YA CURAN UN CÁNCER INCURABLE
Publicado en
mayo 06, 2015
Hace menos de diez años los médicos consideraban que la enfermedad de Hodgkin era mortal por necesidad. Hoy, sin embargo, responde asombrosamente al tratamiento.
Por Walter Ross.
LA GIGANTESCA máquina de rayos X (tan poderosa que produce estos rayos con una potencia de seis millones de electrón-voltios) está alojada en una habitación cuyas paredes son de hormigón y acero, de un metro de espesor. Se abre la sólida puerta de plomo y entra un hombre aún joven con una especialista. El joven se quita la camisa y se tiende boca abajo sobre la mesa. Ex marino, con aspecto de hombre sano, tiene un hijo pequeño, esposa, buen empleo: en una palabra, toda clase de incentivos para vivir y luchar. Sin embargo, hay una dificultad: padece el mal de Hodgkin.
Hasta hace pocos años todos los libros de texto de medicina llamaban al mal de Hodgkin "enfermedad progresiva y fatal". Su nombre le viene del médico inglés que la describió en 1832 y es un tipo de cáncer que invade los ganglios linfáticos, esto es, los minúsculos filtros del sistema de desagüe orgánico que normalmente atrapan venenos y gérmenes infecciosos, y envían linfocitos para que los combatan. Como en el cuerpo humano hay varios cientos de esas cápsulas de tejido, la propagación del mal de Hodgkin puede ser implacable.
En el Centro Médico de la Universidad de Stanford, en Palo Alto (California), donde el joven ex marino es uno de los 28 pacientes externos que van todos los días a tratamiento de la enfermedad de Hodgkin, hablé con el Dr. Henry Kaplan, de 51 años de edad, profesor de radiología, quien me dijo: "Sabemos ahora que, en sus comienzos, esta enfermedad es curable. Eso está demostrado, pero tan recientemente que muchos médicos no lo saben, o quizá no lo crean".
Hoy tenemos avezados radiólogos que tratan pacientes con megavoltajes (millones de voltios) de rayos X y rayos gamma producidos por máquinas gigantes: el betatrón, la bomba de cobalto 60 y el acelerador lineal. El kilovoltaje de las máquinas ordinarias de rayos X (limitadas generalmente a unos 250.000 voltios) produce su mayor efecto en la superficie de la piel, y se va debilitando progresivamente en las capas más profundas de tejido. Las grandes máquinas nuevas generan rayos X de menor longitud de onda, que se concentran bajo la piel y producen en menos tiempo una radiación mucho más intensa sobre tumores profundos, con menos daños a los tejidos sanos expuestos. Además, usado por manos diestras, el megavoltaje se puede aplicar en zonas más extensas y con una exactitud de escalpelo.
Al tratar en Stanford al ex marino, la joven técnica que lo atendía colocó en la máquina una radiografía torácica del enfermo y, con una luz potente, proyectó la imagen radiográfica sobre la espalda desnuda del antiguo marinero. Después la muchacha, usando una pluma con punta de fieltro, dibujó sobre la piel del enfermo los contornos de sus órganos vitales. A continuación tomó dos bloques de plomo cortados según el patrón roentgenoscópico del paciente y los colocó sobre una hoja de plástico justamente debajo de la cabeza activa de la máquina, y lo mismo hizo con otros bloques de plomo, hasta producir una sombra que tapaba exactamente los órganos vitales, como los pulmones y el corazón. Tras advertir al joven que no se moviera, la técnica salió de la sala, cerró la puerta y se dispuso a observar por una ventanilla cubierta con un cristal de 25 centímetros de espesor.
Graduó las agujas del tablero de control para una dosis de 275 unidades roentgen. Acto seguido apretó un botón, se encendió una luz roja y empezó a oírse un rápido golpeteo. En menos de dos minutos las agujas marcaban 000 y la luz se apagó. El paciente se levantó, se puso la camisa y se despidió hasta el día siguiente. (Había sido su decimosexta sesión.) Cuando acabara el tratamiento habría recibido un total de 4000 unidades en cada ganglio del tórax y del cuello.
UN BULTO EN EL CUELLO
Muchos radiólogos de los primeros tiempos intentaron tratar con rayos X la enfermedad de Hodgkin, pero se conocían mal los efectos de las dosis de radioterapia y no se sabía cómo impedir que los rayos X se dispersaran. Cuando las máquinas desintegraban un tumor, sufrían daños los tejidos sanos, y la enfermedad solía reaparecer. La mayoría de los médicos concluyeron que el tratamiento era inútil.
Pero como no se encontró otro agente eficaz, unos pocos médicos siguieron probando con las radiaciones. El Dr. René Gilbert, de Ginebra (Suiza), empezó a experimentar en el tercer decenio de nuestro siglo con dosis más fuertes, y con filtros de aluminio y cobre para dar más penetración y dirigir mejor los rayos X. Con el tiempo logró que desaparecieran tumores y siguió atacando la enfermedad cuando se presentaba de nuevo (lo que ocurría casi siempre) en otras partes del cuerpo. En 1939 informó que de sus 52 pacientes tratados sistemáticamente, 34 por ciento habían sobrevivido más de cinco años: esto es, había logrado el triple de sobrevivientes a largo plazo que antes de 1920, según todos los informes disponibles.
Muchos siguieron siendo escépticos, pero el Dr. Gordon Richards, jefe del Instituto Ontario de Radioterapia, en Toronto (Canadá), estaba impresionado desde hacía mucho tiempo con la labor de Gilbert. Richards aplicó los mismos métodos en Canadá y obtuvo resultados semejantes.
La joven doctora M. Vera Peters, adiestrada por el Dr. Richards, empezó en 1935 a tratar pacientes en el Instituto. Uno de ellos era un obrero de 28 años de edad que llegó con el primer síntoma de la enfermedad de Hodgkin: un nódulo indoloro en el lado izquierdo del cuello. El reconocimiento reveló otro ganglio atacado en la axila izquierda.
La doctora le administró una dosis curativa de 3000 unidades de radiación en el curso de cuatro semanas y desaparecieron los tumores del enfermo. Cinco años más tarde hicieron presencia en el abdomen; la doctora Peters volvió a radiar los nódulos hinchados (a veces llegan a adquirir el tamaño de naranjas) y desaparecieron otra vez.
Durante casi 20 años este hombre sufrió recidivas y tratamientos, hasta el punto de que casi todos los ganglios linfáticos de su cuerpo han estado sometidos a radiaciones. Pero desde 1952 no lo han vuelto a tratar, porque no ha presentado más síntomas de la enfermedad.
La doctora Peters, que ahora es radióloga decana en el Instituto del Cáncer, de Ontario, y del Hospital Princesa Margarita, está considerada como una de las grandes precursoras en el uso de la radioterapia contra el mal de Hodgkin. La doctora solía dar radiación "preventiva", con dosis aproximadamente iguales a la mitad de las que se emplean para atacar un tumor, a todos los ganglios cercanos que pudieran tener metástasis. En 1950 publicó un informe de 113 pacientes tratados entre 1928 y 1942. Cincuenta y uno por ciento sobrevivieron durante cinco años; 35 por ciento vivían diez años después, muchos de ellos sin haber recaído. La doctora Peters llegaba a la conclusión de que el factor principal en la contención del mal de Hodgkin era el dignóstico precoz unido al "mayor optimismo en el pronóstico", para que el médico se decida a atacar la enfermedad. (El médico no hará nada que redunde en más sufrimientos o molestias de un paciente que considere desahuciado; por eso se descartan las radiaciones masivas, que muchas veces van acompañadas de náuseas y otros efectos desagradables.)
LA GRAN MAQUINA
Fue la obra de la doctora Peters lo que animó al Dr. Kaplan y lo dispuso a atacar el cáncer. Y llevó un paso adelante el método radioterápico de su colega. La radiación preventiva ligera, aplicada a los ganglios linfáticos adyacentes, no siempre evita la reaparición de la enfermedad; pero si 3000 unidades bastan para erradicar tumores, la misma dosis aplicada a las zonas contiguas evitará la propagación del tumor, pensaba el Dr. Kaplan. Sin embargo, con los rayos X de intensidad medida en kilovatios, aumentar las dosis y el área de aplicación sería demasiado peligroso. Él necesitaba una máquina más precisa y más potente. Apeló al laboratorio electrónico de microondas de Stanford, que había construido el primer acelerador lineal del mundo. El Dr. Kaplan preguntó a los físicos si podrían adaptar una máquina para el tratamiento de pacientes.
Hubo que inventar una nueva técnica para construir un tubo al vacío de 1,80 m. de largo en el cual se aceleran los electrones hasta casi la velocidad de la luz para que vayan a bombardear un blanco de oro o tungsteno y producir rayos X de gran penetración. Se requirieron unos tres años para obtener los fondos necesarios y construir la máquina de cinco millones de voltios que quedó lista en 1956. Se llamaba LA-I y podía producir la enorme cantidad de 100 unidades roentgen por minuto (cuatro veces más que cualquiera otra máquina) sobre un área mayor de lo que antes era posible. (Pocos años después se construyó la máquina LA-II, para seis millones de voltios; y ya van muy avanzados los planos para un gigantesco aparato de 30 millones de voltios.)
En 1957 llegó a Stanford una paciente del mal de Hodgkin en la "etapa II".* En esta fase de la enfermedad cabe aplicar grandes dosis de radiaciones. La enferma era una mujer de 41 años de edad, con tumores en el cuello y en el espacio interpleural llamado mediastino, que queda detrás del esternón. En ambas zonas, así como en los ganglios linfáticos adyacentes, se aplicaron 3000 unidades de radiación con la nueva máquina de megavoltaje. Los tumores desaparecieron y la paciente lleva ya más de 12 años sin cáncer.
Pero en otros casos semejantes la enfermedad se reproduce el diez por ciento de las veces. En vista de eso, las dosis profilácticas se han aumentado hasta una cifra jamás intentada antes: 4000 unidades de radiación en cuatro semanas. Los médicos de Stanford han demostrado que los enfermos resisten tan enorme cantidad de rayos X, que, así empleados, han hecho bajar las recaídas a casi el uno por ciento.
LA DOSIS DE "TODO O NADA"
Todavía quedaban muchas preguntas pendientes, la principal de las cuales era esta: Una vez aparecido el foco primario, ¿a dónde se propagará la enfermedad? En 1962 se comenzó a usar un nuevo instrumento de diagnóstico: el linfograma, inventado a mediados del decenio de 1951 por el profesor John Kinmonth y sus ayudantes en el Hospital de Santo Tomás, en Londres. En este método se emplean los rayos X para obtener una imagen de todos los vasos y ganglios linfáticos. Los médicos, de pronto, pudieron ver la enfermedad con sus propios ojos, muchas veces lejos del foco primario. Ahora han trazado "mapas itinerarios" de la enfermedad, y hasta pueden predecir su propagación.
Lo clásico ha sido dar a los pacientes "incurables" de la etapa III dosis paliativas de 1500 roentgen, sólo para aliviarles el dolor, reducir los tumores y detener la terrible comezón que suele acompañar al mal de Hodgkin cuando está avanzado. La dosis de 1500 unidades era de intensidad que permitía una o dos repeticiones. Sin embargo, cabía preguntarse si se debe dar a esos enfermos una dosis de radiaciones tan fuerte que pueda detener indefinidamente la enfermedad.
Sólo había una forma de averiguarlo. En 1962, en Stanford, se tomaron varios pacientes en grado III y se dividieron fortuitamente en dos grupos: uno que iba a recibir la dosis acostumbrada de radiaciones; otro, formado por enfermos a quienes se iban a aplicar 4000 unidades en cada ganglio linfático del tronco y el cuello. Nunca se habían aplicado a un ser humano semejantes dosis: el enorme ataque lesionaría casi toda la médula de los huesos (principal tejido hematopoyético, o productor de sangre, que tiene el organismo). Podría provocar una anemia incurable. Al destruir los glóbulos blancos, podía dejar expuesto el cuerpo a una infección mortal.
La intensa radiación se aplicó en una forma nueva: dos series de tratamiento de cuatro semanas cada una, alternando pecho y espalda. Con el transcurso de las semanas se vio que en ninguno de los pacientes se habían presentado anemia grave o infecciones. En el lapso de siete años sólo dos enfermos necesitaron transfusiones de sangre como ayuda para soportar la radical radioterapia. Y lo que es más: la supervivencia a largo plazo de los enfermos intensamente radiados con rayos X fue mayor que la del grupo testigo.
Y TAMBIEN LOS MEDICAMENTOS
Actualmente se aplican enormes dosis de rayos X a casi todos los pacientes del mal de Hodgkin. Sólo en el diez por ciento de los casos, poco más o menos, está la enfermedad tan avanzada que se "ahorra" la radiación para aplicar pequeñas dosis paliativas.
El índice de curaciones logradas ha sido superior al 80 por ciento en los enfermos de los grados I y II. Los grados III y IV han resultado difíciles de curar con la radioterapia, pero la quimioterapia ofrece a esos pacientes un rayo de esperanza al menos. En el Instituto Nacional del Cáncer, de Bethesda (Maryland), los. doctores Paul Carbone y Vincent De Vita han inventado un método para tratar a esos pacientes con una combinación de cuatro potentes drogas anticancerosas, una de las cuales está aún en experimentación.
La primera persona tratada fue un enfermo de veintitantos años, sometido a radioterapia durante dos años antes por un tumor en el cuello que, sin embargo, dio metástasis en el abdomen. La experiencia médica le concedía menos de dos años de vida.
Tratada durante seis meses, la enfermedad del joven remitió completamente; desapareció y no se ha vuelto a presentar desde hace cuatro años y medio. Ahora lleva una vida normal. En realidad, de 65 pacientes tratados en el Instituto Nacional del Cáncer con esta combinación de cuatro medicamentos, el 80 por ciento han acusado remisión en la enfermedad. En más de la mitad ha desaparecido el mal por lo menos desde hace dos años.
El Dr. Eric Easson, director de radioterapia en el Hospital Christie e Instituto Holt de Radio, en Manchester (Inglaterra), fue coautor en 1963 de un artículo con el memorable título de "La curación de la enfermedad de Hodgkin", que se publicó en la Revista médica inglesa. El Dr. Easson utilizaba historiales del tratamiento del mal de Hodgkin que remontaban al año de 1934. Definía al paciente curado como persona cuyas expectativas de vida son iguales a las de otra que no haya padecido la enfermedad. El Dr. Easson me dijo: "Son demasiados los médicos que siguen considerando incurable la enfermedad de Hodgkin, y sin embargo ahora está claro que ciertos casos se pueden curar con un tratamiento apropiado, de ataque a la enfermedad".
*Los enfermos se clasifican en ocho grupos, desde el I (cuyos tumores están circunscritos a una sola zona) hasta el IV (cuando están afectados la médula ósea, los huesos o el pulmón, etc.), subdivididos cada uno en A y en B, según los síntomas externos.