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julio 16, 2015
PARA ALIGERAR la monotonía de nuestro largo viaje en automóvil, nuestros siete hijos resolvieron manifestar su protesta contra los grandes camiones que, despidiendo negros chorros de humo, contaminan el aire. Pronto se dieron cuenta de que sus gritos y gestos eran mal interpretados, y que los choferes de los vehículos respondían simplemente con señas amistosas. Para que no quedase duda, nuestro hijo mayor escribió en un papel en letras de molde la palabra CONTAMINACION, poniéndolo a la vista de los camioneros contra quienes iba dirigida su protesta. A un chofer no le faltó qué responder. Cuando paramos frente a un semáforo, se detuvo al lado de nuestra camioneta, llena de cabecitas infantiles que se asomaban por todas las ventanillas, y nos mostró un letrero trazado a la carrera que decía: EXPLOSION DEMOGRÁFICA.
—J.J.
Como ahora se hace tanto hincapié en la planificación familiar, las familias numerosas suelen ser objeto de miradas indiscretas en los lugares públicos, y también de comentarios mal intencionados sobre la necesidad de regular los nacimientos. Hace poco, en el mercado de nuestro barrio, vimos a una familia numerosa que sin duda estaba cansada de tales indirectas. Tres de los cinco hijos llevaban grandes cartelones colgados del cuello, en que orgullosamente proclamaban: "Yo fui adoptado". Los otros dos lucían sendos letreros que rezaban: "Yo fui planificado".
—J.O.R.
MI ESPOSO, que suele tararear cancioncillas de anuncios de la televisión sin darse cuenta, hace poco me reveló lo profundamente que ha influido en él ver tantos programas. Al retirarnos a descansar, es nuestra costumbre charlar un rato, ya acostados, antes de dormir. Sin embaígo, aquella noche los intentos que hice de entablar una conversación sólo recibieron como respuesta unos gruñidos ininteligibles. Seguí hablando, pensando que al menos me estaba oyendo, aunque no me contestara, hasta que del lado suyo de la cama me llegó el tarareo de la pieza musical con que cierra sus transmisiones su canal favorito. No cabía duda: aquella era la señal de que mi consorte "se retiraba del aire".
—D.E.B.
MI MARIDO y yo asistimos a la universidad, y a veces nos agobian las exigencias del nene, los quehaceres de la casa, nuestros respectivos empleos y, por si esto no bastara, los deberes escolares. Una noche me sentía especialmente abatida mientras copiaba a máquina una tesis de David, en el momento en que él fregaba el piso.
—No estamos tan mal —decía él para consolarme—: al fin y al cabo, yo tengo secretaria y tú tienes sirviente.
—G.C.S.
MI ESPOSO y yo convinimos en reunirnos en nuestro automóvil en el plazo de una hora, y me di prisa en hacer las compras. Precipitándome por una puerta giratoria, tropecé con un joven, que cayó de bruces. Me dijo amablemente que no tuviese cuidado, se levantó, recogió sus paquetes desparramados y se alejó.
Una hora después, terminadas mis compras, me metí en un atestado ascensor de la gran tienda. "Por favor, señora", me dijo alguien en voz baja. Al volverme a mirar, me consternó ver al mismo joven a quien había atropellado antes. En ese momento lo estaba pinchando con mis recién compradas agujas de tejer. Al agacharme para acomodarlas, se me salió del paquete la nueva plancha eléctrica, que le cayó en un pie (y el pobre calzaba sandalias). Cuando salimos del ascensor, el muchacho volvió a aceptar generosamente mis disculpas y se alejó apresuradamente de mí..
Como llegué al patio de estacionamiento antes que mi marido, me dejé caer sobre el asiento del coche, cuando me hizo saltar una fuerte sacudida. El mismo joven de antes estaba abriendo la puerta, del lado del volante. ¡Me había metido en un automóvil que no era el mío! Nuevamente le pedí perdón. Al ver que el joven ni así se impacientaba, no pude resistir la tentación de preguntarle cómo se las arreglaba para soportar todos aquellos incidentes con tanta calma.
—Señora —contestó—: he llegado a la conclusión de que usted debe de ser el "peligro inminente" que me anunció hoy mi horóscopo.
—D.K.
UNA BELLA mañana de primavera fui a abrir la puerta y me topé con un joven muy simpático, que me preguntó:
—¿Vive aquí Juana?
—Sí, aquí vive —contesté—: es mi hija de seis años. ¿Por qué?
—No, por nada; acabamos de mudarnos aquí enfrente, y sólo deseaba visitarla. Ella fue quien escribió en nuestra acera: "¡Bien venidos! Los quiero mucho. Juana".
—¡Ah, vaya! —comenté— Lo siento mucho. A mi hija le gusta pintar letreros, y a veces abusa. En cuanto vuelva, la mandaré allá a que limpie.
—¡No lo haga, señora! —repuso sonriente el joven— En realidad he venido a darle las gracias por darnos una bienvenida tan cordial.
—F.M.