¡CUIDADO CON LA HIDROTERAPIA!
Publicado en
mayo 10, 2017
Correspondiente a la edición de Marzo de 2013
Por Daniel Samper Pizano. Ilustración de Daniel Unda-García.
Según la amiga que me regaló el recetario, la fatiga biológica se me notaba en el iris. No sé cómo me vio el iris, porque uso gafas progresivas que desfiguran hasta los párpados, pero su dictamen fue ese: fatiga biológica.
Y las causas, según mi amiga, comidas infectadas con sustancias químicas, aire contaminado, agua hiperclorada, partículas tóxicas de asbesto en las construcciones, alimentos transgénicos, fármacos y falta de gimnasia.
Para solucionarlo, dijo, era preciso regresar a la vida natural. Contra fatiga biológica, vida natural. Eso dijo. Cultivos orgánicos, cereales cascarados, cuidado externo, hidroterapia interna y homeopatía.
Repitió "hidroterapia" y me entregó fotocopia del recetario.
—Tienes que preparar estas recetas y proceder a su consumo —dijo mi amiga—. De lo contrario, no se te quitará nunca la fatiga biológica.
Las recetas provenían de una revista llamada Integral, número 249, correspondiente a septiembre de 2000.
Ojeé la fotocopia y tomé notas rápidas en mi libreta de compras.
Yogur. La primera receta era a base de yogur. Recomendaba yogures naturales y de sabor neutro entibiados a 40 grados. Con ellos se prometía la "regeneración de la flora intestinal irritada por un exceso de café o de laxantes".
Vegetales. La segunda consistía en la "decocción (sea ello lo que fuese) de dos cucharadas soperas de tomillo, un diente de ajo y una cebolla diluidos en dos litros de agua". Proclamaba esta ensalada líquida como remedio contra los gases.
Café. Esta receta era una de las más atractivas. Ofrecía "descongestión y lucha contra los trastornos del hígado, el dolor de cabeza, la fiebre, el decaimiento o las enfermedades hepáticas". Y tanto prodigio, a cambio de apenas "una cafetera tibia".
Arcilla. Esta última me preocupaba un poco. Aconsejaba "mezclar dos cucharadas de arcilla fina con medio litro de agua". Es decir, había que ingerir eso que los mortales llaman lodo.
Lleno de entusiasmo y rebosante de optimismo, o quizás al revés, compré todos los ingredientes que demandaban las recetas. Hasta la arcilla que me tocó ir a buscar en un chircal. De paso les cuento que cuando me acerqué al que enfilaba las tejas y le pedí "media libra de fina arcilla", sonrió, me miró como si yo fuera un falso rey de Inglaterra y le gritó a su compañero:
—¡Wilfred, regálele a este tipo un kilo de barro!
Cuando tuve todo listo —yogur, hortalizas, café y arcilla— llamé a mi amiga para que me asesorara en la realización del plan de hidroterapia contra la fatiga biológica.
Ella llegó, examinó los ingredientes, le parecieron estupendos y luego preguntó por "el aparato".
—¿Cuál aparato?
—El aparato para la ingestión —respondió.
—¿Los cubiertos, dices? ¿La taza, los platos?
—No, no: la pera.
—De frutas no me hablaste. Pero creo que en la nevera hay unos plátanos.
—Me refiero a la pera de la lavativa. El aparatico de caucho que se adelgaza en un extremo para facilitar las cosas. Y el enema y la cánula, para aplicaciones abundantes.
—¿Estás hablando de que estas recetas no son para comer sino...?
—¿Y qué pensabas? —comentó indignada mi amiga—. Si hubiera sido un problema de degustación, te habría invitado a un restaurante. Me parece que no leíste el artículo completo.
Era verdad. El artículo decía, un poco más adelante del punto en que yo suspendí la lectura para ir a comprar los ingredientes, que la hidroterapia interna consiste en introducir por medio de lavado estos compuestos. Pero no de manera caprichosa, no se crean. Sino en tandas de tres o cuatro sesiones de una hora cada dos meses: tandas que, en el peor de los casos, se aplican en centros especializados y, en el menos malo, los aplica mi amiga a domicilio como desinteresada contribución a la causa de la medicina natural.
Y "para mantener el interior bien limpio de impurezas —juro que así seguía diciendo la revista— nada mejor que hacerse lavativas domésticas entre las sesiones". Cuando no eran jornadas profesionales de cuatro horas, eran, pues, divertimentos amateurs de un ratico en casa.
En otras palabras, quien desee adoptar de veras la hidroterapia interna tendrá que renunciar al trabajo o al estudio, alejarse del mundo y aprender a vivir boca abajo.
No lo hice, por supuesto. Nadie me garantiza que el café así aplicado no provoca desvelos pavorosos, que el yogur retroalimentado no engorda y que el puchero contra los gases no es mucho peor que los gases.
En cuanto a la arcilla, nunca más en mi vida volveré a tocar materiales de construcción, a menos que lleve guantes de caucho. Uno nunca sabe cómo fabrican realmente los ladrillos.