LOS FORENSES, MÉDICOS Y SABUESOS
Publicado en
marzo 06, 2017
Los muertos hablan... para quienes saben escuchar.
Por Jennifer Bolch.
UN VECINO de Martha es el primero en ver que el fuego devora su pequeña casa de madera. Para cuando llegan los bomberos, la mujer, de edad madura, yace sin vida en el piso de la sala.
Una botella de ginebra y los restos carbonizados de una cajetilla de cigarrillos abierta, abandonadas sobre una mesa de té, frente al sofá en que se inició el incendio, son mudos testigos de una tragedia que se repite con frecuencia: Martha debió de haberse quedado dormida y prendido fuego al sofá con un cigarrillo. Los detectives del cuerpo de policía se encogen de hombros y cierran sus cuadernos.
Sin embargo, sobre una fría mesa de metal del depósito de cadáveres del distrito, el cuerpo de la mujer está a punto de revelar una versión muy diferente a otra clase de detective: el médico forense.
Tras un detenido examen, el forense practica la autopsia. Empieza por hacer una incisión en forma de Y, que va de un hombro al otro y baja a lo largo del pecho hasta el vientre. A continuación introduce una aguja en una de las venas próximas al corazón y extrae 40 cc de sangre para analizarla. No encuentra hollín en la garganta ni en los órganos respiratorios, ahora completamente expuestos.
El forense frunce el ceño. Con esta clase de incendios, la garganta de la víctima debería estar cubierta de residuos del humo inhalado antes de fallecer. El facultativo hace a un lado la carne del cuello y examina el frágil hueso hioides, que tiene forma de herradura y está situado en la base de la lengua. Descubre allí una fractura del grosor de un cabello y una ligera hemorragia. En seguida levanta los párpados y encuentra las leves hemorragias que ya esperaba ver. Los diminutos puntos de sangre indican que fue un caso de estrangulación.
Examina después el corazón, el estómago, el hígado y otros órganos. Un ayudante abre el cráneo con una sierrita eléctrica y el forense inspecciona el cerebro en busca de hemorragias, tumores u otras anormalidades. En vista de que no hay señales de enfermedad o de lesiones, pide a un ayudante que vuelva los órganos a su sitio y cosa el cadáver cuidadosamente.
Según las pruebas practicadas, el contenido de alcohol en la sangre de la difunta es de 0,02 por ciento. Quizá bebió un poco, pero de ninguna manera llegó a la embriaguez. El nivel del monóxido de carbono en la sangre es de 2 por ciento: demasiado bajo para que hubiese muerto por inhalación de humo. Por otra parte, resultó tener bajo las uñas un poco de piel de alguna persona de sangre del tipo A; ella era del grupo O.
El médico forense considera el informe de su investigador. Este ha sabido, por la familia y amigos de la difunta, que Martha supervisaba una gran tienda y que pocos días antes de su muerte había despedido a un joven que tenía fama de ser arrebatado y fumaba cigarrillos de la marca encontrada en la mesa de Martha, quien, se había asegurado al investigador, jamás fumó.
En el certificado de defunción el forense escribe: "Causa de la muerte: asfixia por estrangulación manual. Forma: homicidio".
El joven ex empleado fue arrestado y, habiéndosele informado de las pruebas halladas por el forense, confesó haber estrangulado a Martha y prendido fuego al sofá con la esperanza de que las llamas ocultaran la verdad. Y lo hubiera conseguido de no ser por el forense, un singular detective capaz de resolver misterios con la ayuda de un escalpelo, una probeta, una mirada penetrante y una mente indagadora.
NO QUIÉN, SINO QUÉ
El médico forense se especializa en patología (parte de la medicina que estudia los efectos naturales obrados en el organismo por las enfermedades) y en patología forense o medicina legal (que estudia la violencia, las lesiones y la muerte por causas no naturales).
Existen actualmente en Estados Unidos alrededor de 100 patólogos forenses titulados que trabajan tiempo completo, la mayoría en ciudades grandes. (En las zonas rurales o suburbanas, los patólogos clínicos desempeñan a menudo por horas esta especialidad.) A ellos toca investigar cualquier muerte violenta, sospechosa o que no haya sido natural. En colaboración con un ejército de científicos forenses: investigadores, toxicólogos, biólogos, peritos en balística y armas de fuego, especialistas en microscopia, odontólogos, antropólogos e incluso siquiatras, el médico forense determina la causa y circunstancias de más de medio millón de muertes cada año en los Estados Unidos, aproximadamente una de cada cuatro registradas en este lapso en aquel país. De sus averiguaciones se derivan detenciones y fallos condenatorios, la libertad de los individuos acusados por error, medidas enérgicas para proteger la salud pública y la expedición de nuevas leyes para prevenir fallecimientos innecesarios.
"No nos interesa saber quién causó la muerte", comenta el Dr. Michael Baden, patólogo en jefe de la Ciudad de Nueva York. "Nuestra tarea consiste en descubrir qué la causó y cómo".
Esa preocupación llevó al Dr. Leslie Mootoo, el principal forense de la Guyana, hasta el terrible espectáculo de muerte en masa en el caserío del Templo del Pueblo, en jonestown, en noviembre de 1978. Fue él el primer médico que se presentó en el lugar. Practicó la autopsia a 70 cadáveres y examinó otros muchos. Según relató en una entrevista para cierto diario, llegó a la alarmante conclusión de que más de 700 de las 911 personas no se habían suicidado. Las habían asesinado.
El veneno que emplearon fue el cianuro, que provoca convulsiones y una muerte dolorosísima. El Dr. Mootoo cree que nadie, al ver a las primeras víctimas retorcerse entre gritos, hubiera tomado voluntariamente aquella poción. Por otra parte, descubrió marcas de agujas hipodérmicas en los brazos de muchos cadáveres, tanto de niños como de adultos. El médico declaró que es virtualmente imposible que un adulto se inyecte en esa parte del brazo.
ESLABÓN VITAL
Aunque los crímenes mortales representan menos del diez por ciento de los casos estudiados por el forense en Estados Unidos (los suicidios, accidentes y muertes naturales por falta de atención médica constituyen el resto), este investigador es un eslabón vital de la cadena que lleva a la aplicación de la justicia. A menudo son sólo los conocimientos de los científicos forenses lo que desenmascara un asesinato.
Consideremos el caso de Carlos. Cuando el maquinista vio su cuerpo sobre la vía era ya demasiado tarde para frenar. Varios pedazos del cadáver de Carlos saltaron lejos de los rieles. Al médico forense le intrigaron una magulladura que mostraba la víctima en torno del ojo izquierdo y una ulceración en el lado izquierdo de la nariz. Por la decoloración y la inflamación, el forense llegó a la conclusión de que las lesiones habían ocurrido antes de morir el hombre. A las pocas horas, tras diligentes investigaciones, se descubrieron las heridas de arma blanca que habían provocado la muerte de Carlos antes de que sus victimarios lo arrojaran sobre los rieles.
En cambio, los patólogos forenses comprueban con frecuencia que lo que en un principio se creyó asesinato no es sino suicidio, accidente o muerte natural. Por ejemplo, Linda había estado coqueteando con diversos hombres durante una fiesta. A causa de ello riñó con Roberto, su novio, quien acabó por propinarle una bofetada. La joven se tambaleó, cayó al suelo y ya no se levantó. Al recibirla en la sala de urgencias del hospital, los médicos la declararon muerta.
Roberto fue acusado de homicidio. Pero no se dio el caso por concluido. Al practicar la autopsia, el forense descubrió que en la base del cerebro había reventado un aneurisma congénito, raro defecto que no se hace notar hasta que revienta, provocando entonces una muerte instantánea. No fue la bofetada lo que le abrió el tumor, sino un accidente natural que, increíblemente, coincidió con la disputa. Así que retiraron los cargos contra el joven.
A menudo, el problema legal que el forense debe resolver tiene que ver con la indemnización. El importe de una póliza de seguro, la cantidad fijada por el Seguro Social o las señaladas por las leyes laborales se cubren o no según la causa de la muerte y la forma cómo dcurrió.
La compañía de seguros se resistía a pagar la póliza de vida de Eduardo, que falleció al resbalar en la bañera y golpearse la cabeza. El muerto tenía una póliza cuantiosa que, debido a sus condiciones cardiacas, perdía validez si moría de un ataque al corazón y cubría dos veces su valor en caso de muerte accidental. ¿La de Eduardo había sido resultado de su mal cardiaco ?
La respuesta resultó negativa. Había fallecido a causa de la hemorragia cerebral que sufrió al golpearse la cabeza. La hemorragia no pudo haber ocurrido si al desplomarse hubiese estado ya muerto o agonizante.
GRANDES RECOMPENSAS
Otro importante aspecto de la labor del forense es la identificación de cadáveres, especialmente cuando están ya descompuestos o convertidos en esqueleto. En esta detenida y cuidadosa labor, los registros odontológicos, las radiografías y hasta el tamaño y forma de los huesos son de gran utilidad.
Un perito en restos óseos es capaz de precisar el sexo, edad, estatura y peso de una víctima guiándose por un solo hueso. Las costillas, las cavidades de los senos craneanos, la cuenca de los ojos pueden ser tan personales y característicos como las huellas dactilares.
Pero el cometido del forense va mucho más allá de la identificación de cadáveres y la resolución de asesinatos. También vigila la salud de la población a la que sirve. En ocasiones las pruebas que aporta el médico forense en su informe traen como consecuencia una demanda contra un facultativo por tratamiento erróneo. Con más frecuencia el médico forense se preocupa por el tratamiento erróneo de la sociedad, que ocasiona decesos que podrían evitarse.
"Somos los guardianes de la calidad de la vida en nuestra comunidad", comenta el Dr. Thomas Noguchi, el principal médico forense de Los Ángeles (California). Muchos problemas ambientales, de salud y de seguridad que amenazan a los residentes de Los Ángeles salen a luz primeramente en la oficina del Dr. Noguchi.
En 1972, por ejemplo, los investigadores del Dr. Noguchi empezaron a sospechar al ver que los ancianos de algunos asilos de la ciudad se ahogaban en la bañera, se asfixiaban con algún alimento o perecían bajo una ducha hirviendo. Cada semana se registraban de dos a tres de estas muertes.
El forense inició una serie de pesquisas e hizo que el personal de los asilos expusiera públicamente sus procedimientos. Así se descubrieron ciertos casos espeluznantes: la enfermera que obligó a su paciente, al que se debía alimentar con tubo estomacal, a pasar la comida por la garganta, lo cual le ocasionó la muerte por asfixia; el auxiliar que dio un guiso de carne a cierta enferma que estaba a régimen de líquidos, y fue incapaz de impedir que se ahogara.
Varios de esos asilos perdieron la licencia, a otros se les enjuició penalmente y algunos más comenzaron a enmendarse. Actualmente, el forense sólo sabe de dos o tres casos al mes en establecimientos de ese tipo.
Aunque la labor del forense es macabra, sus recompensas son enormes. "Nada se compara a la satisfacción de contribuir al bienestar de la comunidad", declara el Dr. Charles Petty, principal forense de Dallas (Tejas). "Trabajamos en favor de los vivos, no de los difuntos".