CUÍDATE SIEMPRE DEL VIENTO
Publicado en
septiembre 13, 2017
En los momentos de éxito, hace falta cierta sabiduría para recordar las verdades más sencillas.
Por Christiaan Barnard (Realizó en 1967 el primer trasplante de corazón, en Ciudad del Cabo, donde vive y ejerce la medicina.)
UN VIEJO leñador del bosque de Knysna me dijo en una ocasión que jamás había aprendido nada que no supiera ya. Tal aserto parecía muy contradictorio, sobre todo a los ojos de un joven médico como yo lo era entonces, en los primeros pasos de su carrera. Pensé que la sabiduría vernácula tenía cierto valor; pero, ¿cómo saber algo que aún no se había aprendido?
En esos momentos el viejo leñador me explicaba cómo derribar un árbol, y me advertía que, si se ignoraba dónde precisamente caería el tronco, era inútil empezar siquiera a cortarlo. "El árbol caerá siempre en la dirección de la menor resistencia, por lo que debe reducirse ese apoyo del lado por el que se desee que caiga", declaró. Lo dudé... un ligero error bastaría para perder una costosa cabaña, por un lado, o un garaje de ladrillo, por el otro.
Con gran recelo, tracé una línea recta en tierra, en medio de las dos construcciones. En aquel tiempo, antes de inventarse las sierras de cadena, la fuerza muscular y la práctica constituían los elementos fundamentales en la tala de árboles. El leñador se escupió las manos, tomó un hacha y empezó a descargar hachazos al robusto pino, de más de un metro de diámetro en la base. Aquel hombre tendría más de sesenta años, pero su fuerza no había menguado.
Como una hora después, el árbol cayó ni más ni menos en la línea que yo había dibujado, y los extremos de las ramas quedaron a buena distancia de las construcciones. El leñador pareció un tanto asombrado cuando lo felicité por su exactitud, pero no hizo ningún comentario. Antes de la puesta del Sol, ya había reducido el árbol a un montón de trozos uniformes y de astillas para avivar el fuego. Le aseguré que nunca olvidaría su lección en materia de echar abajo árboles.
Cuando se disponía a retirarse, hacha al hombro, sentenció: "Esta vez, tuvimos mucha suerte. No soplaba viento. Cuídate siempre del viento".
Sólo varios años después, al recibir el informe de la autopsia practicada a un paciente mío de trasplante de corazón, comprendí el significado cabal de lo que el viejo leñador me había aconsejado. La operación había sido un éxito rotundo; todo había resultado bien, y la recuperación del enfermo era notable. Después, en forma intempestiva, todo falló; el hombre murió. La necropsia indicó que una infección, originada en una pequeña herida en una pierna, había provocado el paro respiratorio.
Se me vino a la mente el rostro del leñador, mientras su voz resonó en mi interior: "Cuídate siempre del viento". Sí, hace falta cierta sabiduría para comprender las verdades sencillas y básicas. Aquel deceso fue el amargo recordatorio de que un elemento, al parecer insignificante, puede dar al traste con todos nuestros cálculos. La herida, sin mayor trascendencia en un hombre sano, había matado al receptor del trasplante.
El viejo hachero acaso se haya confundido desde hace mucho en el polvo de la historia, pero me legó una broma agridulce, reservada para los momentos de triunfo. Cuando todos se muestran complacidos con sus logros, yo miro fijamente mi imagen en el espejo, y me repito: "Esta vez, tuvimos suerte. No soplaba viento".
© 1982 POR CHRISTIAAN BARNARD. CONDENSADO DE "THE CAPE TIMES" (14-VI-1982). DE CIUDAD DEL CABO. SUDÁFRICA. ILUSTRACIÓN: SHEILA NOWERS.