EL REGRESO DE LA DOMITILA
Publicado en
abril 07, 2017
Al abrir la puerta, mi tía Eulogia se encontró con la Domitila, que la miraba sonriendo, como si se hubiesen dejado de ver ayer. Venía a quedarse...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Era un sábado de invierno, muy frío. Eulogia se había quedado en cama hasta un poco más tarde porque sus huesos entumidos necesitaban el calor de su frazada eléctrica y porque Jack Griffin la tenía vuelta loca con Marcel Proust. Trataba de leer y no podía. "Las frases eternas de largas, el texto lento, esas descripciones que no acababan nunca... no, esto no es para mí", se decía desesperada. "Yo me quedo con Dan Brown y el Código Da Vinci" . Pero Jack había insistido en que si no leía a Proust nunca iba a entender nada de literatura.
—¿Y para qué quiero entender literatura? —le había preguntado ella.
—Para que hablemos, para que nos comuniquemos, para que compartamos los mismos intereses —le dijo Jack—, pero si te aburre, déjalo, podemos hablar de cualquier otra cosa.
Ella, sin embargo, quiso probar, y ese sábado en la mañana se quedó en cama con En busca del tiempo perdido de Proust entre sus manos, tratando de interesarse. Pero nada.
En eso estaba cuando sonó el timbre. Saltó de la cama agradeciendo a quien fuera que estuviese afuera de la casa y al abrir se encontró con la Domitila, que la miraba sonriendo, como si se hubiesen dejado de ver ayer.
—¡Domitila!
—La misma que canta y ríe —dijo la Domi, a quien por ese tiempo le había dado por hablar en verso.
—¿Qué haces aquí, mujer? Te hacía en tu campo del sur con Brian y tus hijos.
—Estaba allá, de hecho, pero ¿sabe qué? Me aburrí. Me voy a dar un año sabático. Yo no puedo con las vacas de Brian, ni con la adolescencia de los trillizos. Brian está mucho más enamorado de sus vacas que de mí, bueno, usted sabe, siempre fue igual. Y los trillizos estaban muy bien hasta que les dio por ponerse aros en las orejas, en el ombligo y andar con los pantalones rotos en las rodillas, escuchando discos frenéticos, y yo trapeando y lavándoles la ropa... Pero sanseacabó. Ya están grandes, que se las arreglen ellos.
—¿Y Brian? ¿Te dejó venir?
—Mire, señora Eulogia, el perejiliento de Brian no tiene ni voz ni voto en esta situación. No pedí permiso. Avisé. Eso fue todo... La cosa es muy simple: Brian ha estado más enamorado de sus vacas que de su mujer, y no hay mujer en el mundo capaz de lidiar con tres hijos adolescentes de la misma edad. "Tú eres el papá", le dije a Brian, "a ti te toca este pastel. Si hubieran sido mujeres, me habría quedado, pero salieron hombres y tienes que enderezarlos. Te los dejo por un tiempo". Además, siempre he querido vengarme y creo que ahora es mi oportunidad...
Unos años antes, cuando los trillizos apenas caminaban, Brian se escapó con la baby sitter llevándose a los niños y a la tía Molly. La Domi los había dado por muertos y regresó a Chile con el alma destrozada. Fue un episodio atroz en su vida.
—Ah, ya entiendo todo—dijo mi tía Eulogia— y lo que quieres es que yo te ayude a buscar un trabajo en Santiago, ¿verdad?
—No, lo que quiero es que usted me contrate de nuevo.
—¿Yo? Pero si vivo sola, tú sabes que me separé de Roberto, te lo conté en una carta. Este departamento no necesita más que una mano de gato de vez en cuando. Me las arreglo perfectamente bien. No necesito una empleada.
—No necesita una empleada, pero me necesita ¡a mí!
—¿Por qué?
—Porque su vida está muy mal... "patas para arriba". Se separó de don Rober dejándolo sumido en la miseria; se puso a trabajar con esa loca que quiere jubilarse a los 30 años; tiene un socio que se enamora de los clientes, y ahora, para colmo, está saliendo con uno que se llama Jack Griffin y que seguramente es americano...
La tía Eulogia no cabía en sí de la sorpresa. ¿Cómo diablos sabía todo eso la Domitila? Que ella recordara, solo le había contado de su separación de Roberto...
—¿Me has estado espiando?
—Yo, personalmente, no, pero el quebrantahuesos, sí, lo contraté para que me mantuviera informada.
—¡Domitila! Esto es el colmo. ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? Mi vida es mía y de nadie más. No tengo por qué dar cuenta de mis actos a nadie, a ti menos que a nadie.
—Ya lo sé, pero no podrá negar que le he hecho falta. Cuatro ojos ven más que dos, y dos cabezas piensan mejor que una. Yo, por ejemplo, le habría recomendado no salir con el loco del celular, y de haber estado aquí jamás le habría aconsejado convertirse en la amante de don Rober, si después iba a dejarlo plantado por otro. Eso fue muy descabellado, señora Eulogia, si me lo permite, ¿cómo se le ocurre partirle el corazón a su ex marido de esa forma?
—Roberto no sabe que existe Jack —se defendió Eulogia.
—¿No sabe? ¿Es doble engaño? ¿No le ha dicho nada? Se está acostando con su ex marido y su amante al mismo tiempo? Usted me necesita con urgencia, señora Eulogia —y dicho esto puso un pie dentro del departamento, echó una mirada a su alrededor y luego se instaló en el sillón de cuero cerca de la ventana.
—Tiene bonita vista, pero es muy pequeño. Creo que lo más conveniente sería cambiarse a una casa un poco más grande.
—No la necesito, Domi.
—¿Y los nietos?
—¿Cuáles nietos?
—Eulogia María está embarazada, ¿se acuerda? Y después vendrá otro y otro. Los niños necesitan espacio para jugar y este departamento, permítame que le hable con franqueza, será muy bueno para nido de amor, pero pésimo para ser la casa de una abuela, ¿no cree?
"Esto es el acabose", pensó Eulogia, "ahora sí que estoy frita, con la Domitila de regreso en mi vida ya nada será igual. He perdido mi libertad, me va a obligar hasta a cambiarme de casa".
—Mira, Domi, tú sabes que yo te quiero mucho, pero...
—No siga, que no hay pero que valga. Al pan, pan, y al vino, vino: usted está sola, hace puras tonterías porque siempre ha tenido pésimo criterio. Se está alimentando mal y ya es puro hueso. Además, no quiere volver con don Rober, quien mal que mal es el padre de sus hijos y el hombre de su vida.
—¡Era el hombre de mi vida! ¡Ya no! —casi gritó Eulogia, quien a estas alturas empezaba a desesperarse.
Eulogia conocía a la Domitila como a la palma de su mano, era porfiada como un burro, cuando se le metía algo entre ceja y ceja nadie podía sacarla de su idea. De pronto vio lo que se le venía encima. Miró a la Domi y se dio cuenta de que estaba frita, no había nada que hacer.
"Ok", pensó. "Me doy por vencida; que vuelva y ya veré".
—¿Dónde voy a dormir? —preguntó la Domi.
—Hay solo dos dormitorios en este departamento. Puedes ocupar el de invitados para mientras, porque tienes razón: el espacio es muy pequeño, vamos a tener que cambiarnos a una casa más grande. Es lo primero que haremos.
—No, señora Eulogia. Lo primero que haremos será que me presente a ese tal Jack.
—Mira, Domi, vamos a dejar las cosas bien claras desde el comienzo, ¿me entiendes? Te quedas aquí y te dedicas a lo que te corresponde: el aseo, las compras, la cocina, arreglar los floreros. Pero mi vida privada es algo sagrado que solo me compete a mí.
La Domitila la miró con la misma cara que ponen las vacas cuando están viendo pasar un tren.
—Está bien. ¿Cuándo lo vamos a invitar a comer?
—¡Mañana! —chilló la tía Eulogia, sabiendo que con la llegada de la Domi, su vida había cambiado para siempre.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MARZO 14 DEL 2006