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enero 27, 2017
General brigadier Jean-Louis Jeanmaire
Durante 14 años, este patriota abrió los secretos de Suiza al escrutinio soviético. ¿Qué lo hizo traicionar a su país?
Por John Barron (autor de "KGB: La labor secreta de los agentes secretos soviéticos".
LAS NUBES bajas y la neblina matinal ocultaban los cercanos Alpes cuando los agentes del servicio secreto suizo se apostaron cerca de un edificio de apartamentos de Lausana: Era la mañana del 9 de agosto de 1976, a temprana hora, y estaban a punto de poner fin a una cacería que los había tenido ocupados durante varios meses. Sin embargo, más que triunfantes, se sentían desconsolados, pues iban a aprehender a un hombre que personificaba el honor de Suiza y la devoción de la milicia de aquel país.
La presa salió para dar su paseo matinal; era una figura pequeña y gruesa, de cara redonda y cabello blanco, cortado casi al ras alrededor de la calva coronilla. Cortésmente lo invitaron a que los acompañara a una oficina apartada.
Comenzó allí un intenso interrogatorio: ¿Conocía a un coronel soviético llamado Vassily Denissenko? ¿Había proporcionado documentos confidenciales y otros secretos de Estado a la Unión Soviética? Pronto quedó claro que los agentes sabían ya algunas de las respuestas más importantes. Poco a poco, también se hizo evidente aquella mañana que Jean-Louis Jeanmaire, general brigadier recientemente jubilado del Ejército suizo, era el traidor más grande en la historia de esa nación.
Entre 1948 y 1976, las autoridades habían descubierto 113 casos de espionaje comunista en el país, y tan sólo en los cuatro años anteriores el número de funcionarios del bloque soviético residentes en Suiza casi se había duplicado hasta llegar a 1079; entre esos emisarios detectaron una creciente proporción de espías profesionales. Por consiguiente, los suizos sabían que a su pequeño país, al igual que a sus vecinos más extensos, lo estaban sometiendo a un ataque subversivo de una magnitud sin precedentes. No obstante, nunca se imaginaron algo como la traición de Jeanmaire.
GUERRERO ORGULLOSO
El Ejército suizo es único en el mundo. Todos los ciudadanos varones ingresan a la milicia a la edad de 20 años, cumplen un entrenamiento básico de 17 semanas y durante 28 años forman parte de la reserva, con lo que pueden ser llamados a filas en cualquier momento. Por espacio de ocho años, cada reservista se presenta anualmente (y después con menor frecuencia) para recibir un entrenamiento de tres semanas. De esta manera, Suiza, con una población de poco más de seis millones, puede movilizar casi de la noche a la mañana a 650.000 hombres bien entrenados y equipados para defender su montañosa patria. Y como institución nacional, quizá sólo la iglesia sobrepase en estima a la milicia.
Criado en la ciudad bilingüe de Biel, donde llegó a dominar el francés y el alemán, Jean-Louis Jeanmaire se imaginaba a sí mismo como líder militar carismático y osado. Dado que su padre era arquitecto, el joven estudió arquitectura, con el solo propósito de obtener un grado universitario que lo facultara para conseguir una comisión de oficial regular del Ejército. En 1937 se unió al selecto e influyente grupo de oficiales de carrera —el alma del Ejército suizo—, quienes fungen como comandantes de la milicia e instructores profesionales de las fuerzas de reserva.
Rudo, franco, ambicioso, JeanLouis procuró ser un soldado de soldados. Tanto con sus superiores como con sus subordinados, hablaba apasionadamente de los males del comunismo y ensalzaba las glorias de Suiza. Su reputación de oficial brillante y capaz se difundió. En 1957 llegó al grado de coronel y contaba entre sus amistades a algunas de las personas más importantes del país. Sin embargo, en su vida se encontraban las semillas de una profunda infelicidad.
En 1943, a los 33 años, se casó con una mujer exquisitamente femenina, de 27, llamada Marie-Louise, nacida en Rusia, adonde su padre, un profesor suizo, había ido a dar clases. Vivaracha y amante de la diversión, era extremadamente atractiva a otros hombres. Pero si, con el paso del tiempo, Jeanmaire descubrió que ella no le pertenecía por completo, fingió no darse cuenta.
La pareja procreó un hijo, a quien el padre se propuso moldear a semejanza de la grandiosa figura que él mismo aspiraba ser. De carácter generalmente frugal, Jean-Louis gastó grandes sumas en la mejor instrucción especial. El chico se convirtió en joven gallardo, pero no satisfizo las desmedidas esperanzas de su progenitor.
En 1957, cuando transfirieron a Jeanmaire de la infantería a las fuerzas civiles de defensa, sufrió mengua la imagen que se había forjado de sí mismo. Aunque nunca había estado en un campo de batalla, mientras perteneciera a la infantería podría imaginarse un oficial de combate que dirigiría a sus hombres contra las hordas invasoras. Ahora consideraba que su carrera tropezaba y que se desvanecía la posibilidad de realizar los sueños de su infancia.
CONTACTO CORTÉS
En 1959, en el transcurso de una comida ofrecida en honor de los agregados extranjeros en Suiza, Jeanmaire conoció a un individuo tosco, afable y bien parecido. Era el coronel Vassily Denissenko, agregado soviético de la Fuerza Aérea y oficial profesional del servicio secreto. Según se decía, había sido un heroico piloto de combate durante la Segunda Guerra Mundial. A Jean-Louis le simpatizó de inmediato, pues vio en él todo lo que añoraba ser.
Poco después Denissenko invitó a cenar al militar suizo y a su esposa, y pronto los tres comenzaron a compartir joviales veladas. El alto y garboso héroe de guerra soviético trataba de igual a igual al rechoncho coronel, y le pedía que analizara las grandes batallas de la historia y los conflictos teóricos del futuro. Durante más de dos años nunca buscó (ni siquiera pareció interesarle) la delicada información que pudiera poseer su colega suizo, quien llegó a considerar al coronel soviético como a uno de sus más íntimos amigos.
Por intereses propios, la señora de Jeanmaire alentó aquella amistad. Se hizo amante del coronel Denissenko y se volvió su más fiel aliada.
Jeanmaire esperaba un ascenso en 1962, cuando la jubilación de un general dejara una vacante para un nuevo brigadier. Sin embargo, el Ejército ascendió a un rival suyo. El servicio secreto soviético sin duda supo apreciar los efectos amargos que esto causó al militar suizo, y se dispuso a cerrar el cerco.
Denissenko le explicó que había actuado con negligencia al no molestarse en conocer a más oficiales suizos, pues sólo así podría comprender realmente al país. ¿Existía algún tipo de directorio con sus números telefónicos privados y sus direcciones? ¿Podría el coronel suizo hacer un pequeño favor a su amigo y proporcionarle una copia? Pocas noches después, cuando el suizo entregó al soviético el directorio confidencial, ambos entendieron que aquel estaba violando el reglamento del Ejército y la ley de su país.
De esta manera, Jeanmaire entró en el mundo de la traición, y los soviéticos se aseguraron, suave pero rápidamente, de que su ingreso fuera irreversible. En cierta ocasión, cuando Denissenko le entregó un sobre lleno de billetes, Jeanmaire se ofendió y enrojeció de ira. El dinero amenazaba con convertir un acto de amistad, un acto de venganza contra la institución que lo humillaba, en un simple soborno. Arrojó el sobre al piso y gritó: "¡No pueden comprarme!"
El ruso se disculpó apresuradamente, y nunca volvieron a ofrecer dinero al suizo.
Sin embargo, Denissenko solicitaba constantemente documentos adicionales e información militar específica. Jeanmaire cumplía con gusto, como si estuviera ansioso de conservar la nueva imagen de importancia que tenía de sí mismo. Su excelente memoria le permitía informar del contenido de los documentos que le era imposible robar y; por sus conocimientos de arquitectura, sabía hacer dibujos precisos y detallados de instalaciones y equipo.
Los tratos entre Jean-Louis y los rusos no requerían de reuniones clandestinas ni del uso de números claves o señales secretas. El Ejército suizo esperaba que el coronel se reuniera con los agregados militares extranjeros, y su reputación de anticomunista declarado lo hacía casi inmune a toda sospecha. Denissenko y él se reunían, como desde el principio, abiertamente y sin disimular.
SE CIERRA LA RED
Para 1964, los soviéticos consideraron que tenían a Jeanmaire lo suficientemente dominado para poder retirar a Denissenko. Se encomendó su manejo a Viktor Issaev, también oficial profesional del servicio secreto, con experiencia en combate. Al igual que Denissenko, trataba al traidor como a un igual, y era ecuánime. simpático y jovial.
Quizá por un sentimiento de culpabilidad o para ocultar mejor su traición, Jeanmaire se dedicó entonces a sus deberes militares con renovado vigor. Aumentó su prestigio personal y profesional entre los hombres prominentes a quienes frecuentaba mientras se encontraban en servicio activo de entrenamiento.
Por consiguiente, a nadie sorprendió que, en enero de 1969, el Ejército lo ascendiera a general brigadier y le diera el mando de las fuerzas de defensa civil del país. El ascenso resarció los viejos agravios, y Jean-Louis decidió comenzar una nueva vida rompiendo con los rusos.
En abril del mismo año otro agregado soviético, el coronel Vladimir Strelbitzki, llegó a Suiza para encargarse del general. Se dirigió a él como a un lacayo, y cuando el suizo le comunicó su intención de poner fin a sus relaciones clandestinas con los soviéticos, el recién llegado amenazó fríamente con desenmascararlo.
Presionado por Strelbitzki, el suizo lo divulgó todo. Como estaba a las órdenes del jefe del Estado Mayor, tenía acceso a casi todos los secretos militares importantes del país, incluyendo los planes de movilización y contingencia que revelan lo que haría Suiza en caso de ser atacada. Sin duda, dio a conocer la ubicación precisa y la importancia de vitales blancos aéreos y de proyectiles, entre ellos fortificaciones ocultas con mucho cuidado y a gran costo, reductos montañeses, depósitos de suministros y centros de mando.
Los rusos también reconocieron el extraordinario acceso que Jeanmaire tenía a los más altos niveles del gobierno suizo. A través de él podían enterarse de las deliberaciones más delicadas sobre asuntos políticos y militares, así como asomarse a la vida privada de personas destacadas o en puestos clave a quienes deseaban subvertir, pues el general suizo traicionó no sólo al Estado, sino a innumerables amigos y conocidos, cuya personalidad, necesidades y flaquezas fueron valoradas por él por encargo de los rusos.
Como lo prescribe la ley, Jeanmaire se jubiló a fines de 1975, año en que cumplió 65 de edad. Poco antes de su jubilación entregó su último informe a los soviéticos, que lo dejaron ir con gusto, pues ya había abierto completamente a su escrutinio la seguridad de Suiza.
DESENMASCARADO
Después de recibir todos los honores del gobierno suizo, el general Jean-Louis Jeanmaire sintió alivio por haber sobrevivido y escapado. Los años de frugalidad, un sueldo y una pensión generosos hicieron que su situación económica fuera cómoda. Al paso de cada tranquilo mes de 1976 aumentó su confianza en que el lado oscuro de su vida había quedado sepultado para siempre.
Tal confianza lo dejó desprevenido para salir adelante en el violento interrogatorio de aquella mañana de agosto, y en su confusión inicial confesó a grandes rasgos su traición (pero únicamente aquello que consideraba podrían probar en su contra; jamás proporcionó voluntariamente ninguna información).
El 17 de junio de 1977, un tribunal suizo lo sentenció a 18 años de prisión, "degradación y expulsión del Ejército". El tribunal concluyó: "El acusado no fue motivado ni por razones ideológicas ni por la ambición. Sus acciones resultaron de graves defectos de personalidad mezclados con la ambición y el deseo vehemente de atraer la atención, así como por el resentimiento. Ha causado un daño inmenso a nuestro país, al Ejército y al cuerpo de oficiales militares".
Hasta hoy, el daño sigue siendo incalculable. Pero pudo haber sido mucho mayor. Con el tiempo, y haciendo grandes gastos, los suizos podrán cambiar sus planes de defensa y reubicar algunas instalaciones. De no haberse percatado de la traición del general Jeanmaire, el país hubiera quedado fatalmente expuesto al ataque de las divisiones soviéticas apostadas en Europa Oriental, a unos 300 kilómetros de distancia.
¿Cómo descubrieron los oficiales de seguridad a Jeanmaire? Durante el juicio, tanto el acusado como su abogado intentaron averiguar la respuesta, pero las autoridades suizas se negaron firmemente a hablar. La teoría más probable es que una filtración en el espionaje soviético en Berna, o en alguna otra parte, alertó a los suizos acerca de una enorme fuga de información secreta. Tal filtración parece haber provocado una cuidadosa investigación que continuó por varios meses. De cualquier manera, está claro que Suiza y el mundo occidental tienen una enorme deuda con los hombres que desenmascararon finalmente al "patriota" que hizo todo cuanto pudo para entregar al país que profesaba amar tan apasionadamente.