Publicado en
octubre 06, 2017
Los fuegos de artificio acaso se apaguen al paso del tiempo; pero, como lo descubren muchos cónyuges, la profundidad de su relación íntima puede ir en constante aumento.
Por Ronna Romney y Beppie Harrison.
VIRTUALMENTE todo el mundo recuerda la primera relación sexual con su cónyuge. Y casi nadie recuerda la número 373. Las historias de amor son acerca del enamoramiento, no de seguir enamorado.
Nos intriga qué ocurre en un matrimonio que ha durado muchos años. ¿Es emocionante seguir enamorado? ¿Sigue siendo romántico meterse en la cama noche tras noche con la misma persona?
"Depende de lo que se entienda por romántico", explica una mujer que lleva casada quince años. "Si se llama así al hecho de vivir siempre consumido por ardientes deseos, entonces no, no es romántico. En realidad, es algo mejor, porque la sexualidad ya no es una representación. Podemos relajarnos y disfrutar de lo que está ocurriendo. Eso es, para mí, lo romántico. Sé que me ama alguien que realmente me conoce. Y no hay nada mejor".
De todos los goces de la familiaridad, uno de los más importantes estriba en la seguridad. Aprendemos á confiar en esa persona que maneja nuestro cuerpo y nuestras emociones tan íntimamente. Es posible quitar las trabas y enfrentar la vivencia con mente abierta.
Es más: existe la seguridad de tener una historia compartida como amantes; una sensación de confianza mutua. Dada la avalancha de información sexual de que se dispone hoy día, se advierte una gran presión por "hacer las cosas bien". Maridos y mujeres tienen el tranquilizador conocimiento de todas las veces que su relación sexual ha funcionado bien... así como el de que, cuando no ha sido así, nada importante ha cambiado en su interrelación.
Mientras que en las primeras etapas del amor, el obsesivo deseo mutuo deja fuera al resto del mundo, la intimidad entre la pareja que lleva muchos años de matrimonio deja espacio a todas las facetas de la vida. Acaso sea intercambiar miradas sobre la cabeza de uno de los hijos, o extender la mano para coger la del esposo en el instante en que él iba a tomar la nuestra. Algunos de los momentos más íntimos del matrimonio son los que transcurren simplemente charlando, cuando las decepciones del mundo parecen habernos quitado todas las defensas, y estamos heridos.
El meollo de la intimidad es un profundo conocimiento mutuo, y tal conocimiento tarda años en desarrollarse. Para los esposos y las esposas que se esfuerzan por mantenerse en contacto recíproco —que se escuchan uno al otro, que comparten lo que ocurre, sea fascinador o no—, la intimidad se convierte en un elemento del matrimonio cada vez más acendrado, que realza todos los demás aspectos. En la intimidad del matrimonio, lo sexual se convierte en la expresión física de la unidad de dos personas.
Lo que atemoriza a muchos es la fluctuación normal de la pasión dentro del gran marco de tiempo de la intimidad. Cuando el fresco frenesí de un nuevo amor empieza a fundirse en la más serena seguridad de una relación consolidada, algunos se alarman y tratan de recuperar la novedad con alguien más. Para que el matrimonio funcione bien, hay que meterse en el terreno de la familiaridad y descubrir, más allá de la novedad, la cálida intimidad de hacer el amor con la persona a la que conocemos casi tan bien como a nosotros mismos.
Los rostros se arrugan, los cuerpos pierden su esbeltez, los niveles de energía bajan, y la mayoría de las personas se enfrentan a un número creciente de triviales achaques. El amor duradero asimila todos los hechos poco agradables, y los acepta. Firma un tratado de paz con el tiempo. Lo que une a los amantes no es lo que parecen ser, sino lo que en verdad son.
Si la necesidad física mutua parece menos absorbente con el paso del tiempo, aún puede ser intensamente satisfactoria. Y puede ser mejor, pues como casi todas las destrezas, las relaciones sexuales mejoran con la práctica.
Hay un placer peculiar en hacer el amor para las parejas que se hallan en la fase intermedia de su matrimonio, cuando se torna más exigente el mundo que los rodea. Toda la intrincada maquinaria de los empleos y el hogar debe seguir funcionando. Los días son implacablemente ajetreados, y en mitad de todo esto, hacer el amor puede ser como un remanso de intimidad.
"¿Saben qué es para mí lo mejor del sexo?", dice una mujer que lleva doce años de casada y tiene dos hijos. "Es llevar a los niños a la cama, hacer correr el agua caliente y meterme en la bañera con mí esposo. Nos relajamos y podemos juguetear y reír como niños".
Explica un hombre, con nueve años de casado y sin hijos: "La relación sexual me da muchas cosas, pero una de las más importantes es simplemente relajar la tensión". Nos confía Abigail (siete años de casada, con tres hijos): "A veces siento que el sexo es la única actividad de adulta que yo practico. Todo el resto del tiempo tengo que estar esforzándome al máximo en ser buena madre o buena vecina. En el lecho, con mi esposo, puedo ser lo que yo quiera... dejo todos mis roles en una pila, junto con mi camisón".
En la deliciosa intimidad compartida por marido y mujer cabe toda la gama de los estados de ánimo del amor. A veces, hacer el amor puede ser rutinario. También puede ser divertido, o comunicativo, o exquisitamente intenso. En un matrimonio duradero, se puede experimentar la vida sexual en todas sus permutaciones, porque ambas personas están dedicadas al oficio de vivir, y su estado de ánimo lo reflejará.
No se trata de que las relaciones sexuales en los matrimonios veteranos no presenten dificultades. Un estudio de matrimonios felices, publicado en 1978 por los investigadores del Instituto y Clínica de Psiquiatría de Occidente, de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania, informó de un nivel de dificultades sexuales similar al que Masters y Johnson descubrieron entre las parejas que fueron su objeto de estudio. Pese a tales dificultades, casi todas las personas del estudio informaron que sus relaciones sexuales eran satisfactorias. Cuando era buena, compartir la vida sexual venía a engrosar el sentido general de contentamiento y afecto. De otro modo, el resto de la relación aportaba suficiente cordialidad y comprensión para quitar importancia a los escollos.
Algunos psicoterapeutas piensan que si una pareja casada encuentra sus problemas sexuales lo bastante perturbadores para buscar asesoramiento, lo que más puede ayudarla no son las técnicas avanzadas que aprenden, sino la vivencia de compartir un objetivo común, y esforzarse juntos, tierna y amorosamente, para lograrlo.
Cuando las dificultades no son tan graves, o las personas sienten que han caído en una mala racha, muchas parejas se apartan un tiempo para estar solas. Comenta una mujer casada: "Cuando mi esposo y yo estamos solos, volvemos a sentir que vivimos un verdadero noviazgo".
Salir de viaje juntos, solos, ofrece un retorno temporal a esa beatífica primera etapa. "Hay que irse", dice una esposa, "aunque sólo sea a un hotel del centro de la ciudad. De otro modo, vemos el polvo bajo la cama, los platos en el lavadero y el portafolios en el vestíbulo. Hay que dejar atrás todo eso".
Cuando todo "eso" se ha dejado atrás, toda la energía que se dedicaba a administrar una vida entre dos se puede consagrar a renovar sus bases: la relación amorosa y continua de una pareja, que eligió transitar por el tiempo unida.
Tales son los momentos que sostienen un matrimonio, y los cónyuges consagrados a un amor duradero forjan su propio tesoro privado. Puede consistir en acostarse juntos en una habitación silenciosa mientras el alba lentamente ilumina por fuera las ventanas, o cogerse de la mano bajo la mesa de un restaurante, o volver a unirse después de una separación, con renovada ansia del uno por el otro.
Todos estos son modos distintos de hacer el amor.
CONDENSADO DE "GIVING TIME A CHANCE: THE SECRET OF A LASTING MARRIAGE". © 1983 POR RONNA ROMNEY Y BEPPIE HARRISON. UTILIZADO CON LA AUTORIZACIÓN DE WRITER'S HOUSE INC., DE NUEVA YORK.