LA OPORTUNIDAD LLAMA A LA PUERTA
Publicado en
septiembre 11, 2015
Al Whitaker (izquierda) y David Bussau.
Esta admirable asociación privada está revolucionando la lucha contra la pobreza en todo el mundo.
Por Paul Baran.
• HACE DOS AÑOS, Hilaria Ruales, su esposo, Lorenzo, y sus tres hijos vivían en condiciones de pobreza extrema en Ciudad Pasay, en las afueras de Manila. Lorenzo era barrendero y recibía apenas el equivalente a 45 dólares mensuales. Eso, más lo poco que ganaba Hilaria vendiendo verduras unas horas al día, no alcanzaba para que la familia se alimentara bien. En cierta ocasión en que los niños se enfermaron, hubo necesidad de pedirle prestado a un usurero, cuyos abusivos intereses empeoraron la situación de la familia. Si pudiera ganar más... se decía Hilaria.
Hoy atiende un próspero puesto de frutas y verduras de su propiedad. Más aún: Lorenzo y ella se han hecho cargo de siete sobrinos, hijos de hermanos suyos que son más pobres. "Y ahora tenemos lo necesario para hacer algunas reparaciones en la casa", comenta Hilaria.
• Antes, una mala cosecha de cacahuate significaba meses de privaciones para la familia de Jero Gede Ardana, granjero de Songan, en la isla indonesia de Bali. Pero Jero es un hombre orgulloso, y se negó a marcharse con otros aldeanos a Denpasar, capital de la isla, para emplearse como jornalero.
En la actualidad no sólo cultiva y vende cacahuate, sino cebolla, frijol, mandioca y otros productos. Señalando con satisfacción un plantío de tomates, dice: "Ahora, después de una cosecha, tengo dinero para comprarles más arroz y más ropa a mis hijos, y ahorro para su futuro".
• En 1990, cuando Hemlata Sarage, su esposo, Dinesh, y su hijo de seis años, Sachin, se mudaron a la ciudad de Nagpur, en la India central, la pobreza los obligó a vivir en una casa de una sola habitación, en un barrio bajo. Dinesh consiguió un trabajo modesto en una fábrica de acero, pero su salario, equivalente a 22 dólares mensuales, apenas alcanzaba para vestir y alimentar a su esposa y a su hijo. Hemlata estaba impaciente por ayudar a su familia.
Hoy tiene una empresa que hace bolsas de malla de acero para una destilería local. Su ingreso, casi el doble del de su esposo, no sólo ha sacado adelante a su familia, sino que le ha permitido dar empleo a otras 40 mujeres del barrio.
¿A qué se debe el cambio de fortuna de estas personas? A una admirable asociación cristiana que está revolucionando el combate contra la pobreza en todo el mundo.
"Quien quiera hacer algo perdurable por los pobres, que les enseñe a valerse por sí mismos". Con estas palabras David Bussau, empresario de origen neozelandés, explica las actividades que la organización de la cual es cofundador, la red Oportunidad, realiza en favor de decenas de miles de familias en Asia, África, América Latina y Europa del Este. Cadena mundial compuesta de 43 entidades asociadas, Oportunidad otorga préstamos, a menudo sin exigir garantía, a gente de 22 países que vive en condiciones de pobreza crónica y que tiene el sueño de establecer una pequeña empresa propia, así como aptitudes para hacerlo. Financiada con donativos de grandes compañías, instituciones de caridad, dependencias gubernamentales, iglesias y particulares, Oportunidad ofrece crédito revolvente con las tasas de interés del mercado. Así echa por tierra algunos prejuicios que existen en torno a los pobres: que son perezosos, que son incapaces de ahorrar, que no se puede confiar en que saldarán sus deudas. Oportunidad presupone que la gente de escasos recursos, ante la necesidad de sobrevivir, desarrolla la voluntad y el ingenio que se requieren para ser un empresario de éxito. Esa fe se ha visto recompensada: tan sólo en 1993, la organización creó o contribuyó a conservar más de 53,000 empleos en todo el mundo, y logró un inusitado índice de recuperación de préstamos de 94 por ciento.
Su obra ha resultado más benéfica en Asia que en ninguna otra parte del mundo. De los 13.5 millones de dólares que Oportunidad prestó en 1993, 10 millones se destinaron a esperanzados empresarios de Indonesia, Filipinas, la India, Sri Lanka y Tailandia. Los préstamos fueron de sólo 130 dólares por prestatario, en promedio, pero contribuyeron a formar más de 100 empresas por día, y crearon o ayudaron a conservar más de 32,000 ompleos.
LA RED OPORTUNIDAD se fundó hace 15 años, cuando David Bussau, pionero de la microempresa en Asia, unió sus fuerzas a las de un hombre de negocios de Chicago que compartía su visión de los pobres. Era un camino para el cual Bussau parecía estar predestinado.
Este hombre de hablar suave, de 54 años de edad, pasó su niñez en varios orfanatos episcopalistas de Nueva Zelanda. "Desde muy joven", cuenta, "me hice el propósito de no permitir que nadie abusara de mí, y de ser independiente".
A los 16 años encontró trabajo como encargado de un puesto de hot dogs. Al cabo de unos meses había empleado sus exiguos ahorros para alquilar otros tres puestos y conseguir quienes los atendieran.
De los hot dogs pasó al pescado frito con papas; después se dedicó a la comida casera, al servicio de banquetes, a una fábrica de alimentos y, por último, a la industria de la construcción. Cuando cumplió 35 años, tras 19 de acometer negocios inteligentes, y después de mudarse a Sydney, Australia, el menesteroso huérfano de otro tiempo era ya multimillonario, estaba felizmente casado y tenía dos hijas. No obstante, el entusiasmo de levantar sus empresas se estaba desvaneciendo. Decidió desempeñar un papel más activo en los proyectos de trabajo comunitario de la iglesia a la que asistía. Y su vida cambió de rumbo casi de inmediato. "Comprendí que debía usar mi talento para ayudar a los demás".
Su primera gran oportunidad se presentó en 1974, cuando uno de los peores ciclones en la historia de Australia destruyó casi por completo la ciudad de Darwin. Su familia y él, junto con otros miembros de la iglesia, ayudaron a reconstruir la ciudad.
Dos años más tarde, cuando un terrible terremoto sacudió a Bali, los Bussau se trasladaron a la isla a fin de colaborar en la campaña de reconstrucción. Fue allí donde Bussau concibió la idea que dio vida a Oportunidad, al darse cuenta de que los programas convencionales de ayuda no cumplían su cometido.
En las últimas décadas, grandes entidades donadoras como el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo han puesto miles de millones de dólares de contribuciones del exterior en manos de los gobiernos asiáticos, pero lo que llega de ese dinero a la población de bajos ingresos es insuficiente. Como atestigua Bussau: "He visto aldeas indonesias en las que se ha instalado infraestructura nueva (agua corriente, caminos, puentes, escuelas), y sin embargo los pobres siguen siendo tan pobres como siempre. Es poco el progreso que se ve después de todo ese gasto".
Estudió la situación y se dio cuenta de que los pobres quedaban atrapados por las deudas. Como carecían de bienes y de antecedentes crediticios, los bancos consideraban un gran riesgo prestarles dinero. Así pues, las únicas fuentes de capital para el pueblo eran los usureros, que cobraban intereses exorbitantes, a veces hasta de 240 por ciento anual. "No había manera de que los pobres se libraran de sus deudas", dice Bussau. "Era un círculo vicioso".
Decidió romper ese círculo concediendo préstamos por su cuenta. Vendió sus negocios, colocó el producto de la venta (que ascendía a millones de dólares) en un fideicomiso de beneficencia, y durante los siguientes cinco años se dedicó a organizar diversos programas de microempresas en todo el Archipiélago Malayo. Su "Fideicomiso Maranatha", así llamado por una palabra del Nuevo Testamento que significa "hasta que Él regrese", comenzó a otorgar pequeños préstamos sin garantía y con tasas de interés comerciales a campesinos que accedían a invertir en actividades productivas agrícolas, ganaderas o de otros tipos.
En 1979, esa labor puso a Bussau en contacto con Al Whitaker, ex presidente de una división de la empresa Bristol-Myers y fundador de "Oportunidad Internacional". Este organismo privado, con sede en Chicago, promovía empresas conjuntas con socios de países desarrollados y de países en desarrollo, con el propósito de crear empleos en el Tercer Mundo. Aquel año, Bussau y Whitaker fusionaron sus recursos.
Desde sus inicios, Oportunidad ha prescindido de la intervención de dependencias gubernamentales y ha tratado directamente con los pobres. "Vamos al fondo del asunto", dice Eric Thurman, sucesor de Whitaker en la presidencia de la organización. En consecuencia, el programa se ha convertido en un verdadero modelo de descentralización.
El corazón de Oportunidad es su red de organismos autónomos asociados. En cada país el programa designa un consejo directivo, integrado por cinco o seis profesionales y empresarios cristianos del lugar, capaces de administrar dinero y dirigir gente. Si tiene éxito el programa piloto, que dura un año, Oportunidad se retira y deja que el organismo asociado de la localidad tome todas las decisiones acerca de los planes de crédito. Normalmente le brinda apoyo financiero y técnico durante los cinco años siguientes, o durante más tiempo si es preciso, mientras el organismo asociado desarrolla sus propios recursos. Los programas de microempresa deben adecuarse a las necesidades de cada lugar.
Esta concepción "participativa" ha cambiado la vida de personas como Yatmo Rejo, campesino de la aldea de Tebing Kandang, en Sumatra. En 1992 tuvo dinero para comprar una parcela y construir una choza en ella, mas no le alcanzó para comprar semillas, por lo que tuvo que recurrir a un usurero.
Trabajó largas jornadas bajo el ardiente sol, pero después de levantar la cosecha tuvo que entregarle casi todas sus ganancias al usurero. "Mi enorme esfuerzo no me dejó nada", recuerda.
El personal de Duta Bhakti Makmur (DBM), organismo asociado de Oportunidad en Sumatra, visitó la aldea y explicó cuáles eran los cultivos más redituables. Convencido, Rejo solicitó un préstamo de 100 dólares, y junto con el dinero recibió un curso de capacitación en técnicas agrícolas, como rotación de cultivos y riego. Su familia y él ya no viven en la choza, sino en una sólida casa de dos habitaciones. Él cultiva arroz y nilam, un arbusto cuyo aceite tiene gran demanda en la industria de los cosméticos. Ha saldado su deuda con DBM, y planea solicitar otro préstamo para iniciarse en la cría de ganado. "Sin la ayuda de la fundación", comenta, "todavía viviríamos en el campo".
Entre los organismos asociados de Oportunidad se observa una gran variedad de adaptaciones locales. En Filipinas, por ejemplo, el mayor y más antiguo es Tulay Sa Pag-Unlad Inc. (TSPI), con sede en Manila. TSPI imparte a sus prestatarios un curso obligatorio de capacitación que dura una semana, y en el que se les explican las consecuencias económicas de su decisión de solicitar crédito. Además, se les exige formar grupos pequeños para compartir el riesgo de los préstamos. Si uno de ellos no paga, los demás se hacen responsables de saldar la deuda. Con este método hay cierta presión del grupo para garantizar que se dé buen uso al dinero.
Hasta el momento, TSPI ha ayudado a casi 6000 pequeños empresarios, y su tasa de recuperación de fondos excede del 90 por ciento.
Pero los beneficios se extienden mucho más allá del éxito de los empresarios particulares. En 1992, cuando el Reino Unido estaba en vías de decidir si otorgaba una subvención a la red Oportunidad, encargó a la Universidad de Manchester un estudio sobre los efectos de la labor del organismo. La conclusión fue que, en promedio, cada empleo creado o mejorado gracias a un proyecto de Oportunidad beneficia directamente a 13 personas, las cuales a menudo son nuevos empleados del empresario que recibe el préstamo.
Tomemos por ejemplo el caso de Lázaro Bueno. Durante años, él y su esposa, Josefa, buscaron en vano capital para ampliar su pequeña fábrica de utensilios de acero. Establecida en un terreno de cinco metros cuadrados en el barrio de Makati, en la zona metropolitana de Manila, la empresa necesitaba nueva maquinaria, instalaciones más amplias y más materia prima para expandirse.
Hoy, después de obtener cuatro préstamos de Oportunidad y otro de un banco, Industrias de Resortes y Metales LB se ha mudado a la vecina provincia de Rizal, donde ocupa un complejo de 1054 metros cuadrados. Pero lo más importante es que, como sus ventas anuales se han decuplicado, Bueno tiene ahora 38 empleados, y ya no cinco, como antes. "El Señor ha bendecido nuestra perseverancia", dice Josefa. Esas bendiciones están llegando a muchos otros.
Impresionados por el éxito de los programas de microempresas, algunos grandes donadores internacionales están por fin cobrando conciencia de lo que da y lo que no da resultado. Por ejemplo, el Banco Asiático de Desarrollo (BAD), con sede en Manila, concedió créditos por 5300 millones de dólares para apoyar proyectos de desarrollo en Asia, tan sólo en 1993. Sin embargo, en un informe publicado en 1994, el banco reconoció que uno de cada cinco de sus proyectos afrontaba problemas. "Nos preocupamos demasiado por el volumen del préstamo, y desatendemos la calidad de cada proyecto", reconoce el japonés Mitsuo Sato, director del banco.
De 1986 a 1993, Filipinas recibió casi 3000 millones de dólares del BAD en calidad de préstamos para el desarrollo, más 4500 millones del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), y cerca de 5000 millones de otras fuentes. Sin embargo, ese diluvio de fondos no les sirvió para nada a Hilaria Ruales ni a Lázaro Bueno. Fueron necesarios los buenos oficios de Oportunidad para llegar a ellos. "Se trata de un programa extraordinario, porque pone capital operativo directamente en manos de los pobres", comenta Sir Geoffrey Wilson, ex vicepresidente del Banco Mundial.
"El sistema de Oportunidad integra a los pobres a su comunidad mucho más rápidamente que los programas que se aplican a través de los gobiernos", observa un trabajador de un importante programa de ayuda internacional.
Algo muy alentador es que el proyecto de las microempresas se está imponiendo en incontables entidades donadoras. "De pronto, todo el mundo quiere asesoramiento sobre la microempresa", observa Eric Thurman. "Y nosotros estamos encantados de transmitir nuestra experiencia".
La cantidad de personas auxiliadas por Oportunidad asciende a cientos de miles, y con cada éxito se confirma el mensaje categórico de David Bussau: "La gente que vive en la pobreza posee tanta voluntad y tanta creatividad para superarse como cualquier ser humano. Lo que necesita es un camino, y no una limosna".
Basta con preguntarle a Hilaria Ruales, la mujer que transformó un préstamo de Oportunidad en un puesto de frutas y verduras. Su radiante sonrisa es testimonio de lo que se puede lograr con un poco de fe y un poco de capital. "Sólo quería una oportunidad para mejorar la situación de mi familia", expresa. "Agradezco diariamente a Dios por haberme mostrado el camino".