SIMPLEMENTE, UN GESTO DE BONDAD
Publicado en
abril 03, 2017
Una botita de cerámica azul y el aroma de las rosas impregnándolo todo...
Por Virginia Hall Graves.
CUANDO di a luz a mi hijo en 1956, me tocó compartir la habitación del hospital con Ann, quien ese mismo día también había sido madre. En parte debido a que mis progenitores eran dueños de una florería, recibí muchos ramos de flores que saturaron el ambiente con la deliciosa fragancia de las rosas.
—Es como estar en un jardín —comentó mi compañera de cuarto, cuando me llegó el séptimo arreglo floral a la habitación.
Sin embargo, me comencé a sentir incómoda porque a ella nadie le había enviado flores. Sentándose al borde de la cama se inclinó para admirar mi último ramillete. Era joven y hermosa; sin embargo, descubrí algo en su mirada que me llevó a pensar que había tenido que luchar mucho y que abrigaba demasiada tristeza para ser tan joven. Intuí que tal vez siempre había tenido que admirar las flores que otra persona recibía.
—Estoy disfrutando cada minuto de esto —comentó Ann como si hubiera leído mis pensamientos y tratara de tranquilizarme—. ¿No fui acaso una afortunada por el hecho de que seas tú mi compañera de cuarto?
A pesar de sus palabras continuaba sintiéndome incómoda. Si en ese momento hubiera existido algún botón mágico que borrara la tristeza de sus ojos, yo lo habría usado. Bueno, pensé; al menos puedo hacer algo para que ella también reciba algunas flores.
Cuando mis padres llegaron a visitarme ese día, les pregunté en voz baja si podían mandarle un arreglo floral a mi compañera de habitación.
—Por supuesto —respondió mí padre—. Se lo enviaremos esta tarde.
El ramillete llegó al momento en que Ann y yo terminábamos de cenar.
—Mas flores para ti —observó riéndose.
—No en esta ocasión —repuse mirando la tarjeta—. Son para ti.
Ann se quedó mirando el regalo durante largo rato sin decir palabra. Pasaba sus dedos por la botita de cerámica azul y tocaba con suavidad cada una de las diminutas rosas colocadas en su interior como si tratara de grabar el arreglo floral en su memoria.
—No sé cómo agradecerte —dijo con suavidad.
Yo me sentí casi avergonzada, pues era un gesto de bondad muy pequeño de mi parte.
EL NIÑO que traje al mundo ese día de 1956 resultó ser el único hijo de mi matrimonio. Durante casi 21 años llenó mi vida y la de mi esposo con amor y alegría haciéndonos sentir plenos. Pero una mañana de Pascua en 1977, tras una larga y dolorosa batalla contra el cáncer, murió en nuestros brazos.
Ann y yo no habíamos estado en contacto desde hacía mucho tiempo. Ella nunca conoció a mi retoño ni supo de su enfermedad. Sin embargo, un día al leer el diario y enterarse del fallecimiento de mi vástago, fue a su armario y desenvolvió algo que había guardado durante muchos años: la botita de cerámica azul que yo le había regalado.
Me encontraba en la funeraria, sola con mi hijo en una habitación impregnada con el aroma de las rosas, cuando un mensajero me trajo un ramillete. No leí la tarjeta hasta el momento en que nos dirigíamos al cementerio. "A.W. John Graves", decía la tarjeta, "del niño que nació contigo en el Hospital Memorial, y de su madre".
Sólo entonces reconocí la botita azul que había obsequiado hacía tantos años, otra vez llena de rosas. Le pasé la tarjeta a mi madre. Ella, también se acordó y comentó:
—Simplemente, un gesto de bondad que vuelve a ti.
Varios días después nos acompañaron algunos familiares al cementerio para ayudar a limpiar la tumba de John. La botita con rosas estaba a sus pies, se veía empequeñecida por las grandes coronas y arreglos florales.
—Qué extraño que alguien haya enviado esto a un funeral —observó alguna persona—. Este tipo de arreglo es más apropiado para un nacimiento.
—Es que hubo un nacimiento —contestó mi esposo—. John nació a la vida eterna.
Lo miré sorprendida sabiendo que esas palabras eran difíciles de pronunciar para un hombre que nunca había hablado abiertamente acerca de tales temas.
Sacó las flores y me pasó la botita que sostuve en mi mano como lo había hecho Ann. La toqué con mis dedos pensando en todos los mensajes que contenía: los lazos de amistad que perduran en el tiempo, la gratitud recordada y culminando todo eso, la promesa de resurrección que nos reconforta.
CONDENSADO DE LA REVISTA "GUIDEPOSTS" (ENERO DE 1980). © 1980 POR GUIDEPOSTS ASSOCIATES. INC. DE CARMEL (NUEVA TORK). ILUSTRACION: BRUCE JOHNSON.