Publicado en
febrero 23, 2017
UN GRUPO de estudiantes de historia del arte de la Universidad de Yale fue a discutir sobre arquitectura con el arquitecto norteamericano Philip Johnson en la casa de paredes de vidrio que este construyó para él en New Canaan (Connecticut). Después de mostrarles su vivienda, Johnson los condujo a la casa de huéspedes cercana, la cual estaba fabricada totalmente de ladrillo, con sólo tres pequeñas ventanas redondas a un costado, tapadas con pesadas cortinas.
—Señor Johnson —exclamó uno de los estudiantes—, ¿quisiera explicarnos usted los principios filosóficos y arquitectónicos que le motivaron a construir dos edificaciones tan antitéticas: una edificada enteramente de vidrio, la otra de sólido ladrillo?
—Es muy sencillo —respondió Johnson—: a mis huéspedes les gusta su independencia y a mí la mía.
—M.R.J.
EL FINADO antropólogo y naturalista Loren Eiseley caminaba a su oficina un atardecer, cuando metió la puntera del zapato en una alcantarilla mal colocada, tropezó y cayó de bruces. Al ver la sangre que rápidamente brotaba de una herida en la frente, le sucedió algo muy extraño. Escribió Eiseley:
Confuso y adolorido, murmuré: "¡Ay! No se vayan... lo siento" Aquellas palabras no iban dirigidas a nadie, sino a una parte de mi ser. Me hallaba perfectamente cuerdo, sólo que era una cordura extrañamente distanciada, pues me dirigía a las células sanguíneas, fagocitos, plaquetas... todas aquellas maravillas independientes, móviles, vivientes, que habían sido parte mía y ahora, debido a mi torpeza y falta de cuidado, morían cual peces fuera del agua sobre el pavimento ardiente. Me hallaba compuesto por millones de estos entes diminutos, con su trabajo y sus sacrificios. Corrían veloces a sellar y reparar los tejidos rotos de este vasto ser del cual sin saberlo, pero con amor, formaban parte. Yo era su galaxia, su creación. Por primera vez los amé conscientemente. Me pareció entonces, y ahora al recordarlo lo pienso así, que había causado en el universo que habitaba tantas muertes como la explosión de una supernova en el cosmos.
—T.U.U.
UN ENTREVISTADOR preguntaba al presidente Carter qué había significado para él y su esposa la presencia de su hija Amy, de 11 años de edad en la Casa Blanca. El mandatario respondió: "Cuando ella nació, ese hecho pareció rejuvenecernos. Es buena compañera y, sin embargo, lo suficientemente independiente para vivir la vida de hija de un político".
"A veces suelo preocuparme y desconsolarme de mi propia actuación, ante la dificultad de los problemas a resolver. En tales casos, aun siendo tarde en la noche, me dirijo a las habitaciones particulares. Entro y suelo quedarme de pie, mirando a Amy por un rato, aunque esté dormida. Eso me hace sentir mejor. El volver a ser padre de familia, siquiera por unos instantes, tiene algo de humanizante".
—R B.S. y C.C.
EN UN discurso en Albany (Nueva York), Henry Kissinger manifestó haber tenido un problema respecto a sus ambiciones políticas. La Constitución de Estados Unidos no permite a los ciudadanos naturalizados llegar a presidentes de la Nación, oficio que "interesaba mucho" al secretario de Estado, que nació en Alemania.
Sin embargo, ahora, dice Kissinger: "he hecho una investigación muy cuidadosa sobre la Constitución... y no encuentro nada en ella que impida a un ciudadano nacido en el exterior servir como emperador".
—S P.D.
DONDEQUIERA que apareciera, el humorista James Thurber, solía dar a la ocasión un toque de fantasía. Donald Ogden Stewart cuenta de una noche en el bar Tony's, uno de los oasis de Manhattan, preferido de los escritores en el decenio de 1920:
A eso de las 3 de la madrugada, Thurber, que comenzaba a preocuparse porque su esposa, Althea, pudiese pensar que él estaba emborrachándose en alguna parte, se despidió rumbo al hogar.
A los tres minutos, estaba de regreso a nuestra mesa, con lo que podía describirse como una mirada algo exaltada. "Elefantes", anunció alegremente. "Paquidermos auténticos que van en fila, por la calle 52, hacia el oeste, asidos de las colas". Con entusiasmo acogimos aquel aparentemente imaginativo aporte a nuestro mundo de locuras. Fue sólo cuando él puso en duda que Althea aceptase aquello como pretexto por su tardanza, que le acompañamos a la puerta, y presenciamos el desfile de los animales del circo Ringling Brothers desde los patios del ferrocarril Central de Nueva York hacia el Madison Square Garden, donde las funciones circenses se iniciarían el lunes siguiente.
—N.S.