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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
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  • Ancho igual a 1280
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  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


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    LA MALDICIÓN DE LOS REYES (Connie Willis)

    Publicado en septiembre 21, 2017
    HABÍA UNA MALDICIÓN. CAYÓ SOBRE TODOS NOSOTROS aunque no lo supiéramos. Al menos, Lacau no lo sabía. Allí de pie, leyéndome en voz alta a mí, en mi jaula, el sello de la tumba. Y el Sandalio, de pie sobre la cresta negra viendo los cuerpos arder, no tenía ni idea que él ya era una de sus víctimas.

    La princesa lo sabía diez mil años antes, apoyando desesperadamente la cabeza contra el muro de su tumba. Y Evelyn, a la que había devorado viva, lo sabía. Intentó decírmelo esa última noche en Colchis, mientras esperábamos la nave.

    La electricidad se había vuelto a ir, y Lacau había encendido una lámpara de fotoseno y la había acercado al traductor para que yo pudiese ver los diales. La voz de Evelyn se había vuelto tan mala que eran precisos ajustes continuos. La llama de la lámpara sólo iluminaba el espacio que me rodeaba. Lacau, inclinándose sobre la hamaca, se encontraba totalmente a oscuras.

    La bey de Evelyn estaba sentada junto a la lámpara, observando la llama rojiza, con la boca abierta y los dientes negros reluciendo a la luz. Me daba la impresión de que en cualquier momento metería la mano en la llama, pero no lo hizo. El aire estaba inmóvil y cargado de polvo. La llama de la lámpara ni siquiera se agitaba.

    —Evie —dijo Lacau—. No nos queda tiempo. Los soldados del Sandalio llegarán antes de la mañana. No nos dejarán partir.

    Evelyn dijo algo, pero el traductor no lo captó.

    —Acerca el micrófono —dije—. Eso no lo he pillado.
    —Evie —repitió—. Necesitamos que nos digas cuándo pasó. ¿Puedes hacerlo, Evie? ¿Puedes decirnos qué pasó?

    Ella lo intentó una vez más. Yo había puesto el volumen todo lo alto que era posible, y esta vez el traductor lo captó, pero sólo como estática. Evelyn se puso a toser, con un sonido agudo y terrible que el traductor convirtió en un grito.

    —Por amor de Dios, ponle el respirador —dije.
    —No puedo —respondió él—. Se ha agotado la batería.

    «Y el otro respirador había que enchufarlo —pensé yo—, y ya has usado todos los cables extensores.» Pero no dije nada. Porque si la conectaba al respirador tendría que desenchufar el refrigerador.

    —Entonces que beba agua —dije.

    De la caja que había junto a la hamaca tomó la botella de Coca-Cola,1 le metió la pajita y se inclinó hacia la oscuridad para levantar la cabeza de Evelyn y ayudarla a beber. Yo apagué el traductor. Ya era terrible escuchar cómo intentaba hablar. Me pareció que no podría soportar oírla intentando beber.

    Después de lo que pareció una hora, Lacau volvió a dejar la botella de Coca-Cola sobre la caja.

    —Evelyn —dijo—. Intenta contarnos lo que pasó. ¿Entrasteis en la tumba?

    Volví a conectar el traductor y me preparé, con el dedo sobre el botón de grabación. No tenía sentido grabar los sonidos agónicos que emitía.

    —Maldición —dijo Evelyn con claridad, y pulsé el botón—. No la abráis. No la abráis. —Calló e intentó tragar—. ¿Quedaes?
    — ¿Qué día es? —dijo el traductor.

    Intentó tragar de nuevo y Lacau tomó la botella de Coca-Cola, sacó la pajita y se la pasó a la bey.

    —Ve a buscar más agua.

    La pequeña bey se puso en pie, con los ojos negros todavía fijos en la llama, y tomó la botella.

    —Deprisa —la urgió Lacau.
    —Deprisa —dijo Evelyn—. Antes la bey.
    — ¿Abriste la tumba cuando la bey fue en busca del Sandalio?
    —Oh, no la abráis. No la abráis. Lo siento. No lo sabía.
    — ¿Qué no sabías, Evelyn? —preguntó Lacau.

    La bey seguía mirando, fascinada, la llama, con la boca abierta, de forma que yo le veía los relucientes dientes negros. Miré la gruesa botella verde que sostenía en sus manos sucias. La pajita también era de vidrio, gruesa, irregular y estaba llena de burbujas, probablemente había sido fabricada en la planta embotelladora. Estaba marcada con largos arañazos. Evelyn los había hecho al sorber el agua a través de ella. «Un día más y la habrá hecho jirones», pensé, y luego recordé que no teníamos un día más. No a menos que de pronto la bey de Evelyn cayese hacia la llama roja, los panales cortando su sucia piel marrón, en el interior de su garganta, en el interior de sus pulmones.

    —Deprisa —dijo Evelyn al silencio hipnótico, y la pequeña bey miró la hamaca como si acabase de despertar y se apresuró a salir de allí con la botella de Coca-Cola—. Deprisa. ¿Qué día es? Debo salvar el tesoro. Él la asesinará.
    — ¿Quién, Evelyn? ¿Quién la asesinará? ¿A quién asesinará?
    —No deberíamos haber entrado —dijo, y dejó escapar un suspiro que sonó como arena arañando el vidrio—. Atención. Maldición de reyes.
    —Está citando lo que decía el sello de la puerta —dijo Lacau. Se puso derecho—. No entraron en la tumba. Supongo que lo has grabado todo.
    —No —respondí, y pulsé el botón de borrar—. Todavía no se le ha pasado el efecto del dilaudid. Empezaré a grabar cuando hable con coherencia.
    —La Comisión habría fallado a favor del Sandalio —dijo Lacau—. Howard juró que no habían entrado, que esperaron al Sandalio.
    — ¿Qué más da? —dije—. Evelyn no vivirá para testificar en la vista de la Comisión y nosotros tampoco si el Sandalio y sus soldados llegan antes que la nave; por tanto, ¿qué más da? Tampoco quedará ningún tesoro una vez que la Comisión pase por aquí; por tanto, ¿para qué hacemos esta maldita grabación? Cuando la Comisión la oiga ya será demasiado tarde para salvarla.
    — ¿Y si después de todo había realmente algo en la tumba? ¿Y si era un virus?
    —No lo era —dije—. El Sandalio los envenenó. Si era un virus, ¿por qué la bey no está infectada? Estaba en la tumba con ellos, ¿no?
    —Deprisa —dijo alguien, y por un instante pensé que era Evelyn, pero era la bey. Entró corriendo en la habitación, con la botella de Coca-Cola soltando agua por todas partes.
    — ¿Qué pasa? —dijo Lacau—. ¿Ha llegado la nave?

    Le tiró de la mano.

    —Deprisa —dijo, y lo llevó por el largo pasillo de cajas de embalaje.
    —Deprisa —dijo Evelyn en voz baja, como un eco, y me levanté para acercarme a la hamaca. Apenas podía verla, lo que me lo ponía un poco más fácil. Abrí los puños y dije:
    —Soy yo, Evelyn. Soy Jack.
    —Jack —dijo. Apenas podía oírla. Lacau había fijado el micrófono a la redecilla de plástico que le llegaba hasta el cuello, pero perdía el conocimiento con rapidez y volvía a resollar. Necesitaba una inyección de morfato. La ayudaría a respirar, pero tan cerca de la dosis de dilaudid haría que se apagase como una luz.
    —Le transmití el mensaje al Sandalio —dije, inclinándome para oír su respuesta—. ¿Qué decía el mensaje, Evelyn?
    —Jack —dijo—. ¿Qué día es?

    Tuve que pensar. Me daba la impresión de que habían pasado años.

    —Miércoles —dije.
    —Mañana —dijo. Cerró los ojos y pareció relajarse, casi como si se hubiese quedado dormida.

    No iba a sacarle nada. Me apliqué plastiguantes, cogí el sistema de inyección y lo abrí. El morfato la haría dormir en cuestión de minutos, pero hasta entonces no sentiría dolor y quizás estuviese coherente.

    El brazo le caía por un borde de la hamaca. Acerqué un poco más la lámpara e intenté dar con un punto para la inyección. Tenía todo el brazo cubierto por hileras de panales de rebordes blancos, algunos ya de casi dos centímetros de grosor. Se habían ablandado y engrosado desde la primera vez que la había visto. Entonces eran delgados y afilados como cuchillas. Era imposible dar con una vena entre ellos, pero mientras miraba, el calor de la llama de fotoseno ablandó un círculo de piel en el antebrazo y el reborde de cinco lados que la rodeaba cayó y pude clavar la hipodérmica.

    Lo intenté dos veces antes de que se acumulase sangre en la depresión blanda donde había entrado la aguja. Cayó al suelo. Busqué, pero no encontré nada con lo que limpiarla. Esa mañana Lacau había usado todo el algodón. Arranqué un trozo de papel de mi cuaderno de notas y limpié la sangre.

    La bey había vuelto. Pasó por debajo de mi codo sosteniendo un trozo plano de plástico. Yo doblé el papel y lo dejé caer en el centro del plástico. La bey lo dobló por encima y plegó los extremos, formando un paquetito, teniendo cuidado de no tocar la sangre. Me puse en pie y lo miré.

    —Jack —dijo Evelyn—. Fue asesinada.
    — ¿Asesinada? —dije, y alargué la mano para volver a ajustan No obtuve más que retroalimentación—. ¿Quién fue asesinada, Evelyn?
    —La princesa. Ellos la mataron. Por el tesoro. —El morfato le hacía efecto. Entendía sin dificultad sus palabras aunque no tuvieran sentido. Nadie había asesinado a la princesa. Llevaba muerta diez mil años. Me incliné sobre ella.
    —Dime qué decía el mensaje que me diste para llevarle al Sandalio, Evelyn —dijo.

    Se encendieron las luces. Se puso la mano sobre la cara como si quisiese ocultarla.

    —Asesiné a la bey del Sandalio. Fue preciso. Para salvar el tesoro.

    Miré a la pequeña bey. Todavía sostenía el paquetito de plástico, girándolo una y otra vez en sus manitas sucias.

    —Nadie asesinó a la bey —dije—. Está aquí.

    No me oyó. La inyección le había hecho efecto. Se le relajó la mano y luego le resbaló por el pecho. Allí donde se había apretado la frente y las mejillas, los dedos habían dejado marcas profundas en la piel blanda como la cera. Con la presión de los dedos había aplastado los bordes de los panales y los había hundido, de forma que en los extremos destacaban los huesos.

    Abrió los ojos.

    —Jack —dijo claramente, con una voz tan desesperada que alargué la mano y apagué el traductor—. Demasiado tarde.

    Lacau pasó a mi lado y levantó la redecilla.

    — ¿Qué ha dicho? —quiso saber.
    —Nada —dije, quitándome los guantes de plástico y tirándolos a la caja abierta que usábamos para las cosas que Evelyn había tocado. La bey seguía jugando con el paquetito de plástico en el que había el papel manchado de sangre. Se lo quité y lo puse en la caja—. Delira —dije—. Le he puesto una inyección. ¿Ya ha llegado la nave?
    —No —dijo—, pero el Sandalio sí.
    —La maldición —dijo Evelyn. Pero no la creí.


    Yo había quemado ocho columnas sobre una maldición cuando intercepté el mensaje de Lacau. Me encontraba a medio camino del otro lado del interminable continente desierto de Colchis con el equipo de Lisii. Se me habían acabado las historias sobre el increíble descubrimiento del equipo, que consistía en dos vasijas de arcilla y algunos huesos negros. Dos vasijas era más que lo del equipo de Howard, en el Espinazo, había encontrado en cinco años, y mi agencia barajaba la posibilidad de sacarme en la siguiente nave de circuito.

    No creía que fuese a hacerlo mientras la AP mantuviese a Bradstreet en el planeta. Cuando, si eso llegaba a suceder, alguien encontrase el tesoro que todos buscaban, la agencia que tuviese a alguien en Colchis tendría la exclusiva. Y mientras tanto, las buenas historias me garantizarían estar en el lugar adecuado en el momento adecuado cuando se produjese la noticia del siglo, así que había ido volando al norte para cubrir una masacre suhundulim de tres al cuarto y luego allí, a Lisii. Cuando lo de las vasijas dejó de servirme, me inventé una maldición.

    No era una gran maldición (nada de asesinatos, avalanchas, ni fuegos misteriosos), pero cada vez que alguien se torcía un tobillo o le mordía un kustod yo escribía al menos cuatro columnas.

    Después de que se publicase la primera, titulada «La maldición de los reyes ataca de nuevo», Howard, desde el Espinazo, me envió un tierra-a-tierra: « ¡La maldición tiene que estar en el mismo lugar que el tesoro, niño!»

    Yo le respondí: « ¿Si el tesoro está ahí, qué hago atrapado aquí? Encuéntrame algo para que pueda volver.»

    No me respondió, el equipo de Lisii no dio con más huesos y la maldición cobró importancia. Seis piedras del tamaño de mi pulgar cayeron por una pendiente de lava por la que acababa de bajar el equipo de Lisii y yo titulé la noticia, «Un misterioso desprendimiento casi entierra a los arqueólogos: ¿es cosa de la maldición de los reyes?». La pasaba por el quemador cuando sonó la señal que había dispuesto para avisarme de las transmisiones del cónsul. Se suponía que los periodistas de agencias no debían escuchar trasmisiones oficiales, y Lacau, el cónsul en el Espinazo, había doblado la protección de las suyas para asegurarse de que no lo hiciésemos, pero los quemadores tienen un número limitado de líneas y yo había tenido tiempo de sobra en Lisii para probarlas todas.

    Era una petición de nave-a-zona. Había añadido «deprisa» al final. La nave de circuito no llegaría hasta al cabo de un mes y no podía esperar. Habían encontrado algo.

    Quemé el resto de la historia. Luego pasé a un tierra-a-tierra y le envié a Howard una copia del titular con un comentario: « ¿Habéis encontrado algo?» No obtuve respuesta.

    Quemé historias durante todo el camino, enviándolas tierra-a-tierra al retransmisor que tenía en mi tienda de Lisii, de forma que a Bradstreet le pareciese que seguían llegando desde allí. Continuamente tenía que parar para montar el equipo de quemado, pero no quería que él fuese al Espinazo. Él seguía en el norte, esperando otra masacre, pero disponía de un Swallow que podía llevarle al Espinazo en día y medio.

    Así que envié una historia titulada «Los kustodes amenazan la vida del equipo: ¿agentes de la maldición?» sobre los kustodes, parecidos a garrapatas, que chupaban la sangre a cualquiera tan estúpido como para meter la mano en un agujero. Dado que el equipo de Lisii se ganaba la vida precisamente metiendo la mano en agujeros, sus miembros tenían los brazos llenos de círculos blancos de piel muerta allí donde el veneno había entrado en la sangre. Los mordiscos no sanaban y, durante más o menos una semana, tu sangre era tóxica, por lo que alguien colgó un cartel en la cantina con una calavera y unos huesos debajo que decía: «No se permite mordisquear.» Por supuesto, no lo conté en mi artículo. Los había convertido en agentes de la maldición mortal, que se vengaban de todo aquel que se atreviese a alterar el sueño de los antiguos reyes de Colchis.

    Al segundo día intercepté una respuesta de una nave. Era un carguero Amenti y estaba muy lejos, pero venía. Llegaría al cabo de una semana. Lacau respondió con una única palabra: «Deprisa.»

    Si quería ganarle a la nave, no podría malgastar más tiempo quemando titulares. Cogí algunas cintas de seguridad que había preparado, deliberadamente sin fecha, y las mandé: un texto elogioso sobre Lacau, el sufrido cónsul que había mantenido la paz y dividido el tesoro; entrevistas con Howard y Borchardt; un texto no tan halagador sobre el dictador local, el Sandalio; una recapitulación del descubrimiento accidental de las tumbas saqueadas en el Espinazo, que era lo que en principio había atraído a Howard y su banda hasta allí. Me arriesgaba enviando todas esas historias sobre el Espinazo, pero tenía la esperanza de que Bradstreet comprobara el punto de transmisión y decidiese que intentaba despistarle. Con suerte, partiría raudo hacia Lisii en su maldito Swallow, convencido de que el equipo había dado con un filón y que yo intentaba mantenerlo en secreto hasta tener la exclusiva.

    Me deslicé en la aldea del Sandalio seis días después de salir de Lisii. Todavía me encontraba a día y medio del Espinazo, pero la nave llegaría al cabo de dos días y ellos tendrían que estar allí donde aterrizara y no en el Espinazo.

    Había un silencio mortal en el asentamiento de caliza blanca que me recordaba otro lugar. Eran poco más de las cinco. La hora de la siesta. No se vería un alma hasta las seis, pero de todas formas llamé a la puerta del cónsul. No había nadie en casa, y todo estaba bien atrancado. Miré por las persianas de tela, pero no vi mucho, aunque sí que el equipo de quemado de Lacau no estaba en la mesa, lo que me preocupó. Tampoco había nadie en el edificio bajo que el equipo del Espinazo empleaba como barracón, y ¿dónde demonios estaban todos? No estarían en el Espinazo si una nave llegaba al día siguiente. Quizá la nave hubiese llegado y se hubiese ido con dos días de adelanto.

    Yo no había quemado una historia desde hacía dos días. Se me habían acabado las cintas y no me había atrevido a arriesgarme a pararme a montar el equipo para no correr el riesgo de llegar tarde. En Lisii, había tenido la precaución de dejar de vez en cuando que las historias se acumulasen dos o tres días y luego las enviaba todas de golpe para que Bradstreet no llegase inmediatamente a ninguna conclusión cada vez que me saltaba una fecha límite. Pero él pronto me alcanzaría, y yo no tenía mucho más que hacer. No iba a irme al Espinazo hasta que no hubiese hablado con alguien y me hubiera asegurado de que efectivamente estaban allí. Además, de todas formas no podía irme de noche, así que me senté en el escalón bajo del porche del barracón, monté el equipo de quemado y comprobé la situación de la nave. Seguía de camino. Llegaría al cabo de dos días. Por tanto, ¿dónde estaba el equipo? « ¿La Maldición Ataca de Nuevo? ¿El Equipo Desaparece?»

    Eso no lo podía escribir, así que preparé un par de columnas sobre el otro miembro del equipo de Howard al que no conocía: Evelyn Herbert. Se había unido al equipo justo después de que yo me hubiese ido al norte a cubrir la masacre, y no sabía mucho de ella. Bradstreet había dicho que era hermosa. En realidad, no era eso lo que había dicho. Dijo que era la mujer más hermosa que hubiese visto, aunque fue porque estábamos atrapados en Khamsin y había bebido ginebra en interminables botellas de Coca-Cola.

    —Tiene una cara como la de Helena de Troya —había dicho—. Una cara que podría lanzar... —La comparación no pasó de ese punto porque en Colchis no había nada para lanzar en lo que pudiésemos pensar—. Incluso el Sandalio está loco por ella.

    Me había negado a creerlo.

    —No, en serio —había protestado Bradstreet descuidadamente—, le ha hecho regalos, incluso le ha entregado a su propia bey. Quería que Evelyn se fuese a vivir a su complejo privado, pero ella se negó. Te lo digo, tienes que verla. Es hermosa.

    Seguía sin creerlo, pero la historia era buena. La quemé como el romance del siglo y con eso me ocupé de la historia del día anterior. Pero, ¿qué hacía con la de aquel día?

    Volví a llamar a las puertas. El silencio seguía siendo terrible, y recordé qué me recordaba: Khamsin justo después de la masacre. ¿Y si el deprisa histérico de Lacau había tenido alguna relación con el Sandalio? ¿Y si el Sandalio había echado un vistazo al tesoro y había decidido que lo quería todo para sí? Volví a sentarme y quemé una historia sobre la Comisión. Cuando se producía alguna controversia con respecto a descubrimientos arqueológicos, la Comisión de Antigüedades llegaba y se sentaba encima de la cuestión hasta que todos se aburrían y estaban dispuestos a rendirse. Trataban todos los asuntos con más seriedad de la que merecían. En una ocasión se había convocado a la Comisión para decidir quién era dueño de un planeta después de que una excavación demostrara que los llamados nativos eran realmente descendientes de los tripulantes de una nave espacial que había aterrizado varios miles de años antes. La Comisión se ocupó de aquello con la máxima seriedad, aunque era como si lo neandertales hubiesen reclamado la devolución de la Tierra. Prestó atención a las pruebas durante unos cuatro años, como si realmente fuese a hacer algo, y finalmente se retiró para examinar los montones acumulados de testimonios y dejó que los bandos opuestos luchasen entre sí. Diez años después seguían examinando los documentos, pero eso no lo dije. Pinté a la Comisión como el brazo de la justicia arqueológica: justa pero firme y enemiga de cualquier avaricioso. Quizás eso hiciese que el Sandalio se lo pensase dos veces antes de masacrar al equipo de Howard y quedarse con el tesoro, si no lo había hecho ya.

    Seguía sin haber rastro de vida. ¿Y si eso significaba que no había rastro de vida? Volví a repasar las puertas, temiendo que una de ellas se abriese para mostrarme una pila de cadáveres. Pero al contrario que en Khamsin, tampoco había señales de destrucción. No se había producido ninguna masacre. Probablemente se encontrasen en la morada del Sandalio, repartiéndose el tesoro.

    No había forma de mirar por encima de los altos muros del complejo. Golpeé las exquisitas puertas de hierro y salió una bey a la que no reconocí. Traía una lámpara fotoseno; la sacaba para encenderla antes de que se pusiese el sol, y por tanto no estuve seguro de que me hubiese oído llamar a la puerta. Parecía vieja.

    Era difícil asegurarlo en el caso de los beys, que nunca son mayores que niños de doce años. En el pelo negro jamás les salen canas y no suelen perder los dientes negros, pero ésa vestía túnica negra en lugar de camisola, lo que significaba que ocupaba una posición destacada en la casa del Sandalio, aunque yo no lo recordaba, y tenía los antebrazos llenos de mordiscos de kustod. O era excepcionalmente curiosa, incluso para ser bey, o era muy mayor.

    — ¿Está el Sandalio? —dije.

    No respondió. Colgó la lámpara del gancho que había junto a la puerta y observó cómo prendía la masa de líquido fotoquímico de su base.

    —Tengo que ver al Sandalio —dije más alto: debía de ser dura de oído.
    —Nadie —dijo con su rostro impasible. ¿Significaba eso que el Sandalio no estaba o se suponía que no debía dejar entrar a nadie?
    — ¿Está el Sandalio? —dije—. Quiero verle.
    —Nadie —repitió. Había sido mucho más fácil sacarle información a la otra bey del Sandalio. Le había regalado un espejo de bolsillo y me había ganado una amiga para toda la vida. El hecho de que no estuviese allí probablemente también indicase que el Sandalio tampoco estaba. Pero, ¿adónde habían ido?
    —Soy periodista —dije, y le mostré mi carné de prensa—. Muéstraselo. Creo que querrá hablar conmigo.

    Miró la tarjeta, pasó un dedo que parecía sucio sobre la lisa superficie de plástico y le dio la vuelta.

    — ¿Dónde está? ¿En el Espinazo?

    Volvió a girar la tarjeta y clavó el mismo dedo en el logotipo holográfico de la agencia, como si pudiese meterlo entre las letras tridimensionales.

    — ¿Dónde está Lacau? ¿Dónde está Howard? ¿Dónde está el Sandalio?

    Sostuvo la tarjeta de lado y miró el borde. Le dio la vuelta, mirando las letras, y volvió a ponerla de lado, lentamente, observando cómo el efecto tridimensional se aplanaba.

    —Mira —dije—. Puedes quedarte con la tarjeta. Es un regalo. Simplemente dile a tu jefe que estoy aquí.

    Estaba intentando arrancar las letras tridimensionales con la uña negra. No debería haberle dado la tarjeta.

    Abrí la mochila, saqué una botella de Coca-Cola y se la mostré desde mi lado de la puerta. Apartó la vista de la tarjeta el tiempo suficiente para intentar agarrarla. Di un paso atrás.

    — ¿Dónde están los hombres de la excavación? —dije, y entonces recordé que son las mujeres bey las que se ocupan de todo, si a hacer recados para los suhundulim y beber Coca-Cola se le pude llamar ocuparse de todo, pero al menos están levantadas casi todo el día. Los hombres bey duermen y las mujeres pasan de ellos y de cualquier otro hombre que no les dé una orden directa, pero tal vez prestaran atención a una mujer—. ¿Dónde está Evelyn Herbert?
    —Gran nube —dijo.

    ¿Gran nube? ¿Qué significaba eso? No era la estación de las grandes tormentas que mojaban el desierto. ¿Un fuego? ¿Una nave?

    — ¿Dónde? —dije.

    Intentó agarrar la botella. Dejé que casi lo consiguiera.

    — ¿Gran nube dónde?

    Indicó al este, donde las coladas de lava formaban una cresta baja. Las naves aterrizaban en la depresión llana situada más allá. ¿Y si otra nave hubiese respondido al mensaje de Lacau? ¿Ya había llegado y se había ido alguna nave, llevándose con ella al equipo y el tesoro?

    — ¿Una nave? —dije.
    —No —dijo, y metió la mano por entre los barrotes para atrapar la Coca-Cola—. Gran nube.

    Se la di. La bey se retiró a los escalones delanteros de la casa principal y se sentó. Tomó un sorbo de la botella y dio vueltas a la tarjeta una y otra vez, haciendo que destellase al sol.

    — ¿Cuánto lleva ahí?

    Siguió tan impávida como si no me hubiera oído.


    De camino a la cresta, me convencí de que la bey había visto un remolino de polvo. No quería creer que una nave hubiese llegado y se hubiese ido con el equipo y el tesoro. Quizá si era una nave todavía estuviese allí.

    No era así. Antes de llegar a la cima de la cresta vi el círculo de un kilómetro de tierra calcinada donde siempre aterrizaban las naves, y estaba vacío, pero seguí subiendo. Y había una gran nube. Una cúpula geodésica de plastimalla en el centro de la depresión. Al otro lado estaba aparcado el todoterreno del cónsul y había varios cargadores que debían de haber empleado para traer el tesoro desde el Espinazo.

    Oculté el Jeep tras una elevación de lava y me escabullí detrás de las rocas hasta poder ver la puerta delantera. Había un par de suhundulim protegiendo la tienda, que era la mejor prueba hasta el momento de que había un tesoro. La única decisión de la Comisión era que el gobierno de los arqueólogos se llevaba la mitad de todo y los «nativos» la otra mitad. El Sandalio estaría asegurándose de recibir su mitad. Me sorprendía que Howard no hubiese asignado un guardia también, ya que, según la decisión, cualquier manipulación del tesoro implicaba la entrega de su totalidad a la parte ofendida. En Lisii los guardias prácticamente se habían sentado sobre los pobres esqueletos y fragmentos de arcilla para garantizar que nadie se llevara una espinilla en el bolsillo y esperando que alguien lo hiciese para poder reclamar el tesoro en su totalidad.

    Nunca conseguiría sortear a los guardias del Sandalio. Si quería mi historia, tendría que entrar por detrás. Retrocedí hasta el Jeep y luego recorrí la cresta, manteniendo toda la roca posible entre mi cuerpo y los guardias. No me llevé el equipo de quemado. Ni siquiera estaba seguro de poder entrar y no quería que nadie me lo confiscase amparándose en que quemar una noticia era manipular. Además, la lava negra tenía agujeros de bordes afilados. No quería arriesgarme a que se me cayese el equipo y se rompiese.

    Me mantuve oculto todo lo posible y luego corrí por la arena a campo abierto hasta el lado de la cúpula más alejado del todoterreno del cónsul y me metí bajo la capa exterior de malla de plástico. La tienda no tenía puerta trasera. No esperaba que la tuviese. El equipo de Lisii tenía una tienda igual para almacenar los objetos de arcilla y la única forma de entrar era pasando bajo la malla del fondo. Pero los laterales de esa «gran nube» estaban reforzados hasta arriba con cajas y equipo.

    Seguí el borde de la tienda hasta un punto en el que el plástico cedía un poco y lo corté con el cuchillo. Miré a través del corte, no vi más que plástico a unos pocos metros y pasé.

    Casi mato de miedo a la pequeña bey que se encontraba allí. Se aplastó contra una de las cajas, sosteniendo una botella de Coca-Cola con una pajita.

    Ella también me asustó a mí. Me llevé un dedo a los labios para hacerla callar, pero no gritó. Se aferró a la botella de Coca-Cola como si le fuese la vida en ello y empezó a apartarse de mí.

    —Eh —dije en voz baja—. No tengas miedo. Me conoces. —Ya sabía dónde estaba el Sandalio porque ésa era su bey. La vieja de la puerta debían de haberla dejado para vigilar el complejo mientras los demás no estaban—. ¿Recuerdas que te di el espejo? —susurré—. ¿Dónde está tu jefe? ¿Dónde está el Sandalio?

    Se detuvo y me miró con unos ojos como platos.

    —Espejo —dijo, y asintió, pero no se me acercó ni soltó la botella.
    — ¿Dónde está el Sandalio? —pregunté de nuevo. No hubo respuesta—. ¿Dónde están los de la excavación? —dije. Sin respuesta—. ¿Dónde está Evelyn Herbert?
    —Evelyn —dijo, y estiró un brazo de aspecto sucio para señalar en dirección a una cortina de plástico. Pasé por allí.

    Esa zona de la tienda estaba cerrada por todas partes por una capa de plástico que creaba una especie de habitación de techo bajo. Las cajas apiladas contra los laterales de la tienda impedían la entrada de la mayor parte de la luz de la tarde y apenas podía ver nada. Cerca de la pared había una especie de hamaca rodeada de más plástico. Alguien respiraba pesadamente de forma entrecortada.

    — ¿Evelyn? —dije.

    La bey me siguió al interior.

    — ¿Hay luz? —le dije.

    Pasó a mi lado y tiró de un cordón para encender una solitaria bombilla que colgaba de una confusión de cables. Luego fue a la pared opuesta. La respiración provenía de la hamaca.

    — ¿Evelyn? —llamé, y levanté la cortina de plástico. Dije—: Oh. —Sonó como un gemido.

    Me llevé la mano a la boca como si intentase sofocar un fuego, reducir el humo, y me eché atrás. Prácticamente tropecé con la pequeña bey, que presionaba con tal fuerza contra la endeble pared que pensé que iba a romperla.

    — ¿Qué le pasa? —La agarré por los hombros huesudos—. ¿Qué sucedió?

    La estaba asustando. Era imposible que me respondiera. Le solté los hombros y ella se apretó contra los pliegues de plástico hasta casi desaparecer.

    — ¿Qué le pasa? —susurré, y supe que en mi voz seguía notándose el terror—. ¿Es un virus?
    —Maldición —dijo la pequeña bey, y se apagó la luz.

    Me quedé en la oscuridad y oí la respiración torturada y entrecortada de Evelyn y el sonido rápido y asustado de la mía, y por un instante creí a la bey. Luego la luz volvió y miré la hamaca rodeada de plástico, y supe que me encontraba a pocos centímetros de la mayor noticia de mi vida.

    —Maldición —repitió la bey, y yo pensé: «No es una maldición. Es mi exclusiva.»

    Volví junto a la hamaca, levanté la cortina de plástico con dos dedos y miré lo que había sido Evelyn Herbert. Una manta acolchada la cubría hasta el cuello y tenía las manos cruzadas sobre el pecho, cubiertas por una red de rebordes blancos, incluso en las uñas. En la depresión entre rebordes, la piel era tan delgada que resultaba transparente. Debajo se le veían las venas y la carne.

    Lo que fuese también le cubría la cara, incluso los párpados y el interior de la boca abierta. Sobre las mejillas las celdillas blancas eran más gruesas y estaban más espaciadas, y parecían tan blandas que daba la impresión de que los huesos le sobresaldrían en cualquier momento. Se me puso la carne de gallina al pensar que el plástico podía estar lleno de virus, que al entrar en la habitación ya me había contagiado.

    Abrió los ojos y yo agarré con tal fuerza el plástico que casi lo arranqué. Diminutas celdillas, tan delicadas que parecían telas de araña, le cubrían los ojos. No sabía si me veía o no.

    —Evelyn —dije—. Me llamo Jack Merton. Soy periodista. ¿Puedes hablar?

    Emitió un sonido ahogado. No la entendí. Cerró los ojos y probó de nuevo, y esta vez la comprendí.

    —Ayúdame —dijo.
    — ¿Qué quieres que haga? —dije.

    Emitió una serie de sonidos que debían de ser palabras pero que me resultaban imposibles de interpretar. Deseé fervientemente haber traído el traductor en lugar de dejarlo en el Jeep.

    Intentó levantarse contrayendo los músculos de hombros y espalda, sin ni siquiera intentar usar las manos. Tosió, un sonido duro y ronco, como si intentase aclararse la garganta, y emitió un sonido.

    —Tengo una máquina que te facilitará el habla —dije—. Un traductor. Está en el Jeep. Iré a buscarlo.

    Dijo claramente:

    —No. —A continuación una secuencia de sonidos ininteligibles.
    —No te entiendo —dije, y ella se abalanzó hacia mí de pronto y me agarró de la camisa. Yo me eché atrás con tal fuerza que tropecé con la bombilla y la hice bailar. La pequeña bey se apartó de la pared para mirar.
    —Tesoro —dijo Evelyn, y soltó un largo suspiro—. Sandalio. Ven. Eno.
    — ¿Veneno? —dije. La luz se agitaba alocadamente sobre su cabeza. Me miré la camisa. Estaba hecha jirones allí por donde la había agarrado, hecha tiras por esos rebordes de sus manos—. ¿Quién te envenenó? ¿El Sandalio?
    —Ayúdame —dijo.
    — ¿El tesoro estaba envenado, Evelyn?

    Intentó negar con la cabeza.

    —Lleva... mensaje.
    — ¿Mensaje? ¿Para quién?
    —San... lio —dijo, y los músculos cedieron, devolviéndola a la hamaca, tosiendo y respirando entrecortadamente.

    Me eché atrás para que la tos no pudiese alcanzarme.

    — ¿Por qué? ¿Intentas advertir al Sandalio de que alguien te envenenó? ¿Por qué quieres que le lleve un mensaje al Sandalio?

    Dejó de toser. Permaneció tendida, mirándome.

    —Ayúdame —dijo.
    — ¿Si llevo tu mensaje al Sandalio me contarás lo que ha pasado? —dije—. ¿Me dirás quién te envenenó?

    Intentó asentir y se puso a toser otra vez. La pequeña bey avanzó con una botella de Coca-Cola, metió en ella una pajita y la inclinó para que Evelyn pudiese beber. Parte del agua le cayó sobre la barbilla y dentro de la boca, y la bey se la limpió con una punta de su vestido sucio. Evelyn intentó levantarse otra vez y la bey la ayudó, pasando el brazo alrededor de los hombros con rebordes de Evelyn. Los rebordes eran tan gruesos como los de su cara, pero no parecían cortar a la bey. En todo caso, parecían aplastarse un poco bajo el peso del brazo de la bey. Metió la pajita en la boca de Evelyn. Evelyn se atragantó y se puso a toser. La bey esperó y probó de nuevo, y esta vez Evelyn bebió. Se tendió.

    —Sí —dijo, más claramente que antes—. Lámpara.

    Creía haberla comprendido mal.

    — ¿Cuál es el mensaje, Evelyn? —dije—. ¿Qué debo decirle?
    —Lámpara —repitió, e intentó hacer un gesto con la mano. Me volví y miré. Había una lámpara de fotoseno sobre una caja de carga puesta boca abajo. A su lado había dos sistemas de inyección desechables, de los que contienen los equipos de primeros auxilios portátiles, y un paquete de plástico. La bey me lo entregó. Lo tomé con cuidado, esperando que Evelyn no lo hubiese tocado, que hubiese sido la bey la que hubiese guardado el mensaje: luego volví a mirarle las manos y a mirar mi camisa rota y supe que la bey no sólo había introducido el mensaje en el sobre de plástico, sino que probablemente también lo hubiese escrito. Esperaba que fuese legible.

    Lo guardé en la funda que empleaba para las cargas extra del quemador e intenté resistir el impulso de lavarme las manos. Fui junto a la hamaca.

    — ¿Dónde está? ¿Está aquí, en la cúpula?

    Una vez más intentó negar con la cabeza. Empezaba a ser capaz de comprender sus gestos, pero deseé una vez más haber tenido el traductor, para poder estar seguro de qué decía.

    —No —dijo, y tosió—. Aquí no. Complejo. Pueblo.
    — ¿Está en el complejo? ¿Estás segura? Estuve allí esta tarde. Sólo vi a una de sus beys.

    Suspiró. Un sonido horrible, como una vela chasqueando al viento.

    —Complejo. Deprisa.
    —Vale —dije—. Intentaré volver antes de que anochezca.
    —Deprisa —dijo, y volvió a toser.


    Me escabullí por donde había entrado. Mientras salía le pregunté a la bey si el Sandalio estaba realmente en el complejo.

    —Norte —dijo—. Soldados. —Lo que podría significar muchas cosas.
    — ¿Ha ido al norte? —dije—. ¿No está en el complejo?
    —Complejo —dijo—. Tesoro.
    — ¿Pero no está aquí en la tienda? ¿Estás segura?
    —Complejo —dijo—. Soldados.

    Me rendí. Miré el espacio rodeado de plástico en el que me encontraba y me pregunté si debía intentar dar con Howard o Lacau, o con quien fuese, antes de volver al complejo en busca del Sandalio. Apenas había luz. Si esperaba mucho más, ya sería de noche, y no podía arriesgarme a que un indignado Lacau me hiciese quedarme allí con el mensaje quemando en el bolsillo. Al menos si volvía al Jeep podría leerlo y tener algún indicio sobre qué demonios estaba pasando aquí. Me parecía que había una buena posibilidad de que el Sandalio estuviese realmente en el complejo. De haber ido al norte, no hubiese dejado a la bey atrás.

    Volví a salir por la rendija que había cortado y recorrí con cautela el espacio abierto hasta la seguridad de la cresta. Una vez allí, saqué la barraluz y la mantuve iluminándome los pies para no caer en un agujero. Me detuve a medio camino a la sombra de una larga grieta oscura para recuperar el aliento y leer el mensaje. No habría luz suficiente si esperaba a llegar al Jeep. La oscuridad ya era tan profunda que tendría que usar la luz. Saqué la funda de la camisa y fui a abrirlo.

    — ¡Volved! —gritó una voz, directamente a mis pies.

    Me aplasté contra la grieta como había hecho la bey de Evelyn. La luz se me escurrió y cayó por un agujero.

    — ¡Volved! ¡No tenéis que tocarle! ¡Yo lo haré!

    Alcé un poco la cabeza y miré. Había sido un caprichoso efecto acústico producido por la pared de lava. Lacau no estaba ni de lejos cerca de mí. Él y dos figuras fornidas vestidas con túnica blanca que debían de ser suhundulim se encontraban al otro lado de la tienda, tan lejos que apenas podía distinguirlos en la oscuridad creciente, aunque la voz de Lacau me llegaba tan claramente como si hubiese estado directamente debajo de mí.

    —Yo le enterraré, por amor de Dios. No tenéis más que cavar la tumba. —Lacau se volvió e hizo un gesto hacia la tienda, y la voz se apagó. ¿La tumba de quién? Miré hacia donde miraba y distinguí una forma gris azulada en la arena. Un cuerpo envuelto en plástico—. El Sandalio os envió para proteger el tesoro, y eso incluye hacer lo que os diga —dijo Lacau—. Cuando vuelva...

    No oí el resto, pero lo que les dijo no los convenció. Siguieron alejándose de él y, al cabo de un minuto, se dieron la vuelta y salieron corriendo. Me alegraba de que casi fuese de noche y no tuviese que verlos. Los suhundulim siempre me inquietaban. Bajo la piel les palpitaban bandas de músculos herniados, sobre todo en la cara, las manos y los pies. Cuando Bradstreet quema reportajes sobre ellos, los describe como parecidos a moratones o marcas de cuerda, pero él está loco. Parecen serpientes. El Sandalio no es tan desagradable: tiene muchas en los pies, que Bradstreet describió como sandalias cuando quemó la historia de la que proviene el nombre de Sandalio, pero apenas en la cara.

    El Sandalio. Debía de estar en el complejo, porque Lacau había dicho que volvería. Nadie me miraba, así que pasé la cresta con tanto sigilo como me fue posible, por si el truco del eco funcionaba en ambas direcciones.

    Al oeste todavía había luz suficiente para conducir. Pensé en detenerme a medio camino, encender los faros y leer el mensaje de Evelyn a su luz, pero no quería que Lacau los viese y dedujese dónde había estado yo. Podría leer el mensaje con una de las luces del pueblo, antes de entregárselo al Sandalio.

    No encendí los faros hasta que dejé de verme la mano delante de la cara y, cuando lo hice, comprobé que casi me había estrellado contra la muralla del pueblo. No había luces en la muralla. Dejé encendidos los faros del Jeep, deseando poder entrar con él.

    Tan pronto como crucé la muralla vi la lámpara que había sacado la bey. Era la única luz visible, y todavía se notaba aquella calma de masacre. Quizás hubiesen descubierto lo que yacía tendido bajo la cúpula de plástico y hubiesen salido corriendo como los guardias suhundulim.

    Fui hasta la puerta del Sandalio y miré la lámpara. No podía alcanzarla; en caso contrario la hubiera sacado de su gancho y hubiera ido a cobijarme en un callejón para leer el mensaje sin que nadie me viese. Incluido al Sandalio. No me daba la impresión de que fuese a tomarse bien que alguien le abriese el correo. Me acurruqué contra la pared y saqué la funda.

    —No hay nadie —dijo la bey. Todavía tenía el carné de prensa en la mano. Parecía mordisqueado por los bordes. Debía llevar allí sentada desde la tarde, intentando arrancar las letras holográficas.
    —Debo ver al Sandalio —dije—. Déjame pasar. Tengo un mensaje para él.

    Miraba con curiosidad la funda. Me la volví a guardar en el bolsillo.

    —Déjame pasar —dije—. Ve y dile al Sandalio que estoy aquí y que quiero verle. Dile que tengo un mensaje para él.
    —Mensaje —dijo la bey, mirando el bolsillo donde había metido la funda.

    Me rendí y saqué la funda. Quité el envoltorio de plástico y se lo mostré.

    —Mensaje. Para el Sandalio. Déjame pasar.
    —No hay nadie —respondió—. Yo lo cojo. —Sacó la mano entre los barrotes de hierro.

    Aparté el paquete.

    —El mensaje no es para ti. Es para el Sandalio. Llévame ante el Sandalio. Ahora.

    La había asustado. Se apartó de la puerta, yendo hacia los escalones.

    —No hay nadie —dijo, y se sentó. Se puso a dar vueltas una y otra vez al pase de prensa que sostenía entre sus manos sucias.
    —Te daré algo —dije—. Si le llevas el mensaje al Sandalio, te daré algo mejor que el carné de prensa.

    Regresó a la puerta, todavía mirándome con suspicacia. No tenía ni idea de qué podía llevar yo encima que a ella le pudiese gustar. Rebusqué en el bolsillo de mi camisa rota y saqué un bolígrafo con letras holográficas en un lado.

    —Te daré esto —dije, mostrándoselo—. Tú dile al Sandalio que tengo un mensaje para él. —También le mostré el paquete, para que lo entendiese—. Déjame pasar —dije.

    Fue más rápida que una serpiente al ataque. Estaba acercándose lentamente, mirando el bolígrafo. De pronto había agarrado el paquete. Tomó la lámpara del gancho y corrió escalones arriba.

    —No —dije—. ¡Espera! —Cerró la puerta al pasar. No podía ver nada.

    Genial. La bey se comería el mensaje, yo no estaba más cerca de la noticia que antes y Evelyn probablemente habría muerto cuando volviese. Me desplacé palpando el muro hasta que vi los faros del Jeep. Empezaban a apagarse. Estupendo. Ahora me quedaba sin batería. No me hubiera sorprendido toparme con Bradstreet sentado en el asiento del conductor, usando mi equipo para quemar una historia.


    No tenía ninguna posibilidad de regresar a la cúpula en la oscuridad absoluta de la noche de Colchis, así que dejé los faros encendidos y esperé que Lacau no me viese llegar. A pesar de todo, tuve que dar dos volantazos para enderezar el Jeep y choqué con un trozo de lava que no proyectaba sombra.

    Me quité la camisa hecha jirones y la dejé en el Jeep. Me llevó una eternidad bajar la cresta a oscuras, cargado con el traductor y mi equipo de quemar, y la raja que había abierto en la tienda no era lo suficientemente grande para mí y las voluminosas cajas. Las dejé, pasé de espaldas por la abertura y tiré de las cajas. Me cargué el traductor al hombro.

    — ¿Por qué has tardado tanto, Jack? —preguntó Lacau—. La guardia del Sandalio se ha ido hace un par de horas. Sabía que no debía intentar que me ayudasen. Ahora se han ido y tú has llegado. ¿También Bradstreet?

    Me volví. Lacau estaba allí de pie, con aspecto de llevar una semana sin dormir.

    — ¿Por qué no te vuelves por donde has venido y yo fingiré no haberte visto? —me preguntó.
    —He venido en busca de una noticia —dije—. No creo que me vaya hasta no haberla conseguido, ¿no te parece? Quiero ver a Howard.
    —No —dijo Lacau.
    —Derecho a la información —dije, y busqué el carné de prensa que la bey probablemente estuviese masticando en aquel mismo instante. Eso si no había empezado ya con el mensaje de Evelyn—. No puedes negarle a un periodista de agencia el acceso a los personajes principales de una historia.
    —Ha muerto —dijo Lacau—. Le enterré esta tarde.

    Intenté poner cara de haber ido a buscar una noticia sobre un tesoro, como si no hubiese visto el horror de la hamaca, y supongo que lo hice bien, porque Lacau no pareció sospechar. Quizás hubiese dejado de expresar y manifestar conmoción y esperaba lo mismo de mí. O quizá yo tenía el aspecto que se suponía que debía tener.

    — ¿Muerto? —dije. Intenté recordar su cara, pero sólo veía el lado izquierdo del rostro de Evelyn y sus manos agarrándome la camisa, afiladas como cuchillas y sin aspecto de manos—. ¿Qué hay de Callender?
    —También está muerto. Todos han muerto excepto Borchardt y Herbert, y no pueden hablar. Has llegado demasiado tarde.

    La correa del traductor se me clavaba en el hombro desnudo. La desplacé un poco.

    — ¿Qué es eso? —dijo—. ¿Un traductor? ¿Vale para el lenguaje distorsionado? ¿El de alguien que no puede hablar porque... puede traducir eso?
    —Sí —dije—. ¿Qué está pasando? ¿Qué les ha pasado a Howard y los demás?
    —Voy a confiscar tu equipo de quemado —dijo—. Y tu traductor.
    —No puedes —dije, y empecé a retroceder—. Los periodistas de agencia disfrutan de pleno acceso.
    —No, aquí no. Dame el traductor.
    — ¿Para qué lo quieres? Has dicho que Borchardt y Herbert no pueden hablar.

    Echó la mano a la espalda.

    —Coge el equipo y ven conmigo —dijo, y sacó un lanzallamas de fotoseno fabricado con lo que parecía una botella de Coca-Cola y un espejo, uno de esos artilugios caseros con los que los suhundulim habían mascarado a todo el mundo. Lacau lo inclinó, de forma que el espejo se encontraba bajo la luz de la bombilla. Recogí el equipo de quemado.

    Me llevó en sentido opuesto adonde estaba Evelyn, por un laberinto de cajas de carga, hasta el centro de la tienda. Había mallas de plástico rodeando el lugar donde supuse que Borchardt podía estar en una hamaca, igual que Evelyn. Si su intención era que me desorientase, le había salido mal. Podría dar con Evelyn con facilidad. No tenía más que seguir la red de cables eléctricos.

    La zona central parecía un almacén. Había montones de cajas abiertas por todas partes, palas, picos y cedazos, todo el equipo de los arqueólogos allí apilado. A un lado estaban las mochilas y los sacos de dormir, en un montón desordenado junto a una pila de cartones aplastados. En medio había una jaula de alambre y, frente a ella, directamente debajo de otra confusión de cables eléctricos y conectado a ella, un refrigerador. Era enorme, un antiguo modelo comercial de dos puertas, y hubiera apostado a que procedía de la planta embotelladora de Coca-Cola. No había ni rastro del tesoro, a menos que ya lo hubiesen guardado todo. O estuviese guardado en frío. Me pregunté para qué era la jaula.

    —Deja el equipo —dijo Lacau, y se puso a jugar nuevamente con el espejo—. Entra en la jaula.
    — ¿Dónde está tu equipo de quemar? —dije.
    —No es asunto tuyo.
    —Mira —dije—. Tú tienes tu trabajo y yo tengo el mío. Sólo quiero la noticia.
    — ¿La noticia? —dijo Lacau. Me empujó al interior de la jaula—. ¿Qué te parece esta noticia? Has estado expuesto a un virus mortal. Estás en cuarentena —dijo, y alzó la mano para apagar la luz.


    Chico, sí que se me daba bien conseguir noticias. Primero la bey del Sandalio y luego Lacau, y estaba tan cerca de saber lo que pasaba como cuando me encontraba en Lisii, y quizás a sólo unas pocas horas de sufrir lo que fuese que estuviese devorando a Evelyn. Durante un rato sacudí la tela metálica y grité llamando a Lacau. Luego jugueteé con el candado y grité un poco más, pero no veía nada ni oía más que el zumbido del refrigerador. Su silencio fue lo único que me indicó que la electricidad se había ido, cosa que sucedió al menos cuatro veces a lo largo de la noche. Al final me acurruqué en un rincón de la jaula e intenté dormir.

    Tan pronto como hubo luz, me quité la ropa y me examiné por todas partes, buscando pentágonos. No vi nada. Me volví a poner los pantalones y los zapatos, garabateé un mensaje en una página de mi libro de notas y me puse a golpear de nuevo a la jaula. Vino la bey. Traía una bandeja. Un trozo duro de pan local, otro aún más duro de queso y una botella de Coca-Cola con una pajita de vidrio. Sería mejor que no fuese la que había usado Evelyn.

    — ¿Quién más está aquí? —le pregunté a la bey, que se mostró recelosa. La noche antes le había dado un buen susto.

    Le sonreí.

    —Te acuerdas de mí, ¿no? Te di un espejo. —No me devolvió la sonrisa—. ¿Hay otros beys aquí?

    Dejó la bandeja sobre una caja y me pasó el pan trozo a trozo.

    — ¿Qué otros beys hay aparte de ti? —dije.

    No podía pasar la botella de Coca-Cola sin verterla toda. Después de pasarse un minuto o dos intentándolo, le dije:

    —Mira, vamos a cooperar. —Me incliné para chupar de la pajita mientras ella sostenía la botella.

    Cuando me erguí, dijo:

    —Sólo yo. No hay beys. Sólo yo.
    —Mira —dije—. Quiero que le lleves un mensaje a Lacau.

    No respondió, pero al menos no se apartó. Saqué mi querido bolígrafo con letras holográficas y lo sostuve cerca de mi cuerpo. No iba a cometer dos veces el mismo error.

    —Te daré el boli si le llevas el mensaje a Lacau.

    Retrocedió y se pegó al refrigerador, con sus enormes ojos negros clavados en el bolígrafo. Lo usé para escribir el nombre de Lacau en el mensaje y me lo volví a guardar en el bolsillo. Y sus ojos lo siguieron, fascinados.

    —Te di el espejo —dije—. Te daré esto.

    Se lanzó a coger el mensaje que le ofrecía. Yo terminé de desayunar, dormité y me pregunté qué habría sido del mensaje que había dado a la bey del Sandalio.

    Cuando desperté la luz era intensa y pude ver todo lo que no había visto la noche anterior. Mi equipo de quemar seguía allí, al otro lado de los sacos de dormir, pero no vi el traductor. Una de las cajas, una pequeña, se encontraba justo al lado de la jaula. Pasé como pude la mano por un cuadrado de alambre y acerqué la caja lo suficiente para quitarle el precinto. Me pregunté quién habría guardado el tesoro. ¿El equipo de Howard? ¿Habían empezado a caer como moscas tan pronto como lo encontraron? La caja estaba demasiado bien cerrada para ser obra de un suhundulim. Casi parecía el estilo de Lacau; pero, ¿por qué iba a encargarse él de esa tarea? Su trabajo consistía simplemente en evitar que robasen.

    Cinta adhesiva, material aislante y burbujas de plástico, todo muy bien. Pasé la mano por la tela metálica hasta donde pude, incliné la caja un poco con la otra y logré agarrar algo. Lo saqué.

    Era un jarrón. Lo sostenía por el cuello largo y estrecho. En él había un tubo de plata supuestamente con aspecto de flor, quizá de azucena, que se ensanchaba y luego se estrechaba en la boca. Las paredes del tubo estaban grabadas con delicadeza. El jarro en sí estaba fabricado con una especie de cerámica azul, tan fina como cáscara de huevo. Lo envolví en plástico y volví a colocarlo en la caja. Rebusqué un poco más y conseguí algo que parecía una mezcla entre los cuencos de cerámica de Lisii y algo que un bey hubiese masticado un rato y luego escupido.

    —Es un sello de puerta —dijo Lacau—. Según Borchardt, dice: «Guardaos de la maldición de los reyes y custodios que convierte en sangre los sueños de los hombres.» —Me quitó de las manos la tablilla de arcilla.
    — ¿Has recibido mi mensaje? —dije, intentando recuperar la mano a través del alambre. Me arañé la muñeca. Sangraba—. Bien —dije—, ¿lo has recibido?

    Me lanzó un trozo masticado de papel.

    —Más o menos —dijo—. Los beys tienden a sentir curiosidad por todo lo que les das. ¿Qué decía?
    —Quiero llegar a un acuerdo contigo.

    Lacau empezó a guardar el sello.

    —Ya sé manejar el traductor —dijo—. Y el equipo de quemar.
    —Nadie sabe que estoy aquí. He estado enviando noticias a Lisii tierra-a-tierra para su retransmisión.
    — ¿Qué tipo de noticias? —dijo. Se había envarado, todavía con el sello en la mano.
    —De relleno. La fauna local, entrevistas antiguas, la Comisión. Noticias de interés humano.
    — ¿La Comisión? —dijo. Realizó un súbito movimiento hacia delante, como si casi se le hubiese caído el sello y lo recuperara en el último momento. Me pregunté si se encontraba bien. Tenía mal aspecto.
    —En Lisii tenía montado un retransmisor. Mis transmisiones salen de él y Bradstreet cree que sigo en Lisii. Si dejo de quemar historias, sabrá que pasa algo. Tiene un Swallow. Mañana mismo podría estar aquí.

    Lacau colocó con cuidado la vasija en la caja de cartón y la rodeó de material protector. La cerró con cinta y la dejó a un lado.

    — ¿Cuál es el acuerdo?
    —Empiezo a mandar historias que convencerán a Bradstreet de que sigo en Lisii.
    — ¿Y a cambio?
    —Me contarás qué pasa. Me dejarás entrevistar al equipo. Me das la exclusiva.
    — ¿Puedes mantenerle lejos hasta pasado mañana?
    — ¿Qué pasa mañana?
    — ¿Puedes?
    —Sí.

    Lo pensó.

    —La nave llega mañana por la mañana —dijo lentamente—. Me hará falta ayuda para cargar el tesoro.
    —Te ayudaré —dije.
    —Nada de entrevistas en privado, ni de acceder en privado al equipo de quemar. Puedo censurar lo que envíes.
    —Vale —dije.
    —No envías nada sobre este asunto hasta que no hayamos salido de Colchis.

    Hubiese aceptado cualquier condición. Aquello no era sólo un asunto local desagradable, tipo pequeño potentado envenena a unos extranjeros. Allí había una noticia nunca vista y para conseguirla hubiera aceptado besar los pies cubiertos de serpientes del Sandalio.

    —Trato hecho —dije.

    Lacau inspiró hondo.

    —Encontramos un tesoro en el Espinazo —dijo—. Hace tres semanas. La tumba de una princesa. Vale... no lo sé. La mayor parte de los artefactos son de plata y sólo su valor arqueológico ya es incalculable.

    »Hace una semana, dos días después de terminar de vaciar la tumba y traerlo aquí donde podíamos trabajar, el equipo enfermó de... algo. De algún tipo de virus. Sólo el equipo. No los representantes del Sandalio, ni los porteadores que lo trajeron todo desde el Espinazo. Sólo los miembros del equipo. El Sandalio afirma que abrieron la tumba sin esperar la autorización local.

    —Y si así fue, significaría que lo pierden todo y el Sandalio se lo queda. Muy conveniente. ¿Dónde estaba el representante del Sandalio mientras ellos supuestamente hacían todo eso?
    —Era la bey. Regresó para traer al Sandalio. El equipo se quedó para proteger el tesoro. Howard jura y vuelve a jurar que no entraron, que esperaron a la llegada del Sandalio y sus porteadores. Dice que envenenaron al equipo.

    «Ven... eno —había dicho Evelyn—. Sandalio.»

    —El Sandalio afirma que fue un veneno de protección que los antiguos dejaron en la tumba y que el equipo tocó al abrirla ilegalmente.
    — ¿Cómo dijo Howard que los envenenaron? —dije.
    —No lo dijo. Él... lo que pillaron fue a sus gargantas. Después del primer día Howard no podía hablar. Evelyn Herbert todavía puede hablar, pero es difícil entender lo que dice. Por eso necesito el traductor. Tengo que hablar con Evelyn y descubrir cómo los envenenaron.

    Pensé en lo que había dicho. Algún tipo de veneno de protección en la tumba. De eso sabía. Había quemado historias sobre los venenos que los antiguos de todas las culturas habían puesto en sus tumbas para evitar que los profanadores las saqueasen, los venenos por contacto que depositaban en los propios artefactos. Yo había manipulado el sello.

    Lacau me observaba. Dijo:

    —Yo ayudé a traer el tesoro desde el Espinazo. También los porteadores. Y he estado manipulando los cuerpos. He usado guantes, pero eso no me protegería de una infección por el aire. Sea lo que sea, no creo que sea contagioso.
    — ¿Crees que es un veneno, como dijo Howard? —pregunté.
    —Mi posición oficial es que se trata de un virus presente en la tumba y que todo el equipo, incluidos los representantes del Sandalio, quedó expuesto al abrirla.
    —Y el Sandalio.
    —La bey del Sandalio entró en la tumba antes que él. Luego entraron los del equipo. Luego entró el Sandalio. Mi postura oficial es que el virus era anaeróbico y que cuando la tumba llevaba abierta unos minutos ya no era virulento.
    —Pero, ¿lo crees?
    —No.
    —Entonces, ¿por qué adoptar esa postura? ¿Por qué no acusar al Sandalio? Si lo que quieres es el tesoro, así te asegurarás de recibirlo. La Comisión...
    —La Comisión cerraría el planeta e investigaría las acusaciones.
    — ¿Y no quieres que lo haga?

    Quería preguntar por qué, pero me pareció mejor salir de la jaula antes de preguntar.

    —Pero si es un virus, ¿cómo explicas que la bey no haya enfermado? —dije.
    —Diferencias en la química corporal y de tamaño. Yo declaré la cuarentena y el Sandalio la aceptó, más o menos. Aceptó concedernos un aplazamiento de una semana para compensar la diferencia de tiempo de incubación del virus en el cuerpo de la bey antes de presentar su queja ante la Comisión. La semana termina pasado mañana. Si la bey enferma en los próximos dos días...

    Lo que explicaba que la bey del Sandalio estuviese allí, en cuarentena con los arqueólogos, cuando nadie más, ni siquiera los guardias del Sandalio, ponía el pie dentro de la tienda. No era la enfermera de Evelyn. Era la única esperanza de la expedición.

    Y no iba a pillar nada. El Sandalio había aceptado el aplazamiento. Había estado dispuesto a dejarla con el equipo. Jamás lo hubiese hecho de creer que existía la más mínima posibilidad de que enfermase. Así que no la había. A menos que Evelyn supiese cuál era el veneno. A menos que hubiese amenazado con envenenar a la bey del Sandalio. A menos que ése fuese el contenido del mensaje.

    — ¿Por qué no se limitó a matar al equipo allí, en la tumba? —dije—. Si sólo quiere el tesoro, ¿por qué no se aseguró de que lo enterrase un desprendimiento o algo así y decir que había sido un accidente?
    —Aun así se hubiera abierto una investigación. No podía arriesgarse.

    Estaba a punto de preguntar por qué no podía, pero se me ocurrió algo más importante.

    — ¿Y dónde está?
    —Ha ido al norte, a Khamsin, para traer un ejército —dijo.

    Khamsin. Así que después de todo el Sandalio no estaba en el complejo y a esas alturas la bey probablemente se estuviese preparando un buen almuerzo con el mensaje. Y cuando el Sandalio llegase a Khamsin, nada de lo que yo dijese podría convencer a Bradstreet de que no pasaba nada. Me pregunté si Lacau ya se habría dado cuenta.

    Abrió la jaula.

    —Voy a llevarte a ver a Evelyn Herbert —dijo—. Pero primero quiero que envíes una noticia.
    —Vale —dije. Yo ya había decidido lo que iba a enviar. No iba a conseguir engañar a Bradstreet, pero quizá lo despistara el tiempo suficiente para lograr mi exclusiva.
    —Primero quiero una copia impresa —dijo Lacau.
    —Este quemador no tiene —dije—, pero puedes retener el mensaje y luego borrar lo que quieras en el monitor antes de quemarlo. —Señalé el botón de retención.
    —Vale —dijo.
    —Lo bloquearé —dije, pero durante todo el mensaje tuvo la mano sobre la tecla de retención.

    Tecleé un prioritario privado que decía: «Grandes acontecimientos en el Espinazo. Reservar 12 columnas.»

    — ¿Intentas mandarlo al Espinazo? —dijo Lacau—. No saldrá bien. Verá la cúpula. En cualquier caso, no puede leer un mensaje oficial, ¿no?
    —Claro que puede. ¿Cómo crees que sabía yo que llegaba la nave? Pero también sabe que yo sé que puede y no confiará en este mensaje. Éste es el que se creerá. —Tecleé el código para una trasmisión tierra-a-tierra, envié el mensaje y esperé a que el quemador me dijese que no podía enviarlo. No podría hacerlo mientras Lacau no soltase la tecla de retención, y ni siquiera tuve que pedírselo. Levantó la mano, se la llevó a la barbilla y miró la pantalla.

    Esperé el tiempo que me hubiese llevado estimar las probabilidades de que Bradstreet pasase de un mensaje local de no estar marcado como prioritario y luego decidí enviarlo directamente.

    —Vuelvo tan rápido como puedo. Gana tiempo —tecleé. Lo firmé—: Jackie.
    — ¿A quién va dirigido ese mensaje? —me preguntó Lacau.
    —A nadie. En mi tienda tengo un retransmisor. Almacenará el mensaje y lo retendrá. Por la mañana enviaré una historia sobre el Espinazo. Sería transmitida desde aquí, que está a un día de viaje del Espinazo.
    —Así creerá que haces lo que dijiste. Que vas hacia Lisii.
    —Sí —dije—. ¿Ahora puedo ver a Evelyn Herbert?
    —Sí —dijo, y se puso a recorrer, seguido por mí, el laberinto de cajas y cables eléctricos. A medio camino se detuvo y dijo, como si acabase de recordarlo—: Eso... que sufre, es muy desagradable. Tiene un aspecto... quiero que estés preparado.
    —Soy periodista —dije, de forma que si no parecía adecuadamente horrorizado Lacau pensase que era porque estaba acostumbrado a ver horrores, pero lo dije en vano. No tuve ningún problema para manifestar conmoción. La segunda vez Evelyn horrorizaba igual.


    Lacau le había puesto un artilugio sobre el pecho. Estaba enchufado a la maraña de cables que colgaba del techo. Monté el traductor. Lo cierto era que no podía hacer mucho hasta que Evelyn no nos diese una calibración, pero de todas formas jugueteé con él y la bey me observó, todo ojos. Lacau se roció plastiguantes y se acercó a la hamaca.

    —Le he puesto una inyección hace media hora —dijo—. Faltan unos minutos más.
    — ¿Qué le estás administrando? —dije.
    —Dilaudid y morfatos de sulfadina. Era todo lo que había en el equipo de primeros auxilios. Había bolsas intravenosas, pero todas goteaban.

    Lo dijo sin emoción, como si no hubiese pasado por el horror de intentar poner una vía en un brazo capaz de hacer jirones una bolsa intravenosa. No parecía tenerle miedo.

    —El dilaudid la deja frita una hora, y luego está bastante lúcida, pero sufre mucho dolor. Los morfatos son mejores para el dolor, pero la hacen dormir a los pocos minutos.
    —Si va a tardar un rato, voy a enseñarle el traductor a la bey, ¿vale? —dije—. Si lo desmonto y se lo explico todo, reducimos las posibilidades de encontrarlo mañana desmontado. ¿Algún inconveniente?

    Dijo que no y volvió a mirar a Evelyn.

    Quité la parte frontal de la caja, le indiqué a la bey que se acercase y me puse a hablar. Todos los chips de quemado, todos los cables, todos los circuitos, los saqué todos y dejé que los tocase, que los pusiese bajo la luz, que se los metiese en la boca y, finalmente, que con sus propias manitas sucias los colocase en su sitio. En mitad del proceso la electricidad volvió a fallar y nos quedamos sentados cinco minutos en tinieblas, pero Lacau no hizo ademán de levantarse ni de encender la lámpara de fotoseno.

    —Es el respirador —dijo—. También lleva uno Borchardt. No deja de sobrecargar el generador. —Deseé que volviese la luz para poder verle la cara con más claridad. Estaba más que dispuesto a creer que se podía sobrecargar el generador. El de Lisii fallaba la mitad de las veces sin respiradores, pero aun así estaba seguro de que mentía. Era aquel refrigerador de dos puertas situado junto a la jaula lo que sobrecargaba el generador y apagaba la luz. ¿Y qué había en ese refrigerador? ¿Coca-Cola?

    Volvió la luz. Lacau se inclinó sobre Evelyn, y la pequeña bey y yo encajamos el último chip y volvimos a cerrar el traductor. Le di a la bey una cinta usada de quemado como regalo y se fue a un rincón a examinarla.

    Lacau dijo:

    — ¿Evelyn?

    Evelyn murmuró algo.

    —Creo que estamos casi listos —dijo Lacau—. ¿Qué quieres que nos diga?

    Le pasé un micrófono con pinza para que lo colocara en la cortina de plástico, sobre su cabeza.

    —Refrigerador —dije, y supe que me había pasado. Era probable que acabase otra vez en la jaula—. Lo que sea que me permita realizar un ajuste. Su nombre. Lo que sea.
    —Evie —dijo, y su voz fue sorprendentemente tierna—. Tenemos una máquina para ayudarte a hablar. Quiero que digas tu nombre.

    Dijo algo, pero la caja no lo registró.

    —El micrófono no está lo suficientemente cerca —dije yo.

    Lacau bajó un poco la cortina de plástico y ella volvió a emitir el sonido, y en esta ocasión salió de la caja en forma de estática. Moví diales para conseguir un sonido inicial, pero no pude encontrar un ajuste.

    —Que lo diga de nuevo. No consigo nada —dije, y pulsé retención para quedarme con el sonido y trabajar con él, pero seguía siendo ruido hiciera lo que hiciese. Empecé a preguntarme si la bey habría montado los tubos al revés.
    — ¿Puedes intentarlo otra vez? —dijo tiernamente Lacau—. ¿Evelyn? —En esta ocasión se inclinó tanto sobre la mujer que prácticamente la tocaba. Ruido.
    —Hay algún problema con el aparato —dije.
    —No está diciendo «Evelyn» —dijo Lacau.
    — ¿Qué dice entonces?

    Lacau se levantó y me miró.

    —Mensaje —dijo.

    Las luces volvieron a apagarse, sólo unos segundos, y mientras estaban apagadas dije, intentando parecer un poco impaciente y en absoluto nervioso:

    —Vale, entonces ajustaremos a «mensaje». Haz que lo repita.

    Regresó la luz y luego las luces de centrado del traductor parpadearon y su voz, que ahora sonaba a voz de mujer, dijo:

    —Mensaje. —Y luego—: Algo que decirte.

    Se produjo un silencio mortal. Me sorprendía que el aparato no estuviese registrando los latidos de mi corazón y los tradujese por «pillado». Las luces volvieron a apagarse y así se quedaron. Evelyn empezó a resollar. La respiración empeoró rápidamente.

    — ¿No puedes hacer que el respirador funcione con baterías? —dije.
    —No —dijo Lacau—. Tendré que ir a buscar el otro. —Sacó una barra y la empleó para encender la lámpara de fotoseno. La sujetó por la base y salió.

    Tan pronto como dejé de ver la sombra agitada siguiendo el pasillo de cajas, palpé para acercarme al lecho. Casi tropecé con la bey, que estaba sentada con las piernas cruzadas, junto a la cama, chupando la cinta.

    —Trae agua —le ordené—. Evelyn —dije, guiándome por los sonidos que emitía para localizarla—. Evelyn, soy yo. Jack. He venido antes.

    El resuello paró, así de simple, como si contuviese el aliento. —Le entregué el mensaje al Sandalio —dije—. Se lo entregué yo mismo.

    Dijo algo, pero yo estaba demasiado lejos del traductor para entenderlo. Sonó a «luz».

    —Fui directamente. Tan pronto como me marché de aquí anoche. Esta vez entendí la palabra.
    —Bien —dijo, y las luces se encendieron.
    — ¿Qué decía el mensaje, Evelyn?
    — ¿Qué mensaje? —dijo Lacau.

    Colocó el respirador junto a la cama. Comprendía por qué no había querido usarlo. Era de los que se colocan en la tráquea e impiden hablar.

    — ¿Qué intentabas decir, Evie? —dijo.
    —Mensaje —dijo ella—. Sandalio. Bien.
    —No tiene mucho sentido —dije—. ¿Sigue bajo el efecto del morfato? Pregúntale algo de lo que ya sepas la respuesta.
    —Evelyn —dijo—. ¿Quiénes te acompañaban en el Espinazo?
    —Howard. Callender. Borchardt. —Paró un minuto, como si intentase recordar—. Bey.
    —Está bien. No tienes que nombrar a los demás. Cuando encontrasteis el tesoro, ¿qué hicisteis?
    —Esperar. Enviar bey. Esperar Sandalio.
    — ¿Entrasteis en la tumba? —Ya había hecho esas preguntas antes. Era evidente por su forma de plantearlas. Pero en la última pregunta cambió de tono, y yo también esperé a oír la respuesta.
    —No —dijo, y la palabra sonó con absoluta claridad—. Esperamos Sandalio.
    — ¿Qué intentabas decirme, Evelyn? Ayer. Intentabas decirme algo, pero yo no te comprendía. Pero ahora tengo un traductor. ¿Qué intentabas decirme?

    ¿Qué iba a decirle? ¿No importa? ¿He hecho que otro lo entregue? Se me pasó por la cabeza, entonces y más tarde, que ella no podía distinguirnos, que también tenía los oídos llenos de paneles, que nuestras voces le parecían iguales. No era cierto, claro. Hasta el final supo con quién hablaba. Pero en ese momento contuve el aliento, con la mano flotando sobre el interruptor, pensando que, si esperaba, ella le diría a Lacau que yo ya había estado allí. Pensando también que, si esperaba, me diría el contenido del mensaje.

    — ¿Intentabas hablarme del veneno, Evelyn?
    —Demasiado tarde —dijo ella.

    Lacau se volvió.

    —No he entendido eso último —dijo—. ¿Qué ha dicho?
    —Creo que ha dicho «tesoro».
    —Tesoro —dijo ella—. Maldición. —Su respiración se tranquilizó. El traductor dejó de registrarla. Lacau se enderezó y dejó caer la cortina.
    —Duerme —dijo—. Con los morfatos nunca aguanta mucho. —Se volvió y me miró. La bey había estado esperando su oportunidad. Agarró la botella de Coca-Cola que había sobre la caja de cartón y pasó a su lado. Lacau se volvió para mirarla.
    —Quizá tenga razón —dijo sin emoción—. Quizá sea una maldición.

    Yo también miraba a la bey, de pie, esperando a que Evelyn despertase para darle de beber, no más alta que una niña de diez años, agarrando la botella de Coca-Cola con una mano y con la cinta en la otra. Me pregunté qué aspecto tendría cuando el veneno empezase a afectarle.

    —En ocasiones creo que casi podría hacerlo —dijo Lacau.
    — ¿Hacer qué? —dije.
    —Creo que podría envenenar a la bey del Sandalio para salvar el tesoro si supiese de qué veneno se trata. ¿Es una especie de maldición, no, desear algo con tanta intensidad que estarías dispuesto a matar para conseguirlo?
    —Sí —dije. La bey se metió la cinta en la boca.
    —Desde que vi el tesoro, yo...

    Me puse en pie.

    — ¿Matarías a una indefensa bey por una maldita vasija azul? —dije con furia—. ¿Cuándo de todos modos vas a recibir el tesoro? Puedes tomar muestras de sangre. Puedes demostrar el envenenamiento del equipo. La Comisión te entregará el tesoro.
    —La Comisión cerrará el planeta.
    — ¿Qué importa eso?
    —Destruirán el tesoro —dijo Lacau, como si hubiese olvidado mi presencia.
    — ¿De qué hablas? No dejarán que el Sandalio o sus matones se acerquen al tesoro. Se asegurarán de que nadie dañe la mercancía. Se tomarán su tiempo, pero al final tendrás el tesoro.
    —No has visto el tesoro —dijo—. Tú... —Con las manos hizo un gesto de desesperación—. No lo comprendes.
    —Entonces quizá sea mejor que me enseñes tan maravilloso tesoro —dije.

    Dejó caer los hombros.

    —Vale —dijo, y todo en mí gritó: «Exclusiva.»

    Me volvió a encerrar en la jaula mientras volvía a conectarle el respirador a Borchardt. No pedí acompañarle. Conocía a Borchardt desde hacía tanto tiempo como conocía a Howard, aunque él no me caía tan bien. Pero no le hubiera deseado algo así. Era casi mediodía. El sol estaba prácticamente sobre nuestras cabezas y calentaba tanto como para agujerear el plástico. Lacau regresó a la media hora, con un aspecto espantoso.

    Se sentó en una caja y se llevó las manos a la cabeza.

    —Borchardt ha muerto —dijo—. Murió mientras estábamos con Evelyn.
    —Déjame salir de la jaula —dije.
    —Borchardt tenía una hipótesis sobre los beys —dijo Lacau—. Sobre su curiosidad. La consideraba una maldición.

    «Maldición», había dicho la bey de Evelyn, acurrucada contra la pared.

    —Sácame de la jaula —dije.
    —Creía que cuando los suhundulim llegaron los beys sintieron curiosidad por ellos y las «serpientes subyacentes». Tanta curiosidad que los dejaron quedarse. Y los suhundulim los esclavizaron. Borchardt sostenía que los beys eran un gran pueblo con una civilización muy desarrollada hasta que llegaron los suhundulim y les arrebataron Colchis.
    —Déjame salir de la jaula, Lacau.

    Se inclinó y hundió la mano en la caja que tenía a su lado.

    —Un suhundulim jamás hubiera podido crear algo como esto —dijo, y sacó la mano, esparciendo trocitos de aislante por todas partes—. Son cuentas de cerámica ensartadas en plata hilada, tan diminutas que sólo se pueden ver con un microscopio. Ningún suhundulim podría hacer algo así.
    —No —dije. No parecían cuentas ensartadas en un hilo de plata. Parecía una nube, una majestuosa nube tormentosa del desierto. Cuando Lacau la colocó a la luz que entraba por el tejado de plástico, adoptó tonalidades rosa y lavanda. Era hermoso.
    —Sin embargo, un suhundulim podría hacer esto —dijo, y le dio la vuelta para que pudiese ver el otro lado. El objeto estaba aplastado, convertido en una apagada masa gris—. Uno de los porteadores del Sandalio lo dejó caer al sacarlo de la tumba.

    Lo volvió a colocar con cuidado en su nido de burbujas de plástico y cerró la caja con cinta. Se acercó y se colocó frente a la jaula.

    —Cerrarán el planeta —dijo—. Incluso si puede evitar que el Sandalio le ponga la mano encima, la Comisión tardará un año, dos, en tomar una decisión. Quizá más.
    —Déjame salir —dije.

    Se volvió y abrió las puertas dobles del refrigerador. Retrocedió para que yo pudiese ver su contenido.

    —La electricidad se va continuamente. En ocasiones durante días —dijo.

    Desde que había interceptado el mensaje de Lacau había sabido que se trataba de la noticia del siglo. Lo había sentido en la médula. Y allí estaba.

    Era la estatua de una chica. Una niña, quizá de unos doce años. De no más de doce. Estaba sentada sobre un bloque sólido de plata hilada. Llevaba un vestido azul y blanco con flecos y se apoyaba en la pared del refrigerador, con la mano y el antebrazo contra el aparato y la cabeza apoyada en la mano, como si sufriese una pena inmensa. No podía verle el rostro.

    Llevaba el pelo negro recogido con el mismo material plateado de la nube que había visto, y alrededor del cuello un collar azul grabado en plata. Tenía una rodilla ligeramente adelantada, y podía verle el pie calzado con un zapato de plata. Era de cera, blanda y blanca como la piel, y supe que, si de alguna forma lograba girar ese rostro desesperado hacia mí, sería el rostro por el que había suspirado toda mi vida. Agarré los alambres de la jaula y no pude respirar.

    —La civilización de los beys era muy avanzada —dijo Lacau—. Artes, ciencia, embalsamamiento. —Sonrió al ver mi fruncimiento de ceño de incomprensión—. No es una estatua. Es una princesa bey.

    »El proceso de embalsamamiento convirtió sus tejidos en cera. —Se inclinó hacia ella—. La tumba se encontraba en una cueva que contaba con refrigeración natural, pero debíamos traerla del Espinazo. Howard me envió para intentar encontrar un equipo de control de temperatura. Esto es todo lo que pude conseguir. Estaba en la planta embotelladora —dijo Lacau, y le levantó el borde azul y blanco de la falda—. No intentamos moverla hasta el último a día. Los porteadores del Sandalio la golpearon contra la puerta de la tumba —dijo.

    La cera de la pierna estaba aplastada y rota. Se veía la mitad del fémur negro.

    No era de extrañar que la primera palabra de Evelyn hubiese sido «Deprisa». No era de extrañar que Lacau se hubiese reído cuando le dije que la Comisión mantendría el tesoro a salvo. La investigación llevaría un año o más, y ella se quedaría allí, con una electricidad que iba y venía.

    —Tenemos que sacarla del planeta —dije, y mis manos agarraron con tal fuerza la red metálica que los cables casi me cortaron hasta el hueso.
    —Sí —dijo Lacau en un tono que me indicó lo que yo debiera haber sabido.
    —El Sandalio no la dejará salir de Colchis —dije—. Teme que la Comisión intente quitarle el planeta. —Y, para asustarle, yo había quemado un artículo sobre la Comisión—. No harán nada. No van a entregar Colchis a un montón de niños de diez años que se meten cosas en la boca. No importa quién apareciese aquí primero.
    —Lo sé —dijo Lacau.
    —Envenenó al equipo —dije, y me di la vuelta para mirar a la princesa, con su hermoso rostro que no podía ver vuelto hacia la pared, poseído por una antigua pena. Había matado al equipo y, cuando regresara del norte con su ejército, nos mataría a nosotros. Y destruiría a la princesa—. ¿Dónde está tu equipo de quemar? —dije.
    —Lo tiene el Sandalio.
    —Entonces sabe cuándo llegará la nave. Debemos sacarla de aquí.
    —Sí —dijo Lacau. Soltó el borde azul y blanco que cayó cubriendo los pies de la princesa. Cerró la puerta del refrigerador.
    —Déjame salir de la jaula —dije—. Te ayudaré. Hagas lo que hagas, te ayudaré.

    Me miró largamente, como si estuviese intentando decidir si podía confiar en mí.

    —Te dejaré salir —dijo al fin—. Pero todavía no.


    Era nuevamente de noche cuando vino a sacarme. Había atravesado la zona central en dos ocasiones. La primera vez para sacar una pala del montón de equipo apilado contra las cajas de cartón. La segunda vez había abierto el refrigerador para sacar un equipo para inyectar a Evelyn, y yo me puse de pie en la jaula y miré a la princesa, esperando que volviese la cabeza. Sentado allí, después, esperando a que Lacau terminase de hacer aquello que hacía y para lo que no confiaba en mí, me sorprendió comprobar que el alambre de la jaula no me había aplastado las manos como si fueran de sebo.

    Había pasado ya una hora de oscuridad cuando Lacau vino y me dejó salir. Traía un rollo amarillo de cables extensores, y la pala. Se inclinó contra la pila de cajas aplastadas, tiró los cables a un lado y abrió la jaula.

    —Tendremos que mover el refrigerador —dijo—. Lo situaremos contra la pared trasera de la tienda, para poder cargarlo en la nave en cuanto ésta aterrice.

    Me acerqué al montón de cables y me puse a desenredarlos. No le pregunté de dónde los había sacado. Uno parecía el cable del respirador de Evelyn. Enchufamos los cables entre sí y a continuación Lacau desenchufó el refrigerador. Cuando lo hizo agarré el cable con más fuerza, a pesar de que sabía que lo iba a enchufar de inmediato al extensor y que todo el proceso no duraría más de treinta segundos. Lo enchufó con cuidado, como si temiese que al hacerlo se fuese la luz, pero ésta ni siquiera parpadeó.

    Las luces se apagaron ligeramente cuando levantamos el refrigerador entre los dos, pero pesaba menos de lo que pensaba. Tan pronto como dejamos atrás la primera fila de cajas, vi a qué se había dedicado en parte Lacau durante todo el día. Había desplazado tantas cajas como había podido y las había apilado contra la pared oriental de la tienda, abriendo un pasillo lo suficientemente ancho para que pasásemos con el refrigerador y un espacio en la pared del fondo de la tienda. También había enchufado una luz. El cable extensor no era lo suficientemente largo y tuvimos que situar el refrigerador a unos metros de la pared. Aun así, estaba bastante cerca de ella. Si la nave llegaba a tiempo.

    — ¿Ya ha llegado el Sandalio? —pregunté. Lacau iba rápidamente hacia la zona central y yo no estaba del todo seguro de si debía seguirle. No iba a dejar que me encerrase en una jaula para que me encontrasen los soldados del Sandalio. Me quedé donde estaba.
    — ¿Tienes un grabador? —dijo Lacau. Se detuvo y me miró—. ¿Tienes un grabador?
    —No —dije.
    —Quiero que grabes el testimonio de Evelyn —dijo—. Nos hará falta cuando se convoque a la Comisión.
    —No tengo grabador —dije.
    —No te volveré a encerrar —dijo. Metió la mano en el bolsillo y me lanzó algo. Era el candado de la jaula—. Si no confías en mí, se lo puedes dar a la bey de Evelyn.
    —El traductor tiene un botón de grabación —dije. Así que fuimos a entrevistar a Evelyn. Me dijo que había una maldición y yo no la creí. Y llegó el Sandalio.


    A Lacau no parecía preocuparle que el Sandalio estuviese acampado en la cresta.

    —He desenroscado todas las bombillas —dijo— y no pueden ver el interior de esta habitación. Esta tarde he colocado una lona sobre el tejado. —Se sentó junto a Evelyn—. Tienen lámparas, pero no intentarán bajar de noche.
    — ¿Qué pasará cuando salga el sol? —dije.
    —Creo que empieza a despertar —dijo—. Activa la grabación. Evelyn, tenemos un grabador. Necesitamos que nos digas qué sucedió. ¿Puedes hablar?
    —Ultimo día —dijo Evelyn.
    —Sí —dijo Lacau—. Este es el último día. La nave llegará por la mañana para llevarnos a casa. Te llevaremos a un médico.
    —Último día —repitió—. En tumba. Cargando princesa. Frío.
    — ¿Qué ha sido eso último? —dijo Lacau.
    —Creo que «frío» —dije yo.
    —Hacía frío en la tumba, ¿verdad, Evie? ¿A eso te refieres?

    Intentó negar con la cabeza.

    —Coca-Cola —dijo—. Sandalio. Aquí. Debe tener sed. Coca-Cola.
    — ¿El Sandalio te dio una Coca-Cola? ¿El veneno estaba en la Coca-Cola? ¿Así envenenó al equipo?
    —Sí —dijo como un suspiro, como si eso fuese lo que hubiese estado intentando decirnos desde el principio.
    — ¿Qué tipo de veneno, Evelyn?
    —Azul.

    Lacau se volvió rápidamente para mirarme.

    — ¿Ha dicho «sangre»?

    Negué con la cabeza.

    —Pregúntale de nuevo —dije.
    —Sangre —dijo Evelyn con claridad—. Kustod.
    — ¿De qué habla? —dije—. El mordisco de un kustod no te mata. Ni siquiera te enferma.
    —No —dijo Lacau—, pero sí la cantidad suficiente de veneno de kustod. Debería haberme dado cuenta de las similitudes: el reemplazo de las estructuras celulares, el tejido ceroso... Los antiguos beys empleaban como líquido para embalsamar una destilación concentrada de sangre infestada con kustodes. «Guardados de la maldición de los reyes y los "kustodes".» ¿Cómo crees que lo dedujo el Sandalio?

    Quizá no había tenido que hacerlo, pensé. Quizá siempre había tenido el veneno. Quizá sus antepasados, los que aterrizaron en Colchis, hubieran sentido tanta curiosidad como los beys a los que iban a robar el planeta. «Enseñadnos vuestro proceso de embalsamamiento», podían haber dicho, y luego, una vez comprendidos los beneficios más evidentes, habían dicho a los más listos de los beys, como el Sandalio les había dicho a Howard, a Evelyn y al resto del equipo: «Tomad. Bebed una Coca-Cola. Debéis de tener sed.»

    Pensé en la hermosa princesa, apoyada en su mano. Y en Evelyn. Y en la bey de Evelyn, sentada frente a la llama de fotoseno, sin saber qué pasaba.

    — ¿Es contagioso? —pregunté por última vez—. ¿La sangre de Evelyn también sería venenosa?

    Lacau parpadeó mirándome, como si no comprendiese a qué me refería.

    —Creo que sólo si la bebes —dijo tras un minuto. Miró a Evelyn—. Me pedía que envenenase a la bey —dijo—. Pero no podía comprenderla. Fue antes de que llegases con el traductor.
    —Lo hubieras hecho, ¿verdad? —dije—. De haber sabido cuál era el veneno, que su sangre era venenosa, ¿habrías matado a la bey para salvar el tesoro?

    No me escuchaba. Miraba al techo de la tienda, allí donde la lona no cubría.

    — ¿Clarea? —preguntó.
    —Falta una hora —dije.
    —No —dijo—. Por ella hubiese hecho casi cualquier cosa —su voz contenía tanto anhelo que me avergonzó escucharla—, pero eso no.

    Le administró a Evelyn una segunda dosis y apagó la lámpara. Tras unos minutos, dijo:

    —Quedan tres dosis. Por la mañana se las administraré todas. —Me pregunté si me miraba como me había mirado cuando me tenía en la jaula, preguntándose si podía confiar en mí para hacer lo que era preciso hacer.
    — ¿La matará? —dije.
    —Eso espero —contestó—. No podríamos moverla de ninguna forma.
    —Lo sé —dije, y nos quedamos un buen rato sentados en la oscuridad.
    —Dos días —dijo, con una voz repleta del mismo anhelo—. El periodo de incubación fue de sólo dos días.

    Y luego nos quedamos sentados en silencio, esperando a que saliese el sol.


    Cuando amaneció, Lacau me llevó a lo que había sido la habitación de Howard, donde había cortado una especie de ventana en la pared de plástico que daba a la cresta, y vi lo que había hecho. Los soldados del Sandalio se alineaban en la cima de la cresta. Estábamos demasiado lejos para ver las serpientes agitándose en sus rostros, pero sabía que miraban la cúpula. En la arena, delante de ellos, dispuestos horizontalmente uno tras otro, se encontraban los cuerpos.

    — ¿Cuánto tiempo llevan ahí? —dije.
    —Los coloqué ayer por la tarde. Cuando murió Borchardt.
    — ¿Desenterraste a Howard? —dije. Howard era el que se encontraba más cerca de nosotros. No tenía tan mal aspecto como había imaginado. Casi no tenía panales, y aunque su piel tenía un aspecto cerúleo y blando como la de las mejillas de Evelyn, seguía casi como recordaba. Era por efecto del sol. Se fundía al sol.
    —Sí —dijo—. El Sandalio sabe que es veneno, pero los demás suhundulim no lo saben. Jamás atravesarán esa línea de cuerpos. Temen pillar el virus.
    —Se lo dirá —dije.
    — ¿Le creerían? —preguntó—. ¿Cruzarían esa línea simplemente porque les diga que no es un virus?
    —Estuvo bien que me retuvieses en la jaula —dije—. Jamás te hubiese ayudado a hacerlo.

    Destelló una luz desde la cresta.

    — ¿Nos disparan? —dije.
    —No —dijo—. La bey principal del Sandalio tiene en la mano un objeto brillante que refleja la luz del sol.

    Era la bey del complejo. Tenía mi carné de prensa y lo movía de forma que reflejaba la luz.

    —Antes no estaba —dijo Lacau—. El Sandalio ha debido de traerla para demostrar a sus soldados que ella no ha pillado el virus y que ellos tampoco lo pillarán.
    — ¿Qué? —dije—. ¿Por qué iba a pillarlo ella? Creía que era la bey de Evelyn la que había acompañado al equipo.

    Me miraba frunciendo el ceño.

    —La bey de Evelyn jamás estuvo cerca del Espinazo. Ella era la sirvienta que el Sandalio entregó a Evelyn. ¿Cómo se te ocurrió la idea de que era la representante del Sandalio? —Me miró con incredulidad—. No creerás que el Sandalino nos iba a dejar acercarnos a su bey después de que negociásemos los días extra, ¿verdad? No podía confiar en que no la envenenáramos como él había envenenado al equipo. Antes de partir al norte la encerró en el complejo —dijo con amargura.
    —Y Evelyn lo sabía —dije—. Ella sabía que el Sandalio había partido al norte. Ella sabía que había dejado a la bey. ¿No es así?

    Lacau no respondió. Observaba a la bey. El Sandalio le ofreció algo y ella lo aceptó. Parecía un cubo. Tuvo que meterse el carné de prensa en la boca para dejar libres ambas manos y levantarlo. El Sandalio le dijo algo y ella descendió de la cresta dejando caer líquido del cubo al avanzar. El Sandalio había dejado a su bey en el complejo, encerrada, pero los guardias habían huido como los guardias de la cúpula, y un bey curioso podía abrir cualquier cerradura.


    —No parece enferma, ¿verdad? —dijo Lacau con amargura—. Y la semana ha terminado. El equipo lo pilló en dos días.
    —Dos —dije—. ¿Sabía Evelyn que el Sandalio había dejado a su bey?
    —Sí —dijo Lacau mirando la cresta—. Yo te lo he dicho.

    La pequeña bey había descendido de la cresta y llegado al llano. El Sandalio gritó algo y ella echó a correr. El cubo le golpeaba las piernas y le cayó más líquido. Cuando llegó junto a los cuerpos se detuvo y miró atrás. El Sandalio volvió a gritar. Estaba a mucha distancia, pero la cresta amplificaba su voz. Yo le oía con toda claridad.

    —Vierte —dijo—. Vierte el fuego. —Y la pequeña bey empezó a recorrer la fila.
    —Fotoseno —dijo Lacau sin emoción—. La luz del sol lo encenderá.

    El cubo había perdido mucho líquido en el camino de bajada, aunque no había caído nada sobre la bey, por lo que me sentía agradecido. Sólo quedaban unas gotas para echar sobre Howard. La bey dejó caer el cubo y regresó. Al otro extremo de la fila, la camisa de Callender se incendió. Cerré los ojos.

    —Dos míseros días —dijo Lacau. El bigote de Callender ardía. Borchardt echó humo y luego se encendió de amarillo como una vela. Lacau ni siquiera me vio irme.

    Seguí los cables eléctricos para volver a la habitación de Evelyn, a medio correr. La bey no estaba allí. Activé el traductor, aparté la cortina y la miré.

    — ¿Cuál era el mensaje, Evelyn? —dije.

    El sonido de su respiración era tan fuerte que al traductor no le llegaría nada. Tenía los ojos cerrados.

    —Cuando me enviaste al complejo ya sabías que el Sandalio había partido al norte, ¿no? —El traductor registraba mi propia voz y me la devolvía—. Sabías que mentía cuando te dije que había entregado el mensaje al Sandalio. Pero no te importaba. Porque el mensaje no iba destinado a él. Era para la bey.

    Dijo algo. El traductor no pudo sacar nada en claro, pero daba igual. Sabía lo que era.

    —Sí —dijo, y sentí el deseo súbito de golpearla, de ver cómo las mejillas cubiertas de celdillas cedían bajo la fuerza de mi mano y se hundían contra el hueso.
    —Sabías que se lo metería en la boca, ¿no?
    —Sí —dijo, y abrió los ojos. Fuera se oía un rugido apagado.
    —La asesinaste —dije.
    —Debía... salvar el tesoro —dijo—. Lo siento. Maldición.
    —No hay ninguna maldición —dije, manteniendo las manos a los costados para no golpearla—. Eso fue un cuento que te inventaste para ganar tiempo hasta que el veneno surtiese efecto, ¿no es así?

    Se puso a toser. La bey se colocó rápidamente delante de mí con la botella de Coca-Cola. Metió la pajita en la boca de Evelyn, levantó la cabeza de Evelyn con la mano y la inclinó delicadamente hacia delante para que pudiese beber.

    —De haber sido necesario también habrías matado a tu propia bey, ¿no es así? —dije—. Por el tesoro. ¡Por el maldito tesoro!
    —Maldición —dijo Evelyn.
    —La nave ha llegado —dijo Lacau a mi espalda—, pero jamás lo lograremos. Sólo queda el cuerpo de Howard. Mandan a la bey con más fotoseno.
    —Lo lograremos —dije, y apagué el traductor. Saqué mi navaja y rasgué la pared de la tienda por detrás de la hamaca de Evelyn. La bey de Evelyn se puso en pie y se nos acercó. La bey del Sandalio había recorrido ya la mitad del llano con el cubo. Esta vez se movía más despacio y no se le caía una gota de fotoseno. Arriba, en la cresta, los soldados del Sandalio avanzaron un poco.
    —Podremos cargar el tesoro —dije—. Evelyn ya se ocupó.

    La bey llegó junto a los cuerpos. Fue a inclinar el cubo sobre Howard, luego pareció cambiar de opinión y dejó el cubo. El Sandalio le gritó algo. Ella recogió el cubo, lo volvió a dejar y cayó.

    —Ya ves —dije—. Después de todo, era un virus.

    Desde arriba llegó un ruido parecido a un suspiro entrecortado y los soldados del Sandalio empezaron a alejarse del borde de la cresta.


    Una cuadrilla de carga llegó antes de que hubiésemos abierto la parte posterior de la tienda. Lacau les indicó las cajas más cercanas y ni siquiera hicieron preguntas. Simplemente se pusieron a cargarlas en la nave. Lacau y yo levantamos delicadamente el refrigerador, con mucho cuidado, para no golpear las canillas de la princesa, y la llevamos por la arena hasta la zona de carga de la nave.

    El capitán le echó un vistazo y gritó al resto de la tripulación que viniese a ayudar.

    —Deprisa —dijo—. Traen algún arma a la cresta.

    Nos dimos prisa. Pasamos material por la puerta trasera y la tripulación llevó las cajas por la arena con más rapidez que la bey de Evelyn iba a buscar agua con una botella de Coca-Cola, y aun así no fue lo suficientemente rápido. Se oyó un zumbido bajo y un golpe en el tejado, y un líquido goteó por las láminas de plástico.

    —Tienen un cañón de fotoseno —dijo Lacau—. ¿El vaso azul está fuera?
    — ¿Dónde está la bey de Evelyn? —dije, y fui a la habitación de Evelyn. La cortina de la hamaca ya se fundía, el fuego la cortaba como un cuchillo. La pequeña bey estaba aplastada contra la pared interior donde la había visto aquella primera noche, observando el fuego. La agarré por debajo del brazo y fuimos a la zona central.

    No podía pasar. Las cajas que cubrían la tienda eran un muro de llamas. Regresé a la habitación de Evelyn. Comprobé de inmediato que tampoco podíamos pasar por allí y, con igual rapidez, recordé el corte que había hecho en la pared.

    Puse la mano sobre la boca de la bey para que no respirase los gases del plástico fundido, contuve el aliento y pasé junto a la hamaca.

    Evelyn seguía viva.

    Debido al fuego no podía oírla resollar, pero vi su pecho subiendo y bajando antes de empezar a fundirse. Estaba tendida con el rostro contra un lateral de la hamaca que se fundía, y volvió la cara hacia mí cuando me detuve, como si me hubiese oído. Los panales de su rostro se ensancharon y se aplastaron, y luego el calor los suavizó y, por un instante, la vi con el aspecto que debió de ver Bradstreet para decir que era hermosa, y con el aspecto que debía de tener cuando el Sandalio le entregó a su propia bey. El rostro con el que me miró era el rostro que había esperado ver durante toda mi vida. Y lo vi demasiado tarde.

    Ardió como una vela, y yo me quedé allí, observándola, y cuando murió, el techo había cedido sobre Lacau y dos miembros de la tripulación. Y el jarro azul se rompió en la carrera desesperada por llevar a la nave lo que quedaba del tesoro.

    Pero salvamos a la princesa. Y yo conseguí mi exclusiva.


    Es la noticia del siglo. Al menos así la definió el jefe de Bradstreet cuando le despidió. Mi jefe me pide cuarenta columnas cada día. Yo se las doy.

    Son artículos geniales. En ellos Evelyn es una víctima hermosa y Lacau un héroe. Yo también soy un héroe. Después de todo, contribuí a salvar el tesoro. Lo que quemo no cuenta que Lacau desenterró a Howard y lo usó para construir un fuerte ni que yo hice que matasen al equipo de Lisii. En lo que quemo sólo hay un villano.

    Envío cada día cuarenta columnas por el quemador e intento reconstruir el jarro azul, y en el tiempo que me sobra escribo esta historia, que no enviaré a ninguna parte. La bey juguetea con las luces.

    Nuestro camarote dispone de un sistema de luces sensible a las corrientes de aire que se oscurecen y ganan brillo automáticamente al moverte. El bey no se cansa de ellos. Ni siquiera se molesta con el jarro azul ni intenta meterse las piezas en la boca.

    Por cierto, he deducido la naturaleza del jarro. Las líneas grabadas en la pajita de plata que parece una azucena son arañazos. Estoy recomponiendo una botella de Coca-Cola de diez mil años. Toma. Debes de tener sed. Es posible que los beys tuviesen una civilización maravillosa, pero años antes de que los abuelos del Sandalio se presentasen en el planeta, estaban muy ocupados envenenando princesas. La asesinaron, y ella debía de saberlo, y por eso apoyaba la cabeza contra la mano con ese gesto de desesperación. ¿Por qué la asesinaron? ¿Por un tesoro? ¿Por un planeta? ¿Por una exclusiva? ¿Alguien intentó salvarla?

    Lo primero que me dijo Evelyn fue: «Ayúdame.» ¿Y si lo hubiese hecho? ¿Si hubiese dicho que le den a la exclusiva, hubiese llamado a Bradstreet, lo hubiese enviado a recoger al doctor del equipo de Lisii y hubiese evacuado al resto del equipo? ¿Y si, mientras estaba de camino, hubiese quemado un mensaje para el Sandalio que dijese: «Puedes quedarte con la princesa si nos dejas salir del planeta»? ¿Y si luego le hubiese puesto aquel respirador traqueal que no le hubiese permitido hablar pero que podría haberla mantenido con vida el tiempo suficiente para subirla a la nave?

    Me gusta creer que habría hecho todo eso si la hubiese conocido, y si no hubiese llegado, como dijo ella, «demasiado tarde». Pero no lo sé. El Sandalio, que estaba tan enamorado de ella que le regaló a su propia bey, se plantó en la tumba y le ofreció veneno en una botella de Coca-Cola. Y Lacau la conocía, pero por lo que regresó, por lo que murió, no fue por ella sino por el jarro azul.

    —Había una maldición —digo.

    La bey de Evelyn se desplaza lentamente por la estancia y las luces brillan o se oscurecen a su paso.

    —Todo —dice, y se sienta en el camastro. La luz para leer del extremo de la cama se enciende.
    — ¿Qué? —digo, deseando tener todavía el traductor.
    —Maldición para todos —dice—. Tú. Yo. Todos. —Cruza las manos sucias sobre el pecho y se tiende en la cama. Las luces se apagan. Como en los viejos tiempos.

    Dentro de un minuto se cansará de estar a oscuras y se levantará, y yo volveré a ponerme a etiquetar las piezas del puzle que es el jarro azul de forma que pueda reconstruirlo un equipo de arqueólogos a los que la maldición no haya matado todavía. Pero por ahora debo sentarme en la oscuridad.

    «Maldición para todos.» Incluso para el equipo de Lisii. A causa del retransmisor de mi tienda, el Sandalio creyó que me ayudaban a sacar el tesoro de Colchis. Los enterró vivos en la cueva que excavaban. No pudo matar a Bradstreet porque ya estaba a medio camino del Espinazo en su Swallow averiado, y cuando consiguió repararlo la Comisión había aterrizado, a él lo habían despedido, y mi jefe le había contratado para escribir sobre la vista. Tienen al Sandalio bajo custodia en una cúpula geodésica como la que él quemó. Los demás suhundulim se presentan en la vista de la Comisión, pero los beys, según Bradstreet, no les prestan atención. Les interesan más las pelucas judiciales de la Comisión. Ya han robado cuatro.

    La bey de Evelyn se pone en pie y luego se deja caer en el camastro, intentando que las luces parpadeen... no siente demasiada curiosidad por la historia que escribo, este relato de asesinatos, envenenamientos y otras maldiciones de las que son víctimas los hombres. Quizá su gente ya se hartase de todo eso en el pasado. Quizá Borchardt se equivocase y los suhundulim no les quitasen Colchis. Quizás en cuanto aterrizaron los beys dijeron: «Aquí está. Vuestro. Deprisa.»

    Se ha quedado dormida. Oigo su respiración tranquila y regular. Al menos ella no sufre la maldición.

    La salvé, y salvé a la princesa, a pesar de que llegué mil años tarde... por lo que quizá yo tampoco sufra del todo la maldición. Pero en unos minutos encenderé la luz y terminaré esta historia, y cuando la acabe la guardaré en un lugar seguro. Como una tumba. O un refrigerador.

    ¿Por qué? ¿Porque habiendo conseguido la noticia a un coste tan alto estoy empeñado en contarla o porque la maldición de los reyes me rodea por todas partes como una jaula, cuelga sobre mi cabeza como una confusión de cables eléctricos?

    —La maldición de reyes y custodios —digo, y mi bey salta del camastro, sale del camarote y me trae agua en una botella de Coca-Cola que debió de traer consigo cuando la arrastré a bordo, como si yo fuese su nuevo paciente, y estuviese tendido bajo una malla de plástico, moribundo.


    Fin

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