Y EL CONGRESO CREÓ LA TIERRA
Publicado en
enero 13, 2017
Un estudioso de los errores capitales nos explica por qué los seres humanos son imperfectos, mortales y están propensos a sufir de caries.
Por Russell Baker.
AL PRINCIPIO Dios envió al Congreso su proyecto para la Creación. En él proponía un programa urgente por el cual deberían crearse todas las cosas, desde la luz hasta el hombre, en sólo seis días. Pero casi de inmediato el proyecto tropezó con dificultades.
El poderoso grupo de presión (o camarilla de cabilderos) de las compañías de luz se disgustó con la redacción del plan, que decía: "Hágase la luz". Tal frase daba a entender que la luz sería gratuita. Por tanto, los gestores de esta industria exigieron que en el proyecto se estableciera claramente el derecho de sus representados para vender la luz, sin intervención divina, al mejor precio que permitiera un mercado libre. Ello provocó la formidable oposición de los cabilderos del público consumidor, quienes insistían en que Dios, en su infinita misericordia, regulara el precio de la luz; igual oposición presentaron las asociaciones mercantiles, las cuales pretendían que su costo pudiera deducirse de los impuestos si se empleaba con fines comerciales.
Una segunda y fogosa campaña se desató en el seno de la Comisión para Asuntos del Firmamento, de la Cámara de Diputados, por la creación de la parte seca de la Tierra. El proyecto proponía: "Produzca la tierra hierba verde y que dé simiente, y plantas fructíferas que den fruto conforme a su especie y contengan en sí misma su simiente sobre la tierra". Todo perfecto, comentaban los señores diputados, pero el proyecto, sospechosamente, no decía palabra de cuestiones tales como el petróleo. Así pues, se le agregó inmediatamente una enmienda que decía: "Haga también brotar petróleo".
El punto donde habría de brotar el petróleo no se resolvió fácilmente. Los representantes de Luisiana y Tejas querían que el petróleo brotara en sus Estados respectivos, mientras que los de Nueva Inglaterra insistían en que fuera bajo la Autopista 128, en los aledaños de Boston. Con el tiempo, y gracias a un arreglo entre varios senadores, el petróleo correspondió a Tejas y a Luisiana, y a Nueva Inglaterra se le dieron las grandes ballenas.
Nada de aquello, no obstante, vino a resolver los problemas a que Dios se encaraba, pues la Comisión Conjunta pro Hombre debió de vérselas con grupos de gestores en pugna por las características que debía tener el ser humano. Las mujeres objetaron: querían que se cambiara el nombre de la Comisión por el de Comisión Conjunta pro Persona. Las señoras ganaron, gracias, más que nada, al apoyo que recibieron de los cabilderos de los médicos, encabezados por la Asociación Médica Norteamericana, organismo que exigía la especificación de un apéndice y una vesícula biliar.
Los gestores representantes del consumidor argüían que el único fin comprensible para la inclusión de una vesícula y un apéndice era proporcionar quehacer a los cirujanos. Sin embargo, cuando los grupos de presión feministas convinieron en respaldar la enmienda referente al apéndice y a la vesícula biliar (en correspondencia por el apoyo de la Asociación Médica, cuando se trató de cambiar el nombre a la Comisión), quedó resuelta la disputa.
Siguieron otras muchas. Una de las más enconadas fue la tocante a la proposición de que el hombre fuera creado "a imagen y semejanza de Dios". Las fundaciones y los grupos dedicados a recolectar fondos objetaron. Puesto que Dios es perfecto y eterno, argumentaban, un hombre proyectado a su imagen y semejanza tendría que ser perfecto y eterno. Y una Creación habitada exclusivamente por personas perfectas y eternas resultaría intolerablemente aburrida.
Las asociaciones de consumidores sostenían que a las fundaciones y grupos recolectores de fondos les interesaba menos gozar de una perfecta Creación que la oportunidad de atender una variedad de enfermedades humanas, lo cual daría empleo al negocio de las fundaciones y la recaudación de fondos. Por otra parte, la industria de pompas fúnebres apoyó a la de recolectores de fondos, alegando que, al dar al hombre una existencia temporal y no eterna, el Congreso enriquecería la vida humana porque estimularía a los ciudadanos a cultivar la filosofía.
Por fin se resolvió la cuestión cuando se convino en la forma que debía tener la mandíbula humana. La camarilla de los odontólogos había propuesto un plan absurdo, según el cual tres o cuatro docenas de pedacitos de hueso se incrustarían desmañadamente en la mandíbula, donde quedarían expuestos a deteriorarse pronto o a desprenderse con facilidad. Los dibujos para el proyecto aludido parecían tan ridículos que la Subcomisión de Masticación los descartó tras echarles un vistazo, y optó en cambio por un dispositivo más práctico, para moler y cortar, que se compondría de dos piezas hechas de durable titanio.
Los cabilderos de los odontólogos, a pesar de todo, salieron triunfantes después de formar una coalición con la industria de pompas fúnebres y la de recolección de fondos. Todo lo cual explica la razón de que, hasta nuestros días, seamos imperfectos y perecederos, y de que se nos vea dos veces cada año en el consultorio del dentista.
Claro que los congresistas tampoco son perfectos, lo cual indica que la justicia no se ha extinguido por completo.
CONDENSADO DEL "TIMES" DE NUEVA YORK (29-IV-1978). © 1978 POR THE NEW YORK TIMES CO., 229 W. 43 ST., NUEVA YORK (NUEVA YORK) 10036.