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agosto 22, 2016
AL MUDARNOS a una casa nueva sembramos mucha grana de césped, pero una lluvia torrencial la barrió toda hasta el jardín del vecino. Nuevamente volvimos a sembrarla y otra vez una tormenta se la llevó. Tal ciclo se repitió en varias ocasiones, hasta que comenzó a brotar un hermoso prado en la casa de al lado, donde no habían sembrado nada. El resultado final fue que un día el niño de la familia vecina se presentó en casa con el siguiente recado:
—Dice mi padre que ya es tiempo de que vayan a casa a segar el césped.
—K.M.R.
LA NAVIDAD pasada puse luces de colores que formaban la palabra PAZ en un costado del granero. Varias semanas después todavía estaban allí las bombillas, pero no habíamos vuelto a encenderlas desde el año nuevo.
Una noche, al regresar a casa en automóvil, vi la palabra PAZ iluminada. Trataba de recordar cuál sería la ocasión festiva que habría hecho revivir ese adorno, hasta que comprendí el motivo: mi esposa había abollado un guardafangos de nuestro automóvil nuevo.
—B.J.W.
A UN profesor mío se le ocurrió regalar a sus amigos, en vez de los cigarros puros que se reparten con motivo del nacimiento del primer hijo, sendos letreros grandes con el aviso "PROHIBIDO FUMAR" y la siguiente nota adjunta: "He aquí un sustituto del cigarro. No produce ningún olor y dura indefinidamente. Se lo regalo en honor del nacimiento de mi hijo. Espero que lo coloque usted en un sitio visible en su hogar".
—J.P.
TENGO una amiga con la que sostengo relaciones por correspondencia desde hace muchos años. Nos contamos todas nuestras desventuras: desde el perrito que no aprende buenos modales hasta el marido ingrato y los niños resistentes a la educación. A una carta llena de zozobras y congojas sigue, muy a menudo, otra rebosante de optimismo, lo que refleja las altas y bajas de todas las amas de casa.
Hace poco recibí una misiva de mi amiga en que su ánimo parecía profundamente abatido. Antes de que pudiera contestarla, me llegó por un segundo correo esta breve nota: "Favor de olvidar la neurosis anterior".
—L.L.
MI MARIDO trabajaba para una empresa de construcciones que estaba edificando un gran centro comercial. El primer edificio terminado fue un banco con servicio para automovilistas.
El día de pago, mi esposo y un amigo suyo se acercaron a la ventanilla del banco a cobrar sus cheques.
—Lo siento mucho —dijo la cajera—; no nos permiten pagar documentos a las personas que vienen a pie.
Sin desanimarse, los dos volvieron a la zona de construcción, donde tomaron prestada una carretilla. Mi marido se metió adentro y el amigo la llevó empujando. Así llegaron hasta la ventanilla para automovilistas y presentaron los cheques a la cajera, que entonces sí se los pagó.
—E.D.
IBA A pedir a mi vecina algunos consejos para cultivar flores, pero al penetrar en su jardín oí que estaba conversando:
—Siento mucho haberte hablado como te hablé —decía—. Quizá fui demasiado severa. Pero es que me duele ver desperdiciar un potencial tan grande como el tuyo. ¡Te ruego me disculpes!
Temiendo entremeterme, volví a casa, pero regresé más tarde aquel mismo día.
—Pasaba por aquí esta mañana, pero te oí hablando con algún visitante. Por eso resolví volver ahora —le dije.
—¿Qué visitante? ¡Ah, sí!, ya recuerdo —respondió—. Estaba hablando a mi rosal. Había oído decir que las plantas reaccionan cuando se les habla, y yo había estado apostrofando a esa mata por no dar flores. Después leí en un artículo de SELECCIONES que las plantas tienen sentimientos. Estoy segura de que herí el amor propio del rosal, y le estaba pidiendo perdón.
—V.H.
MI NOVIO y yo resolvimos casarnos. Sólo nos faltaba el consentimiento de mis padres, pero nada más de pensar en pedirlo, mi novio se ponía visiblemente nervioso. Como él no es nada tímido en los negocios, le dije para animarlo que el asunto no era más difícil que solicitar un nuevo empleo.
Poco después fue a ver a mis padres y salió del paso diciendo: "Deseo ocupar la vacante de yerno". Huelga decir que le concedieron el empleo.
—H.R.
EL ESCRITOR Roger Duncan y un pescador de langostas estaban en la playa de una isla, rodeados por espesa niebla. Al asomar el Sol a través de la bruma, dijo Duncan, esperanzado:
—El cielo está despejado.
—Sí —repuso el pescador con calma—, pero, desgraciadamente, no es allí adonde vamos.
—Roger Duncan y John Ware, en A Cruising Guide to the New England Coast
MIENTRAS pesaban el equipaje antes de un vuelo, se pidió a cada pasajero que declarase su propio peso. En fila estaba una pareja muy desigual: él, bajo y menudo; ella, tan alta y corpulenta que parecía tener doble talla que el marido. Al llegarles el turno, el esposo confió discretamente al empleado que estaba apuntando: "Los esposos Gutiérrez, 160 kilos".
—C.M.