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septiembre 05, 2016
Flamencos en un lago del cráter del Ngorongoro (Tanzania).
Los safaris, antes al alcance exclusivo de los muy ricos, atraen hoy a miles de turistas que van armados de cámaras, y no de rifles, a buscar sus trofeos.
Por Ronald Schiller.
LA ESCENA ocurría en las montañas de África Oriental y era ya más de medianoche, pero ninguno de los huéspedes del Arca dormía. Nos encontrábamos en el fingido puente del "barco" que forma ese pabellón de caza, y observábamos nerviosos el claro de la selva, intensamente iluminado por reflectores, donde, apenas a cuatro metros de nosotros, un sigiloso leopardo estaba a punto de matar un antílope. Pero cuando la fiera se agazapó para saltar, una joven dejó escapar un grito. El animalito desapareció en la oscuridad con increíble rapidez, dejando al leopardo de ojos fosforescentes rugiendo de furia por verse privado de su comida. Y casi igual fue el enojo de Dick Prickett, cazador profesional del albergue.
—En Kenia es un delito evitar que una bestia salvaje mate para comer —advirtió a la trémula joven—. Si lo hace otra vez, deberé pedirle que no salga de su habitación.
Prickett nos aseguró más tarde que esa muerte no hubiera sido cruel, porque el leopardo quiebra el pescuezo de sus víctimas y las mata instantáneamente.
—No resulta agradable de ver —agregó encogiéndose de hombros—, pero África no es Disneylandia. Aquí los animales obedecen las leyes naturales.
De no ser por alguien que desistió de ir al Arca en el último momento, yo no me habría encontrado allí. Aunque ya estábamos en noviembre, estación de las "pequeñas lluvias", cuando generalmente escasean los turistas, las 57 camas del albergue estaban reservadas desde hacía seis meses. En otro pabellón cercano llamado Treetops (famoso porque allí, una noche de 1952, la princesa Isabel se convirtió en Reina de Inglaterra al fallecer su padre) es necesario reservar alojamiento con un año de anticipación.
"Ya no hay estaciones muertas", me dijo un empleado del hotel. "La invasión dura todo el año".
HUMO ROSA
Así es, en efecto, porque los safaris no son hoy excursiones sólo para los ricos. En 1972, por ejemplo, visitaron a Kenia 400.000 personas, mientras un decenio antes eran apenas 32.000, y el número aumenta en un 18 por ciento anual. Durante las dos semanas que pasé en ese país, entre los turistas hallé empleados, vendedores, maestros, médicos y dentistas. Lo mismo que la mayoría de ellos, yo pensaba que un "safari" es una expedición destinada a cazar fieras, como los que se ven en el cine. Pero la palabra safari sólo significa "jornada" en suahili. Actualmente apenas un dos por ciento de los extranjeros vienen a cazar, y los guías están probablemente más familiarizados con las cámaras fotográficas que con los rifles de gran potencia.
En realidad a muchos turistas no les interesan las fieras. Kenia posee una octava parte de las aves del mundo, y se ha convertido en la Jauja de los ornitólogos aficionados. Por ejemplo, dos millones de flamencos habitan las aguas espumantes del lago Nakuru, o vuelan sobre él, formando una pálida nube de humo rosa. Otras personas llegan atraídas por el deseo de visitar las estaciones prehistóricas donde posiblemente se originó la raza humana, hace más de dos millones de años, o para pescar percas del Nilo, de 130 kilos, en el lago Rudolf (aunque para sacarlas del agua quizá tengan que disputárselas a los cocodrilos), o para escalar el nevado monte Kenia, de 5199 metros de altitud. Sin embargo, la caza mayor es todavía la principal atracción. En sus 580.000 kilómetros cuadrados, Kenia posee mayor número y variedad de animales salvajes que cualquier otro país, y además ha dedicado más parques y reservas a la conservación de su fauna.
Aunque en el decenio pasado se decía que varías especies estaban a punto de extinguirse, lo cierto es que la caza mayor aumenta, y a tal grado que los guardas se ven en la necesidad de seleccionar matando, para reducir los rebaños o manadas. Según el ministro de Turismo y Fauna Silvestre, J. L. M. Shako, la población local comienza a comprender que los animales salvajes constituyen el principal renglón de su economía, porque atraen a los turistas, que han llegado a ser la más importante fuente de ingresos y empleos en Kenia. Se informa que existen ahora 20.000 elefantes en Tsavo, región de unos 20.000 kilómetros cuadrados donde está prohibida la caza. La vecina Tanzania se enorgullece de poseer rebaños de 250.000 cebras, ñúes y gacelas en el Parque Nacional de Serengeti, vasta extensión de llanuras onduladas, con acacias en forma de parasol y hormigueros de casi dos metros y medio de altura.
El descanso de un león, cerca del lago Manyara (Tanzania).
LA "GIRA LÁCTEA"
Nairobi, ultramoderna capital de Kenia donde aterrizan aviones de 24 compañías aéreas internacionales y donde comienzan y terminan la mayoría de los safaris, acaso asombre a quienes esperan hallar un ambiente africano único. Es una metrópoli bulliciosa de intenso tráfico; tiene medio millón de habitantes, y en ella abundan las agencias de viajes, tiendas de curiosidades, cabarés y casas de modas donde se puede mandar hacer ropa a la medida para un safari o una chaqueta para andar entre las malezas. Las prendas estarán terminadas en 48 horas, y el precio es razonable.
El viajero puede escoger entre una gran variedad de giras. Se puede viajar en avión, ferrocarril, LandRover de tracción en las cuatro ruedas o a pie (conocí a una muchacha canadiense que había cruzado el Sahara en varios vehículos, pidiendo cada vez que la llevaran gratis), cabalgando en caballo y en un híbrido de cebra (bestia de carga semejante a una mula, cruza de caballo y de cebra somalí), y hasta en camello por el semidesértico norte de Kenia. El safari puede tener cualquier duración, desde un solo día. Por ejemplo, a ocho kilómetros (se pueden recorrer en coche) del centro de Nairobi está el notable Parque Nacional de. Nairobi, de unos 71 kilómetros cuadrados, donde los animales pastan, se aparean, matan y rugen a la vista de los rascacielos de la ciudad.
Pero la mayoría de los viajeros optan por lo que los agentes de viajes llaman la "gira láctea", viaje circular de ocho a 15 días que atraviesa el sur de Kenia y el norte de Tanzania. El recorrido se hace durante el día en autobuses de cinco pasajeros, a menudo provistos de aire acondicionado y pintados como cebras. Las noches se pasan en tiendas de campaña, o en el Mount Kenya Safari Club, lujoso establecimiento con bañeras hundidas, braseros que exhalan el dulce aroma de los cedros, pavos reales en los jardines y café con crema batida.
La gira comienza generalmente en uno de los pabellones de caza situados en las alturas de los montes Aberdare. Allí los turistas pasan una noche, sin más equipaje que un maletín. El resto debe quedar en un alojamiento del valle, como también los niños pequeños, pues el viaje implica algunos riesgos. Por ejemplo, la senda que va desde la parada de los autobuses hasta la escalera que sube a Treetops sólo tiene unos 75 metros de largo, pero está protegida cada 12 metros por parapetos, y vigilada por un cazador profesional con su rifle cargado. Las precauciones no son superfluas; hace tres años un elefante furioso se abalanzó contra un grupo de turistas, y no se detuvo hasta que el cazador le atravesó el cerebro con una bala cuando ya estaba a menos de dos metros de la gente.
DESFILE NOCTURNO
Una vez que el viajero ha ascendido la escalera de cinco metros y medio, se encuentra en un cómodo parador de turismo y queda allí encerrado durante la noche. Está prohibido llevar linternas eléctricas y tacones sonoros, y la consigna es hablar en voz baja para no espantar a los animales. Conviene asir fuertemente bolsas de mano, cámaras fotográficas y binoculares si se sale al corredor al atardecer, pues en él pululan los mandriles, que tratarán de apoderarse de cuanto les llame la atención.
Los elefantes y los búfalos suelen aparecer en el claro a cualquier hora del día, para beber y lamer la sal que se les ha puesto allí. A veces estremecen el hotel al rascarse el lomo en los troncos de higueras silvestres y en los pilotes. Pero el verdadero espectáculo comienza después de la puesta del Sol, cuando se encienden luces de 1000 vatios que semejan luz de luna artificial. Entonces acuden las grandes manadas salvajes, y también jabalíes, rinocerontes, leopardos, hienas antílopes y otros muchos animales más pequeños. El desfile dura toda la noche.
El comportamiento de los animales en su hábitat es motivo de continuas sorpresas. Es difícil, por ejemplo, lograr que los avestruces se aparten de la carretera. En vez de hacerlo, corren durante kilómetros delante del automóvil a una velocidad de 50 k.p.h. o más. Los elefantes adultos duermen de pie, y a veces se apoyan unos en otros o contra grandes árboles. Pastan 22 horas al día y a menudo emiten un barrito lo bastante fuerte para que pueda confundirse con un trueno. En el lago Manyara (casi todo él en la región de Tanzania) muchos leones se tienden en las ramas cuan largos son, a dormir la siesta como gatos, y dejan las patas colgando.
Aunque en los campos de Kenia abunda la caza mayor, verla es cuestión de suerte. En nuestra gira por los parques y el gran valle del Rift, escarpa de 600 metros de profundidad que divide el continente, hallamos grandes rebaños de cebras y antílopes, manadas numerosas de elefantes, jirafas y la mayor parte de las restantes especies de la fauna de África Oriental. Pero unos amigos míos que hicieron el mismo recorrido una semana más tarde, vieron muy pocos. El hecho de que tantos animales puedan desaparecer tan rápidamente de estos vastos valles y llanuras es uno de los misterios indescifrables del país.
El lugar donde se puede estar absolutamente seguro de encontrar caza mayor es el cráter del Ngorongoro, en Tanzania. Esa gran hondonada verde de 19 kilómetros de anchura, rodeada de escarpadas paredes de 600 metros de altura, cuajadas de orquídeas silvestres, es una de las maravillas del mundo; un parque zoológico natural por cuyas selvas deambulan casi todos los animales de las llanuras africanas.
La cámara fotográfica capta una jirafa en la reserva de fauna Masai Amboseli (Kenia). Foto: Bruce Coleman, Inc.
EL PASEO FINAL
La tentación de escalar el Kilimanjaro fue grande al terminar el safari. Aunque más elevado que el monte Blanco de los Alpes, parece fácil de conquistar, pues tiene laderas de suave pendiente. Pero el soroche o mal de montaña, efecto de la falta de oxígeno, desanima a muchos alpinistas, como me ocurrió a mí. Mientras uno asciende paso a paso, jadeante, los porteadores, que llevan a la espalda cargas de más de 20 kilos, ríen y charlan. Despreciando la chaqueta de lana con capucha, las botas de cuero y los anteojos para la nieve que gastan los montañeros, sólo llevan puestos delgados suéteres, no se cubren las musculosas piernas, y en los pies no se ponen más protección que unas sandalias. ¡Es muy humillante para el turista!
El principal safari del África Oriental es todavía la partida de caza, que se hace con un Land-Rover y un camión. Pero la ley ordena que cada grupo de cuatro turistas debe ir acompañado por dos cazadores profesionales con licencia y una docena de ayudantes aborígenes. ¿El costo? Alrededor de 15.000 dólares por 30 días (la cuota de 500 dólares diarios se reduce a 350 si se va solamente a tomar fotografías). Pero además hay propinas, permisos, rifles, municiones y derechos (pagaderos por adelantado y no rembolsables) por cada animal que se espere matar, derechos que llegan a 350 dólares por un rinoceronte. Los participantes cuentan con ropa limpia todos los días, tiendas de campaña, camas con colchones y ducha caliente y fría. La comida se sirve en una mesa puesta con mantel, cubiertos y velas; un radioteléfono de onda corta permite a los turistas comunicarse con sus oficinas. La palabra del cazador es ley, como si se tratara del capitán de un barco, y puede suspender la partida en cualquier momento, si alguien se niega a obedecerle, bebe demasiado o se muestra inexperto en el uso del arma.
Aunque los safaris de caza están por encima de mis recursos, pensé poder unirme a uno durante dos o tres días, pues supe que un guía veterano se disponía a dirigir una partida.
—¿Qué piensan ustedes cazar? —le pregunté— ¿Elefantes? ¿Rinocerontes? ¿Leones?
—¡Mariposas! —exclamó después de vaciar de un trago su vaso de whisky— ¡Voy a guiar un safari de cazadores de mariposas!
Era una triste perspectiva para un hombre considerado el mejor rastreador de caza mayor del África.