Publicado en
agosto 31, 2017
Foto: Silvester/Rapho
Al acercarse Pentecostés, los romeros de toda España se encaminan, bulliciosos, a rendir honores a una imagen que, según cuentan, se encontró hace siglos en el hueco de un árbol.
Por Carl Nagin.
DURANTE Pentecostés, las caravanas recorren una áspera zona del sudoeste español. De día, las carretas avanzan ruidosamente a la sombra de esbeltos eucaliptos, entre sotos y brezales, junto a marismas en las que crece la anea; de noche, a la luz de una hoguera, el enérgico ritmo de una guitarra flamenca se confunde con los gritos de las garzas y de los patos silvestres. Los participantes se desplazan en carro o carreta, a pie o a caballo. Proceden lo mismo de pueblecitos encalados y soñolientos, que de ciudades grandes, como Madrid, Barcelona y Sevilla, y hasta de puntos tan lejanos como México. Cientos de miles de romeros concurren a una aldehuela de Andalucía a rendir homenaje a Nuestra Señora del Rocío.
Según Juan Infante-Galán, cronista oficial y archivista del lugar, el culto de esta imagen se remonta al reinado de Alfonso X, a finales del siglo XIII. Suponen algunos historiadores que antes de reconquistar el Rey Sabio las tierras de Andalucía ocupadas por los árabes, los cristianos de esa región ocultaban sus imágenes religiosas en las marismas, zonas pantanosas y arboladas por las que el río Guadalquivir desemboca en el Atlántico. Las reliquias eran escondidas en capillas secretas, entre antiguas ruinas, e incluso en los huecos de los árboles.
Se dice que la recuperación de algunas de esas imágenes sagradas se llevó a cabo entre milagros, y el caso más divulgado es el de Nuestra Señora del Rocío. Cuenta la leyenda que, por casualidad, un cazador del pueblo de Almonte encontró la imagen en un árbol y, habiéndola sacado de su escondite, se dirigió con ella a la iglesia del pueblo. En el camino paró un momento a descansar y se quedó dormido. Cuando despertó, la imagen había desaparecido y vuelto misteriosamente a su santuario natural, en un lugar que hoy se conoce como El Rocío.
Por llevar el "simpecado", esta carroza encabeza la procesión de una de las hermandades. Foto: Philippe Lafond
Las crónicas atribuyen este milagro al deseo de la Virgen de ser venerada en campo abierto, y la leyenda se ha convertido en algo tan andaluz como las corridas de toros y las castañuelas. El culto de El Rocío es uno de los más antiguos y populares de los que se dedican en España a la Madre de Dios.
Las hermandades parroquiales organizan la celebración, que coincide con la festividad de Pentecostés. La más antigua de estas cofradías, la del pueblo de Almonte, hace las veces de anfitrión. El festejo se desarrolla en gran medida en el vecino pueblo de El Rocío, cuya capilla, edificios y alrededores se convierten en un inmenso campamento. En realidad, El Rocío existe exclusivamente para esta romería. Sus casas, construidas por las hermandades a fin de alojar a los peregrinos, permanecen vacías durante el resto del año.
Cada cofradía construye su propio "simpecado", réplica —ya sea en pintura, en bordado o en fotografía— de la imagen de Nuestra Señora del Rocío. Montado en una carreta de mulas o de bueyes, el "simpecado" encabeza la marcha del grupo hacia la capilla. Los "símpecados" son motivo de gran orgullo para sus respectivas hermandades, pues estas rivalizan entre sí en la confección de la mejor réplica, e incluso compiten para ver cuál lleva el mayor número de peregrinos, las mujeres más hermosas, las mejores monturas y los jinetes más diestros.
Para los devotos andaluces, la romería del Rocío es desde su infancia un acontecimiento de todos los años. Foto: Philippe Lafond
La romería tiene su llamativo lado comercial: los tenderetes de llaveros, anillos y hasta dedales con la imagen de María; los bares improvisados bajo cuyo toldo uno puede sentarse a paladear un jerez fino y a comer tapas mientras ve pasar, envuelta en polvo, la vorágine de caballos, carretas de cascabeles cantarines, y representaciones de la Virgen de colores llamativos, Por todas partes uno se topa con grupos de personas que bailan y cantan fandangos y otras canciones flamencas.
Durante mi visita observé a un grupo de "bailaores": ellos pavoneándose llenos de estudiado machismo; ellas, delicadas y finas, revolviéndose con brío en sus vestidos de volantes y lunares; las bellezas esbeltas y morenas de la costa aparecen codo a codo con desdentadas ancianas que, vestidas de negro, llegan de la sierra.
Cierta mujer del barrio sevillano de Triana me señaló una pareja que cabalgaba sobre un acicalado caballo árabe en medio del tropel. Era su hijo quien montaba erguido, al estilo andaluz y con sombrero de ala ancha adornado con una cinta verde que ostentaba el nombre de la hermandad de Triana. Pero era su pareja la que, montando a la amazona, atraía claramente la atención. "Hacerse de una novia aquí da buena suerte", me explicó la madre.
Cada una de las 63 cofradías tiene su estandarte, a cuál más llamativo. Foto: Philippe Lafond
Mientras fuera de la capilla alardea el cortejo ecuestre, dentro se respira una emotiva devoción. Esa mezcla de desenfado mundano y de fervor religioso no pudo menos de despertar mi curiosidad.
Para el señor Infante-Galán, el linaje histórico de esta romería es un espejo de la misma tierra andaluza. El cronista alimenta la esperanza de que, algún día, El Rocío cuente con un museo y un archivo que reúnan las vestimentas, los documentos históricos y la literatura pertenecientes al culto.
"En El Rocío", me dijo, "a todo el mundo se le trata por igual. Aquí no existen clases sociales ni divisiones políticas. En este preciso momento los parientes del rey don Juan Carlos se mezclan en alguna parte con los mozos de cuadra. Nadie susurra ni señala cuando pasa un miembro de la realeza. El Rocío es la manifestación más igualitaria de España".
Los romeros se turnan para llevar en andas, alrededor de la aldehuela, la imagen de la Virgen del Rocío, espléndidamente ataviada. La procesión hace un alto ante cada una de las hermandades para que estas le rindan culto. En el presente año la escena tendrá lugar el 23 de mayo, es decir, el lunes después de Pentecostés. Al fondo se aprecia el santuario permanente de la talla, un edificio que, aunque reconstruido en 1969, data nada menos que del siglo XIII. Foto: Philippe Lafond.
En la madrugada del lunes de Pentecostés, Nuestra Señora deja trono y santuario para ir a visitar su reino terrenal y a las muchedumbres de devotos. Mientras avanza hacía el sitio donde aguarda cada una de las cofradías, la gente se olvida de todo tipo de formalidades; los hombres se empujan unos a otros en una pugna frenética por tocar la imagen; por transportarla. Nada puede contener a los fieles en su deseo de participar en la veneración final de la Virgen del Rocío.
Luego retorna la talla a su santuario para velar desde allí por sus leales seguidores hasta que estos vuelvan al cabo de un año, y al siguiente y todos los años venideros...
CONDENSADO DE "THE LEGEND OF EL ROCÍO". "GEO" (JUNIO DE 1982). © 1982 POR KNAPP COMMUNICATIONS CORP., DE LOS ÁNGELES (CALIFORNIA).