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octubre 04, 2015
El agua le estaba llegando al cuello. No te dejes dominar por el pánico, se dijo María. Te van a encontrar.
Por Jos Versteegen.
LLOVÍA A CÁNTAROS cuando Maria Bonnet-van Hamersveld encendió su Opel Calibra y dio marcha atrás. La eficiente secretaria de 43 años y su cuñada Margaret habían pasado muy contentas la velada del viernes en Scheveningen, ciudad Situada a la orilla del mar.
A eso de la medianoche del 3 de julio de 1992, las dos mujeres habían regresado a la casa de Margaret, en Alphen aan de Rijn, donde Maria había dejado su auto. A las 12:15, esta emprendió el viaje de una hora hasta Heijningen, Brabante del Oeste. Allí, en casa, la aguardaba su esposo.
En la autopista, la lluvia y la mala visibilidad la obligaron a aminorar la velocidad a 80 k.p.h.; aun así, en algunos tramos el vehículo patinaba un poco. Al sur de Rotterdam, la situación empeoró mucho de pronto. Cerca de Mijnsheerenland, las "rodadas" en la superficie de la carretera se habían llenado de agua.
De improviso, Maria sintió que perdía el control. El Calibra patinó hasta el borde del camino y por un instante las dos ruedas derechas giraron en el aire. Luego, el vehículo volvió a la superficie asfaltada. ¡Me salvé por un pelo!, pensó la mujer, temblando del susto. Ojalá no se repita. Pero unos segundos después el coche patinó de nuevo y, sin ningún control, se salió del camino, embistió una señal de la carretera y cayó por el terraplén. Maria salió despedida de su asiento. A su alrededor oyó mil golpes sordos. Luego perdió el conocimiento.
LA MUJER VOLVIÓ EN SÍ en medio de una oscuridad total; el aullido del claxon le taladraba los oídos. Se sentía asustada y confusa.. Tanteó a su alrededor y se dio cuenta de que estaba sentada, con la espalda erguida y las piernas dobladas contra el pecho. Se las tocó. No hay huesos fracturados, se tranquilizó. No obstante, el ruido del claxon le destrozaba los nervios. ¡Necesito salir de aquí a como dé lugar!, se dijo. En vano buscó la manija de la puerta. Poco a poco se fue percatando de que el vehículo estaba de cabeza, en una zanja, y de que yacía prensado entre los dos taludes. En eso se acordó de las ventanillas. Estirando un brazo hacia arriba, buscó los botones entre los asientos delanteros; pero estaba tan desorientada que tampoco pudo encontrarlos.
De pronto oyó un borboteo: ¡el agua estaba entrando en el auto y arremolinándose a sus pies! Olía mucho a lodo. Al cabo de un rato, el líquido cubrió la batería y, en consecuencia, el claxon enmudeció. El silencio era sobrecogedor, y el agua no cesaba de subir. No tardó en llegarle a la cintura. Cuando alcanzó sus hombros, se aterrorizó. ¡Me voy a ahogar!, pensó, y comenzó a gritar con todas sus fuerzas:
—¡Auxilio! ¡Por favor, ayúdenme! ¡Sáquenme de aquí!
El agua le llegó a la barbilla... y ahí se detuvo.
Lo único que puedo hacer es mantener la calma, se dijo, respirando profundamente. Comenzó a hablar en voz alta, y el sonido de su voz la consoló: "Alguien tuvo que haber visto el accidente. Henk se extrañará de mi tardanza y comenzará a buscarme. Verá las huellas de los neumáticos y me encontrará".
EN HEIJNINGEN, Henk Bonnet se había quedado dormido frente al televisor. Henk, de 42 años, propietario de una compañía soldadora ubicada en Oud-Beijerland, despertó algo entumecido a las 2:30 de la madrugada. Le sorprendió haber dormido tanto. ¿Se habrá acostado Maria?, se preguntó. Subió a la planta alta y encontró la recámara vacía. Pese a la hora, decidió llamar por teléfono a su hermano.
—¿Ya salió Maria de Alphen? —inquirió.
—Sí. Salió a las 12:15 —le respondió su hermano.
—Algo le pasó. —dijo Henk en tono grave—. Ayúdame a buscarla.
Conviene que alguien se quede junto al teléfono, pensó, y decidió despertar a su hija, Brigitte. La chica de 13 años, afligida al ver la preocupación de su padre, su puso un suéter y bajó.
POR MIEDO a que el vehículo se hundiera más en el lodo y a que, en consecuencia, el agua le cubriera la cabeza, Maria permanecía inmóvil. Tenía el rostro muy cerca de los pedales, y vio que podía apoyar la barbilla en uno de ellos. Aunque al principio el agua no le había parecido muy fría, ahora le estaba absorbiendo todo el calor del cuerpo.
HENK VIRÓ hacia la carretera A29, que llevaba a Rotterdam, siguiendo, en sentido contrario, el camino que tal vez había tomado su esposa. Durante el trayecto se comunicó por teléfono con su hermano y su cuñado, que habían partido de Alphen para sumarse a la búsqueda. Se encontraron en una gasolinera próxima a Rotterdam. Nadie había visto señales de un accidente: ni vehículos chocados, ni barreras de contención rotas.
De regreso en Heijningen, Henk halló a su hija sentada junto al teléfono. Con un movimiento de cabeza le informó del fracaso de la búsqueda, y en seguida comenzó a marcar el número de la policía. Allí tampoco sabían nada.
Henk decidió volver a recorrer el camino hacia Alphen y le pidió a Brigitte que lo acompañara. Quizá ella viera algo.
PESE AL FRÍO, Maria se quedó dormida. En cierto momento, su barbilla resbaló del pedal y golpeó el metal con los dientes. Entonces despertó. No debo dormirme, pensó. Podría hundirme. También trató de sostenerse la cabeza con las manos. Sus pensamientos volaron luego hacia su esposo y sus dos hijos, Brigitte y Maurice. Este último tenía 17 años de edad y se encontraba de viaje en un campamento.
Tengo que resistir. Por Henk, por Brigitte, por Maurice y por mi madre. Y por mí misma. No quiero morir ahogada en el lodo.
Volvió a preguntarse dónde estaría su esposo. ¿Qué habrá hecho al ver que yo no llegaba? Comenzó a sentir un calambre en la pierna izquierda, pero no osó extenderla.
Para entonces, la mujer había perdido toda noción del tiempo. Cuando oyó el golpe de la lluvia sobre el Calibra, se asustó más porque el nivel del agua podría subir. De ser así, tendría que cambiar de posición la cabeza. Recordó su curso de primeros auxilios. Era terrible perecer ahogado. Se le vino a la memoria la muerte de su padre, ocurrida hacía tres años, y el fatal accidente que tres meses después había cobrado la vida de uno de sus hermanos. "¿Quién será el siguiente?", había dicho con un suspiro otra hermana durante el funeral. El recuerdo la hizo estremecerse. ¿Sería ella la próxima?
EN TOTAL, Henk recorrió cuatro veces la ruta entre Alphen y Heijningen durante esa noche y las primeras horas de la mañana. Ya comenzaba a desesperarse. Su esposa no había sufrido un accidente común y corriente. ¿La habrá atacado algún ladrón?, se preguntó.
POR FIN oyó Maria el lejano ruido de los vehículds que pasaban zumbando. Aunque seguía sumida en la oscuridad, comprendió que estaba amaneciendo. Olfateó el aire. ¿Era gasolina eso? Las emanaciones le daban náusea y sueño. Su temperatura corporal había descendido tanto, que temblaba incontrolablemente. ¿Se acercaba el final? ¿Qué acaso nadie iba a sacarla de allí? Volvió a gritar angustiada, pero nadie la oyó.
EN EL POBLADO de Puttershoek, junto al río Oude Maas, Henk Grashuis despertó a las 5 de la mañana. El camionero de 38 años debía presentarse temprano aquel sábado en Numansdorp, para dirigirse luego a la subasta de flores de Westland, en Naaldwijk. Su esposa, Aly, también se levantó. No le gustaba que Henk se fuera sin desayunar. La mujer despertó a su hijo Geert, de 11 años, que quería acompañar a su padre. A las 6, padre e hijo saldrían hacia la estación de camiones de los Transportes Vermeer en Numansdorp, donde Grashuis prestaba sus servicios desde hacía 16 años. ¡Qué bueno que viene el niño!, pensó. Casi no veía al chico porque trabajaba jornadas muy largas.
EN EL ALBA gris, los jornaleros ya estaban en los campos cercanos a Mijnsheerenland. Henk y Brigitte Bonnet, que se habían venido deteniendo cada 100 metros más o menos para asomarse por la orilla de la carretera e inspeccionar las zanjas, siguieron de largo en esta zona, pensando que, de haber ocurrido un accidente, los labriegos lo hubieran notado. A ellos dos, los carrizales les impidieron distinguir la zanja.
APROXIMADAMENTE A LAS 2 de la tarde, después de entregar una carga de claveles y crisantemos en la subasta de flores, Grashuis tomó la carretera de Rotterdam para regresar a Numansdorp.
—En una hora estaremos en casa —le dijo a Geert.
Al sur de Rotterdam, tomó la salida a la ruta A29. Poco después pasó el primer cruce, cerca de Mijnsheerenland, y desde la cabina del camión alcanzó a ver algo extraño.
—¿Viste algo en la zanja? —le preguntó a su hijo.
—No, papá.
—Creo que era un coche.
Grashuis se comunicó por radio con un colega suyo que viajaba 200 metros adelante. Tampoco él había advertido nada. Debo de haberlo imaginado, pensó Grashuis, pero no se quedó tranquilo. Si en verdad era un auto, quizá haya gente atrapada dentro.
En la estación, Henk Grashuis charló con otros colegas que habían recorrido aquel día la autopista A29. Nadie había notado nada fuera de lo común.
—Deberías tomarte unas vacaciones —chanceó uno de ellos—. Ya ves visiones.
Grashuis festejó la broma, pero no se quedó muy convencido. No era aquella la primera vez que se burlaban de él por su excesiva atención a los detalles.
Concluido el trabajo, Grashuis subió a su auto. Permaneció un minuto en silencio, con las manos sobre el volante. ¿Y si aparece el asunto en los periódicos del lunes? "Mueren en un accidente varias personas que se habrían salvado si las hubieran hallado a tiempo". Lamentaría el resto de mi vida no haber regresado al lugar. Se volvió entonces a Geert:
—Hijo, creo que debemos regresar para quedarnos tranquilos.
ESA MISMA TARDE, un oficial de la policía pasó por Heijningen para interrogar a Henk Bonnet.
—¿No se habrá marchado con otro hombre? —preguntó—. ¿No tenía un amante por ahí?
—Claro que no —dijo Henk, indignado por la banalidad de esa teoría.
El oficial no pareció convencido. Con tan pocos datos en su haber, explicó, la policía no podía hacer nada. El hombre dejó a Henk sumido en una impotente rabia.
GRASHUIS volvió a tomar la autopista A29.
—Abre bien los ojos y busca huellas de un patinazo —le pidió a Geert.
Cada vez que aparecían marcas así, Grashuis detenía el vehículo, bajaba y miraba en torno suyo. La cuarta vez, no alcanzó a distinguir al principio la zanja debido a los altos pastos y carrizales que crecían a la vera del camino. Descendió por el terraplén y miró atentamente. Fue entonces cuando vio una estrecha zanja donde yacía de cabeza un automóvil, del que únicamente las ruedas y la parte inferior sobresalían del agua. ¡Si alguien está allí, no pudo haber sobrevivido!, pensó, afligido. Y volvió a trepar a la carretera.
—Hay un auto en la zanja —le informó a su hijo, y se encaminó luego al teléfono público más cercano para dar aviso del accidente.
Sin embargo, al retirarse del teléfono se le ocurrió que sería mejor revisar el vehículo.
—Quédate aquí mientras voy a echar un vistazo —le dijo a su hijo. No quería que Geert presenciara lo que seguramente.él iba a descubrir.
—¿Hay alguien ahí? —gritó, una vez que llegó a la zanja.
Silencio. Golpeó entonces la parte inferior del vehículo, y desde su interior salió una exclamación apagada. ¡Alguien está con vida!, se dijo; pero no había nada que él pudiera hacer.
—¡Conseguiré ayuda! —vociferó, y corrió a llamar una ambulancia y una grúa.
LA VOZ del hombre había hecho que Maria recobrara la conciencia. Le había contestado con un grito tan fuerte, que todavía le resonaba en los oídos. ¡Me han encontrado!, pensó. ¡Gracias, Dios mío!
Después de lo que le pareció una eternidad, escuchó otra voz, la de una mujer, aparentemente una oficial de policía.
—¿Está sola en el auto? Responda con un golpe para indicar que sí. Maria golpeó una vez.
—La grúa viene en camino. ¿Aguantará otros cinco minutos?
Maria volvió a dar un golpe.
Al saber que estaba a punto de ser rescatada, empezó a perder el dominio de sí misma. Su respiración se volvió rápida y poco profunda, y sintió una opresión en el pecho. Conserva la calma, se dijo.
Supuso que había llegado la grúa porque alguien empezó a gritar instrucciones cerca de allí. Luego oyó pasos sobre su cabeza. ¿Se habrían trepado los bomberos en el auto? Acto seguido escuchó el entrechocar de metales. Deben de estar sujetando con cadenas el auto. De pronto, el Calibra comenzó a elevarse. En cuanto salió la puerta del lado izquierdo, alguien la abrió desde el exterior.
La luz del sol cegó por un momento a Maria.
—Déme la mano —le dijo una voz amable.
Los bomberos la ayudaron a salir y la acostaron sobre una camilla.
—¿Qué hora es? —preguntó ella.
—Casi las 5 de la tarde —respondió un bombero.
—¿De qué día?
—Del sábado. Hoy es 4 de julio.
No es posible, pensó la mujer. Parece que hubieran pasado varios días.
Subieron la camilla a la ambulancia, que se dirigió a toda velocidad al Zuider-ziekenhuis, en Rotterdam.
Al llegar, Maria tenía una temperatura corporal de 35.5 grados centígrados y la piel amoratada. Al decir de los médicos, no hubiera sobrevivido otra noche.
Henk y Brigitte fueron a verla a la unidad de reanimación. Le estaban poniendo una solución intravenosa y tenía la cara azul, pero se hallaba consciente.
—¡Pobre de ti, amor! —le dijo Henk, besándola con ternura.
—¡Qué alegría volver a verlos! Pensé que no me iban a encontrar viva —susurró Maria, mirando a su esposo y a su hija.
DOS SEMANAS después, los Bonnet celebraron el regreso de Maria a la casa y rindieron homenaje al hombre que le salvó la vida. El alcalde Cees Oversier elogió la acción de Henk Grashuis:
—No abunda hoy la gente que se preocupa por los demás como usted lo hizo. Lo admiro de verdad.
Los ojos de Grashuis se pasearon por la sala llena de flores y de gente.
—Tenía que regresar —dijo—. Era mi deber averiguar si había alguien en aprietos.
© 1993 POR JOS VERSTEEGEN. CONDENSADO DE "MARGRIET" (23-30 DE JULIO DE1993), DE GEILLUSTREERDE PERS BV, DE AMSTERDAM, CON ADICIONES DEL AUTOR. ILUSTRACION: SHARIF TARABAY.