BOSQUES DE MÚSICA Y LEYENDA
Publicado en
febrero 06, 2017
Klosterneuburg
Los majestuosos y románticos bosques de Viena encantan e inspiran a todos los que los visitan.
Por Alan Levy.
NUEVA YORK tiene su Parque Central y París su bosque de Boloña, pero sólo Viena tiene el Wiernerwald, 1250 kilómetros cuadrados de verdor, aldeas y viñedos que, al oeste de la ciudad, ofrecen a su millón y medio de habitantes el encanto de la naturaleza por el precio de un pasaje de tranvía. Los bosques de Viena, como el mundo llama a este lugar encantador, son la razón —más que cualquier otra— de que viva con mi familia en Viena.
No constituyen oficialmente una unidad geográfica, sino una simple zona demarcada por la tradición folklórica. Limita al noroeste con la meseta de Tulln y el río Perschling, tributario del Danubio; al sudeste con la vasta planicie de Wiener Becken; al sur con el río Triesting, y al oeste con el Traisen. Geológicamente, el sudoeste se parece a los Alpes por lo gredoso, y en él predominan los pinos y los abetos; en el resto prevalece la arenisca, que favorece a los árboles de hoja ancha, en especial a la haya y al roble. Como ninguna administración gubernativa toma bajo su responsabilidad la totalidad de los bosques de Viena, no existe un recuento de su fauna y sus árboles. Cuando insistí a un funcionario forestal que me diera una cifra al tanteo, se encogió de hombros y, sonriendo, respondió: "Si empezáramos a contar los árboles no podríamos ver el bosque".
Ni podrían ver las infinitas praderas y sus innumerables díctamos (Dictamnus albus) y adelfas (Daphne mezereum), campánulas (Campanula) y martagones (Lilium martagon); ni los muchos castillos y abadías con historias antiguas y desconocidas, ni el pavón vienés (Saturnia pyri), la mayor mariposa nocturna europea; ni las claras rutas de la gente que sale a caminar o trotar.
En los bosques de Viena es muy raro que uno llegue a estar a más de una hora de camino de un Gasthaus (especie de pensión) económico, propiedad de una familia, donde una campesina ataviada con traje tirolés nos servirá jabalí silvestre con pastelitos de fruta o croquetas de papa y almendra y arándanos silvestres, acompañado todo con una espumante cerveza austriaca. El bosque también encierra algunas de las posadas más elegantes y románticas de Europa. Una de ellas es la Krainerhütte, situada en el fascinante vallecito de Helenental. Este paraje, predilecto todavía de los enamorados, inspiró aquella canción sentimental vienesa sobre ein kleines Wegerl im Helenental ("un pequeño sendero en el Helenental"), donde el camino es tan estrecho que solamente pueden transitarlo las parejas jóvenes tomadas del brazo.
El castillo de Kreuzenstein
Las leyendas de amor abundan en los bosques de Viena. La más famosa terminó trágicamente cerca de la Krainerhütte, en Mayerling, antiguamente pabellón de caza de los Habsburgo y ahora convento carmelita. El dormitorio donde Rodolfo, príncipe heredero de la Corona de Austria, y su joven amante, la baronesa María Vetsera, fueron encontrados muertos a tiros el 30 de enero de 1889, es hoy una capilla de imitación neo-gótica. Aquí las monjas cumplen voto de silencio y los guías turísticos embellecen el misterio de Mayerling.
Pero los bosques son algo más que un sitio para el amor y el ocio. Hay en su interior más de 50 poblados de muy diversas proporciones; unos, como la poética Kirchstetten, no pasan de tener 330 habitantes; otros, como el balneario de Baden bei Wien, tiene hasta 25.000. Y entre todos suman casi 200.000. Uno de los residentes más notables es el premio Nobel Konrad Lorenz, de 75 años, cuyos estudios sobre el comportamiento humano y animal son clásicos. Lorenz vive y trabaja en Altenberg-an-der-Donau. "Los bosques de Viena me convirtieron en biólogo antes de ir al colegio", me dijo el profesor de blanca y leonina cabellera. "La salamandra moteada (Salamandra salamandra) de estos bosques fue mi primer animal".
Mucha gente conoce este paraje por el vals de Johann Strauss, Cuentos de los bosques de Viena, pero los vieneses lo relacionan más con Beethoven y Shubert. Beethoven pasó 15 veranos en el sur del bosque, en Baden, y allí escribió parte de su Misa solemne y casi toda la Novena sinfonía. Barbado y mal vestido, el gran compositor desaparecía de tanto en tanto por el bosque y durante días enteros. Una vez lo confundieron con un vagabundo, y cuando dijo a la policía que era Ludwing van Beethoven lo encerraron por loco. Esa noche, un músico amigo atestiguó su identidad.
En 1977, en el 150 aniversario de su muerte, se realizó en autobús una visita turística por todos los lugares de alguna forma vinculados con el genio. Mi familia y yo tenemos nuestra propia "ruta de Beethoven", que empieza cerca del Danubio, en Heiligenstadt, y sigue el Schreiberbach, arroyo que, según cuentan, inspiró la Pastoral. Desde allí, un sendero nos lleva a otro lugar precioso, una colina de 484 metros que ahora llaman Kahlenberg, y, más adelante, al Leopoldsberg, de 425 metros de altitud. El dramaturgo Franz Grillparzer escribió sobre este lugar: "Cuando hayan visto la campiña desde aquí arriba, entenderán lo que soy y lo que escribo".
Gumpoldskirchen
En Hinterbrühl, un valle que se extiende al sur de los bosques de Viena, Franz Schubert, al igual que Beethoven, se inspiró para su ciclo de canciones La bella molinera y Viaje de invierno. Se asegura que esa escena de la canción que comienza con En un pozo cercano a la verjal se yergue un tilo, describe el Holdrichsmühle. El molino es ahora un hotel restaurante de 16 habitaciones y en toda Viena y en la Baja Austria lo conocen, no sólo por su relación con Schubert, sino por las delicias de la cocina de Ernst Moser y su esposa. Entre otras especialidades, sirven trucha recién pescada, lechón y, según mi familia, la mayor contribución culinaria que haya recibido el mundo, el Milchrahmstrudel, tarta caliente de requesón acompañada generalmente con salsa de vainilla. Como postre a una comida del Holdrichsmühle, completa la sinfonía.
Nos gusta tomar como sede y punto de partida el Holdrichsmühle porque desde allí se puede llegar a pie al Seegrotte, el lago subterráneo más grande de Europa (6200 metros cuadrados). De hecho, es una vieja mina de yeso que en 1912 se inundó y en 1944 secaron los alemanes para usarla como fábrica. En la actualidad es otra vez un frío lago que en algunas partes alcanza los 12 metros de profundidad y en el que se puede realizar un crucero de 45 minutos.
El Holdrichsmühle también se encuentra cerca de la casa que el príncipe de Liechtenstein tiene en la Baja Austria; es una de las tres residencias que conserva en su país de origen. También está cerca el Parque Natural de Sparbach, una de las dos reservas de animales que existen en los bosques de Viena. La más conocida es la del Parque de los ciervos Lainzer (2450 hectáreas) coto de caza de los emperadores Habsburgo hasta que en la Primera Guerra Mundial cayó la monarquía. El Parque de los ciervos es ahora una reserva natural y atrae a más de 500.000 visitantes al año.
Durante el hambre que azotó a Austria después de la Segunda Guerra Mundial, los cazadores furtivos diezmaron su vida silvestre. Hoy se vuelven a ver grandes cantidades de ciervos, musmones (Ovis ammon musimon) y jabalíes.
Wienerwald/Peilstein
Bien adentrada en el Parque de los ciervos se encuentra la Villa Hermes, sueño de una noche de verano. Fue en un tiempo pabellón real y, por confortable y rústico, residencia favorita de descanso de la emperatriz Isabel, esposa de Francisco José. En la actualidad sus establos son el lugar de vacaciones de los Lipizzaners, los famosos corceles blancos de Viena, de la Escuela Española de equitación.
En otro rincón de los bosques, la Villa Bellevue, veraneaba Sigmund Freud, quien el 12 de junio de 1900 escribía a su confidente y colaborador, el fisiólogo Wilhelm Fliess: "¿Crees que algún día colocarán una lápida de mármol con esta leyenda: En esta casa, el 24 de julio de 1895 le fue revelado el secreto de los sueños al Dr. Sigm. Freud? Por el momento, me parece que no". Y tenía razón. No fue sino en 1977 cuando los vieneses erigieron allí un monumento.
Los austriacos nunca tienen prisa. Hasta el sendero más apacible de los bosques de Viena está salpicado de lugares de descanso y de Heurigen (nuevas tabernas), sobre cuyas puertas se cuelgan hojas de abeto a modo de bienvenida. Casi todos los pueblos austriacos que han ganado renombre gracias a la calidad de sus vinos, están dentro del bosque; "Un poco de Grinzing, un poco de Sievering, un poco de Neuwaldegg, Nussdorf y Petersdorf..." como los enumera una vieja canción de taberna.
Después de pasar una tarde en alguna Heurige, uno regresa a casa algo achispado y casi sin preguntarse por qué esa indefinible condición de congenialidad llamada Gemütlichkeit, que ha encontrado eco en los diccionarios de tantos idiomas, es típica de Viena. Los bosques tienen mucho que ver. La comida fresca y el vino, el arte y la música, la madre naturaleza en su disposición de ánimo más benigna... todo ayuda a poner de manifiesto lo mejor del temperamento humano.
Convento de Heiligenkreuz, cerca de Wien
Nadie lo ha descrito mejor que un caminante húngaro a quien encontré al final de un largo día en los bosques de Viena. "Un paisaje bellísimo, ¿verdad? Se necesitarán largas vidas para darse bien cuenta de esto, pero creo que cuanto más tiempo pasa uno en estos bosques más tiempo vivirá".