ME VOY A VIVIR CON MI NOVIO
Publicado en
octubre 21, 2015
¿Cómo podía convencer a mi hija de que tal vez estaba a punto de cometer un terrible error?
Por K.C. Scott (es el pseudónimo que usa la autora para proteger su intimidad y la de su familia).
—MAMA, JOE Y YO hemos decidido vivir juntos —anunció, desafiante, mi obstinada hija de 23 años a la hora de la cena. Su novio estaba a su lado.
Al oír sus palabras, el corazón me latió con más fuerza y sentí que se me encogía el estómago.
—¿Han pensado en la posibilidad de que quedes encinta?
Mi hija miró con cierta vergüenza a su novio, y reconoció que no habían previsto esa posibilidad. Pero en seguida volvió a adoptar una postura desafiante, y replicó:
—Realmente no me importa lo que piensen tú y papá. Tendrán que aceptarlo.
—Quizá tengamos que tolerarlo —le contesté con firmeza—. Pero jamás lo aceptaremos. Esto va en contra de todos los valores que te hemos inculcado.
Cuando ella y su novio de 24 años se marcharon, se me partió el corazón. Fue uno de los momentos más tristes de mi vida.
No pude convencer a mi hija de que convivir con un hombre sin casarse podría ser uno de los peores errores de su vida. Pero desde entonces me he enterado de algunas cosas inquietantes con respecto a la unión libre. Ojalá que lo que he aprendido ayude a otros jóvenes y a otros padres de familia que se encuentren en la misma situación. Esto es lo que he podido conocer:
Es poco probable que las personas que viven juntas sin casarse lleguen a hacerlo. Los expertos calculan que entre 40 y 50 por ciento de las personas que cohabitan nunca llegan a casarse. Un estudio realizado en 1985 reveló que sólo 19 por ciento de los hombres que viven con su novia terminan llevándola al altar.
También he sabido que en muchos de estos casos cada individuo contempla la relación en forma diferente, lo que muchas veces se debe a que no hablan de lo que cada cual espera del otro. Cuando en una encuesta llevada a cabo en 1973 se preguntó a 139 estudiantes que vivían en unión libre por qué lo hacían, la mayor parte de las mujeres respondió que se trataba de un primer paso hacia el matrimonio. En cambio, para los hombres, el motivo más común era el sexo. A la pregunta de por qué vivía con su novia, uno de ellos respondió: "Para tener relaciones sexuales cuando quiera y donde quiera".
Aunque este estudio se realizó hace ya varios años y el temor al sida ha modificado nuestra conducta sexual, las personas con las que he platicado me han dicho que muchos de los jóvenes que viven en unión libre siguen sin hablar de lo que esperan de su relación.
Cuando las parejas que cohabitan sí terminan por casarse, el riesgo de que se divorcien es mayor. Muchas parejas jóvenes de hoy afirman que vivir juntos es una buena idea; la mejor manera de saber si son compatibles y, por tanto, la mejor forma de evitar el divorcio. ¿Es cierto esto? Según un estudio, las personas que viven juntas antes de casarse tienen alrededor de 33 por ciento más de probabilidades de divorciarse que las que no lo hacen. En otro, los propios encuestados opinaron que, mientras más tiempo viven juntos antes del matrimonio, mayores son sus probabilidades de divorcio. Además, señala el estudio, las personas que cohabitan afirman tener matrimonios menos sólidos y un compromiso menos fuerte con la unión.
El psicólogo Joseph Nowinski explica: "La unión libre, aunque muchas veces se ve como una decisión valiente y romántica, con frecuencia no es más que una forma de evitar un compromiso total. Cuando dos personas deciden vivir juntas sin estar casadas, frecuentemente una de ellas, o ambas, dice para sus adentros: 'Temo que mi amor por ti no sea tan fuerte que pueda durar toda la vida, así que quiero una salida fácil en caso de que las cosas vayan mal'".
La ruptura puede ser tan dolorosa como el divorcio. Las desilusiones amorosas no se evitan negándose a estampar una firma. Cuando las parejas que cohabitan deciden separarse, la secuela emocional es a menudo tan dolorosa como el divorcio. El psicólogo clínico Michael Newcomb explica: "Por lo general, las parejas que cohabitan establecen un vínculo amoroso tan fuerte como el de las parejas casadas. El problema es que es más fácil que una pequeña dificultad los separe, pues carecen del factor que mantiene juntos a los casados: hijos, bienes mancomunados, un documento legal..."
Steve Jaccarino, contratista de Westport, Connecticut, y su novia, rompieron principalmente porque no pudieron ponerse de acuerdo sobre el lugar donde querían establecerse. Hoy, al cabo de diez años, Steve todavía la echa de menos. "No he logrado olvidarla", dice.
La mujer puede quedar embarazada. Esta fue una de mis principales preocupaciones. Mi hija había cometido el mismo error cinco años antes de que me anunciara que se iba a vivir con su novio. A los 18 se fue de la casa para vivir con otro chico... y quedó encinta. Cuando el muchacho la abandonó, mi hija se sintió tan desconsolada e incapaz de sobreponerse, que durante algunos años la tarea de criar al bebé recayó sobre mi esposo y sobre mí.
Otra joven que conozco quedó accidentalmente encinta de gemelos cuando vivía con un hombre. Él se quedó al lado suyo hasta que la chica llegó al séptimo mes de embarazo y dejó de trabajar. Entonces, una noche, telefoneó a los padres de ella y les dijo:
—Vengan a recoger a su hija, que está muy embarazada.
Durante los 18 años que siguieron, la madre crió a sus mellizos sola. Frecuentemente pasaba verdaderos apuros para comprar alimentos o para pagar la renta. Cuarenta y cuatro por ciento de las madres solteras viven en la pobreza.
Aun si se casan, a menudo son menos felices. Suele ocurrir que las personas que primero viven juntas son infelices cuando se casan. Entre los problemas más comunes se cuentan: menor satisfacción general con su pareja y menor capacidad de resolver diferencias. En cierto estudio, las esposas que cohabitaron antes de la boda se quejaron sobre todo de la falta de comunicación con sus maridos. Es claro que, en lo que se refiere al matrimonio, la práctica previa no hace al maestro.
La unión libre puede conducir a la inestabilidad emocional, e incluso a la violencia. Un estudio realizado en 1989 demostró que los ataques físicos son más comunes y más graves entre las parejas que cohabitan que entre los matrimonios. Una de las causas de este fenómeno puede ser el distanciamiento entre ellos y sus familias, concluyen los autores del estudio.
Otra encuesta indicó que al 40 por ciento de las mujeres que cohabitaban se les obligaba a soportar prácticas sexuales que no eran de su agrado. Además, como no suele haber compromiso de exclusividad sexual, quienes cohabitan corren un riesgo mayor de contraer enfermedades transmitidas por contacto sexual, como el herpes genital, la clamidiasis y el sida.
Tendrán los problemas del matrimonio, más no sus satisfacciones. Con gran frecuencia se dice que la unión libre constituye un estado exento de problemas, que ofrece todos los placeres del matrimonio y ninguna de sus responsabilidades. ¡Pamplinas!
Cierto joven que conozco es ejemplo de la falsedad de este razonamiento. Tres meses antes de su boda se fue a vivir con su prometida. Hoy, el joven afirma: "Tuvimos todos los desacuerdos que surgen en el matrimonio (quién lava los platos? ¿quién paga las cuentas?) sin un compromiso que nos mantuviera juntos. Si hubiéramos vivido así más tiempo, quizá habríamos roto. Cuando uno no está casado y riñe, no está obligado a resolver la dificultad si no lo desea. Le basta con marcharse".
La cohabitación puede acabar con el aspecto romántico de la relación. Con frecuencia, la mujer considera que la unión libre es algo romántico, mientras que el hombre la ve como una solución "práctica" que les ayudará a limar asperezas y a fortalecer su amor destruyendo todas las fantasías románticas absurdas que puedan albergar. De hecho, para estas parejas es más difícil construir un amor duradero precisamente porque han perdido sus "ilusiones" románticas.
Los psicoterapeutas familiares Judy y Jim Sellner, autores de Loving for Life ("Amor para toda la vida"), afirman que el amor pleno y duradero pasa por varias etapas distintas. La primera es la fase "romántica", en la que el amor es desbordante e idealista, y las parejas creen que han encontrado su "verdadero amor", con el que "vivirán por siempre felices".
Se trata de una época absolutamente maravillosa, y las parejas deberían prolongarla y disfrutar de las cenas a la luz de las velas, los desfallecimientos y la locura de toda la situación. Abreviarla para empezar a vivir juntos puede ser un gran error. Dicen los Sellner: "Las parejas que consiguen salvar las turbulentas etapas de conflicto y de lucha por el poder y pasan a un periodo más apacible en el que entienden y pueden resolver sus diferencias, son las que logran evocar las imágenes exageradamente idealizadas que tenían el uno del otro en aquella romántica etapa del cortejo".
EL DÍA en que mi hija decidió irse a vivir con su novio, ya conocía yo algunas de estas realidades, y se las dije... en vano. Sin embargo, durante los últimos años, cuanto más sabía yo de las desventajas de la unión libre, más segura estaba de que era una opción equivocada. Estaba tan decidida a dar a conocer esta información a la gente, que fundé un grupo de apoyo a padres solteros, que defiende la abstinencia premarital. Mi hija, ya de 35 años y con mucha más experiencia, participa activamente en la organización y le dice a todo el que quiere oír que la cohabitación es definitivamente el camino equivocado.
A medida que nuestros hijos se hacen adultos, perdemos la posibilidad de tomar decisiones por ellos. Tampoco podemos protegerlos por completo del mal. Pero al menos podemos armarlos con toda la información que encontremos. Después, sólo nos queda orar por que tomen las decisiones correctas.