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junio 26, 2015
La energía de los Moss y la potencia de los motores se combinan para llevarla a la victoria.
Por James Stewart-Gordon (Condensado de "THE ILLUSTRATED LONDON NEWS").
PATRICIA MOSS CARLSSON, encantadora joven inglesa de cabellos negros, ojos azules y subyugante sonrisa, es también una de las atletas que practican los deportes más diversos. Como conductora de automóviles ha participado, tan sólo en competiciones internacionales, en unas 150 pruebas de carretera, ha recorrido en ellas más de un millón y medio de kilómetros, y ha ganado 1000 premios, entre ellos un importante rally europeo. Amazona eximia, ella misma adiestra sus propios caballos, y en las competiciones hípicas ha obtenido más de 1500 trofeos, entre copas, medallas y placas. También pilota su avión particular, esquía en el agua y, según su marido, el célebre corredor automovilista Erik Carlsson, acaso sea la mejor cocinera del mundo.
"Si alguien se propusiera realizar un estudio de las actividades de Pat", dice un amigo suyo, "este no sería una línea en un gráfico, sino un borrón". Un día de agosto, por ejemplo, después de ganar el primer premio femenino en una agotadora carrera automovilística de tres días que se llevó a cabo en las sinuosas carreteras de Polonia, tomó el avión a Dublín para participar en un concurso hípico. Montada en Gerónimo, su caballo favorito, conquistó el primer puesto en la prueba Grande Puissance, con un salto de dos metros. Esa noche bailó hasta la madrugada, luego regresó en avión a su casa, fue a que la peinaran, preparó la comida... y quedó lista para participar en la próxima competición automovilística.
SIGA A ESE COCODRILO
Las carreras internacionales de regularidad son pruebas de larga distancia que se realizan en carreteras abiertas. Tienen por objeto probar a fondo modelos de automóviles que puede adquirir el público, y también a los conductores. Requieren la destreza de un cirujano, la precisión de un relojero y la audacia de un domador de potros salvajes. Los pilotos deben recorrer caminos vecinales en muy malas condiciones y atravesar ciudades donde se embotella el tránsito. La ruta se elige de manera que ofrezca la mayor variedad posible de condiciones, y generalmente tiene de 4000 a 6500 kilómetros de longitud, los cuales se recorren por etapas. Cada una de estas (y puede haber hasta 80) constituye en realidad una prueba aparte. A los participantes se les anotan puntos si no llegan a la meta dentro del tiempo máximo o mínimo especificado para cada jornada. El equipo ganador es el que termina la carrera con menos puntos malos.
Cada competición tiene sus características especiales, a las cuales los corredores deben saber adaptarse: nieve en Escandinavia, calor en Grecia, montañas en los Alpes y toda clase de factores adversos en África. La prueba Safari, que se disputa en el África Oriental, es de las más arduas. Comienza en Nairobi (Kenia), durante la estación de las lluvias. Pasando junto a búfalos que se revuelcan en el barro, esquivando jirafas y salvando otros riesgos menos movedizos, los conductores se abren camino siguiendo un derrotero en forma de 8, que serpentea desde las cálidas tierras bajas de la costa hasta las montañas interiores de 3000 metros de altitud. Cuando el camino desaparece debajo del agua, los competidores locales que conocen el terreno se apartan de él, y siguen senderos abiertos por los animales salvajes, pero los forasteros suelen hundirse en algún río. Antes de comenzar su primera prueba Safari, Pat preguntó a un cazador blanco qué debería hacer si se encontraba detenida por la inundación; el cazador le aconsejó que siguiera a un elefante.
—Y qué hago si no encuentro ninguno? —preguntó la joven.
—Trate de seguir a un rinoceronte —fue la respuesta.
Al llegar a un sitio en el que la carretera desaparecía bajo las espumas de un torrente, y no viendo en torno ni elefante ni rinoceronte, Pat siguió a un cocodrilo. Aceleró su automóvil y lo lanzó al río, que por fortuna resultó vadeable, y así llegó a la meta.
El 3 de abril último tuvo menos suerte en la competición del África Oriental: se le rompió el parabrisas, y la eliminaron en la primera etapa.
LOS AUTOMOVILES SON PARA ELLA SERES VIVIENTES
Patricia cuida de sus vehículos como si fueran caballos. Si bien conoce a fondo la anatomía de estos últimos, dice que ignora el principio del funcionamiento de un motor. Pero da a sus vehículos nombres cariñosos, tiene en cuenta sus especiales características y, si cumplen bien su misión, es leal con ellos. "Dañar un automóvil es como hacer galopar una cabalgadura carretera abajo, aun sabiendo que esto es malo para sus patas", dice.
Pero Patricia sabe también ser inflexible. Según ella, "cuando se toma parte en una prueba, hay que seguir adelante, pase lo que pase, con la firme determinación de ganar".
Hace algunos años tomó parte en la carrera de Monte Carlo, y sufrió muchos contratiempos, debido a los cuales llegó a ocupar el último puesto en su categoría. Justamente antes de amanecer se vio detenida en la mitad del ascenso de una colina, porque la carretera estaba cubierta de hielo y las ruedas patinaban. Entumecida de frío, esperó la salida del Sol. Este deshizo el hielo lo suficiente para que los neumáticos se afirmaran, y entonces pudo subir la pendiente y deslizarse por la ladera opuesta. Otros competidores, detenidos también por el mismo escollo, abandonaron la prueba. Pat, gracias a su perseverancia, llegó entre los diez primeros.
EN LA GRANJA
Esta enamorada de la velocidad y del movimiento. Nació en Surrey (Inglaterra), en 1934. Cuando la niña tenía dos años, su padre, dentista aficionado a las pruebas automovilísticas, trasladó a su familia a una granja llamada Larga Nube Blanca, situada en Bray (Berkshire), en las riberas del Támesis. Allí, la madre de Pat, ex campeona de carreras de regularidad y también notable amazona, regaló a la niña su primer pony cuando tenía cuatro años. Allí también su hermano Stirling, que llegaría a ser uno de los más famosos corredores del Gran Premio, obtuvo su primer auto a los nueve años, y comenzó a hacerlo zumbar por los prados a toda velocidad.
La casa desbordaba actividad. "Las caballerizas y los garajes se encontraban llenos de caballos, antiguos Rolls-Royces y automóviles de carrera", dice un amigo suyo; "siempre había alguien a punto de ensillar un corcel o de poner en marcha un motor".
De jovencita Pat no podía comprender la afición de su familia por los automóviles veloces; en cambio, adoraba los caballos. A los nueve años recibió la primera lección que despertaría en ella el espíritu de competición propio de los Moss: había tomado parte en un torneo hípico de salto contra caballistas mucho mayores que ella, y entre una y otra prueba confesó a su madre que esperaba conquistar el segundo puesto.
—¿El segundo? ¡Nada de eso! ¡Gana el primero! —repuso la temible señora Moss.
Y Pat ganó. Desde entonces comenzó a tomar parte hasta en tres concursos semanales, triunfando en la mayoría de ellos. Pronto empezó a recibir dinero, pues, si bien un jinete aficionado sólo obtiene galardones, en Inglaterra un caballo ganador conquista premios en efectivo para su dueño. Y Pat poseía su propia cuadra. Hábilmente invirtió las ganancias en adquirir más y mejores caballos.
Cuando sus padres la pusieron en un internado para señoritas, Pat llevó con ella uno de sus ponies y continuó ejercitándose en el salto. A los 15 años dejó para siempre la escuela, con el fin de dedicarse completamente a la equitación y al adiestramiento de sus monturas. En 1950 fue nombrada campeona juvenil de salto de ese año, y en 1952 el equipo ecuestre británico la incluyó entre sus miembros. Al poco tiempo ganó dos copas en justas mundiales para damas.
AUTOMOVILISTA EXTRAORDINARIA
Al cumplir Patricia 17 años su padre le regaló un modesto automóvil que ya tenía 15. No era la joven una conductora nata (Stirling, que una vez trató de enseñarle a conducir, abandonó la empresa, disgustado), la aterraba la circulación de vehículos y fue ignominiosamente suspendida la primera vez que se presentó a examen para obtener su licencia. Por último, dándose cuenta de que la necesitaba para poder llevar sus caballos de una a otra prueba, insistió y la obtuvo. Entonces se apoderó de ella el espíritu competitivo de los Moss.
Unos años antes sus padres habían donado una copa a un club automovilístico local, y tanto ellos como Stirling la ganaron sucesivamente. Patricia decidió que era su deber obtenerla también, y se inscribió en una prueba de resistencia. Pero se perdió en el camino, empezó tarde y terminó en el vigésimo lugar. Sin desanimarse, probó su destreza en otras carreras menos importantes, y al año siguiente conquistó la copa.
En parte debido a ese triunfo, y en parte por ser la hermana de Stirling Moss, cuyo nombre ya entonces era sinónimo de arrojo y de velocidad, en 1958 la British Motor Corporation ofreció a Pat una participación semioficial en su grupo de corredores de carrera.(*1) Obtuvo así el uso de un automóvil y los gastos pagados. Pero sus ingresos principales provenían aún de sus potros. Cuando inscribió al mejor en un concurso de salto que se realizó en Windsard y ganó el primer premio, se convirtió en la primera corredora automovilística patrocinada por un caballo.
En las carreras de regularidad cada competidor tiene un acompañante, o copiloto, que se encarga de seguir la ruta con ayuda de un mapa, de fijar el tiempo y de sentarse al volante para relevar al conductor durante trechos cortos. Pat eligió para este puesto a Anna Wisdom, amiga de la familia y también amazona; la copiloto demostró ser digna de la confianza depositada en ella. Sólo tenía un defecto: invariablemente se mareaba al comenzar la prueba. Persistió, sin embargo, y en 1960, tras obtener victorias en seis de las nueve pruebas principales en que participaron, Pat y Anna compartieron el máximo honor de verse designadas "las conductoras del año", título que había sido otorgado también a Stirling Moss en 1954.
EL PREMIO: UN MARIDO
En varias competiciones Pat había visto, pero no tratado, a un gigante de 1,93 m. de estatura, conocido por el apodo de "el Sueco Loco". Era Erik Carlsson, famoso por el arrojo con que conducía. Durante la prueba llamada Sol de Medianoche, disputada en Suecia, ambas jóvenes esperaban en uno de los puestos de control, cuando las sorprendió un tamborileo en el cristal de la ventanilla. Patricia lo bajó; una mano enorme se introdujo en el automóvil, y de lo alto un vozarrón preguntó: "¿Quiere usted una naranja ?"
Pat la aceptó, y así comenzó el idilio. Erik, que no hablaba mucho inglés, desapareció en la noche, como un alce; el noviazgo floreció mientras ellos seguían compitiendo como contrincantes en vehículos separados, pero de la misma categoría, y en 1963 se casaron en Londres.
Durante la recepción, Erik, sonriente, y 30 cm. más alto que la novia, alzó su vaso y dijo: "Me limito a seguir una vieja costumbre vikinga: la de venir a Inglaterra para llevarme una mujer".
Recientemente visité al matrimonio Carlsson en su hogar de Ickford (Buckinghamshire), no lejos de Oxford. Era un lluvioso día de primavera; Pat me esperaba en la estación, con su automóvil. Emprendimos una veloz carrera por los húmedos, estrechos y sinuosos caminos rurales, mientras mis talones se hundían en el piso queriendo oprimir imaginarios frenos. Cuando llegamos a la casa, traté de decir: "Hermoso viaje", pero había dejado la voz en la estación.
El hogar de los Carlsson está lleno de cuadros de caballos, modelos de automóviles de carrera, fotografías de triunfos y estantes atestados de relucientes trofeos. La cocina es estilo sueco. Fuera hay dos jardines: uno que produce flores para la señora y el otro legumbres para el señor. En una caballeriza cercana están los caballos de Pat. Dos meses al año los adiestra, haciéndolos saltar vallas.
Los otros diez meses, Pat y Erik se dedican a las pruebas de carretera; recorren entre ambos unos 250.000 kilómetros, y a veces no se ven sino entre una y otra carrera o en los puestos de control de la ruta. Cuando ambos toman parte en la misma competición, aunque siempre determinada a ganar, prefiere que Erik vaya delante de ella. "¡Es tan alocado!" explica. "Si no lo veo, por lo menos sé que no ha tenido un accidente".(*2)
Erik, por su parte, parece poseer un sexto sentido que le anuncia si Pat está en dificultades. Hace unos años, cuando iba primero en la prueba Safari, tuvo ese presentimiento. Viró y deshizo el camino andado, hasta encontrar a su mujer con el automóvil detenido en la más negra de las noches africanas.
—¿Cómo supiste que me pasaba algo? —preguntó ella, asombrada.
—Cuando se trata de ti, poseo radar —repuso Erik.
Después del almuerzo Pat me llevó de nuevo a la estación, por otra carretera, esquivando el tránsito como una libélula furiosa. Al salir del vehículo, hallé mi voz justamente donde la había dejado la primera vez.
—Hermoso viaje —le dije, y agregué—: Y a propósito, ¿ qué opina verdaderamente de las pruebas de carretera?
—Son miles de kilómetros de inconvenientes y prefiero los caballos. Pero son divertidas, y gracias a ellas conocí a Erik —concluyó.
Luego me despidió con su peculiar sonrisa que llena las páginas de las revistas deportivas, puso la palanca en primera y partió a toda velocidad.
(*1) Si bien las carreras internacionales de carretera son ante todo acontecimientos deportivos, los fabricantes de automóviles, los de neumáticos y las compañías petroleras las utilizan también para comprobar la resistencia de sus productos en circunstancias excepcionalmente adversas. Durante los últimos 11 años Patricia ha trabajado, sucesivamente, para la British Motor Corporation, la Ford, la Saab, y ahora trabaja para la empresa Lancia. Gana más de 25.000 dólares anuales, la mayor parte de los cuales invierte en caballos.
(*2) Pat ha salido ilesa en diez accidentes automovilísticos.