LA BOMBA DEL FIN DEL MUNDO
Publicado en
noviembre 09, 2017
Correspondiente a la edición de Mundo Diners, Julio del 2001
Por Silvana Larrea.
Imaginemos un día claro en el que, a dos mil metros de altura, sobre una gran ciudad detone una bomba nuclear de un megatón. Dos segundos después se formaría una inmensa bola de fuego altamente luminosa y una onda expansiva tocaría la superficie del centro de la ciudad. Desde ahí, el calor irradiado y la onda de alta presión se expandirían por decenas de kilómetros.
En diez segundos, en un radio de cuatro kilómetros, toda construcción quedaría arrasada y no habría sobrevivientes. En distancias de entre cuatro y seis kilómetros del punto de explosión quedarían en pie sólo los cimientos y los subterráneos de los edificios.
Las calles de esa área quedarían cubiertas por varios metros de escombros y más o menos la mitad .de la población habitante en ese perímetro moriría. Los vientos posteriores a la onda explosiva tendrían velocidades de unos 300 kilómetros por hora.
Medio minuto después de la explosión, en distancias de entre seis y once kilómetros, las construcciones resultarían gravemente dañadas y habría muchísimos heridos. Es probable que los edificios que quedaran en pie se incendiarían por el calor producido por la explosión, que además causaría quemaduras en la piel.
En ese mismo lapso, la bola de fuego dejaría de ser visible, pero al ascender a gran velocidad produciría corrientes de aire centrípetas que arrastrarían polvo y restos de las construcciones destruidas y formaría el hongo nuclear. Al menos 25 por ciento de la población quedaría herida en un radio de 11 a 16 kilómetros.
La radiación inmediata sería letal para todo ser vivo que estuviera en un radio de tres kilómetros del punto de explosión. En un área de mil kilómetros caería lluvia radiactiva y en un área de 2.600 kilómetros cuadrados los niveles de radiación serían muy severos para toda persona expuesta. En 10.500 kilómetros cuadrados, la dosis de radiación no causaría la muerte inmediata, pero sí aumentaría gravemente la incidencia de cáncer y las anormalidades genéticas.
Este relato, adaptado y resumido del libro Armas y explosiones nucleares: La humanidad en peligro, de María Esther Brandan (México), supone el ataque a una ciudad con un solo artefacto nuclear. Sin embargo, la estrategia militar "recomienda" que toda urbe con más de tres millones de habitantes sea el blanco de tres bombas de un megatón, diez bombas de 500 kilotones y otras diez de menor poder explosivo. De esta manera es seguro que no haya sobrevivientes.
El tema de las armas nucleares retoma vigencia, después de una corta pausa, por la reactivación del programa "Guerra de las Galaxias" por parte del gobierno de George Bush hijo, que aspira a dotar a los Estados Unidos de un "escudo nuclear" para ponerlo a salvo del peligro de un ataque atómico.
ASÍ EMPEZÓ TODO
El 16 de julio de 1945 ―menos de un mes antes de los ataques atómicos a Hiroshima y Nagasaki― en un terreno de pruebas cerca del pueblito de Alamogordo, en el estado norteamericano de Nuevo México, ocurrió la explosión de una de las tres bombas nucleares que existían entonces. Las otras dos se usarían en Japón.
A ese ensayo asistieron los investigadores del laboratorio secreto de Los Álamos, que durante tres años habían colaborado con el proyecto de desarrollar estas armas para Estados Unidos, en previsión de que Alemania se pudiera adelantar.
Después de la prueba, que trascendió al público como una explosión accidental, un grupo de científicos inició una campaña para que el presidente Harry S. Truman se abstuviera de usar la bomba contra las poblaciones japonesas.
Sin embargo, más pesó el argumento de que su utilización pararía inmediatamente la guerra y con ello se salvarían millones de vidas humanas. Pero el final de la Segunda Guerra Mundial se logró a costa de la muerte de cientos de miles de habitantes de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 8 de agosto de 1945, respectivamente.
A partir de ese 6 de agosto, las potencias siguieron desarrollando sus armas nucleares hasta constituir un arsenal de 45.000 bombas atómicas. Así se cumplió la predicción que hicieron los científicos que, con una proclama y varias acciones, lucharon por que los explosivos nucleares no se usaran contra Japón, y además se aceleró la carrera armamentista y se demoró la posibilidad de un pacto internacional para controlar ese tipo de armas.
LA GRAN REVOLUCIÓN
El mal que causaron las bombas atómicas no puede desdecir la importancia del descubrimiento de la energía nuclear usada para el desarrollo y la paz.
La llegada del siglo XX marcó el comienzo de una gran revolución en las ciencias físicas, cuyos primeros indicios se tuvieron en 1895, cuando el alemán Wilhelm C. Roentgen vio que sus tubos de descarga eléctrica emitían rayos invisibles capaces de atravesar la mano y dejar la imagen de sus huesos en una placa fotográfica. Por no saber de qué se trataban, los llamó "rayos X".
Mientras tanto, Henri Becquerel junto con Pierre y Marie Curie descubrían que diferentes tipos de rayos invisibles eran emitidos espontáneamente por las sales de uranio y otros elementos. Las leyes de la física conocidas hasta entonces no permitían comprender de qué se trataba, pero hubo tal interés en esos descubrimientos que Roentgen recibió el Premio Nobel en 1901 y Becquerel y el matrimonio Curie compartieron el galardón en 1903.
Y la revolución continuó. El inglés J.J. Thompson, en 1900, demostró que los átomos se componían de electrones y el neozelandés Ernest Rutherford demostró a su vez que los átomos tenían en su centro un núcleo masivo. Esto permitió que el danés Niels Bohr propusiera en 1913 el modelo "planetario" del átomo conocido hoy en día.
El matemático H. Poincaré opinó entonces que esta nueva física no-continua, sino cuántica, sería "la mayor revolución y la más radical desde los tiempos de Newton".
En 1905, Albert Einstein había propuesto una teoría de la medición del tiempo y del espacio conocida como relatividad especial, que, entre otros resultados, predecía fenómenos peculiares, como el aumento de la masa de los cuerpos a medida de que se movieran con mayor rapidez. Siete años más tarde, Einstein recibió el Nobel, pero no por su famosa teoría sino por la explicación del efecto fotoeléctrico. En esta coyuntura empezó la arremetida del III Reich contra los científicos judíos.
Estados Unidos acogió a los científicos perseguidos y con ellos desarrolló la bomba atómica. La motivación de los científicos fue que Alemania podría adelantarse, pues se hablaba entonces del "Proyecto Uranio" que desarrollaba "la bomba" para Hitler.
La motivación de los científicos siempre fue por la paz y por detener el fascismo, pero circunstancias históricas ―como la repentina muerte del presidente Franklin Roosevelt, en abril de 1945― hicieron que sus argumentos finales para no detonar las bombas no fueran escuchados y el mundo debiera vivir la traumática experiencia de las explosiones nucleares.
ARISTAS NUCLEARES
● El arsenal nuclear mundial es actualmente de unas 45.000 bombas.
● América Latina es la única región del mundo libre de armas nucleares.
● El brillo de la bola incandescente producida después de la explosión de una bomba nuclear de un megatón es mayor que el del sol al mediodía a distancias de hasta 80 kilómetros desde el punto de explosión.
● Una millonésima de segundo después de una denotación nuclear, la temperatura dentro de la explosión alcanza unos 10 millones de grados centígrados.
● El daño que causa en los seres humanos el calor liberado por la explosión varía de acuerdo con la pigmentación de la piel: es más grave en las pieles morenas por la mayor absorción térmica que presentan las sustancias oscuras.
● La observación directa de la bola de fuego causa ceguera permanente en individuos que están a menos de 25 kilómetros.
● La sobrepresión causada por la explosión nuclear daña la estructura pulmonar de los seres humanos.
● La liberación de rayos gamma y de neutrones puede lesionar las células al ser absorbidos por el cuerpo.
● El pulso electromagnético generado por la explosión nuclear no causa daño directo a los seres vivos ni destruye viviendas, pero puede ser devastador para los sistemas telefónicos, de comunicaciones, de cómputo y para cualquier circuito que contenga componentes electrónicos.
● Entre los efectos tardíos está la caída de lluvia radiactiva sobre la superficie terrestre, fenómeno que se presenta en los días siguientes a la explosión y hasta tres años después. El mayor riesgo reside en que los elementos de la lluvia radiactiva ingresen en la cadena alimentaria, pues en el organismo producen enfermedades genéticas y cáncer.