Publicado en
octubre 02, 2017
Si compras un buey o un asno, te servirán mientras vivan; pero si plantas un olivo, serás su servidor mientras vivas.
(refrán hebreo)
Por Ignacio Abella.
Entre los poemas del bosque, el roble es el árbol que más tiempo y lugar ocupa. En el siglo I, Plinio nos habla de las vastas selvas europeas que se extendían por todo el continente y de sus robles inmensos "contemporáneos del origen del mundo". Gran parte de la Península Ibérica perteneció al antiguo reino del roble, y pocos árboles han contribuido de una forma tan decisiva a sentar los cimientos de la actual civilización. Servía tanto para alimentar con sus bellotas a los hombres y sus ganados, como para proporcionar la madera para construir pueblos, ciudades, navíos, molinos y maquinarias de guerra o la leña con la que se hacía el carbón para las industrias del hierro. Pero, sobre todo, el roble ha sido el árbol inspirador en torno al cual se reunían antiguamente los hombres para celebrar los rituales y las reuniones más importantes.
Mucho antes de que el Cristianismo fuera inventado en la remota comarca de Galilea, el roble era un dios al que se ofrecían tributos y al que cada pueblo relacionaba con su deidad más relevante, ya fuera Zeus o Júpiter, Perún o Perkunas. Todas ellas divinidades vinculadas con la realeza, la justicia y el poder del rayo. El de Guernica es un simple ejemplo de aquellos robles centenarios que presidieron desde su mismo corazón, los pueblos y las comarcas. A sus pies se juraba, se juzgaba o se decidía, se bailaba y se festejaba y el árbol se convertía en la plaza y el templo por el que transcurría la vida entera de la comunidad.
El significado de estos dioses es muy difícil de comprender para nuestra actual civilización, que ha recopilado cuidadosamente la historia de sus guerras y dominios, pero ha perdido la memoria de las cosas sustanciales.
Tal como nos contaba el verano pasado la abuela Caridad, en la aldea asturiana de Bermiego, hace tan sólo unas décadas, cuando marchaban los emigrantes a Buenos Aires, se despedían los mozos llorando abrazados al tronco del viejo roble de conceyu, que era lugar de asamblea y festejos. Y cuando escribían, preguntaban cómo estaba el Árbol, como si hablaran del espíritu mismo de su pueblo o de la memoria viva del clan.
Aquellos robles centenarios, milenarios a veces, han llegado hasta nuestros días a pesar del olvido o el maltrato de los últimos tiempos en los que los árboles sagrados se han convertido en un estorbo para los planes urbanísticos de sus entornos. Sin embargo, son el postrero resto de la memoria viva de un tiempo en el que los árboles ocupaban un lugar primordial en el paisaje, en la sociedad y en la cultura. Son el testimonio vivo de que el hombre puede convivir con la tierra a lo largo de siglos de respeto. De que la cultura no está en las letras o en la suma de conocimientos, sino en la educación, la experiencia y el sentido común.
De todo ello nos habla el roble como lugar central. también, de los paisajes en que se asienta. Gracias a él sobreviven infinidad de formas de vida que, de un modo u otro, se resguardan en el árbol o en las condiciones que genera a su alrededor: tierra fértil, clima benigno, humedad y frescura, abrigo y sombra...
"Mi cama fue un roble
y en sus ramas cantaban los pájaros.
Mi cama fue un roble
y mordió la tormenta sus gajos.
.... Mi cama fue un roble.
Yo duermo en un árbol.
En un árbol amigo del agua,
del sol y la brisa del cielo y el musgo,
de lagartos de ojuelos dorados
y de las orugas, de un verde
esmeralda."
(El nido, Juana de Ibarbourou)
EL MÁS DURADERO
Si el roble es la imagen de la fuerza, pues alcanza dimensiones colosales y una duración y resistencia proverbiales, asimismo puede ser emblema de la generosidad, por su enorme capacidad de convivir con una gran cantidad de especies. Buena parte de nuestros actuales dominios están directamente asentados en los robledales de antaño que prepararon la tierra para que la semilla humana germinara y se desarrollara. ¿Te extraña aún la veneración que muchos sentimos hacia el árbol madre?
El roble es la madera por antonomasia, preferida por su dureza y durabilidad a casi cualquier otra. De este material podían construirse en el pasado todo tipo de objetos y estructuras, desde la osamenta y los muebles de una casa, hasta la tarima, los utensilios o el fuego del hogar. También en este contexto, el roble crea un clima especial que se traduce en los sonidos y en la atmósfera sosegada que parecen transmitir los espíritus del bosque.
Fuente: REVISTA INTEGRAL - JULIO 2008