Publicado en
mayo 12, 2017
COMO PRODUCTOR de las series especiales de televisión de Charlie Brown, estoy siempre a la caza de voces apropiadas para los personajes. Una vez, mientras esperaba para tomar un avión, oí la de un niño de aproximadamente seis años, que me pareció maravillosa. Lo seguí en silencio por el aeropuerto, a fin de poder escuchar más. De pronto, la madre del chico me lanzó una mirada suspicaz. De inmediato le entregué mi tarjeta de presentación.
—¿Por qué nos sigue? —me espetó, sin hacer caso del papel.
—Permítame explicarle, señora: soy productor de la serie de televisión de Charlie Brown y...
—No tenemos televisor. Ahora, dígame, ¿quién es ese Charlie, y qué se propone usted?
—Señora, si se toma usted la molestia de llamar al número que aparece aquí, en mi tarjeta... quisiera hacerle a su hijo una prueba, para ver si...
—Si no nos deja en paz, llamaré a la policía del aeropuerto —concluyó, y salió echando chispas, con su hijo de la mano.
Supongo que me había topado con una de las rarísimas madres estadounidenses que jamás han oído hablar de Charlie Brown.
—L.M. y C.S.
UNA ABOGADA que trabajaba en una oficina de asesores jurídicos encontró un día sobre su escritorio una máquina de escribir con el siguiente recado:
"Estamos escasos de mecanógrafas y necesitamos su colaboración".
Reconociendo una broma de tantas de sus colegas varones, la mujer mecanografió una respuesta que para siempre acalló sus chanzas: "ESTAria enkanTAda de ALLUdarles en kualKIER forrma ami ALKanze".
—B.L.O.
CUANDO trabajaba yo en una comarca remota de Alaska, solía escuchar la radio de dos bandas para sentirme acompañado. Un día capté el conocido acento tejano de un mecánico:
—Fairbanks: Aquí el XKY-12. ¿Podrían mandarnos otro helicóptero? El que tenemos está descompuesto.
—Negativo, XYK-12. ¿Podríamos enviarles repuestos y un mecánico para reparar el que tienen?
—Negativo, Fairbanks. Indispensable una nueva nave.
—XKY-12, los helicópteros no son baratos —le amonestó la voz—. ¿Por qué no puede volar en el que tienen?
A esto siguió un silencio tan prolongado, que creí haber perdido la onda. Por fin, volvió al aire la voz del mecánico:
—Bien, Fairbanks. Yo opino que no puede volar por estar bajo. tres metros de agua, pero el piloto estima que la razón es por estar patas arriba.
—J.W.
EL PROPIETARIO de una tienda de ropa acudió a mi taller de hojalatería para automóviles con el fin de que le arreglara un guardafangos doblado a su vehículo. Hice la reparación y llevé el auto a su comercio. De acuerdo con su propia sugerencia, acepté cuatro camisas como pago por mi trabajo.
Dos meses después, irrumpió en el taller exclamando: "¡Venga a ver mi automóvil! Lo he chocado por el equivalente a no menos de quince camisas y ocho pares de pantalones".
—J.G.
SEGÚN una anécdota que repiten en los círculos médicos de Inglaterra, cierto bien conocido y respetado galeno fue llamado a una residencia muy frecuentada de personas a quienes mucho estimaba, para resolver un caso muy fácil. Una vez hecho su trabajo, se arrellanó en un sofá a tomar una taza de té. De pronto, los niños de la casa se presentaron con una crisis. ¿Tendría él la bondad de mirar a su hámster, que estaba misteriosamente enfermo? Bien sabían ellos que él no era veterinario. Comprendían que no podría prometerles curarlo. Pero, por favor, ¿podría ser tan amable de examinar al animal?
Complaciente, el médico se inclinó sobre la inerte figura peluda y la hurgó suavemente. Al instante, el animal le atrapó el dedo entre los dientes. El médico hizo un involuntario movimiento brusco con el brazo. En el ápice del arco, el hámster se soltó y salió volando al otro extremo del aposento... para caer directamente en las fauces abiertas del pastor alemán de la familia. De una tarascada, el pequeño roedor había desaparecido.
Hubo un angustioso momento de incredulidad, seguido por un grito de horror. Entonces, el facultativo tomó su sombrero y su maletín, y desapareció en las sombras de la noche.
—E.G A