UN SOLO AMOR (Lester del Rey)
Publicado en
enero 16, 2017
Cada domingo, en el momento en que el sol tocaba las lejanas colinas, el joven alto llegaba por el sendero procedente de su pesca dominical. Sylva, la hermosa dríada del roble, había vigilado sus idas y venidas durante todo el verano y ahora salió de su árbol y miró con ansiedad por el sendero que conducía hasta el arroyo.
El joven era puntual de nuevo, con su cabeza rizada y anchos hombros recortados sobre la cima de la colina y ella se adelantó hacia él mientras el viejo roble hacía rumorear suavemente sus hojas en el aire tranquilo. Con un gesto de súplica ella levantó sus manos hacia el Este y repitió su usual invocación:
—Diosa madre —rogó —. Haz que pueda ser vista esta vez. He cumplido siempre tus instrucciones, Madre, y mi árbol ha crecido viejo y fuerte bajo mis cuidados. El mortal lo ha visto y ha descansado bajo él y las hojas me dicen que ha encontrado reposo en su presencia. Retira el velo de sus ojos y deja que sea visible para él.
Una suave y susurrante brisa se levantó del Este agitando las hojas verdes del roble y ella se inclinó contra el tronco de su árbol esforzando toda su voluntad para ser vista. Tan concentrada estaba en su deseo que el sonido de los ágiles y firmes pasos se hizo más cercano y se detuvo frente a ella antes de que se diera cuenta de que el joven la miraba.
—Oh, Madre Ishtar — susurró —. Escucha a tu hija Sylva y abre sus ojos a mi presencia.
Pero su súplica ya había sido contestada.
El bronceado joven la contemplaba y sin duda la halló hermosa porque sonrió poniendo más que el usual calor en su saludo.
—Hola. ¿De dónde has salido?
Ella cogió con un gesto su collar de bellotas y un ligero rubor cubrió su rostro.
—Yo... Yo vivo aquí — contestó suavemente —. Durante mucho tiempo he vivido aquí y estuve muy sola. ¿Podrías tú detenerte y hablar un rato conmigo para contarme algo de tu vida? ¿Decirme cuál es tu nombre y adonde vas?
—¡Eh, espera un momento! —. Los ojos del joven recorrieron la esbelta y juvenil figura, apreciando las graciosas curvas que se mostraban por encima de la breve línea de su vaporoso vestido y se fijaron en el rostro de ella. Luego, la clara ingenuidad de su sonrisa y la franqueza de su mirada le tranquilizaron y volvió a sonreír.
—Sabes, eres una muchacha extraña. Me iba a casa para cenar, pero creo que a madre no le importará si tardo media hora más. Me llamo Paul Brandon.
—Mi nombre es Sylva — ella se sentó a su lado sobre la hierba al pie del árbol —. No conozco a ningún hombre, pero me gustas: eres muy agradable, ¿Qué es lo que se puede decir a los hombres? Cuéntame algo de ti, Paul.
El la contempló de nuevo lleno de alegría.
—Lo estás haciendo muy bien — contestó —. ¿Te importa que fume? Bien. Pues creo que soy un hombre ordinario, Sylva. ¿Ves aquella pequeña casa allí donde la carretera entra en el pueblo? Pues allí vivo con mi madre y Pete, mi perro. Cuando mi padre murió tuve que dejar la Universidad para cuidarme de mi madre. En los inviernos vendo cosas en el almacén, en los veranos trabajo en el campo y mi madre se cuida de la pequeña tienda para turistas que tenemos al lado de la carretera. Los domingos los dedico a pescar. ¿Te parece bien?
—¡Uh, uh! — ella dejó caer su cabeza en el hombro de Paul y se volvió para mirarle. El aroma del tabaco y del cuero mezclado con el tranquilizador efluvio de su masculinidad llegaron hasta ella y su pequeña nariz se arrugó saboreando la cercanía del joven. Todo aquello era muy agradable, decidió:
—¿Tu familia está por aquí cerca?— preguntó él —. ¿Qué es lo que haces? ¿Acampáis en el bosque?
—Yo no tengo familia. Sólo vivo en este árbol.
Paul sacudió las cenizas de su pipa.
—¿Eres huérfana, eh? Creo que pasas tiempos difíciles, si es que tienes que dormir en un árbol. Me gustaría que vinieras a casa. Madre puede cederte una habitación. Bien, como quieras. Quizá te pueda traer comida o lo que necesites mañana por la noche.
—No necesito comida — ella agitó sus pies descalzos sobre la hierba con perezoso abandono —. Pero no dejes de venir.
—Un espíritu del bosque — sonrió él. Ella le miró sorprendida y volvió a sonreír con su acostumbrada sonrisa medio pensativa, mientras sólo veía una gentil burla en los ojos del muchacho —. Sólo eres una pequeña niña abandonada que vives en el bosque. Apostaría que has leído «Peter Pan» y «Pulgarcito». De acuerdo, te veré mañana, espíritu.
—Mañana — ella le contempló mientras el muchacho recogía su caña de pescar y agitó su mano en su gesto de despedida mientras él emprendía de nuevo el camino hacia la pequeña casa blanca. Luego, reclinó su espalda contra el tronco del árbol y abrazó sus rodillas alegremente.
Una seca voz interrumpió sus sueños.
—¡Tonta! Has estado jugando con fuego, hermosa Sylva, y te quemarás.
Ella se volvió rápidamente y encontró a Verda, la dríada del pino que la contemplaba con una mirada dura. Verda había vivido en un pino situado en uno de los pueblos de los mortales en cierta ocasión y se consideraba a sí misma como superior a las inocentes dríadas que vivían en el bosque. Inclusive se rumoreaba de que tuvo cierta amistad con un poeta mortal hasta que la gente del pueblo quemó el pino.
Sylva retrocedió ante la burla de su hermana.
—No hice más que hablarle — contestó —. Es tan joven y fuerte que no me pareció como estos horribles mortales que vienen aquí con sus hachas para matar nuestros hogares.
—Y además es muy guapo — se burló Verda —. Te gustaría ser una mortal, ¿no es cierto? Te gustaría ir allí abajo y vivir en una... en una casa verdadera y tener hijos y cocinar para él. Y contemplar como se hace viejo y su cabello y sus dientes se caen, mientras su piel se arruga como una manzana abandonada demasiado tiempo en el árbol. Deja tranquilo al mortal, Sylva.
—Pero tú... quiero decir, he oído...
—Que yo misma lo he probado una vez. Es cierto — los ojos de Verda eran ahora menos duros y se acercó más a Sylva, dejando una mano en el hombro de su hermana. Cuando volvió a hablar su voz era suave y había en ella un tono de compasión —. Ya sé que es duro, pequeña. Pero debes olvidarlo. Madre Ishtar me aconsejó que le dijera al hombre a quien quería que no era más que una dríada y por fin lo creyó. Después de eso... — Verda se encogió de hombros —. No veas más a ese hombre, Sylva. En ese camino no encontrarás más que miseria y desengaño, arrepentimiento y amargas heridas. Es mejor que te unas con un fauno que con un humano y mejor aún que sigas fiel a tu árbol. Vete a dormir, pequeña, y no pienses en los mortales.
Pero Sylva no la obedeció; quedó sentada con su espalda contra el tronco del árbol mirando a lo lejos hacia el valle, en dirección a una luz que brillaba en la pequeña casa donde él estaba, soñando y deseando, sin saber exactamente qué es lo que deseaba. Finalmente, la luz se apagó y una nube a través de la luna cubrió la casa de su vista. Sylva suspiró de nuevo y entró en su árbol.
Era domingo de nuevo, y aquel día él no fue a pescar. Ahora, mientras el sol se dirigía lentamente hacia su refugio de las colinas en el Oeste, Paúl recogió los restos del almuerzo que habían tenido juntos y puso el envoltorio debajo de su cabeza para que le sirviera de almohada, haciendo un gesto a Sylva para que se sentase a su lado. Ella obedeció prestamente y aspiró con agrado la leve nubecilla del humo de su pipa que se deslizaba lentamente hacia ella.
Paul interrumpió el silencio.
—Quisiera que vinieras conmigo y te quedases a vivir con madre. Esta vida en los árboles y comiendo sólo fruta suena a algo romántico, pero no creo que sea una vida adecuada para una muchacha. He pasado un rato difícil cuando madre me hacía preguntas sobre ti, que no pude contestar, y ya sabes que son muchas las cosas que no sé.
Ella se apretó contra su hombro, tratando de alejar de su mente aquella preocupación.
—¿Has hablado a tu madre respecto a mí, Paul? Creo que debe odiarme.
—Estás equivocada. Me dijo que tenía la impresión de que eras en parte una niña y en parte un ángel. Sylva. Si quieres que madre y yo ignoremos tu pasado no te haremos preguntas. En realidad es lo que tú eres lo que nos importa, y madre aceptará mi opinión de ti.
—Tu madre debe ser una persona maravillosa — Sylva cruzó sus dedos y se mordió los labios tratando de reunir el valor suficiente para mantener la promesa que había hecho a Verda —. No me creerás cuando oigas lo que voy a decirte, Paul, pero creo que debes conocer la verdad. Yo no soy lo que parezco.
El sonrió.
—No puedo creer que seas otra cosa sino buena y hermosa, espíritu. Ninguna otra cosa me importa mucho.
—Paul — la voz de ella era ahora seria. Sylva lo atrajo hacia sí y escondió el rostro en su hombro —. Pues debe importarte, porque has de comprender que no soy... Bien, yo no soy como tú. Nunca he vivido en una casa; y nunca conocí a ningún humano hasta que te encontré; nunca fui a la escuela ni hice ninguna de las cosas de que tú hablas. No soy más que lo que tú llamas... un espíritu del bosque.
El la miró y levantó su rostro hacia el suyo; luego, viendo que ella deseaba continuar se contuvo para no interrumpirla.
—Yo he crecido aquí, con este roble — continuó Sylva —; toda mi vida lo he cuidado vigilando como las bellotas caen en el otoño, viendo que tuviera agua suficiente, que las hojas estuviesen limpias y que no le ocurriere ningún daño. Toda mi vida se ha centrado en este árbol. Cuando llega el otoño me visto de rojo y castaño, gris en el invierno, verde en primavera y verano. Debes comprenderlo, soy una parte del árbol.
»Nunca tuve padres, Paul, ninguna dríada los tiene. Eso se reserva para los mortales y yo no soy mortal. Ishtar me creó y me dio los deberes que debo cumplir y todo lo que sé nació conmigo. Soy algo que sólo se relata en tus libros de cuentos, algo que no debería ser, de acuerdo con el mundo que tú conoces. Los humanos ya no creen en las dríadas — Sylva comprendió que había dado un paso decisivo, se abrazó a él mientras su cuerpo temblaba con el esfuerzo de su confesión y ahora esperaba que ocurriesen las terribles cosas que Verda insinuó.
Pero él no hizo más que mantenerla con firmeza y sonrió lentamente.
—Pero tú crees en eso, ¿no es cierto, querida? Entonces yo me reiré de tus ideas. Pero no puedo creerlo. ¿Sabes lo que pienso?
Ella movió su cabeza y Paul continuó:
—Creo que has tenido un accidente alguna vez en otro lugar y la herida te ha dejado sin memoria; nosotros lo llamamos amnesia. Cuando recobraste el conocimiento te encontraste aquí al lado del árbol y tu mente creó la realidad de algún cuento de hadas que recordabas vagamente. Toda esta vida imaginaria tuya puede ser completamente real para ti. Pobre pequeña.
—Pero supongamos que lo que te he dicho es cierto.
—No lo es. Y aún si tales cosas pudieran ser ciertas, ¿qué diferencia tendría ello para nosotros? Tú seguirías siendo la misma. No, Sylva, si es que ello te complace, créelo. — La pipa del joven se había apagado e hizo una pausa para encenderla de nuevo. —Desde luego, debería llevarte a ver a un doctor con la esperanza de que pudiera encontrar la pared que cierra tu mente y hallar ese pasado tuyo que has perdido. Pero no lo haré.
» Si tuvieras amigos o parientes ya te habrían buscado o acudido.a la policía; no podrías haberte alejado mucho en la forma en que vas vestida. Pero tu pasado debe ser tan vacío como tu presente y yo soy lo bastante egoísta para desearte tal como eres. Dejaremos que el pasado se entierre a sí mismo y tendremos la esperanza de que nunca resurja... quizá has tenido un marido que te abandonó o algo parecido.
—No, Paul — Sylva comprendió lo inútil de tratar de convencerle. En aquel mundo mortal todo tenía su explicación y nada podía existir sin una razón lógica. El mortal de Verda había sido un poeta y los poetas se supone que son más crédulos; Paul era mucho más práctico en sus creencias.
—No — admitió él —. No puedo ver tal cosa en tu pasado. ¿Y crees que debo permitir que sigas viviendo en este árbol? Esperaba que me lo dijeras. Para ser un espíritu tan agradable eres muy obstinada. Le hablaré a madre de tu amnesia de manera que no te hará muchas preguntas cuando vengas a visitarnos el martes.
—A visitaros...
—Uh, uh. Madre cree que ya es hora de conocerte, de manera que me ha dicho que debes venir a comer el próximo martes.
—Pero no puedo hacerlo. — Había un brillo de temor en los ojos de Sylva. Paul decidió no darse cuenta de ello.
—Debes venir. Le diré a madre que estás conforme. — El tono del muchacho llevaba consigo una absoluta finalidad. —Madre no muerde y es una excelente cocinera. Lo cual me hace recordar de que ya es hora de que me vaya a cenar: — Paul recogió sus posesiones y empezó a sacudirse la hierba de su chaqueta de campo.
—¿Volverás mañana?
—Vendré a la hora de costumbre.
Ella contempló su marcha y esta vez había un gesto de dolor en su rostro mientras miraba hacia la pequeña casa blanca a la cual se encaminaba Paul; quizá habría mostrado la misma expresión al contemplar las rejas de una cárcel. Verda, que había llegado a su lado para reprenderla y conocer el resultado de su confesión, hizo una pausa y se alejó de su lado en silencio.
Aquella noche Sylva estuvo despierta mucho tiempo después que la última luz se apagó en la casa donde Paul vivía. Luego, entró en silencio en su árbol sin pronunciar las acostumbradas palabras de despedida que le daba todas las noches. Pero el roble pareció comprenderla, porque las hojas de su espesa copa rumoreaban una suave canción.
Verda se enderezó y contempló su obra con ojo crítico. Sylva era hermosa, no había duda, adornada con aquel vestido que improvisaron a toda prisa y que ahora la cubría en forma más adecuada. Paul había traído los materiales necesarios del pueblo el día anterior y las dos dríadas habían trabajado en el vestido durante casi toda la noche, cosiendo y retocando... trabajo al que estaban poco acostumbradas.
—Puedes pasar — admitió Verda con un gruñido de desaprobación —. Si debes portarte como una tonta, por lo menos puedes hacerlo por completo. Aunque lo que Madre Ishtar pensará cuando se entere de que te marchas del bosque esta noche para ir de visita a casa de unos mortales, es algo en lo que no quiero pensar. Yo nunca he abandonado mi árbol y ella casi rehusó darme otro cuando quemaron el pino en aquel pueblo de humanos.
La respuesta de Sylva llevaba la determinación de una persona obstinada que teme los resultados de su propia acción.
—El quiere que vaya.
—Desde luego, y por lo tanto, tienes que hacerlo. — La sonrisa de Verda era tan seca como su voz. —Las mujeres mortales no echan a correr en cuanto las llama un hombre. Hacen que los hombres trabajen para ellas y luego se ríen a sus espaldas llamándoles tontos y estúpidos. ¿Qué es lo que saldrá de todo esto, Sylva? Vuélvete a tu árbol y ruega para que Madre Ishtar ponga de nuevo el velo sobre sus ojos de modo que no pueda verte más.
Sylva seguía con los ojos fijos en el sendero.
—Está llegando. ¡Oh, Verda, estoy asustada! Suponte que fracaso. ¿Qué sucederá si su madre me odia? Nunca he hecho antes nada parecido y creo que todo saldrá mal, estoy segura que saldrá mal. Y no quiero que él pueda avergonzarse de mí.
—Ten valor, pequeña. No fracasarás. — Verda se retiró en silencio y desapareció en el interior de su árbol. —Si es que no se siente orgulloso de ti — se despidió— arrancaré mi árbol de raíz y se lo arrojaré a la cabeza. — Verda volvía a tener el tono maternal y sus ojos brillaban con un fiero orgullo. — Estoy segura de que les gustarás, Sylva. Eres demasiado buena para los mortales, de todas maneras. Trataré de tener cuidado de tu árbol lo mejor que sepa mientras estés ausente.
Sylva lanzó una furtiva mirada hacia el roble y luego apretó los labios firmemente y se encaminó hacia el sendero para reunirse con Paul. En aquel momento ya se encontraba más lejos de su árbol de lo que nunca había estado y aún se alejó más cuando se encontró con él en el sendero.
—Estoy lis...ta. — Ella tragó saliva para contener el agitado latido de su corazón que no quería someterse a su voluntad.
La sonrisa de Paul estaba llena de alegría.
—Ya lo veo, y estás muy hermosa. Ya he arreglado con madre para que puedas marcharte dentro de una hora, ya que no quieres quedarte con nosotros por más tiempo. Le gustarás mucho a madre.
—Supongamos que no puede verme. Quizás tú eres el único humano que puede hacerlo.
—Pensé que ya estábamos de acuerdo en no preocuparnos más respecto a eso. Aún suponiendo que seas un espíritu: lo que en realidad no eres, cuando ella sepa adónde tiene que mirar y qué es lo que debe ver, serás visible de todas maneras. Las dríadas son invisibles de acuerdo con lo que he podido leer, pero sólo porque la falta, de fe por nuestra parte hace que lo sean.
Ella asintió en silencio y los dos terminaron el corto camino sin pronunciar palabra. Cuando la pequeña casa blanca se hizo más cercana, los pasos de Sylva se hicieron más lentos y una voz dentro de ella gritaba para que se volviese a su árbol mientras aún tenía tiempo. Pero los dos llegaron a la entrada empedrada, luego a la puerta y Paul saludó a la pequeña mujer con rastros de nieve en su pelo y la sombra de una sonrisa en los ojos.
—Has regresado muy pronto, hijo. Pero donde... — la mujer se pasó la mano por encima de sus ojos y volvió a mirar —. Qué tonta soy. Aquí estás, desde luego, querida. Entrad. Paul, es una muchacha adorable.
—Te presento al espíritu del bosque, madre. — Escondido bajo sus palabras alegres había orgullo en la voz de madre e hijo y parte de su temor abandonó a la pequeña dríada. Vaciló un instante en el dintel de la puerta como si luchara contra una barrera invisible. Luego la mano de Paul encontró la suya y Sylva se halló dentro de la casa en medio de las paredes y las ventanas con cristales que impedían que llegasen hasta ella los límpidos vientos que habían sido sus tutores. El miedo volvió de nuevo y ella se sintió abatida como una flor expuesta al ardiente sol. Sylva se encogió de hombros y todo pasó.
Pete, el perro, dio una vuelta a su alrededor lentamente gruñendo con suavidad. Sylva extendió una mano con timidez para acariciarle; el animal olfateó la blanca mano que le tendía, se tranquilizó y movió la cola alegremente mientras Paul reía.
—Pete también da su aprobación.
—Desde luego — continuó madre —. ¿Por qué no debería hacerlo?
Tomaron el té, acompañado de frutas y pequeñas y sabrosas pastas que Sylva probó con timidez, aunque las halló deliciosas. Hablaron de muchas cosas, aunque bajo sus palabras se podía percibir una serie de barreras invisibles que iban cayendo una a una para ser olvidadas es el acto. Aunque eran mortales, Sylva no encontró en ellos nada que temer, y para la madre de Paul sentía ya amor. La estrechez de la habitación que parecía ahogarla se fue disipando lentamente para dar paso al bienestar que produce el orden de un hogar agradable y acogedor. De todos modos la hora pasó lentamente para ella y se sintió satisfecha cuando sus pies se posaron de nuevo en el sendero que la llevaría hasta su árbol.
—Madre te quiere — dijo Paul satisfecho —, sabía que le gustarías. Me ha dicho antes de marcharnos que sentía como si tú fueses la hija que ha deseado siempre pero que no pudo tener.
—Tu madre es muy agradable. Yo también quisiera ser su hija.
El vaciló sólo la fracción de un segundo.
—Ya sabes que puedes serlo. ¿Te gustaría, querida?
—Quieres decir...
—Sí.
La diferencia que existía entre los dos y que ella casi llegó a olvidar regresó súbitamente al pensamiento de Sylva.
—Paul, querido, no puedo hacerlo. — Había una escondida opresión en las palabras de ella que él sólo comprendió vagamente. —Tú eres un mortal, yo no. ¡Oh, ya sé que no me crees, pero es la verdad!
—Angel — dijo él suavemente — qué importancia tiene que seas o no lo que tu piensas. Sin duda ya sabes lo que siento por ti. Y he estado esperando mucho tiempo que tú sintieras lo mismo.
—Ya sabes que es así, Paul. Pero los hijos de una unión semejante serían faunos aún más silvestres que yo.
—¿Quieres decir sátiros?... Medio hombres, medio animales. Es curioso, la mitología que he leído no mencionaba nada de esto. — Él apartó el pensamiento de su mente con un gesto —. Bien, entonces no tendremos hijos. Es una casa muy sencilla.
Ahora le tocó a ella expresar su pensamiento con suavidad.
—No, querido, no puede ser. Te ríes de mis palabras, pero en tu interior estás empezando a creer en ellas. Estas cosas nunca pueden resultar bien.
Habían llegado al lado del árbol y él lo miró con cierta duda en sus ojos. Las hojas que habían caído mustias cuando las vio por primera vez desde el sendero ahora volvían a rumorear alegremente bajo el efecto del viento.
—Quizás es cierto que empiezo a creer en todo ello. Pero estas cosas han sucedido antes, en los tiempos de la vieja Grecia. No me contestes ahora, pero piénsalo. Mañana tu respuesta puede ser distinta.
—Es posible. Si me encuentras aquí, yo iré contigo, de otro modo será mejor que no nos veamos más.
Ella dio media vuelta con rapidez y él se apartó lentamente de su lado.
—Verda — llamó ella, arrancándose el traje de sus hombros. Cuando terminaba de desvestirse su hermana se hallaba a su lado.
—Verda, ha sucedido... Esta vez me ha sucedido a mí.
—Lo sé, pequeña. Quizá sabía que todo terminaría de este modo, pero no pude evitar el luchar contra ello. — Los brazos de Verda eran suaves y trataba de consolar a Sylva mientras apretaba la cabeza de la dríada contra su pecho y acariciaba su sedoso cabello —. Las dos hemos nacido con este destino, pero al menos tú has escogido con más acierto que yo. Y ahora es ya demasiado tarde para evitarlo; en estos casos las doncellas mortales son más fuertes que nosotras.
—¿Qué es lo que puedo hacer?
—Vete con él, niña. Con él quizá tendrás algunos granos de felicidad, pero sin él no tendrás ninguno; lo sé muy bien por experiencia. — Los músculos de los brazos de Verda estaban tensos, pero sus manos eran suaves sobre la frente cansada de su hermana. —Pero primero marcha al bosque. Quizás Madre Ishtar se acercará a ti, y algunas veces concede favores. Siempre cobra un precio, ya que los dioses cambian en vez de dar... pero ella es bondadosa.
La luna creciente se levantaba por el Este cuando Sylva salió de entre los árboles para llegar al claro situado en medio del bosque donde los seres fantásticos que lo poblaban se encontraban ya ocupados en sus múltiples tareas. Se dirigió hasta el centro del claro y se sentó al lado de la peña que llevaba grabada una cruz enlazada, marcada por incontables días de viento y agua. No hizo ninguna invocación porque su corazón le decía que su destino descansaba en el capricho de los dioses y no en las palabras que ella pudiera pronunciar.
Sobre el peñasco cabrilleaba un rayo de luna y mientras ella lo contemplaba la temblorosa luz se inmovilizó y se convirtió en un halo refulgente. Una pequeña parte de la niebla nocturna cayó bajo el rayo y lentamente tomó forma mientras los pájaros de los árboles cercanos gorjeaban alegremente. Ante sus ojos la informe niebla se convirtió en la figura de una mujer hecha más allá de los sueños de los hombres con una suave luz que brillaba desde su interior como si proviniera de un lejano planeta. Por encima de ella lucía una diadema de nacarados fulgores y Sylva oyó los leves murmullos de las palomas a gran distancia. La dríada bajó los ojos y cogió, tímidamente, el borde de la translúcida túnica que vestía a la figura.
La voz que escuchó era suave y lenta pero llena de fuerza en su infinita compasión y sus palabras penetraron con un impacto poderoso en su cerebro.
—No, hija mía, espera. Todavía hay otro que debe llegar esta noche. — Ishtar volvió su cabeza a las sombras espesas que ocultaban los bordes del claro y su voz suave y baja pareció extenderse por toda la extensión del bosquecillo alfombrado de hierba —. Ven a nuestro lado Pan, Padre de todos los dioses.
Esta vez las sombras tomaron substancia y la luz de la luna cayó en otra figura que atravesó bailando la hierba hacia la diosa con un ritmo selvático y majestuoso. Pan era caproide al mismo tiempo que antropomorfo y su figura parecía amoldarse a los caprichos del viento. Pero la selva pareció oscilar ante su paso y los árboles del bosquecillo se inclinaron y agitaron sus ramas con el sonido de una enorme y poderosa flauta. Con un salto final se colocó al lado de Ishtar mirando con imperio desde sus ojos rojos a la tímida figura de Sylva.
—Madre de la Luna, me has llamado y aquí estoy. Ordena a nuestra doncella e hija que se levante para presentarse a nosotros.
Sylva se levantó a un gesto de la diosa e Ishtar empezó.
—Sylva, pequeña dríada, has venido ante los dioses con el corazón confuso y vemos en él la imagen de uno que no es igual a nosotros. Y comprendemos que deseas que te concedamos un favor.
Sylva hizo una genuflexión.
—No tengo duda de que los dioses conocen mi pensamiento. ¡Oh, Madre, dame un alma y deja que me convierta en mortal!
La retumbante voz de Pan le contestó:
—En cuanto al alma, esto está más allá del poder de los dioses. Cada uno debe creer y moldear su propia alma y nunca termina esa tarea.
—Es cierto. — Ishtar inclinó su cabeza ligeramente —. En cuanto seas mortal encontrarás que la semilla del alma está en tu interior. Crecerá de tus pensamientos y se formará gracias a las risas y a los desprecios de los demás. En lo que respecta a tu segundo deseo tiene un precio que debes pagar.
—Lo sé, Madre. Concédeme esa gracia y déjame que pague por ella.
La madre de las dríadas movió su cabeza lentamente.
—Uno que está por encima de nosotros exige ese precio y sólo l puede revelarlo; es aquel a quien tú conoces como el Tiempo. Pero su precio es tan grande como el favor que pides y quizá aún más. Recuerda Sylva que, seas dríada o mortal, el aliento de Pan era sobre ti cuando yo te formé hace ya mucho, mucho tiempo. Y aquel a quien Pan ha dado su aliento será siempre una de las criaturas selváticas del bosque... Sin embargo, si ello es tu verdadero y profundo deseo, más allá de todo lo que hasta ahora has conocido y abandonándolo todo por ello, entonces nosotros te concederemos esa gracia.
Sylva habló con decisión.
—Así es mi deseo, Madre.
El cetro luminoso de Ishtar se extendió hacia delante y algo sutil y delicado flotó de él para trasladarse hacia la dríada y desaparecer en su interior; el largo brazo de Pan se extendió hasta el cuello de la doncella y un pequeño amuleto verde apareció en su mano. Pan volvió a hablar de nuevo, mientras su rostro de viejo macho cabrío sonreía con una extraña ternura.
—Aquello que era nuestro ha vuelto a nuestro seno. Envíala para que viva entre los mortales y busque el alma que desea.
Sylva hizo una profunda inclinación y se retiró en silencio. Pero mientras marchaba entre los árboles pudo aún oír sus palabras, pronunciadas por la poderosa voz de Pan.
—Madre de la Luna, nuestra pequeña es débil y el deseo que le hemos concedido es muy pesado. Luego oyó la contestación de Ishtar.
—Sí, Pan. Sin embargo, ella es como su árbol, el roble, fuerte y con raíces profundas ante la tormenta. Quizá el precio de nuestro favor no es más grande que lo que ella puede soportar. — Luego escuchó el lejano murmullo de las palomas y los sonidos de la danza pagana que se perdieron en la distancia cuando Sylva se encontró debajo de su árbol.
Pero, ahora, las hojas parecían mustias y su presencia no parecía reanimar la fuerza vital de su árbol. Ella ya era mortal. El viento que soplaba a su lado ya no era acariciador y el roble no formaba el hogar que la había cobijado siempre. Sylva miró hacia la pequeña casa del pueblo y suspiró profundamente mientras contemplaba como las luces se apagaban una a una.
El sol no había aún acabado de alzarse detrás de las colinas cuando Paul la encontró a la mañana siguiente de pie reclinada en el tronco del árbol. Él se detuvo para mirarla con ansiedad y rió ante los temores que le habían atormentado pensando que ella no fuese humana. No había duda de que era una muchacha de carne y hueso y por el acto de su presencia ante él le prometía incontables días de felicidad. Se acercó corriendo hacia ella con un grito de alegría en sus labios.
Ella le contuvo con un gesto.
—Sí, Paul, ya he escogido. Pero no hablemos de eso ahora. Podremos hablar más tarde en tu... nuestra casa.
Ante el gesto de asentimiento de Paul, ella se acercó en silencio al roble y lo abrazó con ternura; un leve murmullo sonó entre las ramas del árbol y ella besó por última vez la arrugada corteza acariciando el tronco con sus manos y por último le dio la espalda con resolución. Luego extendió su mano hacia Paul y los dos juntos emprendieron el camino hacia el pueblo.
—Le he dicho a madre que te espere — dijo él —. El sacerdote está dispuesto y unos pocos amigos. He pensado que preferirías una ceremonia tranquila y discreta en nuestro propio hogar y madre se ha mostrado conforme.
Sylva sonrió brevemente.
—Estabas seguro de mi respuesta, ¿no es cierto? Estoy satisfecha. Y sin embargo en muchas cosas soy muy ignorante de vuestra manera de pensar. Quizá mi respuesta estaba equivocada. Pero trataré con todas mis fuerzas de hacerte feliz. Él le apretó la mano ligeramente —. No hay duda de que has estado acertada, querido espíritu del bosque.
Ella deseó, por un momento, volverse para mirar hacia lo que dejaba atrás. Pero sabía que allí sólo quedaba el pasado y que delante de ella se extendía el futuro. Delante de ella estaba la casa blanca con su limpio patio y más allá el huerto donde Paul trabajaba. Más abajo, estaba la tienda, al lado de la carretera, donde ella ayudaría a madre a vender sus frutas y conservas durante el verano... el próximo verano.
Y después de aquello quizás habría muchachos para que trabajaran en el huerto con Paul y niñas para que llegaran corriendo hasta ella y hasta madre con sus pequeños problemas. Quizá más lejos en el tiempo, una vejez tranquila y luego una muerte segura. Ella no había pensado en la muerte cuando pidió la condición humana, y sin embargo no se lamentaba de ello. Como una de las criaturas del bosque había visto a la muerte muchas veces y sabía que podía ser más compasiva que cruel. El sendero conducía por lentas revueltas hacia la casa y sus pasos se hicieron más lentos a medida que iban llegando a su destino. Paul había comprendido su estado de ánimo y se mantenía en silencio a su lado, aunque sus deseos eran de gritar de alegría y correr hacia el futuro.
Por fin llegaron a la verja y ella se detuvo contemplando la casa. De nuevo la sensación de encontrarse aislada del viento y de la lluvia la oprimieron y sólo vio las paredes que la separarían del mundo que había conocido. Sólo habría mortales en la vida que le esperaba, humanos cuya imaginación, como los habitantes de aquella casa, estaba guardada por paredes firmemente construidas que no permitían el paso de un solo hálito de fantasía que llegara de más allá de sus pequeños y estrechos mundos.
Y ella tendría que mezclarse con ellos, convertirse en uno más de los mortales... en realidad ya lo había hecho. Tendría que reprimir sus pensamientos y volverse hacia los nuevos dioses que ellos seguían, porque Ishtar y Pan con Verda y su propio roble, ahora quedaban muy lejos detrás de ella. La voz de Paul interrumpió sus pensamientos:
—Espíritu del bosque, ¿estás segura de que me quieres? ¿completamente segura?
Ella se volvió entonces hacia el bosquecillo de la ladera. Allá arriba, al lado del árbol que había formado toda su vida vio por última vez la forma de Verda que la miraba y su hermana agitaba una mano en un gesto de despedida. Luego sus ojos distinguieron dos formas cerca del árbol, suspendidas a corta distancia del suelo. Pan estaba allí, por aquella vez, inmóvil, contemplándola, y a su lado estaba Ishtar. En un gesto de bendición la cruz ansata en la mano de la diosa se extendió y luego desapareció. Y, mientras Sylva miraba, las figuras de Pan y de la Madre de las dríadas desaparecieron lentamente y también Verda se fue fundiendo en la claridad del bosque. Luego sólo quedó el árbol agonizante, de pie y abandonado, sus hojas mustias y caídas. Y en su mente la fría voz de Ishtar pareció susurrar débilmente:
—Existe un precio.
Sylva comprendió por fin cuál era el precio y supo que era un precio que sólo una criatura del bosque podía pagar. Pero su voz no tembló ni su mano se agitó en la de Paul y Sylva se volvió hacia la casa con una pequeña sonrisa mientras contestaba a la pregunta de su amado.
—Sí, querido, completamente segura. Más segura de lo que tú nunca comprenderás.
Fin