Publicado en
mayo 08, 2017
Sección de libros. II
(Cartas a una hija que ya no está.)
Estas cartas para mi hija Sara forman parte del diario que comencé en 1973, cuando supe que estaba embarazada. No se me ocurrió que después de dos años y medio serían el detallado recuento de una época y de una vida que terminaron súbita y dolorosamente. Sin embargo, el dolor y la ira ante la muerte, me proporcionaron con el tiempo tal perspectiva y madurez, que estas palabras para Sara se convirtieron de llanto en canción.
El sueño de mi marido, Roy, y mío fue lo que hizo posible estas memorias; por eso los dos, y no yo sola, ofrecemos esta canción: recuerdo de un amor y una familia que fueron, durante un momento especial en el tiempo, sólo nuestros.
Por Paula D'arcy (Condensado del libro de Paula D'arcy).
Watertown, Connecticut, febrero de 1973
Querido hijo sin nacer:
Realmente, querido Andrés (estoy segura de que eres Andrés. ¡Y sin duda yo estoy embarazada! Lo que fue un diagnóstico diario para un ocupado obstetra, es una palabra que cambia mi vida entera). No sé cómo expresar la alegría que hay en mi corazón. Bienvenido, pequeñísimo bebé. Crece fuerte dentro de mi.
Marzo 1973
Querido Andrés:
Es difícil creer que tu pequeña persona está allí. Tu padre quizá no piensa constantemente en ti como yo, pero después de todo tú estás creciendo en mi cuerpo, no en el de Roy. Sin embargo, me doy cuenta de la forma en que le dice a la gente que "estamos" esperando. Se siente orgulloso y aun un poco incrédulo de que "tú" serás.
Tu padre nos ve a nosotros, y a todo lo demás, como parte del proceso total de la vida. Su mente siempre está buscando respuestas. Se sorprende de los principios que han motivado la historia, a menudo incomprensible, del hombre. Pero si bien es cierto que yo admiro sus preguntas, lo que es real para mí está aquí, no a miles de años de distancia ni en alguna remota comarca. Me emociona este cuerpo que cambia delicadamente para alojar otra vida humana.
Siento poca necesidad de la Biblia que tu padre lee todos los días. Los relatos parecen muy remotos. La esencia de la vida está aquí.
Abril de 1973
Querido Andrés:
Tu padre ha comenzado a plantar pimientos en una jardinera de la ventana del comedor. ¿Comeré uno este próximo invierno mientras te tengo en mis brazos?
Estaremos felices cuando ya estés aquí. No eres idea de tu padre. O mía. Sino de los dos. No podríamos pensar en ti si no fuera para estar todos juntos. Una familia.
Junio de 1973
Querido Andrés:
Es como tentar a la suerte, te compré algunas ropas hoy. Todo es azul, ¡así que espero que tú seas tú!
Tu padre está trabajando con tantas ganas en nuestro primer huerto. Registra con exactitud las semillas que planta para la futura cosecha, tal como yo llevo la cuenta de todos los descubrimientos que hago sobre ti. Pero no tengo la paciencia de tu papá. Me apresuro con todo. Siento tal inquietud dentro de mí... El primero de junio tu padre escribió en su Cuaderno de Jardinería: "La paciencia es otra cosecha del jardín; la determinación otro cultivo. La recompensa llega en su momento".
Yo no puedo controlar esta novedad dentro de mí. La naturaleza, y las horas, harán lo que les plazca.
Agosto de 1973
Querido Andrés:
¿Cómo puedo albergar dos sentimientos tan opuestos a la vez? No quiero que mi embarazo termine. Me encanta vivir cerca de ti. Pero, ¿cuándo terminará? Estoy sumamente cansada. ¿He estado con el vientre agrandado toda la vida?
Nuestro huerto está lleno de cultivos que necesitan de mi cuidado. Y tú te interpones, pues eres una molestia para todas las tareas que tengo que hacer. Todo crece muy rápido... ¡Tú también!
Octubre de 1973
Querido Andrés:
Te estoy tejiendo esta frazadita roja, pero no puedo concentrarme. Tengo dolores y creo que se deben a que estás por nacer. ¿Será eso? Bueno, es mejor que llame al médico. Gracias a Dios sólo hay una primera vez.
Octubre de 1973
Querido Andrés:
¡Eres Sara! Primero nos reímos, y luego lloramos. No podemos creerlo. Yo tenía razón acerca del parto, y no hubo tiempo que perder. El final fue muy rápido: tú insistiendo, yo asustada. Y luego apareces. Diez dedos en las manos, diez en los pies; eres perfecto, mi pequeño ser.
Verte salir hacia este mundo ha sido la mayor alegría que he tenido. Plena. Ninguna otra felicidad en mi vida es más verdadera. Llevaré tu primer llanto dondequiera que vaya.
Ahora tú mamas suavemente mientras te canto mudas canciones de cuna. Cómo te quiero.
Noviembre de 1973
Querida Sara:
¿Por qué lloras? Me consideraba como una de las madres más tranquilas y capaces que existen. Pero mírame. ¿Quién se hubiera imaginado que ser madre no era fácil? Me confundes.
En el hospital, la maternidad parecía una aventura emocionante. Pero aquí en casa estoy demasiado cansada para ser poética. Algunos días parecen ser un concurso de quién llora más, si tú o yo. Tenemos suerte de que tu padre se queje tan poco.
Febrero de 1974
Querida Sara:
Esos primeros días llenos de ansiedad parecen estar cada vez más lejos. Tú, tu padre y yo nos hemos convertido en un equipo. ¿Quién desearía algo más que nuestra vida simple tan plena? Debido al gran sentimiento que tenemos por nuestra casa, estamos planeando bautizarte aquí mismo, en la sala. Te ofreceremos a Dios en los mismos cuartos donde comemos, reímos y nos juntamos con nuestros amigos.
Es difícil, Sara, llevar una vida cristiana. El mundo se mueve muy rápido fuera de estas simples paredes. Somos afortunados al estar sentados aquí, esperando que se levante la masa del pan y teniendo nuestra gran pelea de la semana para ver "quién se queda con la última galletita de chocolate". Espero que nunca lo tomes a la ligera cuando recemos contigo. O cuando te llevemos en brazos a la ventana para que veas los pájaros y las ardillas.
Marzo de 1974
Querida Sara:
Hoy pasamos dos horas sentadas a la mesa haciendo pompas de jabón. Hace un año hubiera estado demasiado apurada como para sentarme y jugar. Me has ayudado mucho a tomar las cosas con calma.
Ahora cuido de todos nosotros tan atentamente como de esas semillas del huerto que queremos ver crecer. Ahora, yo no hago problemas de aquellas cosas sin importancia y me preocupo más de la forma en que afectan a las personas. Me gusta sopesar la importancia de las cosas diciendo: "En el conjunto de mi vida, ¿tiene esto realmente importancia?" Así consigo alejar de mi mente muchas tonterías.
Julio de 1974
Querida Sara:
Estoy sentada junto a la ventana de la sala, viendo desaparecer la punta de tu gorro al final de la calle; es tu padre quien te lleva en su mochila. Se me encoge un poquito el corazón porque ya te has independizado de mí. Sin embargo, tu amor me hace sentir plena y me alegra.
Octubre de 1974
Querida Sara:
Faltan dos días para que cumplas un año. Verte crecer ha sido el premio a todos los esfuerzos de mi vida. Qué recuerdos: nuestros paseos con tu cochecito en el invierno, mientras a ti sólo se te asomaba la nariz entre las frazadas; verte aprender a nadar, esperando que de alguna manera aparecieras en la superficie; y los libros.
Tú y tus libros. Generalmente no tengo paciencia, pero si me lo pides, leo el mismo cuento cinco veces seguidas. (Los platos de la cena pueden esperar.) Desconozco la causa, pero algo en el corazón me dice que en mi vida no siempre podré satisfacer tus deseos tan fácilmente.
Diciembre de 1974
Querida Sara:
Esta noche está en calma. Tu padre estudia y tú estás lejos, en tus sueños. Más tarde tu papá y yo nos sentaremos a conversar sobre las ideas que tiene para su tesis sobre Tolstoi.
Es notable la gran diferencia con que enfocamos las cosas. Yo siempre estoy pensando en las personas: qué las inspira o las emociona, qué les provoca amor y odio. Pero tu padre relaciona sus actos con la totalidad de la vida y de la historia. Juntos, nuestros puntos de vista son más amplios. Espero que siempre nos sentemos a conversar.
Febrero de 1975
Querida Sara:
¿Alguna vez te preguntarás cómo eras cuando tenías 16 meses? Bueno, hoy bailamos frente a la radio; riéndonos la una de la otra.
Todas las noches, antes de irte a dormir, te pongo sobre mi regazo y canto una canción de cuna. Nunca sabrás lo que siento cuando tengo tu cabeza llena de rizos apoyada contra mi pecho y escucho cómo te unes al canto. Tus notas abrazan el aire de la noche, y tienen una dulzura mayor que la de mi recuerdo.
Junio de 1975
Querida Sara:
La tesis de tu padre es muy importante para él. Se ha convertido en mucho más que un trabajo académico requerido para obtener el título. Ha llegado a admirar profundamente a Tolstoi, después de haber pasado tanto tiempo estudiando sus ideas.
Mientras él estudia, tú y yo jugamos a los "ratones". ¿Guardamos el silencio suficiente para que pueda pensar?
Esta mañana, nos sorprendió cuando salíamos a dar nuestro paseo. "No", dijo que no podía acompañarnos... que tenía "demasiado que hacer". No obstante, antes de que saliéramos del jardín, me tomó de la mano y se unió a nosotros. Quizá, desde algún rincón había surgido nuestra antigua promesa; nunca dudar de que ser ricos o poderosos no era más importante que estar juntos. Si la familia no era lo principal, la mayor parte del tiempo, la perderíamos. ¿Contaríamos siempre con la suerte de recordar esta promesa?
Julio de 1975
Querida Sara:
Ahora sabemos con seguridad que vivimos en Watertown (la "Ciudad del Agua"). ¡Qué inundación! Hemos derramado muchas lágrimas por nuestro jardín, pues fueron muchas las plantas destrozadas. Tu padre acepta los procesos naturales. Escucha lo que escribió en su cuaderno de jardinería: "Estas son condiciones que están fuera del control del hombre. La sabiduría consiste en trabajar con dedicación, con cuidado y sin angustiarse por los designios de la creación". A mí me cuesta mucho el aceptar esta verdad.
Julio de 1975
Querida Sara:
Estamos de visita en casa de tus abuelos en Massachusetts. Les has contado el secreto que nos tiene tan emocionados: "Mamá va a tener un bebé". Nuestra familia de tres... a punto de aumentar a cuatro. ¡Es tan buena la vida!
Es cierto que jamás nos sobra un centavo. Algunas veces me pregunto si podremos pagar todas las cuentas. Pero tu padre nos lee trozos de la Biblia, y, cuando estoy triste, poesía. Así se disipan los momentos de preocupación. Nuestra vida es rica en otro sentido.
Agosto de 1975
Querida Sara:
Este verano nos ha traído momentos muy especiales. Paseamos todas las mañanas, explorando la hierba y buscando flores. Me siento bien. Un nuevo niño ha comenzado a formarse dentro de mí. Y tú, nuestra primera hija, creces rodeada de amor. Observamos con orgullo cómo aprendes y logras tantas cosas. Tu padre se emociona cuando corres por el huerto gritando: "Tomates, apios, lechugas..." Nunca nos imaginamos que nuestra niñita también conociera y quisiera el huerto.
Vamos a llevarte de nuevo, por unos días, a Massachusetts. Tú, que te entusiasmas con el más pequeño tesoro, ¿qué pensarás del enorme mar?
Agosto de 1975
Querida Sara:
Veníamos de regreso de casa de tu abuela. Probablemente estabas colmada de recuerdos de la playa, y de los infinitos hoyos que tú y tu padre hicieron en la arena y llenaron de agua. Fueron unos días hermosos, pero el regreso a casa siempre es lo mejor de un viaje. Tu padre, alargando su brazo me apretó la mano. Casi habíamos llegado cuando tú te agitaste, y yo te pregunté: "¿Quieres una galleta?", y al darme vuelta para alcanzar tu mano todo lo que supe fue que un auto blanco se dirigía hacia nosotros. ¡Dios mío!
Ahora me dicen: "Cuánto lo siento". Veo ojos llenos de pena y de compasión. Debo ser una buena actriz. Ellos susurran: "Tiene mucho valor". Les pido que no se preocupen por mí. ¿Por qué mi voz se oye tan serena? Roy y Sara están gravemente heridos, Roy y Sara están agonizando.
Esto tiene que ser un sueño. Semejante pesadilla no tiene lugar dentro de mí. No creo nada de lo que me dicen.
Agosto de 1975
Querida Sara:
Este mal sueño no termina. El tiempo, con o sin mí, sigue adelante. Igual que todos los lunes, que todos los martes, me traen tres comidas al día. La gente cree que el mundo continúa su marcha.
Tú en otro hospital. Tú muriéndote, y yo no estoy contigo. Es una verdad que no puede penetrar en mí y hacerse realidad. Lloro, pero siento que no son mis lágrimas. Ya no soy yo.
Agosto de 1975
Querida Sara:
"¿Entiende usted?", me interrogan. "Esta pregunta es tan difícil de hacer, pero si ella muere, ¿querría que sus riñones fueran?..."
¿Por qué estoy en este cuarto con esta gente que me dice estas cosas? Estoy enloqueciendo, y no le contestaré a nadie.
Agosto de 1975
Querida Sara:
Me sentí un poco aislada del mundo, pero ahora todo está bien. Ya verás que vas a mejorar. Yo te ayudaré, y pronto saldremos de estos hospitales. Aunque te tienen alejada de tu papá y de mí, no será por mucho tiempo. El saldrá del estado de coma en que se encuentra y me ayudará a cuidarte. Formamos una familia.
¿No hay alguien que vaya a decirles a ustedes dos que los quiero?
Agosto de 1975
Querida Sara:
Dicen que Sara murió. ¿Qué quieren decir con "Sara falleció esta mañana"? Como si fueras una persona ajena a mí. Si yo no expiro, tú, simplemente no puedes morir. Tu padre saldrá del estado de coma y se volverá loco. No podremos seguir adelante.
Roy D'Arcy
Agosto de 1975
Querida Sara:
No me podría importar menos lo que llegan a decirme. Mis sentimientos han desaparecido. Me han golpeado. Me han ganado. Dijeron que tu padre dejó de existir. Papá ha muerto también. Han destrozado todo mi mundo. Ya no hay verdad para mí.
¿Por qué Dios ha permitido esto? ¿Por qué se los llevó a ustedes dos, dejándome a mí? ¿No era lo suficientemente buena como para morir con ustedes? ¿Es un castigo? Muchas veces fui tonta y poco cariñosa... ahora estoy pagando mis culpas. Ustedes murieron porqüe eran míos y no fui buena. Pero, ¿cómo es posible que un Dios bondadoso sea tan cruel?
Debiera estar en nuestro huerto o preparando un flan para la cena, pero me encuentro en este hospital, mandando a los parientes a buscar tus ropas para enterrarte, diciéndole a todos que está bien. Pero no está bien. ¿Por qué has muerto? Eras sólo una criatura. Por lo menos así nunca te tocará el dolor. No desearía que vivieras esto.
Septiembre de 1975
Querida Sara:
Me he mudado con tus abuelos a Massachusetts. Dejé nuestro hogar, nuestros queridos cuartos, nuestro huerto. Todos aconsejaban que ya no debía quedarme allí y acaté lo que decían.
Pero vivir aquí es terrible. Estoy en mi antiguo cuarto con mis corvas de antaño: pero no es mi hogar. Yo no soy, en absoluto, la que solía ser antes, cuando residía aquí. Tengo el recuerdo de la persona que era, pero no sé cómo hacerla volver a mí. Este nuevo sujeto en que me he convertido, sólo tiene energía para mantenerse con vida y no gritar.
Septiembre de 1975
Querida Sara:
Mi único consuelo es el no tener remordimientos. No podría haberlos amado más a ustedes. He desperdiciado muchas cosas en mi vida, pero gracias a Dios me di cuenta de lo que poseía cuando vivían. Pero no pensé que podían irse.
Todo el mundo se siente incómodo frente a mí. No saben cómo tratarme. Hoy me escondí en el pasillo de una tienda para evitar el encuentro con una vieja amiga y ver como se ponía tensa. Asomo la cara en un cuarto y oigo a todos pensando: la tragedia.
Septiembre de 1975
Querida Sara:
La semana pasada fui a nuestra casa de Connecticut y los amigos y familiares me ayudaron a vaciarla. Fue como destruir lo construido y negar que alguna vez existió. Ya se acabó todo, las preocupaciones, el amor, las celebraciones. Esas preocupaciones y ambiciones resultan sin sentido. ¿Para qué sirvió todo?
Si nos interesamos por las cosas materiales de la vida, dándole mucha importancia a la ropa, a la casa y al trabajo, al final nos sentimos defraudados, pues son factores efímeros. Debía de haber existido algo más, pero lo dejé pasar. Contaba con un mañana y con ustedes. Olvidé lo básico, lo que le da significado a la vida, lo que dirigía mi existencia. Viví siempre ocupada.
Y ahora héme aquí —con todo el tiempo del mundo— acariciando la bata de baño de tu padre y abrazando tu abeja de felpa. Conservaré estos dos objetos. Quiero recordar todo lo que queda atrás, hasta que pueda encontrar lo imperecedero.
Septiembre de 1975
Querida Sara:
Mientras estaba en Connecticut vi al Dr. Audet, el médico que te trajo al mundo. El verlo, para mí, fue la prueba de que no había inventado mi vida anterior. El recordaba tu existencia.
Le pedí que enviara mis antecedentes médicos a Massachusetts, a lo que amablemente sugirió que enviaría sólo una copia. "Si usted alguna vez quiere volver, todavía tendré todos los datos aquí". Este pensamiento nuevamente me provocó lágrimas, porque deseo con fervor que él me ayude a dar a luz este nuevo niño. Pero ya no es posible porque me he mudado y no puedo volver.
Octubre de 1975
Querida Sara:
Mira estas cartas. No puedo creer que las haya recibido por cientos. Estoy rodeada de amor.
Alumnos que tu padre tuvo en la escuela me escriben, y uno de ellos me dice que tu papá "me ayudó a conocerme..." Otros cuentan que frecuentemente hablaba de ti y de mí en sus clases, afirmando que su familia significaba para él más que la vida misma, y que no hubiera elegido otra cosa en su vida que no fuera nuestro matrimonio y tu nacimiento.
Contemplé a tu padre mirarte tantas veces. Tenía una sonrisa muy especial para ti, Sara. Se deleitaba en ti y en nuestro amor. ¿Todavía te cuida?
Octubre de 1975
Querida Sara:
Hoy estaba pensando en el Dr. Audet. Han pasado semanas desde que lo vi. Pero algunas de sus palabras golpean en mi mente con insistencia: "Si alguna vez decide volver..." Empiezo y no puedo creerlo. Es la primera vez que se me ocurre que sí tengo una alternativa. Si quiero volver a Connecticut, puedo hacerlo. Puedo ir al lugar que yo desee.
Tengo alternativas. Mi vida todavía me pertenece. ¿Cómo pude ignorarlo? ¿Dónde he estado?
Noviembre de 1975
Querida Sara:
Día tras día lleno papeles del seguro. Todo el mundo me pregunta sobre la decisión de los tribunales y el hombre que te mató. Quieren que sea castigado. ¿Y qué ganaría si así fuera? Ni el dinero ni la venganza te traerán de vuelta a la vida. Para mí, no hay victoria ante un tribunal.
Necesito hablar. Tengo que decirlo una y otra vez: "Tuvimos un terrible accidente donde Roy y Sara murieron". Algunas veces me sorprendo espetándoselo a extraños que no tratan de despojarme de mi dolor. Quiero esconder mis sentimientos de todos aquellos que me conocen.
¿Puedes entenderlo? Mis sentímientos es lo único que me queda de nosotros tres, y estas lágrimas son todo lo que resta de nosotros.
Noviembre de 1975
Querida Sara:
Hay un nuevo programa de televisión que tú no conoces. Leo en el diario algún suceso que le interesaría a tu padre y no puedo contárselo. Todos los días me entero de nuevos acontecimientos y ustedes no.
En la actualidad, miro las cosas de diferente manera. Solía estar segura de mi futuro, y ahora las palabras de tu padre me persiguen: "La vida no tiene garantías". Solo contamos con el momento que tenemos. Por tanto, si no aprovechamos bien el "hoy", vamos a sentirnos defraudados.
Piensa en tu padre, quien apenas tenía 33 años y ya se había preguntado importantes conceptos respecto de la vida. Se preguntaba acerca de la verdad última. Todos los días leía la Biblia en busca de un conocimiento más profundo. El controlaba su existencia. No se dejaba enredar en cuentos mezquinos y chismes; nunca permitió que la prisa lo atrapara hasta el punto de no tener tiempo de orar o leer cada día.
¿Y si hubiera creído que después tendría tiempo para pensar en Dios? Habría sido muy tarde. ¿Quién creería que 33 años pueden ser demasiado tarde? Ese es nuestro mayor engaño.
Noviembre de 1975
Querida Sara:
Hoy se acabó. No puedo soportar otro día con todo fuera de su lugar. Un nuevo médico, un nuevo pediatra, nuevas tiendas. El mundo circundante se ha hecho tan extraño como mi interior. Anhelo algo familiar. Por tanto me voy a casa.
Diciembre de 1975
Querida Sara:
Mi vientre, ya crecido, y yo, estamos apretados contra un cajón, supervisando la mudanza de nuestros recuerdos en este nuevo apartamento. Estas habitaciones son nuevas, pero la tierra, las calles y, los amigos son mi hogar; además aquí reside mi querido médico.
¿Te has dado cuenta que nunca te escribo sobre el bebé que está por nacer? Tal vez, cuando mi cuerpo se halle tranquilo en este lugar, pueda pensar en él. Sé que no he sido justa, no lo he amado ni he disfrutado de su evolución dentro de mí de la misma manera como disfruté la tuya. Ni siquiera sé si podré amar a alguien nuevo. Pero la naturaleza sigue su curso. ¿Qué sucederá si quiero a este niño y él también muere?
Diciembre de 1975
Querida Sara:
Navidad. El hijo de Dios ha nacido. El Creador que mueve el mundo, que es lo único que no ha cambiado, y que ama al universo. En este momento de quietud pienso que El me ama pues yo formo parte de su creación. El sólo garantizó que su amor sería permanente, y yo llegué a todas las otras conclusiones.
Estoy pensando en María y en Belén. He perdido lo más querido que tenía; y sin embargo, mi vida no debe perder su significado. Algo me dice que la angustia me habría vencido si no fuera por Belén.
Enero de 1976
Querida Sara:
Año Nuevo. Pero yo no quiero nada nuevo. Deseo que estemos juntos otra vez. Mi mente cada vez está más inquieta. ¿Si no nos hubiéramos detenido unos minutos en esa gasolinera? ¿Si no te hubiera ofrecido una galleta y tú no hubieras estado tratando de alcanzarla?
¿Así tenía que ser? ¿Moriste tan joven para cumplir algún misterioso designio? ¿Dispone Dios de cada aliento de nuestra existencia haciéndonos víctimas impotentes? ¿O controlamos nosotros nuestras vidas y por tanto las circunstancias que nos ponen en ese lugar del camino en el momento inoportuno? Si no me vuelvo loca de tristeza, estas preguntas me enloquecerán.
¿Creíste que te había abandonado en ese hospital? Sufro al pensar que pudiste haberme llamado Mamá, pero yo no estaba allí.
Estos pensamientos continúan persiguiéndome y me resulta imposible soportar el dolor. ¿No debiera de haber pasado lo peor hace muchos meses? Tengo miedo. Un día tras otro así... no podré continuar.
Creo que he podido engañar a casi todo el mundo. Piensan que mi luto ya pasó. Como suponen que ha transcurrido el tiempo suficiente, tratan de hacerme "participar" otra vez; pero sus intentos rebotan en esta mente enferma. Yo no soy yo; estoy derrumbándome.
Día tras día descuelgo el teléfono, cierro con llave la puerta y lloro durante horas. Yo los quiero, los necesito y no puedo sobreponerme.
Daría cualquier cosa. Los aceptaría enfermos y cuidaría de ustedes durante cien años; los aceptaría en un estado de coma sin fin; incluso desearía verlos y después dejarlos otra vez. Pero sólo verlos de nuevo.
Febrero de 1976
Querida Sara:
Mi amiga Carolyn me acompaña a tomar las clases de parto sicoprofiláctico. Todas las demás tienen marido, como es lógico. Y allí estamos Carolyn y yo. Lo detesto.
—¿Es este su primer hijo? —preguntan.
—No, el segundo.
—Oh, ¿entonces cuántos años tiene el primero?
Una y otra vez.
Febrero de 1976
Querida Sara:
Qué fácil era tener lo que yo llamaba "fe" en nuestra antigua vida, con nuestras paredes llenas de amor y nuestro futuro pleno de promesas. Qué fácil resulta amar a alguien que es gentil y bueno. Pero ahora, recuperar esta fe es difícil. Me cuesta mucho creer que no estoy sola con todo este dolor y que puede haber una victoria al otro lado de estas lágrimas. Pero esa es la promesa de Cristo. Rezo para encontrar una salida en este caos. Quiero superarlo.
Febrero de 1976
Querida Sara:
Anoche cené con la familia de Carolyn y traté de charlar alegremente con sus hijos. Esta mañana su hijo de 10 años, Joe, hizo algo increíble. Se aproximó al padre Jim, sacerdote con el cual él oficia de monaguillo, y le pidió por favor que viera a una amiga que necesitaba ayuda. Esa amiga era yo.
Muy dentro de mí, me alegró. Esta presión de aferramiento a ustedes se ha hecho demasiado fuerte y no quiero volverme loca. Por tanto no se enojen si por fin hablo de nosotros. Ustedes saben cómo valoro lo que somos, pero tal vez tenemos que separarnos. Nunca pensé que alcanzaría esta estapa así, pero quizá esta sea la respuesta a mis plegarias.
Febrero de 1976
Querida Sara:
¡Tal vez no lo creas, pero el padre Jim dijo que mi estado anímico es normal! Toda esta locura... normal. Puede ser que no esté loca. De hecho, es probable que algún día vuelva a ser yo. Aunque por el momento sé que sólo es una idea, resulta muy poderosa y positiva.
Por favor no te ofendas sí me recupero. No tomes a mal si quiero a este nuevo bebé. Creo que me atrevo a amar de nuevo y "nosotros" no cambiaremos por eso.
Marzo de 1976
Querida Sara:
He vivido durante mucho tiempo con interrogantes. Pero algunas respuestas comienzan a revelarse poco a poco en mi corazón.
Creo que nuestro accidente, en parte, tiene que ver con la libertad del hombre: la libertad de pensar, actuar y elegir. Todas las elecciones tienen resultados... consecuencias que repercuten en la vida de muchos otros. Por esta causa, resulta posible que un hombre bebido vaya por la carretera a gran velocidad. Es su decisión. Nosotros nos dirigíamos a casa, y esa era nuestra elección. Entramos uno en la vida del otro de manera terrible.
Como el ser humano no es perfecto, una libre elección puede tener un resultado bueno o malo. Esto da al hombre un potencial tremendo, y atemorizante: como canal de luz o compañero de la oscuridad.
¿Hasta dónde llega mi culpa? ¿Qué han provocado mis numerosos actos irreflexivos? ¿Cuántas veces no he hecho nada y provoqué así mi oscuridad? ¿Cuál es la responsabilidad del hombre en esta vida?
Y, ¿Dios? ¿Dónde está? El no cambia las acciones de la naturaleza ni las del hombre. Somos libres, y vivimos con ese terrible derecho. Pero cuando preferimos la Luz, El transforma la manera en que vemos lo que siempre ha estado allí. No es lo externo ni la realidad lo que cambia, somos nosotros.
Marzo de 1976
Querida Sara:
Tienes una hermanita y la he llamado Beth Starr. ¿Puedes verla durmiendo allí?
Cientos de personas nos han deseado felicidad, y tal vez han pensado que todo está bien. Ojalá fuera tan sencillo. Pero Beth es, desde la cabeza a los pies, tu vivo recuerdo. Recuerdos de cómo tu padre y yo te compartíamos. Y ahora no existe una familia.
Sólo hoy me he dado cuenta que yo no era la única que sentía dolor. ¿Cómo pude haberlo ignorado? Nuestros amigos, nuestra familia... son muchos los que sufrieron la pérdida. Los padres de tu padre también perdieron un hijo. Pero todo se me pasó por alto. ¡He estado tan lejos!
Marzo de 1976
Querida Sara:
Tu padre tenía razón. La vida es mucho más profunda que la existencia de un hombre en particular. ¡Qué ciega estaba! La historia ha representado mi drama con otros telones de fondo. Y si bien eran importantes para esas vidas en particular, ninguna de las breves penas y alegrías tienen un significado final. Si así fuera, el dolor vencería al hombre.
Todo lo que queda de aquello que fuimos, es el amor. La Luz del mundo es el Amor. La pregunta en la vida diaria de cada persona no es ¿qué puedo disfrutar, o a quién voy a complacer, o qué aspecto tengo, o qué puedo lograr? La pregunta es, ¿cómo voy a amar?
Pequeña, tengo la certeza de que el vacío nos rodea. Pero si elegimos buscar a Dios, desaparecerá lo vacuo cambiando nuestra vida. Jesucristo lo ha prometido; y ningún hombre puede evitar esa elección, porque ignorarla es decidir.
Abril de 1976
Querida Sara:
Pascua. Mira el Calvario. Creo que ahora lo entiendo. También el dolor fue parte de la vida de Jesús. Y El no lo evitó, porque tanto el sufrimiento como la alegría forman parte de la humanidad.
Paula D'Arcy y Beth Starr
Abril de 1976
Querida Sara:
Poco a poco puedo hacerle frente a tus recuerdos y a los de tu padre.
Lamento que nunca llegaras a conocerme mejor; me verás como madre novata y esposa joven. Si tu vida hubiese continuado, habríamos llegado a ser mucho más y me habrías visto con tu padre junto a la compra que a él lo enorgullecía: su motocicleta BMW. ¡Qué viajes hicimos en ella! ¡Cómo me gustaba poner los brazos alrededor de tu padre, con los árboles y las montañas pasándonos al lado!
Tuve un millón de sueños mientras viajábamos. Abrazada a él amaba nuestra libertad, al Sol, nuestras escapadas hacia la primavera. Ahora vive el dolor latente de que nunca más recorreremos los caminos; el dolor gestado en nuestro amor, que nos fue arrancado.
Julio de 1976
Querida Sara:
Estoy bien. La muerte de ustedes está siempre allí, pero me siento mejor. Ya no contemplo la vida desde afuera. Ustedes están siempre un poco más allá de mis pensamientos conscientes, pero me doy cuenta que eso será así por algún tiempo largo. Ahora lo puedo aceptar y puedo continuar.
He estado pensando que esperas el día en que te escribo como antes, sobre tiempos buenos y con realizaciones. Pero pienso que cuando llegue ese día ya no habrá más cartas; o mejor dicho, ya no habrá cartas para ti. ¿Comprendes?
Agosto de 1976
Querida Sara:
Estuve sentada en el porche hoy, sintiéndome sola. Y mientras mi mente vagaba, me imaginé que había vivido en tiempos de Jesucristo. Qué suerte hubiera sido eso, pensé. Aun la soledad habría parecido mucho más fácil vivirla en su compañía.
Después comprendí: Cristo vive y nosotros vivimos en su tiempo. Esa es la enseñanza de la Resurrección. Nada muere, nada termina. Cuando llegamos a una conclusión, solamente estamos convirtiéndonos en parte de otro comienzo. En una ocasión tu padre lo escribió en su diario de jardinería: "Cada semilla tiene su Pascua".
Nunca volveré a ser la misma, pero sé que ya puedo seguir adelante. Aunque nuestro amor se extiende más allá de la tumba, mi vida aquí es sin ustedes. Ustedes que se han convertido en la semilla de un nuevo comienzo que debo conocer. Todavía lloro por ti y por tu padre, y tal vez siempre lo haga. Algunos días quizá me traigan lágrimas. Lo entiendo y acepto como parte del amor. Pero, ¿comprendes lo que ahora estoy intentando hacer? Estoy diciendo adiós.
¿Recuerdas, en nuestro viaje al mar, cómo el océano retenía la luz solar de la mañana? La contenía, sin embargo nunca la poseía para sí. Yo siempre te tendré en la forma en que las aguas retienen la luz del Sol. Guardo en mí la canción de cuna que cantábamos juntas, tu voz pequeña y clara. Basados en todo esto, di una plegaria por mí, yo rezaré una por ti, y después, déjame ir.
Enero de 1979
Querida Sara:
Hoy te visité en el cementerio. Bueno, de hecho no realmente a ti, sino a la que llevo en el corazón.
Algunas veces cuando te recuerdo, visito tu tumba y te dejo violetas: un ramo para lo mejor de nuestros momentos, para aquellos instantes que siempre sonreirán.
Contemplo lo que escribí en la lápida de tu tumba: "El Señor es mi pastor, El me cuidará". Ahora comprendo lo cierto de esa frase. Por encima de cualquier situación está la mano del Señor. Para mí, en todo momento, estuvo allí: cuando sentía su presencia e igualmente allí, cuando me parecía estar sola. No dependía de que yo la sintiera, ni siquiera tampoco de la extensión de mi fe. Simplemente, Dios estaba allí.
Sufrí y sentí mucho dolor al perderte. Pero esa angustia, al final, no tuvo la última palabra. Y por eso no fue una pérdida, sino una victoria. Porque el amor dictó su última palabra: "El Señor es mi pastor, El me cuidará". Y todos estamos bien protegidos.
CONDENSADO DE "SONG FOR SARA A YOUNG MOTHER's JOURNEY THROUGH GRIEF AND BEYOND", © 1979 POR PAULA D'ARCY