Publicado en
junio 11, 2015
Existen cosas que definitivamente no encajan en nuestro diario caminar, pero en lugar de ponerle punto final, seguimos en ese "modus vivendi" que nos hace desdichados.
Por María R. Espinel de Massú.
No es raro escuchar a una mujer decir que su matrimonio no funciona, que siente esa "soledad acompañada" cuando está junto a su marido... que sencillamente se acabó el amor por parte de ella o que si bien sigue amándolo, siente que no es retribuida. Pero, pese a que no es una conclusión apresurada ni figurada sino real y pensada, continúa en esa relación, se siente incapaz de "romper esos lazos que ya se convirtieron en nudos que aprietan cada día más".
De igual manera, hay esposos, que habiendo perdido todo interés en su pareja, mantienen un matrimonio de apariencia, incluso cumplen con lo prescrito en cuanto al aspecto económico, social e incluso marital, pero sin que sea otra cosa que lo dicho anteriormente: apariencia.
En ambos casos, se llena la vida —porque de alguna manera hay que hacerlo— a través del trabajo, del cuidado de los hijos, de las amistades, un voluntariado, deportes, etc., que se convierten en "aliados de relleno" y que permiten durante ciertos momentos "ser uno mismo" para luego volver a "representar" esa parodia que mal llamamos matrimonio.
Costumbres, familiares, comodidad, dependencia económica, son algunos de los aspectos que hacen más dificil tomar la decisión de terminar con un sistema de vida que no soportamos. El temor a herir, los hijos, gratitud, la estabilidad en un medio, incluso sentido de culpa, son otras razones. Pero lo único cierto es que no somos felices... ¿Y los demás... son felices a nuestro lado? ¿Qué proyectamos al resto a través de nuestras carencias?
PLANO LABORAL
A veces ha pasado mucho tiempo para darnos cuenta que realizamos el trabajo equivocado, que elegimos la carrera errada, que no hemos enfocado nuestra vida hacia la actividad precisa que nos haría felices. No hay nada más lamentable que eso, pues un ser que no se realiza plena y satisfactoriamente, jamás logrará una estabilidad emocional contundente.
La remuneración que se recibe, los ingresos que tal o cual actividad genera, hace que —junto a la necesidad, por supuesto— realicemos una labor para la que no fuimos creados... no es nuestra innata inclinación. Sentirnos frustrados, incómodos, desubicados, es la respuesta... la conocemos, pero no hacemos nada por cambiarla. Hacemos la misma labor día tras día... inconformes, sin agrado, desmotivados, pero la hacemos. ¿Hemos sopesado nuestra capacidad para dedicarnos a otra cosa, para emprender otra carrera, nuevos estudios o trabajos? ¿Hemos calculado los ingresos en otros rubros más afines con nosotros mismos? ¿Podríamos vivir con menos pero más contentos? O sencillamente nos dejamos llevar por la corriente y cada nuevo día nos enfrenta con un jefe que nos desagrada o abrimos un negocio que no nos entusiasma, trabajamos sí, pero ¿vivimos ese trabajo como parte integral de nuestra existencia?
El estatus socio-económico, muchas veces el facilismo, el temor a lo nuevo e incierto, nos "estaciona" y damos vueltas, inseguros, en un mismo círculo.
PLANO PERSONAL
Ese deseo de "toda la vida", esas ansias reprimidas, esos gustos —grandes y pequeñísimos— esa franqueza hacia nosotros mismos que nos enciende una luz interior de lo que debemos y no debemos hacer, es algo que tenemos presente, aunque pretendamos ignorarlo.
Muchas veces, lo agitado de la vida cotidiana, la lucha tanto en el nivel profesional como familiar, con tantos vericuetos que surgen y que debemos vencer, hace que nos ceguemos a nuestros propios ideales. Pasado un tiempo, miramos hacia atrás, y nos encontramos vacíos... no de ganas, sino de logros y con menos años por realizarlos, con menos oportunidades incluso.
Lamentamos la situación, pero no alteramos el curso de las cosas, hasta que encontramos el rato de volverlas a lamentar, y así.
El problema, es que en todos éstos y más casos aún, no nos decidimos al cambio, no es que no sepamos lo que queremos, ya lo hemos analizado y aclarado exhaustivamente: Queremos ese cambio. Nos haría felices dicho cambio. Simplemente no encontramos la forma, entre sutil y segura, de hacerlo, de llevarlo a cabo, sin herir a otros ni a nosotros mismos, sin correr riesgos, sin afrontar sacrificios, sin perder nada.
Preferimos continuar en situaciones forzadas y forzosas, mantener una existencia incluso "híbrida", por no decidirnos a dar ese "gran salto".
El ser humano se debe a sí mismo la oportunidad de ser feliz... fuimos puestos en el mundo para eso. Solo quien se ama a sí mismo —con la mesura, sin egoísmo y con madurez— puede proyectar un afecto, una compañía, una seguridad lógica a las personas que lo rodean, a su familia, pareja, hijos... solo quien está "de acuerdo con su propio yo" puede realizar un trabajo a conciencia, puede servir a la comunidad con firme propósito, puede aportar al resto su "cuota de beneficio" de manera eficiente.
Si un matrimonio no funciona, si un trabajo no nos llena, saber decir que "no", saber poner un "alto" a una situación insostenible —aunque solo sea para uno mismo— es darle a la vida ese sentido de seriedad para merecer vivirla.
Ser una esposa frustrada, un marido que mete deslices muy disimulados porque no está a gusto en su hogar, trabajar a desgano "llenando horas", jamás va a propiciar una familia centrada y estable ni un negocio productivo. En todos esos casos, llegará un momento en que el hilo se corte por lo más fino e igual se producirá el desafecto, la desunión, el descalabro, el fracaso.
Es difícil muchas veces, pero jamás imposible; tomar la decisión —cuando se la sabe correcta aunque dolorosa— es imperante. Los heroicísmos, sacrificar la propia felicidad por los demás, manteniendo situaciones que no dan para más, solo retardan un final que tarde o temprano llega y a veces con mayores heridas o problemas. Tomemos conciencia de nuestros afanes, nuestras debilidades y opciones, hagámoslo con valentía, y ¡por qué no! con amor, incluso para con quienes ya dejamos de amar. Siendo honestos, primero con nosotros mismos y luego con quienes nos rodean, estamos siendo ante todo justos. Al aprender a decidir, estamos dejando también la libertad de hacerlo a los demás... porque ¡quién sabe! Puedan tener iguales inquietudes.
Fuente:
Revista HOGAR, MAYO 2003