NO ESPEREMOS LO IMPOSIBLE
Publicado en
septiembre 07, 2016
Para lograr buenos frutos en nuestras relaciones con las personas y las cosas, conviene que nuestras esperanzas armonicen con la naturaleza.
Por Ran In-Ting.
UNA HERMOSA tarde, no hace mucho, llevé a mi familia de excursión a Yangminshan, en las afueras de Taipeh. Las laderas de la montaña estaban tapizadas de flores, y por todas partes encontramos paseantes que tomaban fotos, reían y charlaban.
Mi nietecito, que se nos había adelantado, regresó y, tirándome de la manga, me preguntó:
—Abuelito, ¿por qué esa flor no huele bien ? —y me señaló un arbusto de azaleas.
Por un instante no supe qué responder, pero luego le dije:
—Una flor tan hermosa no necesita tener perfume.
—Todas las flores deberían tener perfume —replicó el chico, no muy convencido con mi respuesta y como si aquello le pareciese una injusticia.
Las palabras del niño persistieron en mi mente, incluso a mi regreso a casa. ¡Todas las flores deberían tener perfume! ¿Podría yo censurar a mi nietecito por pensar así? ¿Acaso yo mismo no he pensado muchas veces que todos los hombres deberían ser caballerosos, y todas las mujeres buenas esposas y madres? ¿Es justo o erróneo esperar tanto de los demás?
Me senté en un banco de mi jardín a contemplar las camelias, las acacias, los girasoles y las magnolias. Ninguna era semejante a las demás. Esa diferencia forma parte del orden natural, me dije. En primavera florecen los duraznos; la granada, en mayo; las acacias, en otoño; y en los meses de invierno, la mejorana silvestre. Si nuestras esperanzas están en armonía con la naturaleza, las veremos realizadas con frecuencia... Pero si esperamos deleitarnos en verano con ciruelos floridos y con flores de cerezo en invierno, nos sentiremos decepcionados.
Pues bien, el hombre es otro producto de la naturaleza y cada ser humano tiene sus propias características. Éste tendrá talento para ser comandante en jefe del ejército; aquél, quizá sólo aspire a escribir poemas. Cada hombre tiene sus propias inclinaciones y su propio destino.
Cuando conocemos las características de una planta, podemos ayudarla a desarrollarse y a dar flores más hermosas. En invierno solía yo pasear entre la nieve, en busca de una rama de ciruelo especialmente buena para llevarla a casa y hacerla florecer prematuramente. Cuidarla, dejar que el sol jugara en ella con sus rayos, y verla gloriosamente cubierta de flores, rico adorno de mi estudio, me proporcionaba muchos días de placer.
Si en nuestras relaciones con las personas aprendemos a reconocer los dones que adornan a cada quien y les ayudamos a cultivarlos, ello puede ser de lo más satisfactorio para todos. Chih-chi (es decir, conocer a alguien tan bien como nos conocemos a nosotros mismos) : tal era el nombre que los antiguos chinos daban a un buen amigo. Esa era la relación que hubo entre Confucio y su discípulo Tse-lu. Así, el buen administrador aprecia las cualidades de quienes trabajan a sus órdenes, y les da la oportunidad de poner en práctica sus cualidades.
Por desgracia, muchas de nuestras esperanzas son subjetivas. El padre espera que su hijo sea buen estudiante. En caso negativo, suele culpar al maestro, y busca para su retoño una escuela "mejor". Si al marido no le gusta cómo guisa su esposa, dice que cocina "mal" y la obliga a cocinar como a él le gusta. Y cuando hay una diferencia de opiniones, llegamos a los mayores extremos para tratar de que los demás piensen como nosotros.
No conviene esperar lo imposible de los demás. No podemos esperar que un atleta nato sea músico, ni que el niño haga una disertación doctoral. Ello equivale a esperar que la azalea parezca orquídea y que la magnolia sea como el pino. No pidamos peras al olmo.
Condensado de "On Cultivating Expectations" en el Central Daily News de Taipeh (27-II-1973)