo reacciona elaborando grandes cantidades de histamina, sustancia que dilata los vasos sanguíneos y hace que la presión de la sangre baje de manera repentina y peligrosa; esta reacción muchas veces desemboca en un estado de choque, y hasta en la muerte. ¿Conseguiré ayuda a tiempo?, se preguntó.
En su rápido descenso por la montaña, el muchacho vio que se aproximaba a la serie de curvas. Mareado, débil, con los reflejos y la capacidad de concentración muy mermados, advirtió de repente que la camioneta patinaba hacia la barrera de protección, y hacia el bosque, más allá. Viró instintivamente en la dirección del deslizamiento, y sintió entonces que el vehículo se enderezaba y pasaba a escasos centímetros de la barrera.
Vinieron las otras curvas, en sucesión vertiginosa. Richard se esforzó por conservar la serenidad y concentrarse en ellas, a pesar del aletargamiento. Ya casi las había salvado cuando se dio cuenta de que su campo visual estaba reducido y parecía un angosto túnel. Lo invadió el temor de entrar en estado de choque.
Tomó otra vez el radioteléfono:
—Alerta, a la estación de bomberos —graznó, aunque se esforzaba por pronunciar claramente cada palabra—. Emergencia. Picaduras de avispa. Grave. Llegaré en diez minutos.
—Enterada —contestó Maureen Vanhoutte.
¡Resiste!, se dijo Richard. ¡Mantén los ojos abiertos! ¡Respira! ¡No te desmayes!
También la cara se le había adormecido ya, y el campo de visión se hacía más y más angosto. El último kilómetro de la bajada fue el más largo. Dirigió una mirada al espejo retrovisor, y vio un rostro extraño, distorsionado, con la piel arrugada y afectada de urticaria, y con miedo en los ojos.
Por fin llegó al pie de la montaña, y enfiló hacia la estación de bomberos. Dos hombres salieron corriendo del edificio. Casi arrastrándose, Richard bajó de la camioneta, dio unos cuantos pasos, y se desplomó en brazos de los bomberos. ¡Lo lograste!, se dijo. Vas a estar bien.
EN EL hospital le aplicaron una fuerte dosis de cierto medicamento antihistamínico. En unos cuantos minutos, Richard sintió que el calor le volvía al cuerpo, así como un hormigueo en la cara y los labios adormecidos. La tráquea comenzaba a abrírsele, lo cual fue un gran alivio. Se puso a considerar cuán frágil es la vida, que se ve amenazada de un momento a otro, en una situación cualquiera.
—Tiene usted suerte —le dijo una enfermera—. Mucha gente muere cuando le pasa lo que le pasó a usted. Estuvo a punto de entrar en estado de choque. Si hubiera tardado un poco más en llegar, no creo que estuviera vivo ahora.
MEJOR AVISPADO, QUE PICOTEADO
MUCHA gente es alérgica al veneno de abejas y avispas. Las personas hipersensibles deben tomar precauciones especiales para que no las piquen estos insectos. Cuando se encuentren al aire libre, deben usar pantalones largos, camisas de manga larga, zapatos y calcetines de color no muy vivo. Ponerse perfume implica un riesgo. Cuando vean una abeja o una avispa, en vez de correr, deberán alejarse a paso lento. Si estas personas trabajan al aire libre en algún lugar donde haya animalitos de estos, podrían convenirles unas inyecciones para desensibilizarse.
Pídale a su médico que le sugiera un buen estuche de tratamiento. Estos estuches por lo general contienen jeringas ya cargadas de adrenalina, así como antihistamínicos y un torniquete. Si vuelve a sufrir picaduras, siga las instrucciones del estuche y acuda inmediatamente a un médico.
Las personas que no sean hipersensibles a las picaduras de insectos pueden disminuir las molestias con estas medidas:
• En caso de que el aguijón y el saco de veneno estén todavía encajados en la piel, acuérdese de quitarlos, pero levantándolos desde abajo con la uña o con una aguja limpia.
• No trate de jalarlos, porque podría inyectar más veneno.
• Lave la región de la picadura con agua fría, para desinflamar, y aplíquele una bolsa de hielo para aliviar el dolor.
• El agua de calamina o alguna crema de corticoide, cuya venta no requiere de receta, calman la comezón y aminoran la inflamación. Y con aspirina o antihistamínicos pueden mitigarse las reacciones locales leves.
—Columbia University College of Physicians and Surgeons Complete Home Medical Guide (Crown)
1987 POR RICHARD HALL. CONDENSADO DE "YANKEE" (OCTUBRE DE 1987). DE DUBLIN, NEW HAMPSHIRE. ILUSTRACIÓN: JEFFREY TERRESON.