TEXTURA QUE ACARICIA: LA SEDA
Publicado en
octubre 02, 2017
Durante más de 4,000 años, esta espléndida tela —obtenida de un gusano— ha sido la reina de todos los productos textiles.
Condensado de "National Geographic". Por Nina Hyde.
SEDA. LA palabra misma evoca el lujo: tersa, sinónimo de esplendor, con lustre sibilante. El tacto de la seda en las yemas de los dedos evoca una urdimbre reluciente de lugares remotos; el hilo mismo de la historia. Ha ataviado cabezas coronadas y enriquecido la pompa civil y religiosa, y el ritual a través de las edades. Es tradición que la mujer de la India se despose ataviada con una túnica de seda, el sari. Cubrir con seda el cadáver de un hindú venerable es muestra de respeto. Una falda de este material da la medida de la dote apropiada de una novia china. Aun en la actualidad la reina de Tailandia patrocina los cursos en el palacio sobre fabricación de seda. Afirma el modista neoyorquino Oscar de la Renta: "La seda es para el cuerpo lo que los diamantes para la mano".
La humanidad siempre ha amado la seda. Es el hilo de la vida, que secretan gusanos criados con esmero, en filamentos continuos que llegan a tener más de kilómetro y medio de longitud. ¿Qué hace tan espectacular a la seda? Sus fibras son triangulares, y por ello reflejan la luz como prismas. Varias capas de proteínas recubren la hebra, produciendo un fulgor perlino, convirtiéndola en una fibra lujosa, con apariencia de joya.
En realidad, los gusanos de seda no son tales, sino orugas. Pertenecen a dos familias: los bombícidos (el gusano de seda comercial) y los satúrnidos (el gusano de seda llamado silvestre, que produce una fibra más resistente), del orden de los lepidópteros (mariposas y polillas). Casi todos los lepidópteros producen hebras sedosas, pero sólo el gusano de seda crea el filamento lustroso y continuo.
La más común fuente de la seda, el Bombyx morí, se cría domésticamente, pero sólo donde hay hojas de mora que satisfagan su apetito refinado. Los cientos de especies de gusanos de seda silvestres consiguen su alimento por sí mismos, dándose banquetes de hojas de roble y de otros árboles. Cuando se transforman en polillas, son más grandes y más hermosas que el Bombyx comercial. Más robustas que sus primas domesticadas, las orugas silvestres producen un filamento sedoso más fuerte y resistente, pero que no se blanquea ni tiñe tan fácilmente como la seda de la mora.
China es el principal productor de una seda blancuzca conocida como tussah. La India tiene el monopolio de la oruga muga, que prolifera en la humedad del valle de Assam y elabora una esplendorosa seda dorada. El gusano de seda eri, criado con la planta de ricino, en la India, da una seda muy durable, pero que no es posible desmadejar fácilmente del capullo, por lo que debe hilarse como el algodón o la lana.
Las orugas cultivadas, extraordinarias máquinas de devorar, multiplican su peso por 10,000 veces en los veinticinco o veintiocho días que dura su vida. Ni siquiera la respiración interrumpe su constante devorar: mientras comen, respiran a través de nueve aberturas situadas en cada costado del cuerpo. Duermen periódicamente durante cerca de un día; luego, despiertan y abandonan su vieja piel, y reanudan su devoradora tarea.
Después de cuatro mudas, empiezan a tejer el capullo. Primero, proyectan una delgada red por una hilera, la abertura del tubo que proviene de dos glándulas de la seda que se prolongan a lo largo de sus cuerpos. Así anclados, echan hacia atrás la cabeza formando un ocho y excretan una mezcla semilíquida de proteínas revestida de una sustancia gomosa llamada sericina. La seda líquida, excretada al ritmo hasta de treinta centímetros por minuto, al contacto con el aire se convierte en la fibra que el gusano emplea para hacer su capullo impermeable.
Al cabo de dos semanas, el gusano de seda se metamorfosea en una mariposilla, y sale del capullo. Tras varias horas de apareamiento, la hembra pone entre trescientos y quinientos huevecillos, y luego muere a los tres días. El huevecillo necesita de clima frío para iniciar su desarrollo; tarda en abrirse entre seis semanas y doce meses.
Aunque suelen apartarse algunos capullos para la producción de huevecillos, la mayor parte de las larvas mueren; al habitante de cada capullo se le mata con aire caliente o vapor, evitando así que cause daños al capullo una mariposilla al salir y conservando completo el hilo de seda. Se necesitan 110 capullos para fabricar una corbata, 630 para confeccionar una blusa, y 3,000 para hacer un quimono.
La mayor parte de la seda cultivada se origina en China, que contribuye anualmente con más de la mitad de la producción mundial de capullos de seda, estimada en 480,000 toneladas. Japón, el país que más consume seda, en otro tiempo era el principal productor; pero ahora ocupa el segundo lugar. En orden de importancia, los demás grandes productores de seda son la India, la URSS y Corea del Sur.
El método de crianza del gusano determina la cantidad y la calidad de la seda. Si bien se ha logrado crear un vigoroso híbrido, las orugas todavía se crían con mimos esmerados, como criaturas frágiles. En Hangzhou, China, las criadoras de gusanos de seda no deben fumar, maquillarse ni comer ajo, para que los olores no causen trastornos a los gusanos recién salidos de los huevecillos.
Los criadores japoneses son igualmente escrupulosos. En Tokorozawa, donde se crían estas orugas para los granjeros, tuve que lavarme y ponerme una bata blanca almidonada, con toca y máscara de gasa, antes de entrar en el área esterilizada. Allí, mil millones de gusanos de un día de edad, cada uno del tamaño de una cabeza de alfiler, devoran trozos de un concentrado de almidón de maíz, frijol de soya y hojas de mora. A mano había una pluma para empujar a los gusanos que se apartaban del polvo nutriente.
Aunque los japoneses han mecanizado virtualmente todo procedimiento de sericultura (la producción de seda), muchas tareas aún se hacen a mano en los países más pobres, pero ricos en mano de obra. Fui con varias mujeres a cosechar hojas de mora, cerca de una aldea de tejedoras, en Ban Lao Kluay, en Tailandia nororiental. A mi alrededor, todas las obreras habían quitado las hojas a muchas ramas, antes de que yo lograra recoger unas cuantas hojas. En una fábrica de Dandong, China, unas mujeres permanecen de pie todo el día frente a unas máquinas devanadoras, lavando los capullos y separando la hebra de seda de la adherente sericina en agua caliente. Sus dedos se mueven rápidamente, quitando los filamentos de seis capullos y alimentándolos constantemente en cada devanadora.
China fue la cuna de la cría del gusano de seda, de la producción de seda cruda y del tejido de este material. La fibra era tan apreciada, que llegó a ser medida monetaria y de recompensa. La corte imperial fundó fábricas para tejer prendas de seda para uso ceremonial y para hacer regalos a las potencias extranjeras. (Hoy, crisálidas de gusano de seda fritas añaden un complemento rico en proteínas al régimen alimenticio predominantemente vegetariano de algunas comunas chinas, y un cirujano vascular chino ha empleado injertos de seda para remplazar arterias lesionadas.)
Durante más de 2,000 años, los chinos guardaron el secreto de la cría del gusano de seda; la ley imperial decretó pena de muerte mediante tortura para quien lo revelara. En el siglo VI, el emperador romano Justiniano envió a dos monjes a China en misión de espionaje. Volvieron a Constantinopla con huevecillos de orugas en unos bastones huecos: los Adán y Eva de los gusanos de seda en Occidente.
En la Edad Media, la seda se entretejía en toda conquista y comercio. Los cruzados donaron a la Iglesia reliquias envueltas en sedas fabulosas. Los venecianos no sólo comerciaban en grande con ella, sino que también importaron criadores y tejedores para establecer su propia industria.
En el siglo XIII, Italia se había convertido en el centro de la seda en Occidente. Luis XI de Francia dictó severas ordenanzas para contener el cuantioso flujo de dinero de Francia a Italia por concepto de costosas sedas, y protegió la industria francesa haciendo grandes pedidos a los tejedores de Tours. Lyon empezó a florecer en el siglo XVI, con el patrocinio de Francisco I, quien restringió las importaciones de seda y atrajo a su país a los artesanos de Italia prometiéndoles mayores libertades gremiales. Hoy existen en Lyon algunas empresas de entonces, y aún tienen nombres italianos.
Después de la Primera Guerra Mundial, al perfeccionarse las fibras sintéticas como el nailon y el rayón, la facilidad para cuidarlas y su bajo precio hicieron bajar mucho las ventas de la seda. Pero, a finales del decenio pasado, el renovado interés por la comodidad y calidad de las fibras naturales aumentó la demanda de seda en la ropa y en las tapicerías.
La seda también ha llegado al mercado de los neumáticos para bicicletas, las cuerdas de raquetas de tenis, los sedales para cañas de pescar y los paracaídas. De peso ligerísimo y, no obstante, más resistente comparativamente que el acero, ha sido un verdadero salvavidas en manos de los cirujanos, que han empleado sus hebras, fáciles de anudar, en la suturación de heridas.
Sin embargo, la producción combinada de 35 países equivale apenas a 52,000 toneladas anuales de seda en bruto: tan sólo un 0.2 por ciento de la producción mundial de fibras textiles. China es la principal abastecedora de hilo de seda; produjo 36,000 toneladas en 1982. Los chinos no tienen aún maquinaria para terminar telas de calidad equiparable a las francesas o a las italianas, pero ya se preparan a competir en este mercado.
En Kiryu, Japón, ya se está aplicando a esta industria la tecnología más avanzada. Telares movidos por computadoras pueden hacer réplicas de antiguas sedas japonesas.
—¿No le preocupa que pueda reemplazarlo una computadora? —pregunté a Junichi Arai, un innovador diseñador textil japonés. Y contestó:
—La computadora es mi amiga. Sin ella, puedo imaginar de diez a veinte diseños. Pero con ella puedo crear más de doscientos diseños en el mismo periodo.
HACE Poco, en una elegante tienda de ropa de Washington, D.C., vi a una joven modelo lucir un vestido de seda azul rey. Su falda de tafetán crujía mientras giraba ante un espejo. Aquello tenía resonancias de lujo, elegancia y misterio. Pero mi imaginación oyó algo más: el frufrú del vestido de novia de Catalina la Grande, el ondear de los pesados estandartes de seda que el papa Julio II dio a sus regimientos suizos. Recordé al maestro tejedor Chhotalal Salvi, cuando me dijo en la India: "La seda es la tela sagrada. Es de lo que nos vestimos cuando deseamos tocar a Dios".
A lo largo de los siglos, esta tela ha sido la incontestable Reina de los Textiles. Y aun en esta época de refinada tecnología dependemos de una humilde oruga para que la produzca. Los científicos han logrado donar el gen de la proteína de la seda, pero sólo como ejercicio de investigación básica. Hasta ahora, no han creado artificialmente ni gusanos de seda, ni seda.
"NATIONAL GEOGRAPHIC" (ENERO DE 1984), ©1984 POR LA NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY. DE WASHINGTON. D. C. FOTOS: CARY WOLINSKY/STOCK BOSTON.