LAS LLAVES DE DICIEMBRE (Roger Zelazny)
Publicado en
agosto 18, 2016
NACIDO de hombre y mujer, de acuerdo con la indicación Gatoforme Y7, Clase Mundofrío (modificado por Alyonal), 3.2-T, opción de MGSA, Jarry Dark no estaba hecho para existir en ninguna parte del universo que le había garantizado un nicho. Eso podía ser tanto una bendición como una maldición; dependía de cómo se lo mirase.
Así que, mirémoslo como lo miremos, ésta es la historia:
Es probable que sus padres le hubieran podido proporcionar la unidad de control de temperatura, pero no mucho más. (Jarry necesitaba una temperatura de por lo menos -50° C para estar cómodo.)
Es improbable que sus padres le hubieran podido proporcionar el equipo de control de presión atmosférica y de mezcla de gas necesario para mantenerlo vivo.
Nada se podía hacer para simularle 3,2 gravedades terrestres, y por lo tanto necesitaba todos los días medicamentos y fisioterapia. Es improbable que sus padres le hubieran podido proporcionar tantas cosas.
Sin embargo, la muy criticada opción se encargaba de todo eso. Velaba por su salud. Se preocupaba por su educación. Aseguraba su prosperidad económica y su bienestar físico.
Podríamos razonar que si no fuera por Minería General, SA, que tenía la opción, Jarry Dark no habría sido nunca un desvalido gatoforme de mundofrío (modificado por Alyonal). Pero entonces deberíamos tener en cuenta que nadie podría haber previsto la nova que destruyó a Alyonal.
Cuando sus padres se presentaron en el Centro de Planificación Familiar de Salud Pública a pedir consejo y medicación para la posible prole, les dieron una lista de los mundos disponibles y de las necesidades que había para esos mundos en cuanto a formas corporales. Entre todos los mundos seleccionaron el planeta Alyonal, que acababa de ser comprado por Minería General para la explotación mineral. Sabiamente, eligieron la opción; es decir, firmaron un contrato por anticipado a favor de su futuro hijo (que sería totalmente apto para habitar ese mundo), en el cual aceptaban que trabajara como empleado de Minería General hasta la mayoría de edad: a partir de ese momento quedaría en libertad para marcharse y buscar empleo donde quisiera (aunque, en verdad, no tenía mucho para elegir). A cambio de esa concesión, Minería General aceptaba asegurarle salud, educación y una buena posición económica mientras estuviera en la empresa.
Cuando Alyonal se incendió y desapareció, los gatoformes de mundofrío que dependían de la opción, diseminados por toda la atestada galaxia, eran en virtud del contrato pupilos de Minería General.
Por eso Jarry creció en un cuarto herméticamente cerrado, con control atmosférico y de temperatura, y por eso recibió educación de primera en circuito cerrado, junto con la fisioterapia y los medicamentos. Por eso también se parecía un poco a un ocelote gris, sin cola; por eso tenía una membrana entre los dedos y no podía salir a mirar el tráfico sin ponerse un traje de refrigeración presurizado y sin tomar algunos remedios adicionales.
A lo largo de toda la pululante galaxia la gente buscaba el consejo de los Centros de Planificación Familiar de Salud Pública, y eran muchos los que habían hecho la misma elección que los padres de Jarry. Veintiocho mil quinientos sesenta y seis, para ser exactos. En cualquier grupo de veintiocho mil quinientos sesenta y seis hay, necesariamente, algunos individuos talentosos. Jarry era uno de ellos. Tenía el don de ganar dinero. Invertía casi todo el cheque de su pensión de Minería General en acciones de naturaleza especulativa, muy bien elegidas. (De hecho, luego de un tiempo llegó a poseer buena parte de las acciones de Minería General.)
Cuando apareció el hombre de la Unión Galáctica de Libertades Civiles interesándose por los contratos prenatales comprendidos en la opción y explicando que los gatoformes de Alyonal serían muy adecuados para una acción de ensayo (sobre todo porque los padres de Jarry vivían dentro de la jurisdicción del Circuito 877, donde existía la seguridad de un clima de tribunal favorable), los padres de Jarry no aceptaron colaborar, por temor a arriesgar la pensión de Minería General. Más tarde hasta el propio Jarry estuvo de acuerdo con esa decisión de los padres. Una sentencia favorable no lo transformaría en normoforme de tipo terrestre, y cualquier otra cosa ¿qué sentido podría tener? No era vengativo. Además, a esas alturas poseía una considerable cantidad de acciones de MG.
Haraganeaba y ronroneaba en su tanque de metano; lo cual significaba que estaba pensando. Mientras ronroneaba y pensaba, hacía funcionar su criocomputadora. Estaba computando el capital neto de todos los gatoformes del recientemente organizado Club de Diciembre.
Dejó de ronronear y estudió un subtotal, se desperezó, meneó despacio la cabeza. Luego volvió a los cálculos.
Cuando terminó dictó un mensaje por el tubo parlante a Sanza Barati, presidente de Diciembre y prometida suya:
Queridísima Sanza:
Los fondos disponibles, como sospechaba, dejan mucho que desear. Más razón para empezar inmediatamente. Hazme el favor de presentar la propuesta a la comisión de negocios; háblales de mis cualidades y busca una aprobación inmediata. Terminé de redactar el balance general para los socios. (Adjunto copia.) Según esos números, necesitaré entre cinco y diez años si me respalda por lo menos el ochenta por ciento de los socios. Ánimo y fuerza, amor. Me gustaría conocerte algún día, en un sitio donde el cielo sea púrpura.
Tuyo, siempre, Jarry Dark, Tesorero.
P D. Me gusta que te haya gustado el anillo.
Dos años más tarde Jarry había duplicado el capital neto de Diciembre, SA.
Y un año y medio después lo había vuelto a duplicar.
Cuando recibió esta carta de Sanza, al año siguiente, subió al trampolín, saltó al aire, aterrizó de pie en el otro extremo del tanque, regresó junto al visor y la pasó de nuevo:
Querido Jarry:
Adjunto especificaciones y precios para otros cinco mundos. Al personal de investigación le gusta el último. A mí también. ¿Tú qué piensas? ¿Alyonal II? En ese caso, ¿qué te parece el precio? ¿Cuándo podríamos disponer de esa suma? Los investigadores también dicen que cien unidades cambiamundos lo podrían alterar hasta conseguir lo que queremos en cinco o seis siglos. Pronto te enviaré los costos de esa maquinaria.
Ven a vivir conmigo y sé mi amor en un sitio donde no hay paredes...
Sanza.
« ¡Un año —respondió Jarry—, y te compraré un mundo! Rápido, los costos de maquinaria y transporte...»
Cuando llegaron los números Jarry lloró lágrimas heladas. Cien máquinas para alterar el ambiente de un mundo, más veintiocho mil tanques de sueñofrío, más costos de transporte de la maquinaria y las personas, más... ¡Demasiado caro! Hizo un cálculo rápido.
Habló por el tubo parlante:
«...Quince años más es mucho esperar gatita. Diles que calculen cuánto tiempo necesitaríamos para transformar este sitio si compráramos sólo veinte unidades cambiamundos.
Cariños y besos, Jarry.»
Durante los días siguientes, Jarry anduvo todo el tiempo de arriba para abajo, primero de pie, luego en cuatro patas, según el estado de ánimo.
«Aproximadamente tres mil años —fue la respuesta—. Que tu pelaje sea siempre brillante...
Sanza.»
«Pongámoslo a votación, Ojosverdes», dijo Jarry.
¡Rápido, un mundo en trescientas palabras o menos! Imaginemos esto...
Una masa de tierra con tres mares negros y de aspecto salobre; llanuras grises y llanuras amarillas y cielos del color de la arena seca; bosques chatos con árboles como hongos que han sido frotados con yodo; ninguna montaña, sólo colinas pardas, amarillas, blancas, alhucema; pájaros verdes con alas como paracaídas, picos como hoces, plumas como hojas de roble, y atrás un paraguas vuelto del revés; seis lunas muy distantes, como puntos delante de los ojos durante el día, copos de nieve por la noche, gotas de sangre al crepúsculo y al alba; hierba como mostaza en los valles más húmedos; niebla como fuego blanco en las mañanas sin viento, serpientes albinas cuando se mueve el aire; grietas radiadas como roturas en cristales de ventanas; cavernas ocultas como cadenas de oscuras burbujas; diecisiete peligrosos depredadores conocidos, de uno a seis metros de largo, con demasiada piel y demasiados colmillos; granizadas repentinas como cardúmenes de peces martillo que saltan desde un cielo despejado; un casquete de hielo como una boina azul en cada polo; nerviosos bípedos de un metro y medio de estatura, escasos de cerebro, que vagan por los bosques chatos y que devoran la larva de la oruga gigante, además de la oruga gigante, el pájaro verde, el horadador ciego y la lóbrega bestia carroñera; diecisiete caudalosos ríos; nubes como preñadas vacas purpúreas que rápidamente atraviesan la tierra para parir detrás del este visible; piedras azotadas por el viento como música congelada; noches como hollín que oscurecen las estrellas menores; valles con curvas como torsos de mujer o instrumentos de música; escarcha perpetua en los sitios de sombra; sonidos por la mañana como el crujido del hielo, el temblor de la hojalata, el chasquido de cables de acero...
Sabían que transformarían todo eso en un paraíso.
Llegó la vanguardia, desembarcaron los trajes de refrigeración, montaron diez unidades cambiamundos en cada hemisferio, comenzaron a instalar tanques de sueñofrío en varias de las cavernas más grandes.
Después, de un cielo color arena, llegaron los socios de Diciembre.
Llegaron y echaron una mirada y decidieron que casi era el paraíso; luego entraron en las cavernas y se durmieron. Más de veintiocho mil gatoformes de mundofrío (modificados por Alyonal) llegaron a ese mundo para dormir durante una estación, en silencio, el sueño de hielo y de piedra, para heredar el nuevo Alyonal. En ese sueño no hay ensueños. Pero aunque los hubiera, esos ensueños serían como los pensamientos de los que aún estaban despiertos.
—Es amargo, Sanza.
—Sí, pero sólo durante algún tiempo...
—Tenernos el uno al otro, un mundo propio, y sin embargo movernos como buzos en el fondo del mar. Tener que arrastramos cuando queremos saltar...
—Es sólo por un tiempo corto, Jarry; eso nos lo dirán los sentidos.
— ¡Pero son de veras tres mil años! Pasará una edad glacial mientras dormitamos. Nuestros antiguos mundos cambiarán tanto que no podríamos reconocerlos si volviéramos a visitarlos, y nadie nos recordará.
— ¿Visitar qué? ¿Nuestras antiguas celdas? ¡Sólo me importa esto! ¡Que las tierras que nos dieron vida nos olviden! Somos un pueblo aparte, y hemos encontrado nuestro mundo. Lo demás ¿a quién le interesa?
—Es cierto... Es poco tiempo, y además compartiremos los turnos de vigilia y de vigilancia.
— ¿Cuándo será el primero?
—Dentro de dos siglos y medio: tres meses de vigilia.
— ¿Cómo será el mundo entonces?
—No lo sé. Menos cálido.
—Durmamos entonces. Mañana será un día mejor.
—Sí.
— ¡Oh! ¡Mira el pájaro verde! Flota como un sueño...
Cuando despertaron esa primera vez se quedaron dentro de la instalación cambiamundos en el sitio llamado Tierramuerta. El mundo era ya más frío, y en los bordes del cielo había un tinte rosa. Las paredes metálicas de la enorme instalación eran negras, y estaban cubiertas de escarcha. La atmósfera era todavía letal, y la temperatura demasiado elevada. Pasaban la mayor parte del tiempo en sus habitaciones especiales; sólo se aventuraban afuera cuando tenían que hacer algún experimento necesario, o para inspeccionar la estructura de la vivienda.
Tierramuerta... Rocas y arena. Ningún árbol, ninguna huella de vida.
La época de los vientos terribles estaba todavía sobre la tierra, y el mundo luchaba contra los campos de las máquinas. De noche, unas inmensas nubes se deslizaban por el suelo esculpiendo las piedras, y cuando se iban los vientos el desierto brillaba como si lo acabaran de pintar, y las piedras se erguían como llamas en la mañana y su canto. Después que el sol subía en el cielo y flotaba allí un momento, los vientos comenzaban otra vez a soplar, y la niebla parda caía otra vez sobre el mundo como un telón. Cuando partían los vientos de la mañana, Jarry y Sanza observaban la Tierramuerta por la ventana este de la instalación —la del tercer piso—, que era su favorita; allí la piedra que parecía un retorcido normoforme les hacía señas, y se tendían sobre el canapé verde que habían subido del primer piso y a veces hacían el amor mientras escuchaban cómo se levantaba el viento, o Sanza cantaba y Jarry escribía en el diario, o lo releía, la letra de amigos y desconocidos a través de los siglos, y a menudo ronroneaban pero nunca reían, porque no sabían reír.
Una mañana, mientras miraban, vieron una de las criaturas bípedas de los bosques de yodo caminando por la tierra. La criatura cayó varias veces, se incorporó, continuó, cayó otra vez y quedó inmóvil.
— ¿Qué estará haciendo tan lejos de su casa? —preguntó Sanza.
—Está muriendo —dijo Jarry—. Salgamos.
Atravesaron un andén, bajaron al primer piso, se pusieron los respectivos trajes protectores y salieron de la instalación.
La criatura se había levantado otra vez, y caminaba tambaleándose. Le cubría el cuerpo un vello rojizo, tenía ojos oscuros, nariz larga y ancha, y carecía de verdadera frente. Tenía cuatro dedos cortos con uñas afiladas en cada mano y cada pie.
Cuando los vio salir de la unidad cambiamundos se detuvo y los miró. Luego se desplomó.
Jarry y Sanza se acercaron y la estudiaron.
La criatura los siguió observando, los ojos oscuros muy abiertos, temblando.
—Morirá si la dejamos aquí —dijo Sanza.
—...Y morirá si la llevamos dentro —dijo Jarry.
La criatura alzó un brazo hacia ellos, y lo volvió a dejar caer. Los ojos se le encogieron, luego se cerraron. Jarry se acercó un poco más y la tocó con la punta de la bota. No hubo ninguna reacción. —Está muerta —dijo.
— ¿Qué hacemos?
—La dejamos aquí. La arena la tapará.
Regresaron a la instalación y Jarry anotó el suceso en el diario.
Durante el último mes de servicio, Sanza le preguntó:
— ¿Todo morirá aquí, menos nosotros? ¿Los pájaros verdes y los grandes depredadores? ¿Los extraños arbolitos y las orugas peludas?
—Espero que no —dijo Jarry—. He estado leyendo las notas que dejaron los biólogos. Pienso que la vida puede adaptarse. Después que comienza en un sitio, hace todo lo posible para continuar adelante. Quizá sea una suerte para las criaturas de este planeta que sólo hayamos podido comprar veinte cambiamundos. De ese modo tienen tres milenios para desarrollar más pelo y aprender a respirar nuestro aire y a beber nuestra agua. Con cien unidades las habríamos exterminado, y tendríamos que importar criaturas para mundofrío, o criarlas. De este modo, las que sobrevivan quizá no tengan problemas luego.
—Es curioso —dijo Sanza—, pero se me acaba de ocurrir que estamos haciendo aquí exactamente lo mismo que nos hicieron a nosotros. Nos crearon para Alyonal, y una nova se lo llevó. Estas criaturas nacieron en este lugar, y nosotros se lo estamos robando. Simplemente transformamos toda la vida de este planeta en lo que éramos nosotros en nuestros antiguos mundos: inadaptados.
—Hay una diferencia, sin embargo —dijo Jarry—; nosotros nos tomamos nuestro tiempo, y les damos una oportunidad para que se acostumbren a las nuevas condiciones.
—A pesar de todo, la sensación que yo tengo es de que el mundo se está transformando en eso —señaló hacia la ventana—: en una inmensa Tierramuerta.
—La Tierramuerta ya estaba aquí antes de que nosotros llegáramos. No hemos creado nuevos desiertos.
—Todos los animales van hacia el sur. Los árboles mueren. Cuando ya no puedan continuar más hacia el sur y la temperatura siga bajando, y el aire siga quemándoles los pulmones, entonces todo habrá terminado para ellos.
—Para ese entonces quizá se hayan adaptado. Los árboles están creciendo, desarrollando cáscaras más gruesas. La vida triunfará.
—Tengo dudas...
—¿Preferirías dormir hasta que todo haya pasado?
—No; quiero estar a tu lado, siempre.
—Entonces tendrás que resignarte al hecho de que el cambio siempre hace daño en algún sitio. Si aceptas eso, no te harás daño a ti misma.
Luego escucharon cómo se levantaban los vientos.
Tres días más tarde, en la quietud del crepúsculo, entre los vientos del día y los vientos de la noche, Sanza lo llamó a la ventana. Jarry subió al tercer piso y se acercó a ella. Los pechos de Sanza eran rosados a la luz del crepúsculo, y debajo había sombras plateadas. La piel de los hombros y las ancas era como un aura de humo. En su cara no había ninguna expresión, y sus ojos grandes y verdes miraban en otra dirección.
Jarry miró hacia afuera.
Caían los primeros copos, azules e inmensos, a través de la luz rosada. Flotaban pasando por delante del pétreo y torcido normoforme; algunos se adherían a la gruesa ventana de cuarzo; caían sobre el desierto y quedaban allí como capullos de cianuro; cuando llegaron los primeros soplos de los vientos terribles, empezaron a girar en remolinos. Allá arriba se habían juntado unas nubes oscuras, y de ellas bajaban cables y redes azules. Ahora los copos pasaban por delante de la ventana como mariposas, y el perfil de Tierramuerta parpadeaba apareciendo y desapareciendo. El rosa se apagó, y cuando llegaron a los oídos de ellos los primeros suspiros de la noche, y las oleadas de copos (ahora de color añil) empezaron a moverse no vertical sino horizontalmente, todo se volvió azul, un azul cada vez más oscuro.
«La máquina está callada —escribió Jarry—. A veces imagino que oigo voces dentro del zumbido constante, de los ocasionales gruñidos y los fuertes chasquidos. Estoy solo aquí en la estación de Tierramuerta. Han pasado cinco siglos desde nuestra llegada. Pensé que lo mejor era dejar que Sanza durmiera durante esta guardia; me pareció que las perspectivas podían ser demasiado heladas. (Lo son.) Seguramente se pondrá furiosa. Esta mañana, cuando todavía no había despertado del todo, me pareció oír las voces de mis padres en el cuarto de al lado. No entendía las palabras. Sólo oía los sonidos de las voces, como cuando los oía por el viejo intercomunicador. A estas alturas deben de estar muertos, a pesar de todos los cuidados geriátricos. Me pregunto si habrán pensado mucho en mí después de mi partida. Ni siquiera pude estrecharle la mano a mi padre sin el guante, o despedirme de mi madre con un beso. Es extraña la sensación de estar aquí tan solo, oyendo nada más que los latidos de estas máquinas mientras reordenan las moléculas de la atmósfera, refrigeran el mundo, aquí en el centro del sitio azul. Tierramuerta. Eso a pesar de que crecí en una cueva de acero. Llamo a las otras diecinueve estaciones todas las tardes. Tengo miedo de estar molestando demasiado. Mañana, o pasado mañana, no llamaré.
»Esta mañana salí un momento sin el equipo de refrigeración. Todavía hace un calor mortal. Tragué una bocanada de aire y me sofoqué. Nuestro día está todavía lejano. Pero noto una diferencia desde la última vez que probé, hace doscientos cincuenta años. ¿Cómo será esto cuando terminemos? Y yo; ¡un economista! ¿Qué función podré cumplir en el nuevo Alyonal? Cualquiera, mientras Sanza sea feliz...
»El cambiamundos tartamudea y gime. Hasta donde llega mi vista toda la tierra es azul. Las piedras están todavía en pie, pero sus formas no son las mismas que recuerdo. El cielo es ahora totalmente rosa, y se vuelve casi castaño por la mañana y al atardecer. Creo que es en realidad del color del vino, pero como nunca he visto vino no puedo estar seguro. Los árboles no han muerto. Son más duros. Tienen cáscara más gruesa, hojas más oscuras y más grandes. Me dijeron que ahora son mucho más altos. No hay árboles en Tierramuerta.
»Las orugas viven todavía. Tengo entendido que son mucho más grandes, pero porque ahora tienen más lana. Parece que muchos de los animales ya tienen pieles más gruesas. Algunos, evidentemente, se han puesto a invernar. Una cosa extraña: la Estación Siete informó que pensaban que los bípedos tenían más vello. Todo indica hay una buena cantidad en esa zona, y los ven a lo lejos muy a menudo. Aparentemente son más velludos. Sin embargo, al observarlos más de cerca, ¡descubrieron que algunos llevaban o iban envueltos en pieles de animales muertos! ¿Será que son más inteligentes de lo que pensamos? Es casi imposible, pues el Equipo Biológico los examinó cuidadosamente antes de poner en marcha las máquinas. Sin embargo, es muy extraño.
»Los vientos son todavía fuertes. De vez en cuando oscurecen el cielo con cenizas. Al sudeste de aquí ha habido una considerable actividad volcánica. A causa de eso fue cambiada de sitio la Estación Cuatro. Ahora oigo cantar a Sanza, dentro de los sonidos de la máquina. La próxima vez la dejaré despertar. Para ese entonces las cosas ya estarán más asentadas. No, eso no es cierto. Es egoísmo. La quiero aquí, junto a mí. Me siento como si fuera el único ser viviente en el mundo. Las voces de la radio son fantasmas. El reloj hace un ruidoso tictac, y los silencios entre los tictacs son cubiertos por el zumbido de la máquina, que también es otra clase de silencio, porque es constante. A veces pienso que no está allí; escucho, fuerzo los oídos, y no sé si hay o no un zumbido. Verifico entonces los indicadores, que me aseguran que la máquina funciona. ¿Y si los indicadores anduvieran mal? Pero parece que no hay ningún desperfecto. No. Soy yo. Y el azul de Tierramuerta es una especie de silencio visual. Por la mañana hasta las rocas están cubiertas de escarcha azul. ¿Es eso hermoso o feo? No tengo respuesta. Es parte del gran silencio, nada más. Quizá me convierta en un místico. Quizá desarrolle poderes ocultos o alcance algo brillante y liberador mientras estoy aquí sentado en el centro del gran silencio. Quizá vea visiones. Ya oigo voces. ¿Habrá fantasmas en Tierramuerta? No, aquí nunca hubo nada de lo que pudiese haber salido un fantasma. Excepto quizá del pequeño bípedo. ¿Por qué habrá atravesado la Tierramuerta? ¿Por qué habrá ido hacia el centro de la destrucción y no hacia el otro lado, como los suyos? Nunca lo sabré. A menos que tenga una visión. Creo que es hora de levantarse y salir a dar un paseo. Los casquetes polares son más gruesos. La congelación ha comenzado. Pronto, pronto, todo mejorará. Pronto acabará el silencio: ésa es mi esperanza. Me pregunto, sin embargo, si el silencio no será el verdadero estado de cosas en el universo, y si nuestros pequeños ruidos no servirán solamente para acentuarlo, como una pequeña mancha negra en un desierto azul. En un tiempo todo fue silencio, y silencio volverá a ser; o es, quizá. ¿Oiré alguna vez sonidos verdaderos, o serán siempre sonidos que salen del silencio? Sanza canta otra vez. Ojalá pudiera despertarla ahora para que caminara conmigo aquí afuera. Está empezando a nevar.»
Jarry volvió a despertar en la víspera del milenio:
Sanza sonrió, y tomó la mano de Jarry entre las suyas y la acarició, mientras él le explicaba por qué la había dejado dormir, mientras se disculpaba.
—Claro que no estoy enojada —dijo Sanza—, teniendo en cuenta que yo hice lo mismo contigo en el último ciclo.
Jarry alzó la vista y la miró, y sintió que en ese momento empezaba la comprensión.
—No lo volveré a hacer —dijo Sanza—, y sé que tú no podrías hacerlo. La soledad es casi insoportable.
—Sí —respondió Jarry.
—La última vez nos calentaron y nos revivieron a los dos. Yo desperté antes y les dije que te volvieran a dormir. En ese momento estaba furiosa; acababa de darme cuenta de lo que habías hecho. Pero tantas veces tuve deseos de que estuvieses allí conmigo que pronto se me fue el enojo.
—Estaremos juntos —dijo Jarry.
—Sí, siempre.
Tomaron un volador desde la cueva del sueño hasta la instalación cambiamundos en Tierramuerta, donde relevaron a los otros encargados y mudaron el nuevo canapé al tercer piso.
El aire de Tierramuerta era sofocante, pero ahora podía ser respirado durante períodos cortos, aunque a esos experimentos seguía invariablemente un dolor de cabeza. El calor era todavía opresivo. La roca que en otro momento había parecido un normoforme haciendo señas, había perdido su perfil característico. Los vientos ya no eran tan fuertes.
El cuarto día encontraron algunas huellas de animales que aparentemente pertenecían a uno de los depredadores más grandes. Sanza se alegró, pero después pasó otra cosa que sólo les causó perplejidad.
Una mañana salieron a caminar por Tierramuerta.
A menos de cien pasos de la instalación encontraron tres de las orugas gigantes, muertas. Estaban rígidas, más secas que congeladas, rodeadas por hileras de huellas en la nieve. Esas huellas, que llegaban hasta el lugar y se alejaban otra vez, eran imprecisas, oscuras.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Sanza.
—No lo sé, pero pienso que debemos fotografiar todo —dijo Jarry.
Eso hicieron. Cuando Jarry habló con la Estación Siete, esa tarde, se enteró de que los encargados de otras instalaciones se habían encontrado de vez en cuando con casos similares.
—No entiendo —dijo Sanza.
—Yo no quiero entender —dijo Jarry.
Durante la guardia de ellos no volvió a suceder nada parecido. Jarry anotó todo en el diario y escribió un informe. Luego se abandonaron al amor, a escuchar la radio, y a ocasionales noches de borrachera. Doscientos años antes, un bioquímico había dedicado el tiempo de su guardia a experimentar con mezclas, buscando algo que produjese en los gatoformes las mismas reacciones que el legendario whisky en los normoformes. Al fin lo consiguió, y pasó cuatro semanas de colosal borrachera; descuidó su guardia, lo relevaron y lo retiraron a su tanque, para que no pusiera en peligro la Espera. Sin embargo su fórmula, bastante simple, se había difundido, y Jarry y Sanza encontraron un bien provisto bar en el depósito, y un manual manuscrito que explicaba su uso y la variedad de mezclas que se podían conseguir. El autor del documento expresaba la esperanza de que cada guardia descubriera una nueva mezcla, de modo que cuando llegase su próximo ciclo el manual hubiese crecido hasta un tamaño proporcional a sus deseos. Jarry y Sanza trabajaron concienzudamente, y colmaron ese pedido con un Ponche Girasol que les calentó las tripas y les transformó los ronroneos en risitas, de modo que también descubrieran la risa. Celebraron el milenio con un tazón lleno, y Sanza insistió en llamar a todas las otras instalaciones y darles la fórmula en ese momento, para que todos pudieran compartir su alegría. Es posible que así lo hayan hecho, pues la receta fue muy bien recibida, Y aunque el tazón no era ya más que un recuerdo, conservaron siempre la risa. Así se trazan, a veces, las primeras y simples líneas de una tradición.
—Mueren los pájaros verdes —dijo Sanza, dejando a un lado el informe que estaba leyendo.
—¿Ah, sí? —dijo Jarry.
—Aparentemente ya no se pueden adaptar más —agregó Sanza.
—Qué lástima —dijo Jarry.
—Tengo la impresión de que ni siquiera hemos pasado aquí un año. En realidad han sido mil.
—El tiempo vuela —dijo Jarry. —Tengo miedo —dijo Sanza.
—¿De qué?
—No lo sé. Tengo miedo, nada más.
—¿Por qué?
—Por vivir como hemos vivido, supongo. Dejando pequeños pedazos de nosotros mismos en diferentes siglos. Hace sólo unos pocos meses, si la memoria no me falla, este sitio era un desierto. Ahora es un témpano de hielo. Se abren y se cierran grietas. Aparecen y desaparecen desfiladeros. Se secan y brotan nuevos ríos. Todo es tan fugaz. Las cosas parecen sólidas, pero ahora tengo miedo de tocarlas. Pueden desaparecer. Pueden volverse humo, y mi mano seguirá tendida, sin tocar nada... Tocando a Dios, quizá. O no tocándolo, lo que es todavía peor. Nadie sabe con seguridad cómo será este sitio cuando todo haya concluido. Viajamos hacia un país desconocido, y es demasiado tarde para volver atrás. Caminamos dentro de un sueño, hacia una idea... A veces echo de menos mi celda... y las máquinas que me cuidaban. Quizá es que no puedo adaptarme. Quizá soy como el pájaro verde...
—No, Sanza. Eso no es cierto. Somos seres verdaderos. Pase lo que pase ahí afuera, nosotros viviremos. Todo cambia porque nosotros queremos que cambie. Somos más fuertes que este mundo, y lo vamos a estrujar, lo vamos a pintar y agujerear hasta que sea exactamente lo que queremos. Luego lo cubriremos de ciudades y de niños. ¿Quieres ver a Dios? Mírate en el espejo. Dios tiene orejas puntiagudas y ojos verdes. Tiene el cuerpo cubierto de pelusa suave y gris. Cuando alza Su mano, entre Sus dedos se ve una membrana.
—Es bueno sentirte tan fuerte, Jarry.
—Salgamos a dar una vuelta en el trineo.
—Bueno.
Pasaron el día en Tierramuerta, yendo de arriba abajo entre piedras oscuras que parecían nubes en otro cielo.
Mil doscientos cincuenta años.
Ahora respiraban sin aparatos un tiempo corto.
Ahora todos los pájaros verdes estaban muertos.
Ahora empezaba a ocurrir algo extraño e inquietante.
Los bípedos llegaban de noche, hacían marcas en la nieve y dejaban dentro de ellas animales muertos. Sucedía con más frecuencia que en el pasado. Los bípedos recorrían largas distancias para hacer eso, y muchos llevaban los hombros cubiertos por una piel que no era la propia.
Jarry buscó en los archivos de la historia informes sobre las criaturas.
—Éste habla de luces en el bosque —dijo—. Estación Siete.
— ¿Qué...?
—Fuego —dijo Jarry—. ¿Qué pasaría si descubrieron el fuego?
— ¡Entonces no serían bestias!
— ¡Pero lo eran!
—Ahora llevan ropas. Lo que hacen es algún tipo de sacrificio para nuestras máquinas. Ya no son bestias.
— ¿Cómo habrán llegado a esto?
— ¿Tú qué piensas? Nosotros somos los culpables. Quizá serían todavía... animales, animales estúpidos, si nosotros no los hubiéramos obligado a volverse inteligentes para seguir viviendo. Hemos acelerado su evolución. Tenían que adaptarse o morir, y se adaptaron.
— ¿Crees que igual habría sucedido, si nosotros no hubiéramos llegado a este lugar? —preguntó Jarry.
—Tal vez... algún día. Tal vez no.
Jarry se acercó a la ventana, miró hacia Tierramuerta.
—Necesito estar seguro. Si son inteligentes, si son... humanos, como nosotros —dijo, y se rio—, entonces deberemos tenerlos en cuenta.
— ¿Tú qué propones?
—Localizar algunas de las criaturas. Ver si nos podemos comunicar con ellas.
— ¿No se ha intentado ya?
—Sí.
— ¿Y qué pasó? —Nada demasiado concluyente. Algunos aseguran que poseen bastante inteligencia. Otros los sitúan muy por debajo del umbral donde comienza lo humano.
—Quizá estemos haciendo algo terrible —dijo Sanza—. Creando hombres y luego destruyéndolos. Una vez que yo me sentía mal me dijiste que éramos los dioses de este mundo, y que el poder de decidir y transformar era nuestro. Ese poder es nuestro, pero no me siento especialmente divina. ¿Qué podemos hacer? Han llegado hasta aquí, pero ¿crees que podrán soportar los cambios del camino que aún nos falta recorrer? ¿Qué pasa si son como los pájaros verdes? ¿Qué pasa si han usado ya toda su elasticidad y todo su poder de adaptación, pero eso es insuficiente? ¿Qué haría un dios?
—Lo que quisiera —dijo Jarry.
Ese día atravesaron Tierramuerta en el volador, pero no vieron más señales de vida que ellos mismos. Continuaron buscando en los días siguientes, pero sin éxito.
Sin embargo, dos semanas más tarde, bajo el púrpura de la mañana, ocurrió.
—Han estado aquí —dijo Sanza.
Jarry fue hasta el frente de la instalación y miró hacia afuera.
La nieve estaba quebrada en varios sitios, grabada con las rayas que ya había visto antes, rodeando la forma de una pequeña bestia muerta.
—No pueden haberse alejado mucho —dijo.
—No.
—Buscaremos con el trineo.
Sobre la nieve, hacia afuera, en la tierra llamada Muerta, salieron a investigar: Sanza al volante, Jarry observando las hileras de huellas en el azul.
Vagaron a través de la mañana, buscando fuego y violeta, y el viento pasaba junto a ellos como un río, y los envolvían sonidos como el crujido del hielo, el temblor de la hojalata, el chasquido de cables de acero. Las piedras cubiertas de escarcha azul se alzaban como música congelada, y la larga sombra del trineo, negra como la tinta, corría delante de ellos. Una lluvia de granizo les golpeaba de pronto el techo del vehículo, como una repentina visita de demonios bailarines, y desaparecía con la misma brusquedad. Tierramuerta descendía, volvía a subir.
Jarry puso una mano en el hombro de Sanza.
— ¡Allá!
Sanza asintió y empezó a frenar el trineo.
Lo tenían acorralado. Usaban garrotes y varas largas, de puntas que parecían endurecidas por el fuego. Le tiraban piedras. Le tiraban trozos de hielo.
De pronto retrocedieron, y mientras se movían los mató.
Los gatoformes le habían llamado oso porque era grande, velludo, y podía levantarse sobre las patas traseras...
Éste tenía unos tres metros y medio de largo, piel azulada y un hocico pelado y fino, como unas tenazas.
Cinco de las pequeñas criaturas yacían muertas en la nieve. Cada vez que lanzaba un zarpazo y acertaba, caía otra.
Jarry sacó la pistola de su compartimiento y examinó la carga.
—Acércate lentamente —le dijo a Sanza—. Voy a tratar de quemarle la cabeza.
No le acertó con él primer disparo: destrozó la roca que había detrás. Con el segundo le chamuscó el vello del pescuezo. Cuando pasaban junto a la bestia saltó fuera del trineo, puso el regulador de fuerza de la pistola en máximo y le disparó toda la carga directamente al pecho.
Él oso se puso rígido, se tambaleó, cayó: lo atravesaba un boquete, de lado a lado.
Jarry volvió la cabeza y miró las pequeñas criaturas. Las criaturas le devolvieron la mirada.
—Hola —dijo—. Me llamo Jarry. A ustedes los llamo, desde ahora, rojoformes...
Un golpe, desde atrás, lo derribó.
Rodó sobre la nieve; unas luces le bailaban delante de los ojos, los hombros eran un doloroso fuego.
Un segundo oso había salido del bosque de piedras. Jarry sacó el largo cuchillo de caza con la mano derecha y se levantó.
En el momento en que arremetía la criatura, Jarry se movió con la felina rapidez de su raza, saltando hacia arriba, y le hundió el cuchillo hasta la empuñadura en la garganta. El oso se estremeció, pero lanzó un zarpazo y Jarry volvió a caer, perdiendo el cuchillo.
Los rojoformes tiraban más piedras y corrían hacia allí con las varas afiladas.
Entonces se oyó un ruido sordo y un crujido; el oso subió en el aire y cayó sobre Jarry.
Jarry despertó.
Yacía boca arriba y le dolía el cuerpo, y parecía como si todas las cosas estuvieran latiendo, a punto de estallar.
No sabía cuánto tiempo había pasado.
Lo habían movido a él, o al oso.
Las pequeñas criaturas estaban agachadas, mirando.
Algunas miraban el oso. Algunas lo miraban a él. Algunas miraban el trineo roto...
El trineo roto...
Jarry hizo un esfuerzo, se levantó.
Los rojoformes retrocedieron.
Jarry se acercó al trineo y miró dentro.
Supo que estaba muerta cuando le vio el ángulo del cuello. Pero hizo de todos modos las cosas que una persona hace para estar segura antes de creerlo.
Sanza había descargado el golpe mortal, chocando el trineo contra la criatura, quebrándole el lomo. Con el golpe se había quebrado el trineo. Y también Sanza.
Jarry se apoyó contra los restos del vehículo, compuso la primera oración y luego sacó el cuerpo.
Los rojoformes miraban.
Alzó a Sanza en brazos y echó a andar por Tierramuerta, de vuelta hacia la instalación.
Los rojoformes siguieron mirando, todos menos el de la frente extrañamente alta, que se puso a estudiar el cuchillo que sobresalía de la velluda y humeante garganta de la bestia.
— ¿Qué hacemos?
—Es la primera de nuestra raza que muere en este mundo —dijo Yan Turl, vicepresidente.
—No hay tradición —dijo Selda Kein, secretaria—. ¿La incineraremos?
—No lo sé —dijo Jarry—. No sé qué es lo más adecuado.
—El entierro y la cremación parecen las opciones más naturales. ¿Cuál prefieres?
—El... No, el suelo no. La quiero yo. Necesito un volador grande... Yo la incineraré.
—Entonces déjanos construir una capilla.
—No. Es algo que tengo que hacer a mi manera. Prefiero hacerlo solo.
—Como quieras. Usa todo lo que necesites, en el momento que desees.
—Por favor, manden algún otro a atender la estación de Tierramuerta. Cuando termine esto quiero volver a dormir... hasta el próximo ciclo.
—Muy bien, Jarry. Lo sentimos.
—Sí... lo sentimos.
Jarry movió afirmativamente la cabeza, hizo un ademán, dio media vuelta y salió. Así se trazan, a veces, las líneas más duras de la vida. En el borde sur de Tierramuerta había una montaña azul. Tenía un poco más de tres mil metros de altura. Si uno se acercaba a ella desde el noroeste, hacía pensar en una ola congelada en un océano tan inmenso que no cabía en la imaginación. Unas nubes purpúreas se desgarraban contra su cima. En sus laderas era imposible encontrar un ser viviente. No tenía más nombre que el que le puso Jarry.
Jarry ancló el volador.
Llevó el cuerpo de Sanza hasta el punto más alto al que podía ser llevado un cuerpo.
La depositó allí, vestida con las ropas más finas; una ancha bufanda le ocultaba el cuello, un velo oscuro le cubría los inexpresivos rasgos. Estaba a punto de ensayar una oración cuando empezó a caer el granizo. Los trozos de hielo azul, como piedras arrojadas desde el cielo, lo golpearon a él, golpearon a Sanza.
— ¡Maldición! —gritó, y corrió al volador. Subió en el aire, dio una vuelta. Las ropas de Sanza aleteaban en el viento. El granizo era una cortina de abalorios azules.
Jarry apretó el gatillo, y en la ladera de la montaña que no había tenido nombre apareció una puerta al sol. Sanza desapareció por esa puerta; Jarry la agrandó hasta que la montaña quedó más baja.
Luego subió hacia la nube, y atacó la tormenta hasta descargar los cañones.
Entonces giró sobre la derretida meseta, en el borde sudeste de Tierramuerta.
Giró sobre la primera pira que había visto ese mundo.
Después partió a dormir en silencio, durante una estación, el sueño de hielo y de piedra, a heredar el nuevo Alyonal. En ese sueño no hay ensueños. Quince siglos. Casi la mitad de la Espera. Doscientas palabras o menos... Imaginemos: ...Diecinueve caudalosos ríos, pero en los mares negros hay ahora olas violáceas. ...Ningún bosque chato del color del yodo. Árboles altos y vigorosos, de cáscara lanuda, color naranja, limón, negro, hasta el horizonte.
...Grandes cadenas de montañas en el sitio de colinas pardas, amarillas, blancas, alhucema. Tirabuzones negros de humo que se desenroscan saliendo de conos encendidos.
...Flores de raíces que exploran la tierra veinte metros por debajo de los pétalos de mostaza abiertos entre la escarcha azul y las rocas. ...Horadadores ciegos que hacen cuevas más profundas; lóbregas bestias carroñeras que muestran ahora formidables incisivos y grandes hileras de molares; orugas gigantes cada vez más pequeñas pero en apariencia más grandes a causa de capas protectoras más espesas.
...Los contornos de los valles tienen todavía curvas como torsos de mujeres o instrumentos de música.
...Han desaparecido muchas de las piedras golpeadas por el viento, pero no la escarcha.
...Sonidos por la mañana como siempre, ásperos, frágiles, metálicos.
Sabían que estaban llegando al paraíso. Imaginemos eso.
El diario de Tierramuerta le decía todo lo que necesitaba saber. Pero también leyó los viejos informes.
Luego se preparó una bebida y miró por la ventana del tercer piso.
—...Moriré —dijo, y a continuación terminó la bebida, se puso el equipo y abandonó el puesto.
Tardó tres días en encontrar un campamento.
Aterrizó con el volador a cierta distancia y se acercó a pie. Estaba muy al sur de Tierramuerta, donde el aire era más caliente y le producía la sensación de que era difícil respirar.
Llevaban pieles de animales, pieles mejor cortadas y que protegían más, pieles atadas alrededor del cuerpo. Contó dieciséis techos de una sola agua y tres fogatas. Titubeó al notar los fuegos, pero continuó avanzando.
Cuando lo vieron dejaron de hacer ruido: se oyó un breve grito, y entonces todo quedó en silencio.
Jarry entró en el campamento.
A su alrededor, las criaturas no se movieron. Oyó un poco de bullicio dentro de la construcción grande, al final del claro.
Caminó por el campamento.
Del centro de un trípode de varas colgaba un trozo de carne seca.
Delante de cada vivienda había varias lanzas largas. Jarry se acercó y estudió una. En un extremo, como punta, habían atado una piedra gastada, con forma de hoja.
Había el perfil de un gato tallado en un trozo de madera...
Jarry sintió pasos y volvió la cabeza.
Uno de los rojoformes avanzaba lentamente hacia él. Parecía más viejo que los demás. Tenía los hombros caídos; cuando abrió la boca para emitir unos sonidos chasqueantes, Jarry vio que le faltaban algunos dientes; tenía pelo grisáceo y ralo. Llevaba algo en las manos, pero a Jarry le interesaron más las manos en sí.
Cada mano tenía un dedo oponible.
Jarry miró alrededor, estudiando las manos de los otros. Aparentemente todos tenían pulgares. Estudió su aspecto con más atención.
Ahora tenían frentes.
Volvió a fijarse en el rojoforme viejo.
El rojoforme le depositó algo a los pies y luego dio un paso atrás.
Jarry miró. Sobre una hoja grande había un pedazo de carne seca y un trozo de fruta.
Jarry recogió la carne, cerró los ojos, mordió, masticó y tragó. Envolvió el resto en la hoja y lo metió en un bolsillo lateral de las ropas.
Tendió la mano y el rojoforme retrocedió. Bajó la mano, desenrolló la manta que había llevado consigo y la extendió sobre el suelo. Se sentó, señaló al rojoforme y le indicó un sitio en el otro extremo de la manta.
La criatura vaciló, luego se adelantó y se sentó.
—Vamos a aprender a hablar entre nosotros —dijo Jarry lentamente. Luego se llevó una mano al pecho y dijo—: Jarry.
—Son inteligentes —dijo Jarry ante los ejecutivos de Diciembre, nuevamente despiertos—. Está todo en mi informe.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Yan Turl.
—No creo que puedan adaptarse. Han llegado muy lejos en muy poco tiempo. Pero no creo que puedan seguir mucho más. No creo que puedan recorrer todo el camino.
— ¿Acaso eres biólogo, o ecólogo, o químico?
—No.
—Entonces ¿en qué se funda tu opinión?
—Los observé de cerca durante seis semanas.
—En ese caso no tienes más que una sensación:..
—Saben que carecemos de expertos en este tipo de cosas. Es la primera vez que nos ocurre.
—Suponiendo que tengan inteligencia, suponiendo incluso que lo que has dicho de su poder de adaptación sea correcto, ¿qué propones?
—Retardar el cambio. Darles una mejor oportunidad. Si no pueden seguir el resto del camino, detenernos antes de llegar al final. El mundo ya es habitable. Nos podemos adaptar nosotros a lo que falta.
— ¿Retardarlo? ¿Cuánto?
—Tomarnos, digamos, otros siete u ocho mil años.
— ¡Imposible!
— ¡Absurdo!
— ¡Demasiado!
— ¿Por qué?
—Porque todos montamos guardia tres meses cada doscientos cincuenta años. Eso significa un año de tiempo personal por cada mil años. Nos pides demasiado tiempo.
— ¡Pero quizá esté en juego la vida de toda una raza!
—No lo sabes con seguridad.
—No, no lo sé. ¿Pero te parece que es algo con lo que podamos arriesgarnos?
— ¿Quieres ponerlo a votación del directorio?
—No... Ya sé que pierdo. Quiero ponerlo a votación de todos los socios.
—Imposible. Están todos durmiendo.
—Entonces despiértalos.
—Eso sería todo un operativo.
— ¿No crees que el destino de una raza justifica el esfuerzo, sobre todo si somos nosotros los culpables de su inteligencia? Nosotros la hicimos evolucionar, nosotros le echamos la maldición del intelecto.
— ¡Basta! Estaban en el umbral. Habrían llegado a ser inteligentes aunque nosotros no hubiéramos aparecido...
— ¡Pero no puedes estar seguro! No lo sabes, en realidad. Y no importa cómo llegamos a esta situación. Ellos están aquí, y nosotros estamos aquí, y piensan que somos dioses, quizá porque no les hemos traído más que desdicha. Sin embargo, tenemos ciertas responsabilidades frente a una raza inteligente: no aniquilarla, por ejemplo.
—Tal vez podríamos hacer un estudio de largo alcance...
—Para entonces quizá estén muertos. Propongo formalmente, en mi carácter de tesorero, que despertemos a todos los socios y sometamos el asunto a votación.
—No tomo en serio tu moción ni un segundo.
— ¿Shelda? —llamó Jarry.
Shelda apartó la mirada.
— ¿Tarebell? ¿Clond? ¿Bondici?
Hubo silencio a su alrededor en la caverna ancha y alta.
—Está bien. Sé cuando pierdo. Él día que lleguemos a nuestro Edén seremos nuestras propias serpientes. Ahora vuelvo a Tierramuerta, a completar mi turno de guardia.
—No es necesario. En realidad, quizá lo más acertado es que duermas hasta el final...
—No. Si vamos a hacer las cosas de este modo, yo también seré culpable. Quiero ver, y compartir totalmente la culpa.
—Muy bien —dijo Turl.
Dos semanas más tarde, cuando la Instalación Diecinueve intentó comunicarse con la Estación de Tierramuerta, no obtuvo respuesta.
Esperaron un tiempo y enviaron un volador. La Estación de Tierramuerta era una masa informe de metal derretido.
Jarry Dark no aparecía por ningún sitio. Unas horas después, esa misma tarde, calló la Instalación Ocho.
Enviaron inmediatamente un volador.
La Instalación Ocho ya no existía. Encontraron a sus encargados a varios kilómetros de distancia, caminando. Contaron cómo los había sacado Jarry de la instalación, a punta de pistola. Después, con los cañones del volador, había incendiado todo.
Aproximadamente en el instante en que contaban eso, calló la Instalación Seis.
MANTENGAN CONTACTO RADIAL CONTINUO CON OTRAS DOS ESTACIONES EN TODO MOMENTO, fue la orden.
ESTÉN SIEMPRE ARMADOS. DETENGAN A TODOS LOS VISITANTES, fue la otra orden.
Jarry esperó. En el fondo de una grieta, estacionado debajo de un saliente de roca, Jarry esperó. Sobre el tablero de instrumentos del volador había una botella abierta. Junto a la botella, una pequeña caja de metal blanco.
Jarry tomó un largo trago de la botella, el último, mientras esperaba la noticia que en cualquier momento saldría por la radio.
Cuando la oyó se estiró sobre el asiento y durmió una siesta.
Cuando despertó apenas había luz.
La radio seguía repitiendo...
«... Jarry. Los despertaremos y se hará un plebiscito. Regresa a la caverna principal. Soy Yan Turl. Por favor, no destruyas más instalaciones. No es necesario. Estamos de acuerdo con tu propuesta de una votación. Ponte en contacto con nosotros inmediatamente. Esperamos tu respuesta, Jarry...»
Jarry arrojó la botella vacía por la ventana y salió con el volador de la sombra purpúrea, al aire y arriba. Cuando descendió sobre la plataforma de aterrizaje de la caverna principal, lo estaban esperando. Una docena de rifles le apuntaron mientras bajaba del volador.
—Suelta las armas, Jarry —dijo la voz de Yan Turl.
—No llevo armas —dijo Jarry—. Ni encima ni en el volador —agregó; y era cierto, porque ya no se veían los cañones lanzallamas.
Yan Turl se acercó y lo miró.
—Entonces puedes bajar.
—Gracias, pero prefiero quedarme aquí.
—Estás arrestado.
— ¿Qué van a hacer conmigo?
—Dormirte hasta el final de la Espera. ¡Baja de ahí!
—No. Y no intenten dispararme, o usar gases, o aturdirme. Si lo hacen, moriremos todos instantáneamente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Turl, haciendo un ademán suave hacia los que apuntaban.
—Mi volador —dijo Jarry— es una bomba, y tengo la espoleta en la mano derecha. —Alzó la caja metálica blanca—. Mientras apriete esta palanca, viviremos. Si la suelto, aunque sea por un instante, la explosión destruirá toda esta caverna.
—Me parece que mientes.
—Sabes cómo averiguarlo.
—Tú también morirás, Jarry.
—En este momento no me importa, de veras. Tampoco traten de quemarme la mano, de destruir la espoleta —los previno—, porque no les servirá para nada. Aunque lo consigan, les costará por lo menos dos instalaciones.
— ¿Por qué?
— ¿Qué creen que hice con los cañones lanzallamas? Enseñé a los rojoformes a usarlos. En este instante esas armas están en manos de los rojoformes, y apuntan a dos instalaciones. Si no visito personalmente a los cañoneros al amanecer, abrirán fuego. Después de destruir sus objetivos, seguirán adelante y tratarán de destruir dos más.
— ¿Confiaste proyectores láser a esas bestias?
—Exacto. ¿Vas a comenzar ahora a despertar a los demás para la votación?
Turl se agachó, como si fuera a saltar hacia Jarry. Aparentemente lo pensó mejor y se quedó quieto.
— ¿Por qué hiciste eso, Jarry? —preguntó—. ¿Qué significan ellos para ti? Has llegado incluso a hacer sufrir a tu pueblo.
—Como no sientes lo que yo siento —dijo Jarry—, no entenderías mis razones. Después de todo se basan sólo en mis presentimientos, que son distintos de los tuyos, pues los míos nacen de la pena y la soledad. Escucha esto: soy su dios. Puedes encontrar mi forma en todos sus campamentos. Soy el Matador de Osos del Desierto de los Muertos. Han contado mi historia durante dos siglos y medio, y eso me ha cambiado. En cuanto a ellos, yo soy poderoso y sabio y bueno. En este sentido les debo una cierta retribución. Si yo no les doy la vida, ¿quién estará aquí para honrarme en la nieve y cantar mi historia alrededor de las fogatas y cortarme las mejores porciones de la oruga peluda? Nadie, Turl. Y ahora mi vida sólo vale en la medida de esas cosas. Despierta a los demás. No te queda otro remedio.
—Muy bien —dijo Turl—. ¿Y si la decisión te es adversa?
—Entonces me retiraré, y tú podrás ser dios —dijo Jarry.
Ahora, todos los días, Jarry Dark mira cómo el sol desciende del cielo purpúreo, pues no dormirá nunca más el sueño de hielo y de piedra, donde no hay ensueños. Ha decidido vivir sus días en un minúsculo instante de la Espera, y no ver nunca el nuevo Alyonal de su pueblo. Todas las mañanas, en la instalación de Tierramuerta, lo despiertan sonidos como el crujido del hielo, el temblor de la hojalata, el chasquido de cables metálicos; luego llegan ellos con las ofrendas cantando y haciendo marcas en la nieve. Él los recibe con palabras de aliento, y les sonríe. A veces tose.
Nacido de hombre y mujer, de acuerdo con la indicación Gatoforme Y7, Clase Mundofrío, Jarry.
Dark no estaba hecho para existir en ninguna parte del universo que le había garantizado un nicho. Eso podía ser tanto una bendición como una maldición; dependía de cómo se lo mirase. Así que, mirémoslo como lo miremos, ésa fue la historia. Así recompensa la vida a quienes la quieren servir plenamente.
Fin