Publicado en
enero 30, 2017
El pie humano es una compleja maravilla, capaz de acciones que ninguna máquina hasta hoy inventada podría igualar. Pero por eso mismo necesita una atención bien merecida.
Por James Conniff.
DUREZAS, callos, ampollas, uñas enterradas, juanetes, papilomas, torceduras, micosis, "espolones" o excrecencias del calcáneo: he aquí algunos de los cincuenta y tantos padecimientos a que está expuesto el pie humano y que afligen, de hecho, a muchos miles de personas. Sin embargo, los especialistas en enfermedades de los pies, llamados podiatras, opinan que podríamos evitar la mayoría de las molestias, dolores y deformidades que padecemos por abandono o por abuso de nuestros pies, pues sus necesidades son relativamente sencillas a fin de cuentas: buena higiene y zapatos debidamente ajustados.
Si la mano tuviera que soportar el machaqueo a que está sometido el pie, no tardaría nada en hincharse y quedar inutilizada. Afortunadamente, la planta del pie está protegida desde el talón hasta los dedos por una capa fibrosa situada debajo de la piel que acolcha los huesos y se llama aponeurosis plantar. Con ella, y gracias a su ingeniosa estructura ósea, el pie aguanta el impacto acumulado de cientos de toneladas diarias, durante 70 años o más, sin hundirse.
El Dr. Richard Schuster, de la Escuela de Medicina Podiátrica de Nueva York, en Manhattan, señala el hecho de que en otros tiempos el pie fue una mano. Lo forman 26 huesos, esto es, poco más o menos igual que la mano, colocados esencialmente en la misma disposición.
En opinión del citado podiatra, la mayoría de los problemas de los pies derivan de dos causas. Una es cierto retraso en la evolución morfológica del pie: no está aún perfectamente adaptado a su función como palanca propulsora del cuerpo. Y esto se agrava con la manía del hombre civilizado de pavimentar cuanta superficie puede con los materiales menos indicados para la suavidad de los pies, destinados por la naturaleza para hacer flexión sobre hierba mullida.
Un segundo factor es la persistencia, hasta muy tarde, de algunas características fetales. "Antes de nacer", comenta el Dr. Schuster, "estamos todos hechos un ovillo, con los pies cruzados y, en todo caso, pocas veces en ángulo recto con la pierna. Los huesos siguen siendo blandos y fáciles de doblar aun después de nacer el niño, y no suelen enderezarse antes de los cinco o seis años. Pero los pies y las piernas no terminan de crecer hasta los 20 años aproximadamente".
Además de los huesos, cada pie tiene 19 músculos y los tendones de otros 12 músculos de la pierna; más de 100 ligamentos; aponeurosis protectoras formadas por tejido conjuntivo muy resistente; uñas que evitan lastimaduras a los dedos cuando se cortan debidamente (en línea recta). También contiene varios metros de vasos sanguíneos e intrincadas redes nerviosas. El examen de los pies ayuda al podiatra a diagnosticar (para remitir a los especialistas) enfermedades tales como la diabetes, males cardiacos y trastornos del riñón.
El pie en acción tiene tres movimientos sucesivos: 1) choque del talón contra el suelo; 2) fase de transición en equilibrio horizontal; 3) impulso de los dedos para movernos suavemente a repetir con el otro pie el animado ritmo del paseo en su forma más sana. (Los podiatras valoran más, para la salud de los pies, el paseo a paso vivo y regular que la carrera o el trote.) El acto de correr intensifica las presiones ejercidas sobre el pie. Los futbolistas, que pueden dar hasta 10.000 pasos vigorosos en un solo partido, someten cada pie a una acumulación de impactos que quizá exceda de 1000 toneladas.
Pese a tan repetidas agresiones, nuestros pies están hechos para transportarnos en el curso de la vida a lo largo de unos 100.000 kilómetros, es decir, para dar dos veces y media la vuelta a la Tierra. Según los médicos, es bueno para los pies ponerlos en alto siempre que sea posible. Recomiendan asimismo pisar descalzos (especialmente en alfombras, en el césped y en la arena, pero no en suelo duro) para que los músculos se doblen y se fortalezcan con arreglo a su constitución natural. Es conveniente, añaden, sacudir y rodar los pies cuando se está sentado, para mantener el tono muscular y la circulación.
Aun sin cuidarlo, el pie es una extremidad de gran fortaleza que ejecuta prodigios. Empieza en el tarso, formado por siete huesos, el primero de los cuales se llama astrágalo y se articula con la tibia y el peroné en el tobillo. Después, más abajo, viene el calcáneo, o hueso del talón, y otros cinco más pequeños que se proyectan hacia adelante en ángulo recto con la pierna.
El calcáneo es el hueso más grande del pie y se calcula que descarga en el suelo la cuarta parte del peso corporal; además, recibe el choque inicial de cada paso. En los perros el calcáneo ha evolucionado en su primera articulación principal de forma que no toca el suelo, y en los caballos está todavía más alto el corvejón (donde queda este hueso). Quizá las mujeres que calzan siempre tacón alto no acaben con el calcáneo a media pierna, pero sí es posible que estén acortando los músculos de las pantorrillas. El abuso del tacón alto puede conducir a dolores y molestias precisamente porque modifican la longitud de los músculos gemelos.
Los siete huesos del tarso se articulan perfectamente con el metatarso (lo que está metá o más allá del tarso), constituido por cinco huesos fuertemente unidos en un solo haz por tejidos fibrosos. Es una estructura alargada, de huesos paralelos, que unida al talón forma los tres elásticos arcos del pie: dos longitudinales y uno transversal.
Los dedos, que nos ayudan a equilibrar el cuerpo, están formados por unos huesos llamados falanges, de las cuales hay dos en el dedo gordo y tres en los restantes. Los dedos se mueven por la contracción de los músculos del pie y de los que vienen de la pierna. Los ligamentos que unen el talón a los huesos largos de la pierna, y el tendón de Aquiles, que une los músculos de la pantorrilla al calcáneo, dan cohesión a tan flexible estructura y la hacen funcionar.
En bien de los pies, es necesario usar calzado que les acomode desde el primer día. La longitud de cada uno se mide por separado estando de pie, y no sentado. Los zapatos se compran para el pie más largo, calculando de 15 a 25 milímetros más desde la punta del dedo grueso hasta el extremo del zapato, o mayor holgura cuando el calzado es puntiagudo o de puntas bajas por dentro. Después hay que asegurarse de que no queden flojos por los lados y de que el talón no tenga juego dentro del zapato. Para que sean cómodos después de un largo uso, deben ajustar bien en la parte media de la planta, es decir, donde el arco medio (del talón a los dedos) descansa en la suela, y no un poco más adelante, como sucede con frecuencia.
Aunque el pie tiene una gran elasticidad que le dan sus músculos, conviene que los zapatos tengan refuerzo de acero en la parte más estrecha de la suela, o soportes de arco para que no se doblen por ese lugar. Lo contrario es como poner un gran peso en una plancha tendida sobre una zanja: la plancha puede hundirse por su parte central. Así ocurre con el arco sin protección.
Hay que usar zapatos que sean todos de piel auténtica, suave y flexible, pero firme. La piel es porosa. Deja "respirar" al pie y librarse del sudor, cosa que no ocurre con las pieles sintéticas. Las sandalias bien hechas son casi tan buenas para los pies como andar descalzos.
Si ya pasa usted de los 50, compre los zapatos a primera hora de la tarde, pues si lo hace en las últimas horas, se expone a adquirir calzado incómodo, por demasiado amplio, para la mañana siguiente. Cualquiera que sea su edad, debe comprar zapatos que unan a su buen ajuste un aspecto bonito, para que también sicológicamente se sienta a gusto con ellos. Al fin y al cabo, ¿por qué los pies, ejemplo clásico de durabilidad y gracia hermanadas, no han de ser a la vez hermosos?
CONSEJOS PARA LOS CORREDORES
LA CARRERA y el trote pueden producir daños a los pies, sobre todo cuando no se está en buenas condiciones deportivas. El Dr. Richard Gilbert, presidente de la Academia de Medicina Podiátrica de los Deportes, da los siguientes consejos a los corredores:
1. Comprar los zapatos que mejor se adapten a los pies de cada uno. No hay calzado que sirva para todos. Los que mejor absorben los choques son los de suela gruesa, pero no rígida, y tacón alto.
2. Ejercitar los músculos de la pantorrilla y los tendones de la corva (pata de ganso), así como los músculos anteriores de la tibia, antes de correr y después de la carrera. Son más eficaces los ejercicios de tensión sostenida (como el yoga) que los de flexión y extensión violentas.
3. Si se ha estado inactivo durante una temporada por enfermedad o por otra causa, conviene recuperar la antigua eficiencia (distancias y tiempos) paulatinamente, por etapas. No hay que precipitarse.
4. Cuando se presentan ciertos trastornos, como dolor en la parte inferior de la pierna por correr sobre superficies duras, o inflamación del tendón de Aquiles, muchas veces es preferible recorrer una distancia menor a suspender el ejercicio.
5. Evitar, si es posible, los trayectos largos sobre asfalto, cemento e incluso pistas de carreras. Lo mejor son los suelos de tierra nivelada o de césped.
CONDENSADO DEL SUPLEMENTO DOMINICAL DEL "TIMES" DE NUEVA YORK (23-IV-1978). © 1978 POR THE NEW YORK TIMES CO . 229 W. 43 ST., NUEVA YORK (NUEVA YORK) 10036.