¿EL MATRIMONIO MATA EL AMOR?
Publicado en
agosto 19, 2015
Mi abuela decía que el secreto de un buen matrimonio estaba en entender que casarse es una empresa de dos socios, cuya única labor es molestarse lo menos posible.
Por Elizabeth Subercaseaux.
El matrimonio mata el amor, el matrimonio es la tumba de la pasión, el matrimonio seca el corazón enamorado, el matrimonio ahoga la libertad del hombre, el matrimonio convierte a la mujer en un estropajo. Cásate y verás. Son algunas de las cosas que se dicen del pobre matrimonio, vieja institución de la vida humana que, a pesar de todos sus males, vendajes, operaciones, infartos y demás... no ha sido reemplazado por nada y probablemente no lo será. Mate lo que mate.
Según Gabriel García Márquez, el problema con el matrimonio es que termina cada noche después de hacer el amor y hay que rehacerlo cada mañana antes del desayuno.
El semiólogo francés Jean Beaudrillard (1929) no veía con buenos ojos el matrimonio, porque no veía con buenos ojos el amor. "Amar a alguien", decía, "es aislarlo del mundo, borrar toda traza suya, desposeerlo de su sombra, hundirlo en un futuro asesino. Es dar vueltas alrededor del otro como una estrella muerta, hasta dejarlo convertido en una luz negra". Esta pavorosa definición no tiene por qué corresponder, exactamente a la realidad, pero en todo caso hay mucha gente que coincide con el pensamiento de este caballero, quien dicho sea de paso, ojalá no se haya casado nunca.
Oscar Wilde (1854-1900) opinaba que veinte años de romance dejan a una mujer convertida en una ruina, pero veinte años de matrimonio la dejan convertida en algo parecido a un edificio público.
La bailarina Isadora Duncan (1878-1927) decía que cualquier mujer inteligente que leyera un contrato de matrimonio y luego insistiera en casarse, merecía todas las consecuencias.
La escritora norteamericana Shana Alexander (1925) explicaba que en el momento en que dos personas se casan se convierten, ante los ojos de la ley, en una sola persona, que es el marido.
Y mi abuelo, quien también tenía su modesta opinión sobre el amor y el matrimonio, solía decir que el amor era para los solteros y la comida para los casados. Sólo a los viudos les estaba permitido gozar de ambas cosas.
Este asunto de que el matrimonio mata el amor es cosa vieja y otra cosa es que todas las viejas, vaya uno a saber por qué, quieren casarse de nuevo. Cuando mi tía Luz enterró a Vicente le lanzó a la tumba una rosa y una tarjetita donde le decía:
"Gracias, marido querido, por haber tenido el buen gusto de partir temprano".
La tarjetita era la única cosa delicada que mi tía le había dicho a Vicente en los 40 años que duró el matrimonio. Su relación había sido de las peores que he visto. Vicente se escapó con tres flacas de la farmacia, una rubia de la esquina y la colorina de la tintorería; sufrió dos quiebras en la Bolsa de Comercio y cuando lo nombraron ministro, se arrancó con la secretaria a Acapulco. A los 60 años, después de haber farreado hasta el agotamiento, de haberse acostado todos los días pasadas las doce y de haberle mentido a mi tía en forma consuetudinaria, le empezaron a venir los achaques: una hernia estrangulada, presión alta, gota en el pie izquierdo y un infarto que no lo mató, pero que lo dejó a medio morir saltando. Menos mal que finalmente murió de pulmonía y aburrimiento, porque con tantos males tuvo que pasar dos años entrando y saliendo de los hospitales, en vez de entrando y saliendo de los hoteles y bares.
Dos años después del día de su liberación, mi tía estaba casada de nuevo, o sea que algo tiene el matrimonio que atrae a la gente y algo que a la gente le gusta, si no, no sería la institución más vieja del planeta. Aunque George Bernard Shaw afirmaba que los hombres civilizados no vivían en la Tierra, sino en otro planeta, y a la Tierra la usaban como asilo de insanos.
La cuestión está en cómo seguir casándose, sin que el matrimonio mate el amor o una mate al marido, o cortar por lo más sano y no casarse más. Mi abuela decía que el secreto de un buen matrimonio estaba en entender que casarse es una empresa de dos socios, cuya única labor consiste en molestar al otro lo menos posible.
Una buena fórmula es la que empleó mi amiga, la señora O'Grady del Bronx. Cuando Jimmy, su primer marido, pidió su mano, ella le dijo que bueno, pero siempre y cuando él se comprometiera a seguir al pie de la letra sus diez mandamientos, que eran: no pegarse a la televisión los domingos, no encender la luz después de las doce de la noche, no roncar, no preguntar qué hay para la comida, enamorarse de la flaca de la esquina en el más completo de los secretos para que ella jamás se diera cuenta, aceptar que ella también podía enamorarse del flaco de la moto, en el más completo secreto. Los otros cinco mandamientos tenían que ver con la casa: Jimmy debía comprometerse a lavar su ropa, planchar sus camisas, cocinar los domingos, etc.
Y cuando Jimmy, no demasiado convencido de que estaba haciendo un buen negocio, le preguntó:
"¿Y tú qué vas a hacer?"
Ella le respondió:
"¿Yo? Gozar de la vida".
Y ahí estuvo, en realidad, el secreto de ese maravilloso matrimonio de sesenta años entre la señora O'Grady y Jimmy. El entendió, desde el primer día, que a ella le correspondía gozar de la vida en su matrimonio, y no convertirse en esa especie de edificio público, como decía Oscar Wilde.
Personalmente creo que la mujer que se casa y se convierte en esa mezcla de empleada del universo con dictadora de cátedra sobre la moral y la perfecta dueña de casa, no tiene ninguna posibilidad de ser feliz en su matrimonio, por la sencilla razón de que a ningún hombre le gusta hacerle el amor a una agobiada máquina de hacer las cosas bien, sino a una mujer de carne y hueso, y ojalá de carne bien alimentada y huesos firmes... buenos para el placer.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 20 DE 1997