CUNA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Publicado en
septiembre 06, 2016
El puente de hierro.
En este pacífico valle inglés, una gran dinastía de industriales cambió la historia económica y social del mundo.
Por George Pollock.
"EN ESTE valle de Shropshire nació el mundo de hoy. Esta es la cuna de la tecnología moderna, donde se inició la revolución industrial", declara Neil Cossons, historiador de 34 años de edad, quien en ese momento se asoma por una de las ventanas de su elegante oficina, en un edificio que data de 1840 y está situado en Severn Gorge, en Ironbridge (Inglaterra).
El paisaje que se aprecia desde allí es la escena idílica de una tarjeta postal: un desparramamiento de azoteas bien alineadas, chimeneas rústicas que despiden columnas de humo y altos árboles agrupados en una cuesta empinada que baja hasta la orilla de un plácido río. Entre el follaje se puede distinguir una esbelta construcción de tracería negra sobre el río Severn; el primer puente de hierro del mundo, del cual tomó su nombre la aldea.
"No fue pura casualidad que se construyera aquí ese puente", continúa explicando Cossons. "Las pruebas que muestran cómo se convirtió Gran Bretaña en la primera nación industrial y puso al mundo en el camino de la industrialización, se pueden ver en 15 kilómetros cuadrados a la redonda".
Se refiere a la zona que ocupa el museo de Ironbridge Gorge, que abrió oficialmente sus puertas el 31 de marzo de 1973. El museo debe su existencia a la creación del poblado Telford New Town, en la llanura situada sobre el barranco. La preocupación de que al construir una ciudad planeada para albergar unas 250.000 personas se destruyese la belleza natural del barranco y el testimonio único de la revolución industrial, puso en acción a los conservacionistas de la localidad y a los hombres de negocios. Por tanto, con el apoyo de la empresa Telford Development Corporation protegieron la zona elevándola a la categoría de parque nacional de historia industrial y la convirtieron en uno de los museos naturales más grandes del mundo.
En 1972, aun antes de que se inaugurara, el museo atrajo 40.000 visitantes que fueron a ver dónde se fundieron los primeros cilindros de hierro para que el vapor moviese ventajosamente a la industria; dónde se tendió la primera vía férrea; dónde se construyó la primera locomotora de vapor; dónde se botó al agua la primera embarcación metálica; dónde se construyó el primer acueducto de hierro, según diseño original de Thomas Telford, precursor de la ingeniería civil en honor del cual se bautizó la nueva población.
El horno de cuba de Abraham Darby, que encendió al mundo.
"Las generaciones futuras", agrega Cossons, primer director del museo, "verán lo que estamos conservando con la misma reverencia que sentimos ahora nosotros al contemplar los tesoros de Tutankamón".
Para visitar las tumbas de los pioneros de la revolución industrial es necesario subir una loma cerca de Coalbrookdale, donde hay un sencillo cementerio cuáquero. Unas losas cuadradas pequeñas identifican la dinastía de fundidores de hierro que transformaron la historia económica y social del mundo. El apellido Darby aparece, generación tras generación, en las lápidas.
Al descender de la loma se llega al veterano horno de la compañía Coalbrookdale, en donde Abraham Darby I lo inició todo. A su llegada procedente de Bristol, en 1708, alquiló el horno, alimentado entonces con carbón, combustible que virtualmente limitaba la producción de hierro a una industria artesanal. Durante el año siguiente Darby perfeccionó una técnica revolucionaria y utilizó coque hecho con el carbón de la localidad. Por primera vez fue posible producir hierro en gran escala.
El horno de Darby, embutido en ladrillos rojos, cuya inyección de aire se hacía por medio de fuelles de cuero accionados por una enorme rueda hidráulica, está sólidamente construido para resistir los grandes cambios de temperatura. Agachándose, se entra a gatas por su cámara de purga, que se alcanza con los brazos extendidos, y se toca lo que parece ser roca volcánica. De este pequeño crisol surgió, como un volcán en erupción, el mundo de hoy.
Cerca del viejo horno se guarda una asombrosa colección de artículos fundidos por la compañía durante sus 260 años de vida (ahora fabrica hornillas Rayburn para las empresas Glynwed). Se aprecian sartenes y cacerolas, enormes peroles tipo "misionero", animales de adorno, bandejas decoradas para fruta, un bajo relieve de La última cena de Leonardo de Vinci. Las técnicas de Coalbrookdale también dieron vida a los primeros edificios de estructura metálica (aún hay uno en pie que se utiliza como fábrica procesadora de malta en Ditherington, no lejos de Shrewsbury); además, la compañía fabricó las rejas de hierro, de 18 metros, que ahora dividen Hyde Park de los jardines Kensington.
"David" y "Sansón", máquinas de balancín movidas por un volante de más de ocho metros.
Al pasear por los alrededores del viejo horno, un tramo de riel y una locomotora nos recuerdan cuánto le deben los transportes y la máquina de vapor a los precursores que trabajaron en aquel sitio. Al sustituir el bronce por el hierro abarataron las máquinas de vapor para la industria. Con un costo inicial de 1000 libras esterlinas cuando eran de bronce, Abraham Darby II lo redujo a menos de 250 libras: gran ayuda para la máquina de vapor que, medio siglo después, sirvió para fabricar la locomotora.
En 1777 Abraham Darby III comenzó a fundir partes para el puente de hierro. Los nervios principales, de casi 24 metros de longitud, pesaban unas seis toneladas cada uno. En total se levantaron con cuerdas y cadenas más de 375 toneladas de herraje para formar un arco de 30 metros. El día de año nuevo de 1781 quedó concluida la obra sin haberse detenido una sola vez el tráfico incesante del río, y se abrió al público con sus siete metros y medio de anchura. "¡Una de las maravillas del mundo!" exclamó admirado un visitante al ver el puente.
El interés internacional por la fundición cundió como el fuego. En Pensilvania, que es hoy centro de la industria del hierro y el acero de Norteamérica, el primer trozo de hierro fue fundido en 1720 en un horno de carbón, por Thomas Baylies, cuñado de Abraham Darby I. Doce años después de la inauguración del puente de hierro se construyó una réplica de él, a escala de un cuarto, cerca de Magdeburgo, en Alemania Oriental.
Gente procedente de todo el mundo llega para admirar el puente de Severn Gorge. En un viaje reciente por Norteamérica, Neil Cossons comprobó que por lo menos una persona de las que asistieron a sus conferencias había visto la obra maestra de Abraham Darby III. Su caseta de pontaje es ahora el centro de información del patronato del museo.
Hace cinco años el puente parecía estar sentenciado a muerte, pues el movimiento de uno de los pilares amenazaba combar la hermosa estructura, que se desplomaría sin remedio. Gracias al patronato del museo ha pasado ese peligro, y en este año se va a poner hormigón reforzado en el lecho del río para mantener permanentemente separados los pilares. Del presupuesto global de las obras de mantenimiento, unas 150.000 libras esterlinas, lady Labouchere —descendiente directa de los Darby— ha donado 3200, que fue el costo original del puente.
Las obras de restauración, en el valle, han traído sorpresas. Cuando la señora Jill Hemming y su madre se hicieron cargo de la tienda de la villa Coalport, en agosto de 1972, se quedaron un tanto asombradas al descubrir que una puerta del sótano daba directamente al recién descubierto túnel de la brea del museo. De 1.80 m. de altura y abovedado con ladrillos de hace 200 años, el túnel avanza casi un kilómetro por debajo del cerro Blists. Construido originalmente para extraer carbón de las minas del cerro, iba a desembocar en un manantial que producía cerca de 4000 litros semanales de brea. Hoy todavía escurre por entre los ladrillos, y en una gruta iluminada puede verse un estanque lleno hasta el borde.
Fue la brea la que atrajo al ingenioso lord Dundonald a Severn Gorge para luego apremiar a la Armada Real a que protegiera sus embarcaciones de madera untándoles brea en el fondo. Pero el fin de los barcos de madera ya estaba próximo, gracias a John Wilkinson, uno de los socios de Abraham Darby III en la construcción del puente.
Wilkinson, el "loco del hierro", fue brillante ingeniero, inventor y fundidor que, no obstante su fama de ateo, construyó una capilla en Bilston (Staffordshire) cuyas puertas, ventanas y púlpito eran de hierro. El día de la botadura de su barcaza de hierro, en 1787, se reunió un gran gentío en Coalport para mofarse de él. Un hombre arrojó un martillo al Severn al tiempo que exclamaba: "¡Véanlo flotar!" Pero la barcaza de Wilkinson navegó serenamente. "Eso confirmó todas mis esperanzas", escribió, "y ha convencido a los incrédulos, que eran 999 de cada 1000".
Hace dos años, en Newport (Shropshire), vio una de las primeras barcazas de hierro uno de los Amigos del Museo, grupo de 350 personas del que forman parte maestros de escuela, mecánicos, oficinistas y amas de casa. Un granjero la había estado empleando como depósito de agua para el ganado. A cambio de una cañería y una toma de agua, donó la barcaza al museo y la botó en una sección recientemente abierta del canal Shropshire.
Desde donde termina el canal hasta Coalport, más de 60 metros río abajo, hay una pendiente de unos 300 metros entre los árboles que parece una pista para esquiar. Allí estuvo uno de los primeros funiculares, construido a fines del siglo XVIII por William Reynolds, nieto de Abraham Darby II.
Las figuras de David y un ciervo, vaciadas hacia el año 1850 en Coalbrookdale.
Coalport se convirtió en el centro vital de la industria británica. En 1836 el topógrafo Charles Hulbert, después de haber contado allí 72 navíos de carga, declaró que era el distrito más extraordinario del mundo.
Dos hornos con forma de botella, cerca del río, recuerdan épocas pasadas. Aquí, en la fábrica de cerámica de Coalport, en un tiempo una de las mayores de Gran Bretaña, se produjo porcelana con dibujos característicos de sauces y majaguas. La porcelana de Coalport —la compañía ahora prospera en Stoke-on-Trent como integrante del grupo Wedgwood— ganó fama mundial. La reina Victoria regaló al zar Nicolás I una llamativa vajilla para postres, decorada con el emblema de la Rusia imperial. La renovación de la porcelana Rose-du-Barry, llamada así en honor de Madame du Barry, amante de Luis XV, hizo que el emperador de Francia le hiciera el pedido de una vajilla a Coalport.
Un tarro de porcelana de 1875 de Coalport mostraba los acantilados de Dover y el puente de hierro para conmemorar la primera travesía a nado del Canal de la Mancha. El capitán Matthew Webb, vecino de la localidad, se había preparado para este maratón de 22 horas en las aguas del río Severn. Pero el río empezaba a convertirse en remanso conforme las empresas locales fueron superadas por otras más fuertes y mejores en otras partes del país. La última embarcación de carga navegó río abajo en 1893.
En el condado boscoso de Blists se continúa trabajando hoy para conservar las obras del pasado. En la entrada de los terrenos de 17 hectáreas están "David" y "Sansón", dos máquinas de balancín que hace 100 años se utilizaban para inyectar aire en las fundiciones de la localidad.
Por el nuevo Paseo de los Mineros, terraplenado con la escoria verdosa de los hornos, se pasa junto a fosos donde se funden campanas, engranajes de pozo de minas y un "socavón" horizontal, todo reconstruido en la forma más natural posible por los muchachos de la escuela correccional del lugar.
Reconstrucción de la bocamina, con el riel original, en el cerro Blists.
Los jóvenes son valiosos ayudantes del museo. Algunos llegan procedentes de Londres y Essex para trabajar los días de fiesta. El ejército también concurre, como parte de su adiestramiento. Con la ayuda de excavadoras gigantescas la reserva del Cuerpo de Ingenieros Voluntarios removió toneladas de tierra a fin de formar tres nuevos estanques que proporcionarán la energía para poner en funcionamiento un horno reconstruido conforme a un modelo del siglo XVII, descubierto en una granja aislada de Charlcotte (Shropshire). Los aprendices de un taller ayudaron a reconstruir una máquina de extracción, de vapor, instalada en una casa de máquinas cuidadosamente reconstruida para la mina de greda, de 182 metros de profundidad.
"Estamos conservando los hitos del progreso del hombre", explica E. Bruce Ball, industrial retirado y presidente del patronato del museo. "Son los eslabones vivientes entre nosotros y el pasado, por medio de los cuales podremos comprender mejor el presente y buscar las llaves del futuro".
Fotos: A.F. Kersting, B. Bracegirdle, M. Taylor
Mapa: P. North Taylor