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noviembre 17, 2015
Foto: Epgl/L Boegly.
Este museo parisiense se renovó con motivo de su bicentenario. Hoy más que nunca es una delicia visitarlo.
Por A. Dunlap Smith.
LA GUILLOTINA ya pasó a la historia, pero no la Revolución Francesa. Dos siglos después de que el Palacio del Louvre, con su magnífica colección de obras de arte, fue transformado en museo, el majestuoso edificio situado en la ribera derecha del Sena ha sufrido una revolución todavía más radical. En noviembre de 1993 (mes del bicentenario del museo), luego de una remodelación que tardó diez años y que costó 1000 millones de dólares, el Louvre se convirtió en un museo al alcance de todos.
Veamos en qué han consistido esos cambios:
• La nueva ala Richelieu es de por sí un inmenso museo. A partir del momento en que se integró oficialmente al Louvre en una ceremonia que tuvo lugar en noviembre, el espacio de exhibición de este museo aumentó a 60,000 metros cuadrados, con lo cual pasó a ser uno de los mayores museos del orbe.
• Gracias a que cuenta con más espacio, el Louvre exhibe ahora unas 5000 piezas más de su fabuloso tesoro. Por primera vez desde hace varias décadas han salido de las bodegas esculturas francesas, tapices del Renacimiento, objetos decorativos islámicos y pinturas flamencas que se cuentan entre las más bellas del mundo.
• Ahora, el Louvre pone a disposición de los visitantes una amplia variedad de servicios que ayudan a los amantes del arte a sacar todo el partido posible de su visita. En diversos lugares del edificio uno puede escuchar conferencias, asistir a proyecciones de cine, participar en visitas guiadas y utilizar medios de consulta electrónicos que aclaran dudas sobre las piezas en exhibición. Además, hay mapas, folletos en seis idiomas y pantallas de vídeo con información actualizada, que permiten orientarse fácilmente en este inmenso recinto.
"Nunca, desde aquel día de 1793 en que abrió sus puertas al público, el Louvre había exhibido más obras de arte que ahora, y nunca las había exhibido mejor", afirma el director, Michel Laclotte. "No menos importante es que por fin hemos conseguido ofrecer a los visitantes todos los servicios que necesitan para aprovechar al máximo el tiempo que pasan aquí".
En esta revolución no corrió sangre, pero sí hubo muchos dolores de cabeza para los arquitectos. "Modernizar el Louvre fue una tarea complejísima y delicada, debido a que el edificio no se construyó originalmente para albergar un museo", explica Stephen Rustow, jefe de la sucursal parisiense de la firma Pei Cobb Freed & Partners, principal responsable del proyecto, al que se denominó oficialmente "El Gran Louvre".
La primera piedra del palacio se colocó a fines del siglo XII, durante el reinado de Felipe Augusto, quien mandó construir una fortaleza que sirviera para defender París mientras él anduviera en las Cruzadas. La fortaleza se transformó en palacio real en el siglo XIV, y fue residencia de los monarcas de Francia hasta que Luis XIV trasladó la corte al esplendoroso Palacio de Versalles, en el siglo XVII. Así y todo, el Louvre siguió creciendo y transformándose hasta finales del siglo pasado, cuando cobró la forma de U que tiene actualmente.
El edificio resulta imponente. Sus alas norte y sur miden unos 600 metros de largo. Su espacio interior supera en tamaño al de la Basílica de San Pedro, en Roma, y al del Palacio de Buckingham, en Londres.
Sin embargo, los curadores del museo nunca dispusieron de espacio suficiente para exponer las 360,000 obras de arte que integran la colección. Así pues, a principios de los años ochenta el presidente FranÇois Mitterrand le encargó al arquitecto estadounidense I.M. Pei que diseñara el Gran Louvre. Pei terminó la primera fase del proyecto en 1989, cuando la gran pirámide de vidrio se convirtió en la entrada del museo. Entonces comenzó la segunda etapa: rediseñar el ala Richelieu, que fue construida en 1857 y que había albergado el Ministerio de Finanzas casi desde 1870.
Para demoler el interior del edificio conservando las fachadas y evitando que los muros interiores se derrumbaran al desaparecer los pisos, fue preciso instalar un andamiaje que constaba de 200,000 piezas y pesaba cerca de 1000 toneladas. Mientras unos obreros quitaban el techo y horadaban seis pisos de oficinas, otros limpiaban y restauraban las fachadas y las esculturas que las adornan.
"Como si no tuviéramos ya bastantes problemas técnicos, también debimos restaurar los espléndidos aposentos que ocupó Napoleón III en el siglo pasado, tres enormes escalinatas que formaban parte del ala original, y la sala donde se encontraba la oficina del ministro de Finanzas", dice Rustow. Pero lo que causó quebraderos de cabeza a los arquitectos del museo hace hoy las delicias de los visitantes. Los aposentos, con sus sofás de terciopelo rojo y sus arañas en forma de fuente, constituyen una de las atracciones principales de la colección de artes decorativas del Louvre.
Ahora que el ala Richelieu ha pasado a formar parte de las otras dos secciones principales, llamadas ala Sully y ala Denon, el acervo del museo se exhibe siguiendo un criterio sencillo y lógico: la escultura, en la planta baja; el arte decorativo, en el primer piso, y la pintura, en el último piso, cuyas galerías se iluminan por medio de tragaluces. De hecho, cuando recorrí el ala Richelieu, el techo del nivel superior me llamó la atención casi tanto como las pinturas. Dos grandes vigas cubiertas de estuco se cruzaban bajo un tragaluz puntiagudo. "Es nuestro sistema de iluminación", señala Rustow. "Nos tardamos tres años en perfeccionarlo".
Una de las escalinatas del ala Richelieu. Foto: A. Wolf.
Desde hace mucho tiempo, los museógrafos se habían devanado los sesos indagando la mejor manera de iluminar las obras de arte. El equipo de Pei resolvió el problema con una combinación de luz natural y artificial. La luz de unas lámparas ocultas en las vigas ilumina el techo anguloso y se mezcla con la que entra por la claraboya. "Esto significa, entre otras cosas, que el público no ve sombras sobre las pinturas flamencas y holandesas a las 4 de la tarde de un día de febrero", explica Rustow. "Ni siquiera los curadores pueden decir a ciencia cierta si las luces están encendidas o apagadas".
Otros ingeniosos tragaluces cubren los tres patios interiores de la nueva ala, dedicados a la escultura. La compañía francesa Saint-Gobain, proveedora del vidrio especial con el que se construyó la pirámide de Pei, produjo casi 1500 hojas de vidrio de 19 formas distintas, que pesan en total 90 toneladas. El calentamiento que podría producirse bajo estas estructuras, como en un invernadero, se evita por medio de un recubrimiento compuesto de miles de piececitas de aluminio reflejantes, tan finas que no proyectan sombra. Por eso me paseé entre los monumentales caballos que antaño adornaron los jardines de Marly, y entre los toros alados asirios que datan del siglo VIII antes de Cristo, como si estuvieran al aire libre, aunque protegidos de la intemperie.
De allí pasé al nivel subterráneo, donde se encuentra la espléndida colección de arte islámico, en galerías que tienen un espacio de exhibición 15 veces mayor que en el antiguo Louvre. Gran parte de las piezas allí expuestas —incluyendo varios tapices provenientes de Irán y Turquía, finas tallas de madera egipcias y cuencos de bronce sirios con incrustaciones de oro y plata— se exhibe por primera vez desde principios de siglo. "¡Qué bueno que por fin tenemos espacio!", dice la curadora de la colección, Marthe Bernus-Taylor.
En el piso superior del ala Richelieu se encuentra la galería Médicis, dedicada a Rubens. Allí, por primera vez en siglos, se muestra en su totalidad una monumental serie de 24 cuadros que el maestro del arte flamenco pintó en torno a la vida de María de Médicis, esposa de Enrique IV de Francia. En el mismo nivel se localiza el circuito de la pintura francesa: un banquete de aproximadamente 1500 telas dispuestas a lo largo de 800 metros. Empieza en el ala Richelieu con obras del siglo XIV, y sigue hasta el ala Sulle, donde se exponen obras de mediados del siglo XIX. (Quienes deseen continuar con los impresionistas no tienen más que cruzar el Sena y entrar en el Museo de Orsay.)
"Como es punto menos que imposible verlo todo en un solo recorrido", informa el arquitecto italiano Italo Rota, quien ganó el concurso para renovar las galerías del ala Sully, "he hecho hasta lo imposible porque la visita le resulte placentera al público y le den ganas de volver". Una de las características más agradables del ala Sully es la iluminación, concebida por Rota. Este arquitecto ideó un sistema que distribuye la luz solar en las galerías, haciéndola reverberar entre unas grandes "velas" combadas de aluminio, colocadas en muchos de los techos. Unas lámparas ocultas en el techo se van encendiendo gradualmente, a medida que se desvanece la luz natural al atardecer.
Aun en tardes nubladas, el sistema de Rota permite distinguir pequeños detalles, como los botones de la casaca del simpático Mono pintor, de Jean-Baptiste Siméon Chardin, cuadro que, gracias a la transformación del Louvre, pudo salir de las bodegas después de numerosos años de encerramiento. Dicen dos jóvenes barceloneses: "La escena es tan nítida, que uno tiene la sensación de que puede entrar en ella".
Pero el Gran Louvre es más que una galería: es una verdadera escuela e historia del arte. Además de las cédulas explicativas de los cuadros, las visitas guiadas por medio de audiocasetes y los folletos informativos, el Louvre pone a la disposición del público recursos de alta tecnología para ampliar sus conocimientos de arte. Por ejemplo, unos discos de vídeo interactivos dan acceso a 54,000 imágenes de mapas, dibujos, fotografías y páginas de texto. Con el simple hecho de tocar una pantalla, el visitante puede hacer preguntas acerca de, digamos, el desarrollo de las ciudades sumerias o de la civilización islámica; preguntas que se le hayan ocurrido al ver las obras expuestas.
Y a quienes prefieren consultar a un ser humano, Jean Galard, jefe del departamento de servicios culturales, les sugiere que acudan a cualquiera de los más de 40 guías políglotos del museo. "Usamos una gran variedad de combinaciones de información visual, auditiva y escrita", afirma.
Galard se ha propuesto lograr que todo el mundo disfrute los tesoros del Louvre. El departamento a su cargo ha entrenado guías para sordos, e incluso ha aportado al lenguaje de estas personas señas para términos como "claroscuro" y "pictórico". También ha elaborado un vídeo de una visita al Louvre para deficientes mentales. "Hemos inventado muchas maneras de hacer de este museo una experiencia única", comenta Galard. El jefe del departamento de servicios culturales espera crear una sección donde toda la gente, y en particular los ciegos, pueda tocar algunas esculturas seleccionadas ex profeso.
Escalera eléctrica diseñada por el arquitecto. I.M. Pei. Foto: A. Wolf.
Las conferencias que se dictan en el auditorio, el cual tiene capacidad para 420 personas y se halla situado bajo la pirámide de vidrio, son otra forma de aprovechar el Gran Louvre. Allí se llevan a cabo conciertos, festivales de cine, seminarios y otras actividades que atraen a nuevos tipos de público. "Cuando el director de cine británico Peter Greenaway montó una exposición temporal llamada 'El ruido de las nubes' con ilustraciones que le proporcionó el departamento de artes gráficas, proyectamos simultáneamente sus películas y ofrecimos una conferencia dictada por él", cuenta Paul Salmona, jefe del auditorio. "Venía mucha gente a ver las películas y a escuchar la conferencia, y luego veían los dibujos. Algunas personas me dijeron que nunca antes habían estado en una exposición de dibujos".
Christian Boeringer, encargado de la librería del Louvre, también se ha propuesto interesar al público en el arte. Esta librería de arte es la más grande de Francia: ofrece 18,000 títulos, de los cuales una cuarta parte están publicados en seis idiomas. "Yo soy un hombre de negocios, pero jamás pierdo de vista que mi principal objetivo es ayudar al público a conocer y apreciar el arte", dice Boeringer. Al atardecer, cuando se cierran las galerías y la concurrencia disminuye, él permite que los estudiantes tomen notas de los libros.
Cerca de la librería hay unas 60 tiendas, una ventanilla de cambio de moneda, una oficina de correos, una caja bancaria automática y varios restaurantes. Sí. Donde antes sólo había una máquina expendedora de sándwiches ahora hay seis restaurantes, desde cafés y puestos de bocadillos hasta un establecimiento que acepta reservaciones hasta las 10 de la noche. "Como cada año vienen más de 5 millones de personas de todos los continentes, debemos ofrecer la más amplia gama de opciones", observa Hervé Houdaille, uno de los directores encargados de los restaurantes. En el ala Richelieu se han inaugurado dos cafés más y un salón de té con una magnífica vista de la pirámide y del ala Denon.
Todo, lo mismo las nuevas obras expuestas que los nuevos cafés, constituye el Gran Louvre: un joyero más grande y luminoso que nunca, y abierto a la admiración de todo el mundo. Michel Laclotte, su director, dice con orgullo que el museo es "una soberbia respuesta a las necesidades de un público más numeroso y exigente".
Sin duda, el exigente público del Louvre está de acuerdo.