EL MUNDO RADIANTE DE JOAQUÍN SOROLLA
Publicado en
septiembre 07, 2016
"Autorretrato", en el museo Sorolla. Foto: E. Domínguez.
En agosto de 1973 se cumplieron 50 años del fallecimiento de uno de los más grandes maestros de la pintura española moderna.
Por Julián Estrada.
LA VIDA de Joaquín Sorolla es la historia de una total y apasionada consagración al arte. "Sólo sirvo para pintar", dijo modestamente en cierta ocasión. Pero además la pintura era su razón de vivir. Más de 2500 telas, más de 5000 dibujos y unos 2000 bocetos dan testimonio del afán de perfección que no sólo hizo de él uno de los más distinguidos pintores españoles, sino también un gran folklorista gráfico. Porque la obra de Sorolla destaca más que nada como un panorama viviente de España, henchido de color y luz, que refleja el inmenso amor del artista por su país y por su pueblo.
Joaquín Sorolla nació en 1863 en la soleada provincia de Valencia, que tanto habría de influir en su visión artística. Huérfano a la edad de dos años, fue criado por unos tíos que, aunque humildes artesanos, supieron aquilatar y estimular los primeros esfuerzos artísticos del sobrino. El tío de Sorolla incluso vio con orgullo cómo el muchachito convertía las paredes de su herrería en un fantástico mural de hombres y animales de palotes. Cualquier espacio vacío era campo de su pluma: dibujaba en los libros de la escuela, en la pared y en el piso de su alcoba, en cada trocito de papel que le caía en las incansables manos.
Al cumplir Sorolla los 14 años fue, por decisión de sus tíos, a la escuela local de artesanías, en lo cual invirtieron aquéllos sus escasos ahorros. Pero sus esfuerzos se vieron recompensados: Joaquín fue aceptado dos años más tarde en la prestigiosa Academia de Bellas Artes de San Carlos.
El joven Sorolla se impuso una férrea disciplina. Después de dibujar y pintar todo el día, volvía corriendo a casa, donde ayudaba a su tío en el yunque, para luego regresar a su dibujo.
Muchos años de conflicto interior esperaban a Sorolla mientras luchaba entre dos estilos al parecer irreconciliables: la precisión y la perfección lineal de los maestros clásicos españoles, y la vibración y el movimiento de los impresionistas franceses. Lentamente llegó a forjarse un estilo singular que aunaba la fidelidad a la forma, propia del siglo XVII, con el ímpetu expansivo y la espontaneidad del siglo XIX.
"¡Y aún dicen que el pescado es caro!" (Museo de Arte Moderno)
Logró esta síntesis en forma por demás hermosa en su célebre Después del baño, actualmente en el Museo Sorolla de Madrid. Pintado en la playa de Valencia, en 1916, se trata de un lienzo con dos figuras femeninas. Sólo un trocito de mar azul brilla en la tela, pero es más que suficiente para impregnar a las bañistas de la cálida y nostálgica alegría tan propia de las escenas mediterráneas de Sorolla.
Después del baño, con su estallido de luz y color, revela ya los elementos del estilo de un Sorolla a quien los críticos aclamaron como maestro de la luz. Y sin embargo, el pintor no sólo conmovía con su arte a un reducido grupo de conocedores, sino que los españoles encontraban en sus telas un reflejo de lo que eran ellos y su país. Los cuadros de Sorolla tenían tal demanda que el artista acumuló una fortuna de ocho millones de pesetas de aquella época, equivalentes a más de 100 millones de pesetas actuales, con lo que se convirtió en el pintor español más acaudalado de su tiempo.
Sin embargo, los primeros años del maestro fueron de privaciones, y es característico que uno de sus triunfos artísticos iniciales estuviera relacionado con la lucha: El palleter (o vendedor de paja) dando el grito de la independencia, vigorosa representación de la revuelta popular en el mercado de Valencia contra la intervención napoleónica en España. La fuerza de su impacto está subrayada por la atención de Sorolla a los pormenores, tal que da la impresión de haber sido testigo presencial de una insurrección.
Desde los primeros cuadros Sorolla reveló su genio para captar en el instante el drama de un momento fugaz. "¿Cómo podría pintar despacio al aire libre?" exclamó cierta vez. "¡Mire usted! Nada está inmóvil: las ramas, las nubes, incluso el Sol, siguen su curso. Tengo que pintar aprisa. ¡Cuánta riqueza se pierde para siempre con el eterno fluir!"
El palleter ganó a Sorolla una beca de cuatro años en el extranjero, que aprovechó para recorrer Italia y Francia estudiando a los grandes maestros renacentistas e impresionistas. En Roma conoció a Francisco Pradilla, director de la Academia Española, quien habría de ejercer una honda influencia en el joven pintor. "Lo que debe usted aprender es la proporción lineal", le aconsejó. Y para mitigar y disciplinar la espontánea e infatigable energía del artista, añadió: "Trate de pintar con la mano izquierda".
"La bata rosa" (Museo Sorolla).
Sorolla se puso a estudiar y a reproducir las complejidades de los músculos, tendones y huesos del cuerpo humano. Más que ejercicios de pintor, los dibujos de esos años semejan un tratado de anatomía y revelan también la obsesiva tenacidad con que perseguía la perfección artística.
Después de su estancia en Roma, Sorolla produjo una de sus obras más controvertidas: El entierro de Cristo. Tela enorme, de 4,30 por 6,83 metros, fue pintada a la intemperie con modelos del natural. En ella demostró Sorolla que por fin había dominado el dibujo lineal y los detalles, pero no obstante que la obra ganó en 1887 un premio en la Exposición Nacional de Madrid, no se sentía satisfecho. Los colores eran crudos y las figuras carecían del calor humano tan característico de los trabajos posteriores del artista. Terminada la exposición, su autor enrolló la tela y no volvió a exponerla. Esa fue la última vez que sacrificó la espontaneidad y el color en aras de la técnica académica.
En 1888 el pintor interrumpió su febril programa de estudio en el extranjero y volvió a Valencia para contraer matrimonio con la mujer de quien se había enamorado seis años antes. Clotilde, hija del fotógrafo Antonio García (uno de los más fieles mecenas de Sorolla), era una mujer con sentido común. Aceptó la realidad de que las cuestiones prácticas de la vida estaban fuera del alcance de su marido. Durante los 35 años de su matrimonio ella lo organizó todo: la economía, el gobierno de la casa, los viajes, la educación de sus tres hijos y cualquier detalle que pudiera haber distraído al esposo de su trabajo.
A partir de 1900 empezó la época más fructífera de la carrera de Sorolla, en quien parecía inagotable el venero de temas. La comedia hace su regocijada aparición en El resbalón del monaguillo, donde casi podemos oír al simpático muchacho rodando por los escalones del altar. El amor del artista por los colores del Mediterráneo se manifiesta de lleno en La vuelta de la pesca. La protesta social se expresa en los rostros de los pescadores que cuidan de su compañero herido en el cuadro ¡Y aún dicen que el pescado es caro!
Hacia 1910 Sorolla había llegado a ser un pintor de renombre internacional, aclamado en los grandes centros artísticos de Europa y los Estados Unidos. En España se le consideraba el máximo pintor español desde Goya, y en 1914 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
"Romería valenciana" (Sociedad Hispánica
En la cumbre de su carrera, todavía tenía por delante su obra de mayor envergadura. Archer Milton Huntington, célebre hispanista estadounidense, encargó a Sorolla en 1911 una serie de cuadros de gran tamaño para la Sociedad Hispánica de Nueva York.
Debía ser un magno panorama de España, su pueblo, sus paisajes y sus costumbres. Las secciones ya terminadas medirían juntas 70 metros de largo y cubrirían las paredes de la gran biblioteca de la Sociedad. Y sin embargo, aun esta tarea parecía insuficiente a la visión artística de Sorolla. "Es el trabajo más importante de mi vida", declaró. "Pero ¿cómo voy a representar a España en sólo 70 metros de tela?"
En la primavera de 1912 inició el pintor una odisea artística de siete años a lo largo y a lo ancho de España, tratando de captar el genio y la diversidad del país. "El trabajo es difícil", escribió en cierta ocasión a Clotilde desde Ayamonte. "Pero, más que nada, ya no tengo la fuerza de otros días". "Trabajé mucho ayer, pero hay que trabajar más". Y a medida que se aproximaba el término de la tarea: "Miro las cosas como si fuera a través de mi alma; y a veces me siento algo triste".
En la obra terminada aparecen más de 500 figuras. Vibrante representación del folklore, la tradición y la historia de España, los paneles muestran con singular maestría las actitudes más típicas y las expresiones más características de cada región: alegres "bailaores" andaluces, cabezas ásperas de los campesinos de Ávila, pescadores de Valencia curtidos por el sol.
Sorolla brindó al mundo una amplia visión de España, pero también le entregó en aquel esfuerzo sus últimas reservas de energía. Apenas habían empacado las pinturas para enviarlas por barco a Nueva York, un ataque de hemiplejia sorprendió al artista ante el caballete. Los médicos lucharon en vano durante tres años para arrancar al maestro de su trágica parálisis. Joaquín Sorolla murió el 10 de agosto de 1923.
"Romería extremeña", tomada también de la serie de cuadros de arte popular español que Sorolla pintó para la Sociedad Hispánica de Nueva York.
Clotilde, que sólo le sobrevivió cinco años y medio, aseguró a la prolífica producción del marido un lugar permanente de reposo. En su testamento legó la residencia familiar de Sorolla en Madrid al pueblo español. En 1932 la casa se convirtió en el Museo Sorolla.
Los espaciosos recintos de la espléndida mansión albergan casi 6000 obras del maestro, es decir, unos 4500 bocetos y más de 1200 telas. Rodeado de frondosos jardines, el Museo Sorolla es el justo homenaje a uno de los más grandes y representativos pintores de España. Como dijo Ramiro de Maeztu: "Esto es color, vida y realidad. Esta es España".
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