MUSEO MÁGICO DE SALVADOR DALÍ
Publicado en
octubre 13, 2017
El impresionante fresco "Palau del Vent"
Teniendo como escenario un teatro del siglo XI, el maestro de las ilusiones artísticas ha creado en su ciudad natal un espectáculo fascinante.
Por Laurence Cherry.
LA ADOLESCENTE mete una moneda en la ranura. De repente, el elegante Cadillac negro que tiene delante se ilumina por dentro y, de un surtidor invisible, sale agua que riega las plantas de plástico que adornan el interior del vehículo.
¿Se trata de una alucinación? De ningún modo. Es, sencillamente, una de las obras que se exhiben en el sorprendente Teatro-Museo Dalí, en Figueras, localidad de 32,000 habitantes, próxima a la Costa Brava de Cataluña y a la frontera francesa. Con casi diez años de existencia, el Museo Dalí es el segundo más visitado de España, después del madrileño Museo del Prado. Más de dos millones de personas, muchas de ellas procedentes de otros países, han visitado el museo de Figueras y se han sentido desconcertadas y divertidas ante un increíble espectáculo que combina las obras de arte con las bromas, organizado por uno de los mayores exhibicionistas del arte moderno.
Salvador Felipe Jacinto Dalí nació en Figueras el 11 de mayo de 1904. ("¿Dónde, sino en mi ciudad natal, expondría mis obras más extragavantes y perdurables?", dice Dalí de su museo.) Tras estudiar en Madrid, se fue a vivir a París —donde conoció a su esposa, Gala—, residió luego en Estados Unidos durante varios años y, finalmente, estableció su estudio en la localidad de Port Lligat, en la Costa Brava.
Figueras ha sido siempre el centro neurálgico del mundo de Dalí. Durante una visita a la ciudad, en 1961, Dalí fue a ver lo que quedaba del Teatro Municipal, construcción de mediados del siglo XIX que había quedado derruida y sin tejado en la Guerra Civil. Sus tiesos y engomados bigotes ("mis antenas", los llama el artista) comenzaron a temblar de emoción. Allí, en aquel preciso lugar, edificaría su museo. "Me pareció el emplazamiento ideal", recordaría después el artista. "Primero, porque soy un pintor eminentemente teatral; segundo, porque enfrente está la iglesia en que me bautizaron; y, tercero, porque fue en el vestíbulo de ese Teatro Municipal donde realicé mi primera exposición de pintura".
Tras complicadas negociaciones entre Dalí y el municipio, y entre Figueras y el gobierno español, se llegó a un acuerdo. El artista entregó una colección de sus pinturas, Figueras cedió el Teatro Municipal y casi un millón de pesetas, y el Estado se gastó 33 millones en las obras de restauración y trasformación que exigió Dalí para que el edificio se convirtiera en museo.
Salón Mae West
El propio Dalí lo diseñó todo, desde los marcos de las ventanas hasta las extravagantes libreas que usarían los celadores del museo.
Finalmente, el 28 de septiembre de 1974, el supremo experimento del pintor estaba listo para su inauguración. Sentado en su trono dorado y empuñando un bastón que una vez perteneció a Sarah Bernhardt, habló a la multitud allí congregada: "Desearía que este museo se convirtiese en el centro espiritual de Europa".
Eran grandes palabras, pero ¿hablaba el artista en serio o se trataba de una de sus bromas? Todo parece indicar que hablaba completamente en serio: el pintor ha pretendido siempre que su original museo sea un gimnasio para la imaginación, un lugar en el que ejercitar la mente y despertar el espíritu.
Una gran cúpula geodésica gris corona ahora el edificio rosado del viejo Teatro Municipal, de estilo neoclásico, como una cabeza unida a un cuerpo que no es el suyo. Pero esa es sólo la primera contradicción. Al contemplar el museo desde fuera, el visitante ve de repente la estatua de un buzo (con escafandra y todo) que se recuesta en la balaustrada del primer piso. La figura es un claro anuncio de que los visitantes deben estar preparados para sumergirse en el mundo de lo imprevisible. "Dalí pretende que el público se vea continuamente sorprendido y que salga del museo con una pequeña sensación de vértigo", dice María Luisa Thomas Vila, directora del museo.
Iglesia de Cadaqués, desde Port Alguer, a las 8 de la mañana
El fresco que decora el techo de la Sala Noble de la primera planta puede hacer perder el equilibrio a algunos visitantes. Titulada El Palau del Vent ("El palacio del viento"), la obra es una impresionante vorágine de hinchadas nubes y rayos de luz, en la que Gala y Dalí, de cuyo abdomen salen unos "cajones de escritorios invertidos", parecen querer llegar hasta el lugar del cielo de donde surge la tramontana (el fuerte viento del norte que sopla en torno a Figueras ), mientras cae una lluvia de monedas de oro. El significado del fresco está claro: Dalí paga su deuda a la región donde nació, derramando sobre ella toda su fortuna.
Como, por voluntad de Dalí, no hay guía ni manual para el museo ("La palabra está hecha para confundir", dijo en cierta ocasión), muchos visitantes, al principio, parecen no saber qué ruta seguir. Pero en seguida se dispersan, y recorren los cuatro pisos del museo en el orden que les dicta su ánimo. No todas las obras son de Dalí, aunque fue él mismo quien las eligió para su museo. La segunda planta está dedicada a óleos de su amigo y colaborador Antoni Pitxot. En otros lugares del museo, una gran túnica de lentejuelas, obra de Paco Rabanne, una vitrina de Gaudí y lámparas del Metro de París añaden colorido y ponen su nota de humor.
Ante la más difícil comprensión de obras surrealistas tales como El espectro del sex appeal, de 1934, algunos visitantes se encuentran más cómodos contemplando obras de sus periodos realistas como Iglesia de Cadaqués, desde Port Alguer, a las 8 de la mañana, que realizó a la edad de veinte años, o las magníficas Galarina o Cesta de pan, de 1945.
Otros muestran preferencias distintas.Observo a un chiquillo que entra en el Salón Mae West, dedicado por Dalí a la célebre actriz de cine norteamericana. A primera vista, todo resulta común y corriente. Hay un diván escarlata, enmarcado por pesadas cortinas acrílicas, y una chimenea de dos hogares, flanqueada por dos cuadros impresionistas con escenas de París. Pero el niño sube una pequeña escalera, bajo un dromedario, y mira por un anteojo colgante. De repente, grita emocionado: la habitación es, "en realidad", un inmenso retrato tridimensional de la voluptuosa estrella, en el que el diván es la boca; la chimenea, la nariz; los dos cuadros los brumosos ojos, y las cortinas, la exuberante melena rubia.
Cesta de pan
¿Dónde está la divisoria entre la realidad y la ilusión?, parece preguntar Dalí a cada visitante. Así, visto de cerca, un cuadro de gran tamaño representa a Gala contemplando el mar. Sin embargo, desde unos veinte metros de distancia, los elementos que componen la pintura se reordenan para mostrarnos la imagen del presidente norteamericano Abraham Lincoln. Estas ilusiones ópticas son algunos de los juegos favoritos del Dalí: hacen ir al público en una dirección y a continuación sorprenden con un giro insospechado.
Hasta hace poco, Dalí visitaba su museo casi todas las semanas, y supervisaba los más pequeños detalles. El año antepasado, ordenó, sin explicar la razón, que los radiadores del edificio quedaran ocultos tras montones de cucharillas de café. Quiso también que no se cobrara la entrada al museo el 6 de enero, día de los Reyes Magos. "Fue su regalo a Figueras", dice la señora Thomas Vila. Pero ahora, su delicado estado de salud lo obliga a delegar responsabilidades. Sin embargo, en marzo de 1983, llevó personalmente el diseño de los nuevos uniformes de los celadores al museo, con lo que demostró que el museo aún ocupa un lugar principal en su mente.
Tras el fallecimiento de su amada Gala, un junio de 1982, Dalí, se retiró a su castillo en la cercana Pubol y legó las pinturas propiedad de su esposa al museo de Figueras. A principios de este año, acatando la voluntad del pintor de contar con un organismo legalmente autorizado que administre el total de su legado artístico (incluyendo el museo y la casa de Port Lligat) se disolvió la fundación original del teatro-museo y se formó una nueva sociedad privada. La recientemente adquirida Torre Gorgot, a la que se le dio el nombre de Galatea, contigua al edificio principal, alberga hoy la Fundación Gala y Salvador Dalí, y sus presidentes honorarios son los reyes de España.
El patronato del museo declaró "Año de Dalí" a 1984, en Figueras, para conmemorar el décimo aniversario del teatro y el octogésimo cumpleaños del artista, además de atraer visitantes de todo el mundo. De este modo, el sueño de Dalí de convertir su museo en el centro espiritual de Europa no parece ahora tan irrealizable. Cuando, en el patio del museo, escuché la charla de visitantes de una docena de países, pensé que el viejo maestro de la ilusión artística podría, de nuevo, ser el último en reír, y en salirse con la suya.
Algunas obras
FOTOS CEDIDAS POR DISTRIBUCIONES D'ART SURREALISTA. S.A.