Publicado en
febrero 21, 2017
Los jóvenes viajeros se preparan a transportar las canoas sobre la nieve solitaria. Foto: Marc Lieberman.
"Jamás podrán hacerlo", les dijeron. Pero los 23 jóvenes lo lograron: 5300 kilómetros en canoa entre Montreal y el golfo de México, repitiendo la ruta del gran explorador La Salle.
Por Jennifer Bolch.
QUEMADOS por el sol, sudorosos y con una sonrisa de satisfacción, 23 jóvenes aparecieron en seis canoas tras una de las curvas del Misisipi. "¡Ahí vienen!" gritó un chiquillo. Y un estruendoso clamor de bienvenida partió de la multitud apiñada a lo largo de la playa. Los jóvenes levantaron los remos a modo de saludo, dispararon al aire los mosquetes y atracaron en la playa sus graciosas embarcaciones. Después, mientras se entonaba un Te Deum, el jefe del grupo, resplandeciente con casaca escarlata, chorreras de encaje y sombrero de plumas, plantó en el suelo una cruz de madera.
"En el nombre del más alto, poderoso, invencible y victorioso príncipe, Luis el Grande, por la gracia de Dios rey de Francia y de Navarra, catorce de su nombre, tomo ahora posesión de este país de Luisiana y de todas las naciones, personas, provincias, ciudades, aldeas y pueblos (en él comprendidos)..."
Exactamente 295 años antes, unos aventureros tenaces y temerarios doblaron aquel mismo recodo en canoas hechas con corteza de abedul. Su jefe: Rene-Robert Cavelier, Señor de La Salle, fue el primer hombre blanco que navegó el Misisipi hasta el golfo de México. Pero ese día, Domingo de Ramos de 1977, los viajeros del siglo XX que emulaban la hazaña de La Salle por el Misisipi eran jóvenes —algunos recién graduados de la escuela de segunda enseñanza, varios profesores, un autor teatral y un fraile franciscano de Oak Brook (Estado norteamericano de Illinois)— encabezados por Reid Lewis, profesor de francés de 36 años de edad.
Lewis y sus compañeros se habían ganado la recepción triunfal que les brindaban en aquella calurosa tarde de abril. Habían repetido en ocho meses el viaje de 5300 kilómetros de La Salle. Navegando a remo desde Montreal, afrontaron uno de los peores inviernos que se recordaban y vencieron innumerables contratiempos. Nunca soñó el Señor de La Salle en transportar sus pertrechos sobre el asfalto de las ciudades entre un tráfico enloquecedor. A su manera, también ellos habían hecho historia.
PASO HACIA CHINA
El hombre que inspiró este viaje extraordinario nació en Ruán en 1643 y fue hijo de un comerciante. A los 20 y tantos años llegó a Canadá con los bolsillos vacíos, pero con grandes sueños de riqueza. Al cabo de dos años ya conocía las lenguas indígenas y empezó a explorar el valle de San Lorenzo. Trabó amistad con los indios senecas, que le hablaron de un gran río que atravesaba sus tierras al sur de Montreal. "La Salle echó a volar su imaginación", escribió el historiador Francis Parkman. "Aquello le daría lo que buscaba, un paso por occidente hacia China. Y, en cualquier caso, los indios le habían asegurado que las riberas del río podían ser una fuente de grandes utilidades comerciales".
En 1681, después de varios viajes exploratorios, La Salle pidió prestada a unos parientes de Francia una cantidad considerable de dinero y en agosto emprendió su travesía desde un lugar cercano a Montreal. Mientras remontaba a remo el San Lorenzo, el tiempo fue empeorando conforme entraba el invierno. A principios de noviembre, La Salle y su pequeña partida hicieron frente a la nieve y el hielo, y en diciembre una tormenta de nieve los obligó a continuar a pie, con los aparejos y las seis canoas de corteza de abedul a rastras o sobre trineos de madera hechos a mano.
Nada podía detener a La Salle. Lo espoleaba nada menos que la visionaria ambición de conquistar el valle del Misisipi y fundar un gran imperio para gloria de Francia. El 6 de abril de 1682 alcanzaron el golfo de México y tres días después, cerca de la actual Venice, en Luisiana, La Salle tomó solemnemente posesión en nombre de Francia.
El mapa muestra la ruta de 5300 kilómetro, que siguieron los modernos. aventureros. Salieron de La Salle, cerca de Montreal; tomaron primero hacia el oeste y luego hacia e, sur, hasta Venice, en las proximidades de Nueva Orleáns. Mapa: R. Du Repos.
"TRES AÑOS DE VUESTRA VIDA"
Reid Lewis también tenía una ilusión. La historia lo había fascinado desde chico y, horrorizado, se dio cuenta de que sus alumnos de la escuela de segunda enseñanza desconocían que los franceses habían estado en un tiempo en Illinois y que habían llegado en canoa hasta el corazón de Norteamérica. Pero Lewis sabía resucitar la historia. En 1973 había dirigido una exploración en Illinois siguiendo la ruta de Marquette y Jolliet, y poco a poco su imaginación perfiló una empresa mucho más ambiciosa: repetir el viaje que había hecho La Salle desde Montreal hasta el golfo de México.
"Nunca lo conseguirán", le aseguraron. "Los jóvenes del siglo XX son incapaces de remar a lo largo de 5300 kilómetros". Lejos de desanimarse, expuso su proyecto a los alumnos del penúltimo año de las escuelas secundarias de Elgin y Larkin. "Quiero tres años de vuestra vida", dijo, y su entusiasmo era tan contagioso que más de 65 muchachos se alistaron para el entrenamiento de cerca de dos años que Lewis proponía. Después de dedicar todos los fines de semana de un invierno a dar caminatas y acampar en la región nevada de Wisconsin, los 65 muchachos del principio se redujeron a unos 30 y de estos se seleccionaron al fin a 17 (16 y un suplente). Con Lewis, los cuatro profesores, el autor teatral y el fraile, sumaron 23, el mismo número del grupo de La Salle.
En el otoño de 1974, a la vez que pulían su francés, los futuros navegantes empezaron a aprender a hacer fuego con pedernal y acero, a construir canoas con madera de cedro blanco, pespuntear con cordones de fibra mocasines de piel de ante y tejer los cinturones de colores que llevarían. "Corrimos a trote lento, levantamos pesas, hicimos flexiones con los brazos, las piernas y la cabeza; y remamos, remamos y remamos sin cesar", relata Sam Hess, de 19 años, a propósito de aquel largo invierno de entrenamiento. Se ensayaron también el salvamento de náufragos, en el Puesto Aeronaval de Glenview, la construcción de las canoas les llevó 1000 horas de trabajo.
Los gobiernos de Canadá, Quebec, Estados Unidos y Francia, y varias entidades privadas, proporcionaron 300.000 dólares canadienses en efectivo, provisiones y suministros, para financiar el viaje y pagar becas de 1000 dólares por estudiante y, en parte, el sueldo de los miembros adultos de la tripulación. Sin embargo, al final de la expedición quedó un déficit de 272.000. Y en un gesto que recordó el del primer La Salle, Reid Lewis solicitó un préstamo de 30.000 para ayudar a mantener a flote la empresa.
El 11 de agosto de 1976, en magnífica condición física y ataviada con la mayor propiedad, "La Salle: Expedición II" lanzó sus seis hermosas canoas a las aguas del San Lorenzo, cerca de Montreal, muy próximo a La Salle, en la provincia de Quebec. Antes de dos semanas alcanzaron las corrientes y peligrosos remolinos que se forman entre Brockville y Kingston. Los lugareños, espantados, se enteraron de que pensaban cruzar a remo una zona tan peligrosa. "¡Vaya que si remamos!" recuerda el joven viajero Sam Hess. "¡Nunca creí tener tanta fuerza!"
Antes de cumplirse un mes desde el comienzo de la expedición, el 8 de septiembre, la tripulación, curtida por el aire y el sol, inició el dificilísimo tramo de 58 kilómetros que va del lago Ontario hasta el Simcoe, vía Toronto. Durante varios días los viajeros, ataviados al estilo del siglo XVII, vagaron por las calles de Toronto con las canoas, de 90 kilos, a la espalda. Los automovilistas miraban con asombro aquella comitiva tan pintoresca, y al montón de chiquillos que corría tras ellos. Un muchacho de 12 años los siguió varios kilómetros en bicicleta; luego se retiró a gran velocidad y regresó al rato con ocho panecillos en una bolsa. "No he podido conseguir uno para cada uno", se excusó tímidamente.
RODEADOS DE HIELO
El siglo XX se había impuesto de una forma arrolladora en Toronto, pero conforme avanzaba la tripulación por el río Severn y por la bahía Georgian, las ventajas de la civilización se iban esfumando. Hubo un momento en que tuvieron que arreglárselas como lo habían hecho los viajeros de antaño. Remaban incansablemente desde el amanecer hasta el crepúsculo, sin cruzarse con ningún ser humano. Por la noche acampaban en islas desiertas y, sin más alimento que una sopa de guisantes o de alubias secas y una rebanada de pan de avena o de harina de cebada, sin levadura, horneado en hogazas planas, se metían a dormir en las colchonetas plegables. "Nos abrumaba aquella terrible soledad, en la que dependíamos por completo de nosotros mismos", observa Lewis. "Todo esto debieron de soportar los hombres de La Salle".
El 19 de octubre la pequeña expedición entró en Estados Unidos por De Tour Village (Michigan). Cada día hacía más frío. Ya habían comprobado los navegantes que la mano con que cogían el remo por el cuello se les helaba rápidamente. Al principio usaron guantes de neopreno y, sin embargo, vieron que los viejos métodos daban mejor resultado. Como los viajeros de otros tiempos, llevaban dos pares de mitones de lana. Metían al agua fría el par exterior y dejaban luego que el viento helado lo endureciese, de manera que el par de dentro se librase de la congelación.
La temperatura seguía bajando. Una vez, cerca de la isla Washington, en el lago Michigan, hubieron de retroceder para rescatar a una canoa que había quedado atrapada entre el hielo. El 28 de noviembre, al llegar a Waukegan (Illinois), encontraron el lago cercado de hielo y se vieron Torzados a continuar en las agitadas y frías aguas interiores. Y faltaba lo peor. Exactamente al sur de Chicago, en uno de los inviernos más crudos de que se tenga memoria, se encontraron con que ya no podían avanzar. Como única concesión a las facilidades del siglo XX, el moderno La Salle pasó sus canoas a unos camiones y las hizo transportar hasta San José (Michigan) mientras los agotados aventureros recorrían trabajosamente a pie los ciento y tantos kilómetros de trayecto, acampando de noche en lugares rodeados de hielo.
Guardaban la esperanza de volver a embarcarse en San José, pero el río San José no estaba menos helado que el Kankakee, de modo que tuvieron que proseguir a pie con las canoas a la espalda algunas veces y otras a rastras en toscos trineos. El 12 de enero acarreaban las canoas en fila india por la autopista 231 de Estados Unidos, cuando el conductor de un pequeño camión acortó la marcha ante la vista de semejantes fachas. Un semi-remolque que venía detrás se estrelló contra el camión y lo lanzó hacia los caminantes. Hubo que llevar rápidamente a cuatro al hospital de Valparaíso (Indiana), uno de ellos, Jorge García, de 19 años, que tenía el bazo reventado y un brazo roto, estuvo varias horas entre la vida y la muerte. "¿Seguimos adelante?" se decían, inquietos y desasosegados, los otros 19. "¿Qué habría hecho La Salle ?" preguntaron a los compañeros heridos. Y estos contestaron: "¡Adelante!"
Desconfiando ya de la carretera, continuaron a la vera del helado río Illinois hasta alcanzar el Misisipi, pero también el gran río estaba helado y tuvieron que prolongar la caminata hasta Chester (Illinois). Allí, por fin, el río era navegable y con gritos de júbilo se pusieron de nuevo a remar. Tres siglos antes La Salle tuvo que acarrear sus pertrechos a lo largo de 150 km. Ellos lo habían hecho a lo largo de 845.
En uno de los peores inviernos del siglo, los navegantes tuvieron que remar durante los ocho meses que duró la repetición de la histórica jornada de La Salle. Foto: Marc Lieberman.
DIGNOS DE HONOR
Si los de La Salle tuvieron mejor suerte con el tiempo, los de Lewis recibieron una acogida más entusiasta en el camino. En la actual Memphis, donde uno de los hombres de La Salle se perdió del grupo y casi pereció de hambre, los jóvenes viajeros cenaron en el Club Rotario; y en Marion (Arkansas), engulleron unas hamburguesas especiales con las que los obsequió la cafetería de la Escuela de Segunda Enseñanza de Marion.
Al sur de Memphis el río se ensanchó y el viento, que los venía fustigando desde hacía dos semanas, amainó. Guardaron el equipo de invierno y expusieron, agradecidos, su torso desnudo bajo el sol. Durante un mes siguieron remando Misisipi abajo.
El 3 de abril, exactamente a las 2 de la tarde, las canoas aparecieron a la vista de la muchedumbre alborozada que esperaba en el Parque de Audubon de Nueva Orleáns. Aquella noche acamparon en el Vieux Carré de la ciudad, pues la jornada no había acabado aún. Tuvieron que remar más de 150 kilómetros río abajo hasta el golfo de México, donde el primer La Salle había plantado la cruz y tomado posesión de todo el valle del Misisipi en nombre de su rey.
Allí terminaba el viaje. En Venice (Luisiana), metieron las canoas en un camión y emprendieron la vuelta al hogar. Tras un descanso de dos semanas se reunieron en Elgin para confrontar los datos recogidos durante la aventura. Recopilarán la información en 19 estudios históricos y del ambiente y la distribuirán en todo el mundo.
Hace tres siglos René-Robert Cavelier, Señor de La Salle, escribió: "El honor es la única ambición de mi vida; y cuanto más arduas y escabrosas son las cosas que hago, más dignas de honor me parecen".
Los exploradores del siglo XX pueden decir, como Reid Lewis: "La expedición demostró que el espíritu de nuestros antepasados está aún vivo y enraizado en la tierra norteamericana. Conseguí que la gente se sintiese identificada con su propia historia y esto, en mi opinión, es lo que da la medida de nuestro éxito".